EL INVEROSÍMIL EQUILIBRIO EUROPEO EN LA GUERRA DE GAZA

25 de octubre de 2023

La invasión terrestre de Gaza por la Fuerzas de Defensa de Israel se demora, al parecer por recomendación norteamericana. Pero la aviación bombardea sin cesar. El mando militar israelí dice haber eliminado algunos dirigentes islamistas. Pero los muertos civiles son ya cerca de seis mil, casi la mitad de ellos niños. Ya no hay apenas agua, comida y luz, comida y los hospitales han dejado de funcionar. ¿Puede considerarse esto una acción de “legítima defensa”? Parece obvio que no. La sed de venganza por la matanza del 7 de octubre no se ha aplacado.

Estados Unidos, como siempre, marcó la pauta de la actuación internacional. El viaje de Biden dio cobertura política, diplomática y militar a Israel, aunque no lo necesitara estrictamente. Las consideraciones sobre los riesgos de la operación militar extendida quedaron fuera del foco público, para no empañar el apoyo incondicional. Las gestiones en favor de las migajas de la “ayuda humanitaria” resonaron como una pálida y casi vergozante compensación.

Es hora de preguntarse también sobre el papel de Europa en la crisis. Una vez más, se ha comprobado que la capacidad de influencia de los 27 sigue estando muy por debajo de su peso internacional. Lo hemos visto en la guerra de Ucrania, en el conflicto larvado con China y ahora, de nuevo, en la crisis entre Israel y Hamas, donde Europa ha exhibido, y con estrépito, sus disfuncionalidades habituales.

LA TRAMPA DEL TERRORISMO

El ataque de Hamas ha sido considerado de forma unánime como un “acto de terrorismo” por los gobiernos europeos, aunque no en todos ellos haya habido unanimidad, como hemos comprobado aquí, en España. La calificación tiene que ver con la generación de víctimas civiles. La naturaleza del conflicto palestino-israelí y las legítimas formas de lucha ante la situación prolongada de ocupación y las pésimas condiciones de vida que soportan los palestinos, en especial los que residen en Gaza, han quedado opacadas en los discursos oficiales.

A lo largo de los años, la UE ha intentado mantener un equilibrio entre el derecho de Israel a la seguridad y el de los palestinos a gozar de libertad para dotarse de instituciones viables sobre un territorio reconocido por la comunidad internacional y en condiciones aceptables de seguridad. El problema es que el conflicto israelo-palestino pone continuamente a prueba este equilibrio solo aparentemente ecuánime. El desproporcionado poder de actuación de una y otra parte exige un compromiso mayor que el que la diplomacia europea parece capaz de asumir.

Que Hamas haya cometido crímenes no se puede desligar del contexto en que su ataque se ha producido. Aunque la agresividad israelí parecía haberse atenuado recientemente en Gaza, debido a la ilusoria percepción de la neutralización de las milicias islamistas, en Cisjordania se ha está viviendo el año más violento desde principios de siglo. La presión de los colonos radicales, amparados por un gobierno plagado de extremistas mesiánicos, ha generado una situación explosiva. La “solución” biestatal ha sido sistemáticamente boicoteada por Israel. Y ante todo ello, Europa ha sido muy pasiva o tímida, quizás por encontrarse absorbida en la guerra de Ucrania y en sus consecuencias económicas.

La contundencia con la que los principales dirigentes europeos salieron en apoyo del “derecho de Israel” a defenderse, obviando las condiciones en que Israel ejerce un poder ilegítimo en los territorios ocupados, resulta incoherente con su trayectoria diplomática. Parecería que ha habido un interés extremo en no ofrecer una mínima apariencia de antisemitismo, cliché que utilizan los israelíes y sus protectores emplean cada vez que se critican sus actuaciones abusivas.

Los atentados sufridos en Europa en la última década como consecuencia de la guerra contra el terror lanzada por Estados Unidos tras el 11 de septiembre y la subsiguiente respuesta de unos nuevos grupos islamistas más radicales y sangrientos han influido muy decisivamente en las políticas europeas en la región. El tradicional apoyo a la causa palestina, concretado en ayuda financiera, material y técnica, apenas ha podido compensar la parcialidad habitual del aliado norteamericano en  favor de Israel. Incluso en las sucesivas operaciones israelíes de castigo en Gaza, tras oleadas de cohetes de las milicias palestinas, los europeos no asumían por completo las justificaciones del gobierno israelí de turno.

Ahora, todo parece haber cambiado. Hamas ha franqueado una línea roja, al golpear directa y personalmente a ciudadanos indefensos en territorio israelí, no en territorio palestino ocupado. Esta vez, las víctimas israelíes se han conectado emocionalmente con las registradas en Madrid, París, Bruselas, Estocolmo, Berlín, Niza y tantas otras ciudades europeas.

Sin embargo, esa equiparación no puede hacerse sin forzar la narrativa del problema. Hamas ha atacado a civiles, pero Israel, con sus prácticas militares indiscriminadas, lleva años matando ciudadanos ajenos a cualquier actividad armada. El Estado israelí se quita de en medio la carga de responsabilidad criminal aduciendo que las guerrillas palestinas se cobijan entre la población civil para provocar esas matanzas y presentarse como víctima. Argumento insostenible. En una guerra tan desigual, el bando más débil no tiene muchos recursos para elegir.

Quizás haya contribuido a desequilibrar el pronunciamiento europeo de estos días los dos atentados registrados tras el 7 de octubre, en Bruselas y en Arrás (Francia). Pero se trata de dos acciones cometidas por individuos aislados, sin relación algunos con grupos organizados. Por tanto, carentes de significación política relevante.

La presión del estigma terrorista ha llevado incluso a cometer torpezas innecesarias, como la de prohibir manifestaciones de apoyo a la causa palestina, ante un temor exagerado a que pudieran convertirse en exaltaciones de Hamas.

LA “BOMBA” DE MACRON

A todo esto se añade los vicios o defectos habituales de la política exterior europea. El más recurrente, la tentación, ante una crisis, de afirmar las posiciones nacionales antes de intentar una respuesta más coordinada. Ha vuelto a ocurrir en esta ocasión.

Francia es la protagonista habitual de estos desmarques. Lo vimos en el inicio de la guerra de Ucrania o en el debate sobre la política hacia China. Y, a veces, la singularización francesa no carece de mérito. El Presidente francés también ha adoptado un perfil alto. Desde un principio apoyó sin reservas el “derecho legítimo de Israel a defenderse” .La “preocupación” por la población civil de Gaza y los derechos palestinos fueron relegados a la letra pequeña. A continuación viajó a Israel para escenificar su posición. Y se guardó para esta ocasión la “bomba” que ocupará la atención mediática de los próximos días: recuperar la coalición internacional contra el Daesh para luchar contra Hamas. Una vez más , Macron parece haber ido demasiado lejos y, como a él le gusta, en figura de avanzado. No ha esperado a la cumbre europea prevista para este fin de semana donde debe aclararse la actuación futura de la UE. Ahora parte del debate, lo más sustancial, quizás gire sobre la propuesta de Macron.

El presidente francés ha dicho a sus anfitriones israelíes lo que quieren oír, sin enfriar el mensaje de solidaridad. Pero al colocar en el mismo plano a Hamas y al Daesh, Macron ha hecho un flaco favor a la posición europea, aunque ese no haya sido su propósito, porque sitúa la cuestión terrorista en el núcleo del conflicto, cuando el pivote de actuación debería ser la ocupación. La equiparación de ambas organizaciones puede resultar seductora para muchos estados árabes conservadores, que se vieron amenazados por el empuje de los extremistas. Pero lo cierto es que Hamas, aunque profesa una ideología islamista, de hecho es enemiga del del Daesh y su violento nihilismo. Por lo demás, es dudoso que Europa quiera meterse en semejante desafío.

En la “bomba” de Macron quizás haya que buscar otras motivaciones de política interior francesa. El gobierno se está escorando cada vez con menos disimulo a la derecha y priorizando los aspectos policiales y de seguridad para abordar asuntos espinosos como las protestas públicas o la inmigración. La derecha lo intimida con sus imputaciones de pasividad, debilidad o incompetencia y le está obligando a endurecer mensajes y políticas. El acercamiento de Macron a la italiana Meloni, después de haberla descalificado hace sólo unos meses, es un síntoma claro del giro en París. El proyecto de ley sobre inmigración está en fase de desarrollo y el debate se recrudecerá en las próximas semanas.

Hay otro elemento de política interior francesa que no debe descuidarse. Los acontecimientos del 7 de octubre han puesto al borde del colapso a la NUPES, la incómoda coalición que aglutina a socialistas, comunistas, insumisos y ecologistas. El PSF ha considerado insuficiente el apoyo a Israel tras el acto “terrorista” de Hamas y ha decretado una “moratoria” en la pertenencia a la coalición. El líder comunista ensayó hace poco un inicio de divorcio, pero las bases neutralizaron la iniciativa. Si se rompe el frente de la izquierda, puede flexibilizarse el panorama de las alineaciones políticas y el gobierno podría gozar de más capacidad de maniobra en el legislativo.

LA MALA CONCIENCIA ALEMANA

Macron no ha sido el único en agitar el patio europeo. En su primer posicionamiento oficial, la Presidenta de la Comisión Europea asumió el relato israelí sin matices ni condicionamientos, enfatizando la “amenaza terrorista” y el derecho israelí a la defensa, en línea con la posición norteamericana, sin mencionar el problema palestino.

No puede olvidarse que Ursula Von der Leyen es una política alemana y, como tal, se siente impelida a reaccionar con contundencia ante cualquier acción contra Israel que genere víctimas civiles. La mala conciencia por el holocausto es un factor muy poderoso. Los políticos democráticos se han impuesto tal intransigencia, que a veces los lleva a confundir la barbarie nazi contra la población judía en los años treinta con las críticas a las prácticas agresivas de Israel en los territorios ocupados o contra sus vecinos militarmente más débiles. Ya en los años setenta, después del ataque de los fedayines contra los atletas israelíes en la ciudad olímpica de Múnich, se reforzó esta presión sobre la clase política. Willy Brandt tuvo que encajar algunas críticas por no seguir el libreto a pies juntillas. Sus herederos políticos se atienen a esta lección envenenada. El jefe del gobierno actual, el socialdemócrata Scholz, se ha sumado a la defensa de Israel, lo que ha provocado cierta incomodidad en sus socios verdes, pese a la evolución de estos hacia posiciones convencionales en política exterior.

Cuando empezaron a llover las bombas israelíes sobre Gaza y a envilecerse las condiciones de la población, el jefe de la diplomacia europea tuvo que corregir a su superior al recordar que todas  las partes están obligadas a cumplir con las leyes civilizadas de la guerra. Fue una forma discreta de equilibrar las condenas unilaterales del “terrorismo” de Hamas. Pero Borrell fue más allá. Este martes, el jefe de la ONU, el europeo y socialista Antonio Guterres, ha dejado un aviso atronador: el 7 de octubre no justifica este “castigo colectivo” del pueblo palestino ni puede desligarse de la “sofocante ocupación israelí”. Israel ha pedido su dimisión. Los líderes europeos deberían sacar conclusiones.

EEUU ES PARTE DEL PROBLEMA DE ORIENTE MEDIO

20 de octubre de 2023

Biden llegó, habló y se fue. Sólo pisó suelo israelí. Sólo tuvo palabras de consuelo y apoyo para los ciudadanos y las instituciones israelíes. Sus aliados árabes cancelaron el encuentro previsto, en parte molestos por un nuevo ejercicio de parcialidad norteamericana frente al conflicto israelo-palestino, en parte inquietos por una oleada de indignación de sus poblaciones ante el injustificable castigo colectivo de Israel a los más de dos millones de palestinos de Gaza.

El presidente norteamericano deslizó cándidas recomendaciones a sus amigos israelíes para que no se dejaran llevar por un “comprensible” ánimo de venganza, como si ese asedio cruel no fuera ya otra manifestación más de ese habitual comportamiento desproporcionado del estado hebreo anta el mínimo desafío. La apertura de un “corredor humanitario” desde Egipto, insuficiente y condicionado a que Israel no advierta sospechas de beneficio para Hamás, es el único resultado de una visita relámpago y carente de iniciativas a medio y largo plazo. El verdadero mensaje no lo transmitió un presidente corto de energías y escaso capital político en su propia casa. La “voz de América” que de verdad importa es la que llega desde los dos portaaviones enviados a la región, con un arsenal impresionante y 20.000 marines en orden de combate para abortar cualquier otro sobresalto que pudiera sufrir Israel.  

De vuelta a casa, Biden ha dado una vuelta de tuerca a su intento de justificar la respuesta israelí, la actual y la que venga, forzando una relación imposible entre las guerras de Palestina y Ucrania. En esta ocasión, se ha dirigido desde el despacho oval a sus ciudadanos; o mejor dicho, a los congresistas que deben autorizar que siga llegando dinero y armas a sus aliados israelí y ucraniano. A los europeos no les debería hacer gracia este segundo mensaje de Biden en pocos días. De hecho, apenas han intentado no dejarse arrastrar por la parcialidad norteamericana en Oriente Medio.

CUARENTA AÑOS DE PARCIALIDAD

El alicorto y sesgado viaje de Biden a Israel resume sus 40 años de corresponsabilidad en la política de EE.UU en la región. Ocho presidentes han suspendido la asignatura de Oriente Medio, y en particular del conflicto palestino, si acaso con distinta puntuación: pésimas las calificaciones de Reagan, Bush Jr. y Trump, empeñosas pero al cabo frustradas las de Bush Sr. y Clinton, bien intencionada pero desganada la de Obama e inicialmente evasiva la de Biden.  Este suspenso general se debe a muchas razones: lectura incorrecta de los problemas, visión muy parcial del conflicto, predominancia del enfoque militar o de seguridad, pobre elección de los socios locales y escasa atención a los consejos más templados aunque poco críticos, salvo excepciones puntuales, de sus aliados europeos.

Biden no ha heredado esta trayectoria de errores y deliberada parcialidad. Ha sido parte de ella. Su carrera pública se ha desarrollado en todos los ámbitos del poder político e institucional (Cámara Baja, Senado, Vicepresidencia y Presidencia). El actual Jefe de la Casa Blanca destila establishment por todos su poros. A su avanzada edad, no sería realista  esperar una visión más fresca, más arriesgada. Durante décadas ha recitado la letanía de una política “posible” en Oriente Medio, que nunca ha superado el apoyo incondicional a Israel y una retórica invocación a los derechos palestinos, al tiempo que apoyaba el escamoteo sistemático de los instrumentos necesarios para su realización.

Biden inició su mandato presidencial bajo la presión de otras prioridades: el desafío de China y la enemistad de Rusia. Eludió una implicación directa o indirecta en Oriente Medio, pretextando que la región pasaba por una “tranquilidad no conocida en décadas”, según su Consejero de Seguridad. Después de criticar a Trump, Biden optó por seguir su estela en dos direcciones.

Por un lado, abandonó la recuperación del acuerdo nuclear con Irán, consciente de que le traería más problemas en Estados Unidos que apoyos en la región. Más recientemente, se decidió a culminar los trumpianos acuerdos Abraham tratando de añadir la pieza más preciada: el pacto entre Israel y Arabia. Se tragó el sapo de los desplantes saudíes, de su guerra sangrienta y fallida en Yemen y hasta del horroroso crimen del periodista Kassoghi.

El acuerdo israelo-saudí se convirtió en la clave de su doctrina regional, porque comportaba beneficios adicionales: podía frenar la cooperación creciente de Arabia con China, introducía un elemento de tensión en el acercamiento entre saudíes e iraníes y condicionaba el apoyo de los árabes moderados a Palestina.

El mantenimiento de la política de los dos Estados no pasaba de ser una formalidad vacía de contenido: no se trataba de dos Estados en igualdad de condiciones, sino de uno supeditado al otro. La deriva extremista y autoritaria en Israel incomodó a Biden, pero no le apartó de las recetas del establishment, destinadas a consolidar la estrategia de una pax americana en la región, con Israel como cónsul plenipotenciario.

El ataque de Hamas en el sur de Israel ha trastocado momentáneamente esa visión desmayada del anciano Presidente. La guerra no estaba en sus planes, pero ahora ni puede ni quiere pararla. Su cándido consejo a Netanyahu para que no incurra en los “errores” de Estados Unidos tras el 11-S ha sido recibido a beneficio de inventario. Esta guerra puede salvar o hundir al gobierno más extremista de la historia de Israel. Estados Unidos tratará por todos los medios de que ocurra lo primero.   

LA MADEJA POLACA

 18 de octubre de 2023

Polonia ha votado más que nunca desde la instauración de la democracia liberal, a comienzos de los años noventa. La participación ha sido del 74,25%, casi trece puntos más que en 2019. Los datos indican que la población de las grandes ciudades, en especial las del oeste del país, han acudido masivamente a las urnas. Ese el principal factor, apuntan los analistas, que explica el retroceso del nacionalismo y su más que probable desalojo del poder.

En efecto, el partido gobernante, Ley y Justicia (PiS), apoyado por cinco formaciones menores, no ha conseguido el suficiente número de parlamentarios para asegurar su continuidad en el gobierno. Ha obtenido 195, pero se necesitan 231 votos en el Parlamento para alcanzar la mayoría. Ni siquiera le bastaría el apoyo de los 15 obtenidos por Konfederacja (Confederación), aún más ultras que el PiS, pero de sesgo libertario y reticentes a una alianza poselectoral (1).

La crisis económica derivada de la pandemia y la guerra de Ucrania ha debilitado el apoyo de que gozaban estos ultranacionalistas en la última década. El intento de acompañar las elecciones con unos referéndums sobre restricción de la inmigración y otros asuntos sociales para movilizar a su electorado ha resultado fallido: las consultas no han logrado la participación requerida (2).

El PiS ha ejercido un poder político rayano en lo absoluto en los últimos ocho años. No ha tenido problemas en ignorar la división de poderes, controlar el poder judicial, atentar contra la independencia de los medios, restringir los derechos de las mujeres y las minorías y practicar el victimismo nacionalista contra sus vecinos alemán y ruso casi a partes iguales. También ha sido objeto preferente de sus arremetidas el aparato comunitario de Bruselas y, por extensión, cualquier socio europeo que criticara sus políticas populistas, ultranacionalistas y xenófobas.

El futuro político en Polonia no está del todo claro. El principal dirigente de la actual oposición, Donald Tusk, lidera la Coalición cívica, que refuerza su partido (Plataforma Cívica) con otros grupos liberales y ecologistas menores hasta alcanzar 157 diputados. Tiene que forjar un acuerdo de gobierno con los liberales europeístas y los agrarios del veterano Partido Campesino, reunidos en la coalición Tercera Vía, que suma 65. Pero aún no sería suficiente. Necesita añadir el apoyo de una tercera alianza, Lewica, (Izquierda), una amalgama de socialdemócratas, laboristas, socialistas y progresistas, que le aportarían 26 diputados. En total, alcanzaría 248 diputados, una mayoría holgada (3).

Por lo tanto, el cambio efectivo en Polonia descansaría no ya en un tripartito, sino en un multipartito articulado en tres coaliciones: una especie de mecano político de complicada gestión. Estaríamos ante una especie de frente antinacionalista o una versión barroca de ese consenso centrista que ha dominado la política europea durante décadas. Ironías de la vida, viene a resucitar en el país menos pensado hasta hace sólo unos días. Desde luego, en esas formaciones hay una motivación poderosa para confluir: el empeño compartido de enviar al PiS a la oposición.

Si eso al final ocurre, no hay duda de que el partido ultraconservador activará las palancas institucionales y sociales que ha ido construyendo en estos ocho últimos años. Ya lo advirtió de forma alambicada el propio Kaczynski la noche del domingo: “seremos importantes, en el poder o en la oposición”. El PiS podría tener otra baza más para bloquear la demolición de su modelo ultranacionalista. El Presidente de la República, Andrzej Duda, que fue promovido por el partido de Kaczynski, podría interponer su derecho de voto en iniciativas legislativas de la nueva coalición gobernante, si considera que ponen en peligro lo que él considera como elementos básicos de la identidad nacional (4).

REPERCUSIÓN EN EUROPA

En el arco iris político del Parlamento de Estrasburgo, el PIS se encuadró en el Grupo de Europeos Conservadores y Reformistas, junto a los tories británicos (antes del Brexit efectivo), los neofascistas Fratelli de Italia y los ultras españoles de VOX, entre otros. De las dos ramas en que se divide la extrema derecha en la Asamblea Europea, el PiS optó por la más convencional, la más conservadora en términos sociales y culturales. Pero sobre todo la más furiosamente antirrusa. A estos polacos ultramontanos, las veleidades de la francesa Le Pen o del italiano Salvini con el Kremlin les producían náuseas. La Historia es también un arma rentable.

La cohabitación durante años con el Partido Conservador británico fue puramente pragmática. Les unía el rechazo de la “burocracia de Bruselas” y una visión más nacionalista del proyecto europeo. Los tories terminaron por dar el portazo, pero sus colegas polacos no se podían permitir ese lujo porque necesitan el apoyo económico europeo para afrontar una interminable reconversión de su atrasada economía.

Hasta hace sólo unos meses, el dominio del PIS en Polonia parecía asegurado. La mayoría de los observadores consideraban que su salud política era similar a la del FIDESZ húngaro del demagogo Orbán, con quien mantienen una celosa alianza no formal. Y ello, porque el patrón húngaro ha vivaqueado durante años en los grupos liberal, primero, y popular, después, hasta que éste último se vio obligado a expulsarlo, tras innumerables desplantes. Hoy se encuentra en el limbo de los No Inscritos, donde se ubican aquellos a los que no quiere nadie, por así decirlo.

Las continuas amonestaciones de Bruselas a los gobiernos polaco y húngaro por sus afrentas al Estado de Derecho liberal no fueron suficientes para forzar una rectificación. Al final, el ejecutivo comunitario decidió retener el dinero de los fondos de recuperación postpandemia que les corresponde recibir a Varsovia y Budapest como arma de presión. Un gobierno de Donald Tusk colocaría de nuevo a Polonia en la corriente comunitaria y le permitiría recibir por fin el dinero concedido (más de 35.000 millones de euros. Sin duda, esa expectativa ha pesado en el electorado polaco, habitualmente escéptico o poco entusiasta con el proyecto europeo.

Si al final el PiS es desalojado del poder, el viejo Kaczynski, líder incombustible del partido pero no jefe del gobierno, deberá lamentar este giro amargo de la fortuna. Su principal socia europea, la italiana Giorgia Meloni, lleva tiempo fraguando con los democristianos alemanes un tipo de pacto entre los grupos Conservador y Popular ante las elecciones europeas del año próximo.

Los populares españoles también participaban del empeño, avalados por la experiencia de los acuerdos regionales de gobernabilidad entre el PP y VOX. Pero España no el único país donde se ha testado esa pasarela política entre la derecha conservadora-liberal y la ultraderecha. El debilitamiento socialdemócrata en el norte de Europa ha favorecido recientemente esta cooperación en Suecia y Finlandia (5).

Otros líderes de la derecha o del centro-derecha europeos no respaldan este pacto fáustico con los retrógrados polacos. Después de todo, Donald Tusk, el líder de Plataforma Cívica, pertenece al Grupo Popular. En su condición de adversario principal del PiS se oponía de forma rotunda a blanquear a un partido al que quería derrotar en su país. La hostilidad política ha tenido un gusto agrío: el PiS descalifica a Tusk como “marioneta de Alemania”.

EL FACTOR ALEMÁN

Este juego del caliente y el frío de los de los democristianos alemanes con el PiS tiene raíces antiguas pero también ramas verdes. Los conservadores alemanes, tanto los católicos bávaros como los protestantes renanos u orientales, comparten la veta cristiana con los representantes más férreos del catolicismo polaco.

A esta afinidad ideológico-religiosa se añade ahora la presión de una posible necesidad. El auge impresionante de los nacionalistas xenófobos de Alternativa por  Alemania (AfD) puede alterar el mapa de las alianzas políticas germanas. Para volver al gobierno federal, a los democristianos de la CDU y la CSU quizás no les sea suficiente el respaldo de los liberales, si es que éstos deciden cambiar nuevamente de caballo. Precisan de un apoyo más numeroso y más sólido, que tendría además la virtualidad de ampliar el ámbito de penetración territorial (6).

AfD se presenta como un socio potencial estratégico, porque es más que probable que conquiste la hegemonía en los länder de la desaparecida RDA en las elecciones regionales de los próximos meses. El cordón sanitario a la extrema derecha está a punto de saltar, y quizás para siempre. Los líderes democristianos actuales, el federal Merz, el bávaro Söder y el europeo Weber no comparten la repugnancia de Angel Merkel hacia la AfD. La  Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que aspira a otro mandato en el cargo, ha hecho también esfuerzos visibles en esta cooperación de las derechas. Llamativo fue su polémico viaje a Túnez en compañía de Giorgia Meloni, este, para negociar otro discutible y discutido pacto para frenar la emigración. La línea Varsovia-Berlín-Bruselas-Roma se había dibujado en el horizonte europeo (7).

Este nuevo panorama, de confirmarse el cambio efectivo de gobierno en Polonia, alterará los planes de la configuración conservadora en la UE. Que no pueda gobernar en su país no debe necesariamente impedir que el PiS sea el partido polaco que más diputados aporte a la Eurocámara en las elecciones de mayo. Y es imposible saber si sus votos serán o no decisivos. Si Tusk gobernara entonces en Varsovia y Kaczynski practicara esa oposición virulenta que se presume, sería difícil una confluencia de los grupos Popular y Conservador, por mucho que Von der Leyen, Meloni, Feijóo y Abascal apuesten en su favor. Los socios preferentes de Tusk son liberales afectos a Renovación, el grupo dominado por los aliados de Macron, contrario hasta ahora a cualquier acercamiento a la extrema derecha.

 

NOTAS

(1) “How Konfederacja became Poland’s kingmaker”. MATEUSZ MAZZINI. FOREIGN POLICY, 12 de octubre.

(2) “What is at stake in Poland”. ANNA GRZYMALA-BUSSA. BROOKINGS, 3 de octubre.

(3) “Donald Tusk claims victory based on coalition hopes”. SHAUN WALKER. THE GUARDIAN, 15 de octubre; “After election, Poland may turn the illiberal tide”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 17 de octubre.

(4) “L’alternance en Pologne, une bonne nouvelle pour l’Europe”. LE MONDE (Editorial), 17 de octubre.

(5) “Will Europe’s center-right parties accept defeat or sell theirs souls to the hard right?”. PAUL TAYLOR. THE GUARDIAN, 23 de agosto.

(6) “Germany’s new normal? The surging far-right AfD party is upending the country’s politics”. LIANA FIX y CONSTANZE STELZENMÜLLER. FOREIGN AFFAIRS, 10 de octubre.

(7) “Ursula von der Leyen donne ses gages à la droite”. LE MONDE, 13 de septiembre.

ISRAEL: VERGÜENZA, DOLOR Y VENGANZA

11 de octubre de 2023

La guerra entre Israel y Hamás parece a punto de entrar en su fase más sangrienta y peligrosa. Se teme que las Fuerzas de Defensa israelí invadan el asediado territorio palestino con un doble y asimétrico objetivo: primero, liberar a los rehenes que aún queden vivos y recuperar los cadáveres de los fallecidos; y segundo, acabar con el mayor número de dirigentes de la organización guerrillera y destruir por completo su infraestructura de combate.

Mientras que eso ocurre, el bombardeo de la franja está siendo brutal, “como nunca se había visto antes”, en consonancia con la amenaza proferida por el Ministro de Defensa israelí. Otro responsable militar dijo algo aún más espeluznante: “los trataremos como a animales que son”.

Hasta la fecha, el martirio de Gaza se había convertido en un asunto de rutina internacional, sólo alterado por las sucesivas campañas de castigo israelí, tras recibir oleadas de ataques artilleros de limitado daño y alcance, salvo las más graves en 2008, 2014 y 2021. En estos intercambios bélicos, la desproporción era tan evidente que apenas necesitaba explicación. La relación de víctimas entre una y otra parte era abismal.

El ataque del 7 de octubre ha cambiado esa narrativa por completo. Israel ha pasado de las represalias más o menos feroces a un plan de erradicación definitiva del “problema”. La razón de este cambio de paradigma es doble: por una lado, la percepción de la amenaza se ha revelado mucho mayor de lo que se creía; y, no menos importante, la arrogancia de una superioridad técnica y militar tenida por indestructible se ha diluido en las imágenes lacerantes de unos civiles masacrados, secuestrados o aterrorizados por un enemigo al que no sólo ser tiene como “banda terrorista”. Para un Estado que presume de ser el mejor del mundo en la tarea de defender a sus ciudadanos, el bochorno del fracaso estrepitoso añade injuria a la catástrofe. Una vergüenza tan dolorosa abona el deseo de una venganza implacable.

Y, sin embargo, los analistas más lúcidos, incluidos los que se tienen por “amigos de Israel”, se esfuerzan por aconsejar a los dirigentes israelíes que no se dejan llevar por esa pulsión emocional. Alguien tan declaradamente afín como el columnista judío Thomas Friedman, dedicado al conflicto de Oriente Medio desde hace cincuenta años, advierte que la destrucción presentida de Gaza puede ser una “locura” que ponga a todos los países árabes de nuevo en contra de Israel y “arruine la simpatía cosechada en el resto del mundo”. Opina Friedman que la invasión de Gaza es lo que seguramente persiguen Hamas e Irán (1).

Daniel Byman, principal especialista en terrorismo del también pro-israelí Centro de estudios estratégicos de la Universidad de Georgestown, recuerda la política de presión calculada de los dirigentes israelíes, debido a la profunda implantación de Hamás en todos las arterias sociales. Aniquilar a Hamás equivaldría a destruir Gaza (2).

Desde una posición más templada y equilibrada, el profesor de relaciones internacional de Harvard, Stephen Walt, augura que, de no contenerse, “Israel podría ganar la batalla de Gaza y perder la guerra”. Tras recordar que “la ley internacional permite a los pueblos oprimidos resistir una ocupación ilegal, incluso si los medios empleados por Hamas hayan sido ilegítimos”, Walt desactiva los argumentos empleados por Estados Unidos para posicionarse incondicional e invariablemente del lado de Israel cada que vez que estalla una crisis. Frente a la “estrecha” interpretación legal de que Hamas ha atacado a Israel “sin provocación” previa, el profesor de Harvard opone otra visión “más amplia” según la cual las condiciones sufridas por los palestinos en Gaza legitima una respuesta violenta (3).

Tanto Friedman como Walt se dirigen a la Casa Blanca para sugerir una intervención templada e inteligente, que trascienda el horror provocado por la carnicería. No parece que eso sea lo que vaya a ocurrir. Al menos públicamente. El Presidente Biden ha decidido eliminar incluso las suaves admoniciones críticas que sus antecesores solían emplear para dar cierta sensación de equilibrio y conservar su posición de “mediadores”. El espectro del 11-S domina el relato norteamericano. La “barra libre” que Estados Unidos se otorgó en 2001 para castigar a “culpables” reales o imaginarios será concedida ahora a Israel para que satisfaga su instinto de retribución. Algunos comentaristas han tenido el buen juicio de evocar los errores, excesos y crímenes que tal conducta provocaron (3).

No obstante, otros conocedores de la política israelí creen atisbar algunos resortes que podrían atemperar la “cólera de David”. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, aunque intransigente y cínico en su política de “negociación” con los palestinos, siempre ha tenido buen cuidado en no traspasar ciertas líneas y controlar la escalada de la guerra. Es cierto que ahora lo tiene más difícil, porque sus socios de gobierno proclaman abiertamente su deseo de acabar de una vez por todas de cualquier pretensión nacional palestina, por la fuerza si es necesario.

Sin embargo, a Netanyahu se le entreabre una puerta: la constitución de un gobierno de unidad nacional, que amplíe su base de actuación. La oposición le ha tendido la mano y ya se han producido los primeros contactos. La oferta no es un cheque en blanco. Los partidos “centristas” tratarán de que Netanyahu congele sus planes de reforma judicial, entre otras concesiones. Del lado opuesto, los extremistas religiosos que han conquistado posiciones estratégicas de poder difícilmente aceptarán ser degradados en un nuevo gobierno de unidad. Si Netanyahu les sacrifica ahora no podrá contar con ellos cuando la guerra acabe. El primer ministro es un maestro de la manipulación política, pero esta prueba es gigantesca.

Otro argumento que se desliza para aconsejar contención es el peligro de alumbramiento de un nuevo frente árabe. Comenzaría con las hostilidades de Hezbollah desde el Líbano, quizás complementado por Siria. Naturalmente, actuarían las facciones armadas palestinas en Cisjordania y Jerusalén, ajenas a Hamas pero sordas a la moderación de la Autoridad Nacional. Israel podría verse abocado a un peligroso desafío. Una confrontación de estas dimensiones aumentaría exponencialmente el riesgo de escalada y podría arruinar, si no lo ha hecho ya, el proyecto de conciliación con los estados árabes moderados (esquema Abraham) e incluso poner en peligro la paz fría con Egipto y Jordania.

Cabeza fría para afrontar situaciones calientes, le recomiendan a Israel, en el fragor un trauma que no se había experimentado en 75 años de historia. Ni siquiera en 1973, cuando Egipto y Siria atacaron en el recogimiento del Yom Kippur. Entonces, fueron capaces de recuperar, durante apenas una semana, parte del territorio perdido en 1967. Pero no se acercaron ni de lejos al territorio que se le concedió a Israel en la partición de 1948. Ahora, han sido ciudades israelíes las que han conocido de cerca el horror de la violencia.   

NOTAS

(1) “Irael has never needed to be smarter than in this moment” THOMAS L. FRIEDMAN. THE NEW YORK TIMES, 10 de octubre.
(2) “What you need to know about the Israel-Hamas war”. DANIEL BYMAN. FOREIGN POLICY, 7  octubre.
(3) “Israel could win this Gaza battle and lose the war”. STEPHEN WALT. FOREIGN POLICY, 9 de octubre.
(4) “The troubling analogies surrounding the new Israel-Hamas war”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 11 de octubre.

LAS CUATRO DIMENSIONES DE LA GUERRA ENTRE HAMÁS E ISRAEL

 9 de  octubre de 2023

El audaz ataque de Hamás contra Israel es rico en resonancias y en consecuencias. Aunque sus portavoces no hayan hecho referencia a ello, la fecha elegida para esta operaciones a todas luces evidente: el 50 aniversario (más un día) del ataque combinado egipcio-sirio de 1973 para recuperar sus territorios ocupados (el Sinaí y los altos del Golán) siete años antes. No es el único aniversario evocado. Acaba de conmemorarse el 30º aniversario de los acuerdos entre Israel y la OLP, que alumbraron el embrión del Estado Palestino a cambio de aceptar parte de  la ocupación sin garantías. Finalmente, la intensidad y profundidad de la operación ha dejado a Israel en shock, de forma análoga a cómo se sintió EEUU el 11 de septiembre de 2001. Pero hasta aquí las analogías, referencias o comparaciones. El contexto, los contendientes y las circunstancias son diferentes. Esta guerra tiene dimensiones propias, que intentamos analizar.

  1. LA DIMENSIÓN LOCAL

No deja de ser una paradoja que la situación en Gaza en los últimos meses fuera de cierta estabilidad´, que no debe confundirse con tranquilidad. Mas de dos millones de palestinos viven en una “cárcel a cielo abierto”, encerrados y asfixiados. Pero tras las hostilidades de 2021, Israel había “concedido” permisos de entrada a 20.000 trabajadores palestinos y los países árabes ricos habían financiado obras de reconstrucción de infraestructuras básicas.

¿Por qué entonces ahora este ataque tan masivo de Hamas?

  1. LA DIMENSIÓN NACIONAL

La respuesta encaja en una dimensión superior del conflicto, que excede el ámbito local (Gaza, sector meridional de los territorios palestinos, y el sur de Israel) y se enmarca en la confrontación nacional entre Israel y Palestina. Según el máximo dirigente militar de Hamás,  la operación es una respuesta a las últimas “provocaciones del estado sionista” en torno a la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar santo del Islam, sita en Jerusalén. No hay que olvidar la naturaleza islamista de esta organización político-guerrillera y, por lo tanto, extremadamente sensible a las cuestiones religiosas. Y aunque sólo ejerce su autoridad en Gaza, de donde Israel se retiró en 2005, Hamás también está presente con mayor o menor influencia en Cisjordania.

El templo se encuentra junto al Muro de las Lamentaciones, monumento capital en la historia de los judíos, que ocupan la ciudad santa desde 1967. Los palestinos reclaman el sector oriental de Jerusalén como futura capital de un Estado que aún no tienen, aunque gran parte de la comunidad internacional se lo haya reconocido por derecho. Pero nadie en Israel está dispuesto a ceder Jerusalén y sólo parte de sus habitantes aceptarían compartirla. Este es uno de los asuntos más espinosos de la paz pendiente y quedó sin resolver en Oslo.

Al erigirse en defensor de la dignidad de Al Aqsa, Hamás vuelve a actuar ante lo que  considera como pasividad o dejación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que ejerce una autonomía fantasmal sobre zonas de la Cisjordania en las que vive sólo un 40% de la población palestina; el resto sigue sometido a la ocupación completa que ya se compara con el régimen de apartheid. Contrariamente a lo que ha ocurrido en Gaza, en Cisjordania se ha vivido un año atroz, debido a la brutal presión de los colonos más radicales, envalentonados por el gobierno israelí más extremista en sus 75 años de historia. A lo largo de 2023 se han registrado cientos de muertos palestinos en enfrentamientos con el Ejército y la policía militarizada. La colonización crece cada día. La ANP está paralizada por un gobierno inoperante y corrupto, un aislamiento político creciente y una división nacional cada vez más agria y profunda.

Israel vive también una crisis interna sin precedentes. Tras la decisión de Netanyahu de aliarse con los partidos derechistas más extremistas para conservar el poder y protegerse así de las causas judiciales pendientes sobre su persona, el gobierno que dirige se ha entregado a una deriva autoritaria inédita. El intento de control de la justicia por el ejecutivo y los planes anexionistas de los territorios palestinos han provocado una quiebra sin precedentes en la sociedad civil. La situación es tan grave que miles de reservistas se han negado a cumplir con sus obligaciones militares en protesta por las actuaciones del gobierno. Algunos se preguntan si la falta de respuesta ante la incursión de Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre se puede deber en parte al caos en el aparato de seguridad. No parece probable, ya que la defensa del territorio es una línea roja para todos los ciudadanos israelíes. El problema hay que buscarlo en un fallo masivo de la siempre mitificada inteligencia israelí.

              Estas dos quiebras nacionales, la palestina y la israelí, han favorecido la actuación de Hamás, que combate, aunque en grados y con objetivos distintos, a los gobiernos de ambas entidades. Pero el ataque se enmarca en una dinámica más amplia de dimensión regional.

  1. LA DIMENSIÓN REGIONAL         

Oriente Medio vive un momento de cambios, aún por definir y determinar. Las guerras de las últimas décadas no han resuelto ninguno de los problemas que arrastra la región desde hace un siglo. El debilitamiento de la conflictividad árabe-israelí ha dejado paso a nuevas tensiones más activas y a nuevos intentos de reconfiguración geoestratégica. Dos resaltan sobre los demás: la rivalidad sectaria islámica sunni-chií, cuyos bandos lideran respectivamente Arabia Saudí e Irán; y la marginación de la cuestión palestina (otrora corazón del conflicto regional) como factor diplomático dominante.

Arabia Saudí e Irán, tras una década de enfrentamientos por subrogación (en Yemen, en Líbano, en Siria, en Irak...) parecen haber comprendido que no pueden triunfar sobre el rival y habrían decidido acordar una coexistencia que reduzca los riesgos de una conflagración destructiva para ambas partes.

Hamás es un caso paradójico en esta rivalidad. Como grupo sunní, encajaría dentro de la influencia saudí. Pero la escasa combatividad del reino hacia el estado judío le ha empujado hacia Irán, que hace años que la apoya, financia, protege y arma. Egipto, país administrador de Gaza antes de la ocupación israelí en 1967, ha ejercido estos últimos años un papel tutelar sobre el territorio. El desalojo de los Hermanos Musulmanes, tras el golpe militar de hace diez años, ha tensionado las relaciones, ya que los derrotados islamistas egipcios eran próximos doctrinariamente a Hamás. Con todo desde El Cairo se ha negociado el fin de las sucesivas guerras entre los islamistas palestinos de la franja e Israel.

El nuevo líder de facto saudí, el príncipe heredero Mohamed Bin Salman (apelado MBS en círculos diplomáticos y mediáticos), no parece tan concernido por la causa palestina como su padre, el enfermo y discapacitado Rey o sus predecesores. MBS se ha hartado de las divisiones palestinas y concentra sus energías en hacer de su reino la mayor potencia económica, militar y tecnológica de la región. Y para eso necesita paz (aunque sea fría o falsa) y desprenderse de las hipotecas del pasado.

Pero MBS no puede desprenderse de un plumazo de la cuestión palestina. Necesita un apaño formal, que restaure las imposturas del pasado, al menos en parte. Acepta entenderse con Israel por cuestiones pragmáticas (el comercio bilateral, la cooperación tecnológica, el maná turístico, etc.), pero la deriva extremista de su antiguo adversario y nuevo socio potencial dificulta las cosas. Los saudíes exigen gestos a Israel. Netanyahu desea culminar este pacto, que completaría el esquema de la reconciliación con los países árabes definido en loa acuerdos Abraham, suscritos durante la administración Trump pero negociados desde mucho tiempo antes. El problema es que las concesiones sobre el asunto palestino que MBS quiere o necesita no son aceptables para los socios extremistas del primer ministro israelí, que no sólo se oponen radicalmente a cualquier forma de Estado Palestino, sino que hablan ya sin tapujos ni medias tintas de duplicar el número de colonos en Cisjordania, como paso previo a la anexión total del territorio, que ellos denominan con las referencias bíblicas de Judea y Samaria.

Desde Irán se contemplan estos movimientos con inquietud provechosa, porque el juego de equilibrios de su rival saudí les abre una ventana de oportunidad. La carta palestina, aunque devaluada, sigue teniendo un valor táctico. De ahí que su apoyo a Hamás se haya mantenido y seguramente reforzado con gran tenacidad, como complemento de esa red de fidelidad chií que lleva décadas construyendo en los países vecinos del enemigo sionista. No es casualidad que el Hezbollah (Partido de Dios) libanés se sumara modestamente al ataque de Hamás.

Pero esta danza regional es imposible de entender sin una actuación diplomática de las grandes potencias mundiales que la alientan, protegen y vigilan.

  1. LA DIMENSIÓN INTERNACIONAL            

Hace apenas unas semanas, Jake Sullivan, Consejero de Seguridad del Presidente Biden, afirmaba al editor de THE ATLANTIC que Oriente Medio vivía la situación “más tranquila de las dos últimas décadas”. Se trataba de una apreciación miope o sostenida únicamente en las maniobras de despachos, donde ha dejado de tener sitio la frustración palestina.

La actual administración norteamericana está enojada con lo que está pasando en Israel. Biden no aprecia a Netanyahu, que lo ninguneó cuando era Vicepresidente de Obama. Pero es un aliado férreo de Israel, y presume de ello como han gustado de hacerlo la mayoría de los líderes demócratas. Esta Casa Blanca se opone a la degradación escandalosa de la democracia israelí, porque le estropea la retórica Democracia vs. Autoritarismo que fundamenta la doctrina Biden para las relaciones internacionales. Y le molesta la agresividad de este gobierno israelí extremista hacia los palestinos, porque Washington mantiene su apoyo a la ficción de los dos Estados como fórmula de solución para el conflicto israelo-palestino. Pero nunca pasa de tibias reprimendas verbales. Biden no ha hecho nada eficaz para frenar a Netanyahu.

Por eso nadie puede sorprenderse de la declaración de solidaridad con Israel, sin reservas ni matices, después del ataque de Hamás. Se diría que el hecho de que la mayoría de las víctimas sean civiles o de que haya norteamericanos entre los rehenes tomados por Hamás no dejaba al Presidente norteamericano otra opción. Pero quienes sufren la brutalidad de la ocupación en Cisjordania o en Jerusalén también son ciudadanos de a pie, quienes, por añadidura, carecen de un aparato militar solvente ue los proteja.

No obstante, Biden tiene en su mano un carta que puede favorecer la confluencia entre Arabia Saudí e Israel. Se trata de garantías militares sólidas (en forma de Tratado o de otra forma jurídica) que Riad pretende y que sólo Washington puede proporcionarle. La joya sería la  cooperación nuclear; o dicho de otro modo, la luz verde para desarrollar su propio programa atómico. De esta forma se disiparía la desventaja estratégica del reino saudí con respecto a Irán, que tras la denuncia del acuerdo internacional por Trump, está ya cerca de convertirse en una potencia capaz de desarrollar un arsenal nuclear.

Esta arquitectura de alianzas bilaterales múltiples está basada en el juego de los equilibrios. Irán y Arabia resuelven su dialéctica de amenaza recíproca con la garantía de la disuasión. Israel se protege ante Irán mediante un acuerdo de defensa con Arabia Saudí. Y Estados Unidos se convierte en garante de la nueva estabilidad. Los palestinos pierden o son obligados a aceptar las migajas de un reparto de poder que los ignora como actor propio. Irán se erige como única baza real de presión de los palestinos, pero Teherán podría sacrificar el apoyo que les presta si sus adversarios le brindan garantías sólidas de seguridad para su régimen.

En este decorado aparecen, sin embargo, otros actores principales hasta ahora secundarios: China y, en menor medida, Rusia. Pekín se ha asegurado un puesto en este nuevo orden regional al favorecer la aparente reconciliación entre Arabia e Irán. Algo que preocupó sobremanera a Washington y, en parte, aceleró el trabajo diplomático israelo-saudí. Los chinos tienen intereses muy importantes en su relación con Arabia. Necesitan su petróleo para garantizar la continuidad de su desarrollo económico, en un momento en que su modelo económico zozobra. Pero también su mercado, vital para sus rubros exportadores. Por su parte, los saudíes ven en China un socio imprescindible por su valor tecnológico y militar, que, por añadidura, no pone condiciones ni pide cuentas políticas o ideológicas, como a veces hace Washington. También Israel ha desarrollado una vía de entendimiento con Pekín.

China ha favorecido la inserción de Irán y de Arabia Saudí en el club de los BRICS, a pesar de las reticencias de alguno de sus miembros, lo que demuestra el interés reforzado de Pekín en Oriente Medio. En el pulso geoestratégico mundial, esta región cobra una importancia en absoluto despreciable o secundaria como se creía hace sólo dos o tres años.

Y finalmente, Rusia. La guerra de Siria le permitió recuperar parte del poder perdido, como apoyo vital para el sostenimiento del régimen de Damasco, el principal aliado de Irán en la región. A partir de la pasarela siria, Moscú ha construido una relación más fecunda con Irán, que abarca todos los dominios imaginables. Ante el desafío de su guerra en Ucrania y la hostilidad occidental, Rusia no puede escatimar apoyo alguno. Los ayatollahs están nutriendo el arsenal ruso y ambas potencias se sienten legitimadas para cooperar en el escamoteo de  sanciones económicas y financieras internacionales. Irán puede ser un socio muy útil también en el Cáucaso y en Asia Central, dos zonas de tradicional influencia rusa, última en decadencia. En la presión internacional sobre Irán por el programa nuclear debe darse ya por eliminada la palanca rusa.

Este complejo panorama, articulado en varios niveles geográficos y políticos, ayuda a entender esta nueva guerra en Oriente Medio. Que quizás puede ser la última, pero seguramente será tan sangrienta, destructiva y cruel como las anteriores.

LA EUROPA MÁS RANCIA

4 de octubre de 2023

El triunfo del partido SMER-D en Eslovaquia el pasado fin de semana ha encendido las alarmas de medios liberales en Europa, que lo ven como un riesgo para la cohesión en la guerra de Ucrania y un reforzamiento del frente trumpista en el continente. Hay parte de verdad, pero también un sesgo de mixtificación y propaganda útil en estas proclamas.

El SMER-D es un partido populista diferente al de otros que han proliferado en Centroeuropa. Sus orígenes se remontan al antiguo Partido Comunista checoslovaco. Una facción reformista abandonó el viejo partido prosoviético para constituir el Partido de la Izquierda Democrática (SDL), de filiación socialdemócrata, a imagen y semejanza de lo que ocurrió en otros países vecinos exaliados en el Pacto de Varsovia (Chequia, Polonia, Hungría, Bulgaria, Rumania), o pertenecientes a la reventada Yugoslavia (Eslovenia, Croacia, Macedonia...). En Occidente se dieron casos análogos: el más destacado, en Italia, donde el viejo PCI fue desprendiéndose de sus referencias comunistas para ir poco a poco diluyéndose en una izquierda sin apellidos.

LAS PARADOJAS ESLOVACAS

A finales de la década de los 90, se produjo una nueva escisión en antiguo comunismo. Del SDL se desprendió un sector que intentó conciliar el socialismo democrático con ese nacionalismo que para entonces ya se había convertido en el elemento político referencial en Centroeuropa, pese a los intentos liberales de plantar su bandera dominante en la región. Así nació SMER, traducible como Dirección. El líder de esta nueva formación era un tal Robert Fico (pronúnciese Fisho), que ha conservado su influencia personal desde entonces.

El SMER añadió el apelativo Social Democracia a sus siglas y dominó durante década y media la política eslovaca, aunque para ello tuviera que aliarse con conservadores y reaccionarios nacionalistas. Esa colaboración aparentemente contra natura fue la última gota que colmó el vaso de la paciencia de los socialistas europeos, que nunca se habían sentido cómodos con este socio eslovaco. En 2006, el PSE expulsó al SMER-SD de sus filas a los pocos meses de aquel “pacto vergonzante”. Fico se concentró en la coalición, pero, ante las elecciones europeas de 2009 consideró importante la reconciliación con los socialdemócratas europeos y apañó con sus socios de gobierno una declaración buenista sobre valores, derechos humanos y respeto a las minorías. El PSE le compró la rectificación y volvió a admitirlos. En las elecciones europeas, el SMER-SD se confirmó como el principal partido de Eslovaquia.

A partir de aquí, empezaría un paradójico declive. Aunque en las elecciones eslovacas de 2010, el SMER-SD creció más de cinco puntos y obtuvo 12 diputados más, sus socios nacionalistas sufrieron con creces el desgaste y pagaron por su declaración oportunista. El SMER-SD se quedó sin mayoría y se vió obligado a pasar a la oposición.

El nuevo gobierno de democristianos, liberales y húngaros duró apenas dos años. En 2012, el SMER-SD obtuvo una holgada mayoría absoluta en el Consejo Nacional. Esta victoria se replicó en las elecciones europeas de 2014. En un clima de fuerte inestabilidad, el país fue de nuevo a las urnas. En 2016, el SMER-SD volvió a ganar pero con menos margen y tuvo que pactar otra vez con los ultranacionalistas para mantener la mayoría de gobierno.

Ocurrió entonces el acontecimiento que ha marcado la carrera política de Fico. La muerte del periodista Jan Kuciak cuando investigaba asuntos de corrupción en el gobierno desencadenó una crisis política que obligó a Fico a dimitir. Otro dirigente del SMER-SD, Peter Pellegrini, se hizo con el gobierno, pero no con la dirección del partido, que siguió en manos de Fico. Se inició una guerra cruel entre las distintas facciones del SMER-SD, que le costaron las elecciones de 2020. La facción mayoritaria de Fico profundizó en su deriva populista y se desprendió del apéndice Socialdemocracia. En sentido inverso, los seguidores de Pellegrini formaron un nuevo partido, el HLAS (Voz), al que añadieron la divisa Socialdemocracia. Como era de esperar, este nuevo partido parece contar con los favores del PSE, de cara a los comicios europeos de 2024.

En las elecciones de este mes, el SMER ha obtenido algo más del 23% y el HLAS un 15,5%. A pesar de la cruenta batalla de los últimos cuatro años, los adversarios políticos de ambos creen que se comerán sus rencillas y acordarán un pacto que les permita  regresar al gobierno.

Lo que más se ha destacado en medios liberales de este SMER revigorizado es su posición prorrusa, contraria a seguir apoyando a Ucrania (1). Conviene ser cuidadoso con la visión que se tiene desde el Oeste de la política centroeuropea. Como se ha podido deducir de la evolución eslovaca, las fronteras ideológicas son muy porosas o están supeditadas a los intereses de poder de sus líderes. En realidad, el nacionalismo es una suerte de denominador común que ha colonizado a todos los partidos, desde la izquierda a la extrema derecha. Los liberales, que aparentemente se proclaman contrarios a esta fiebre, no son por completo ajenos a ella. Uno de los principales partidos liberales surgido de estas elecciones en Eslovaquia, el SASKA ha sido durante años el aliado de Le Pen y Salvini, bajo el nombre ligeramente distinto de SAS (Solidaridad y Libertad).

POLONIA, COTO CERRADO DE LAS DERECHAS

El 15 de octubre habrá elecciones en Polonia. El PIS (Ley y Justicia), partido ultraconservador gobernante, aspira a mantener su hegemonía política, pese al desgaste experimentado tras ocho años al frente del gobierno.

Sin embargo, los conservadores-liberales de Plataforma Cívica (miembros del Partido Popular europeo) creen haber erosionado el poder del PIS. Estos días sacan pecho después de una gran concentración en la calle, el pasado domingo. Su líder, Donald Tusk, fue el antecesor de Ursula von der Leyen en la Comisión Europea y ha conseguido aunar a las distintas formaciones de derecha moderada en una coalición. Pero Tusk es muy denostado entre esa mayoría social apegada a usos y costumbres conservadores, bajo el liderazgo invisible de la Iglesia católica. En realidad, los conservadores liberales polacos constituyen una facción un tanto aperturista de ese conglomerado que se puso bajo el paraguas de Solidarnosc en los noventa, como herederos del viejo sindicato antisoviético.

El PIS es su expresión más conservadora, pero, aunque parezca extraño, por sus posiciones reaccionarias, no la más extremista. De hecho, para seguir en el poder quizás necesite el apoyo de Confederacja (Confederación), una amalgama de formaciones ultras que espera conservar la decena de diputados que mantiene en el Sejm (Parlamento) saliente (2).

Los nacionalistas ultraconservadores y antirrusos del PIS y los populistas pseudoizquierdistas y filorrusos del SMER coinciden, sin embargo en su visión de Europa (3). Como ocurre con los reaccionarios húngaros del gobernante FIDESZ, que han hecho un largo tránsito desde el liberalismo antisoviético de los ochenta hasta el nacionalismo iliberal prorruso de estos tiempos. El PIS, sin embargo, no dudado en escamotear la ayuda a Kiev cuando sus intereses agrarios se han visto afectados por la “inundación” de grano ucraniano tras el bloqueo ruso del puerto de Odesa. A medida que la guerra se hunda en el estancamiento, la proclamada solidaridad empezará a resquebrajarse por la presión de los intereses económicos y políticos.

VIENTRE Y CORAZÓN

Esta Europa rancia que prolifera en Centroeuropa podría considerarse el vientre del continente, receptor y ecosistema de los instintos más reaccionarios, conspiradores contra el proyecto de integración. Sin embargo, los que se reclaman de ese otro órgano más noble, el corazón, desde donde se dice bombear el europeísmo más solemne, no presentan un comportamiento tan diferente cuando entran en juego los intereses más primarios.

De la misma forma que el SMER estuvo vivaqueando en la órbita socialdemócrata durante años, el PIS fue el socio preferido de los tories británicos antes del Brexit, y hoy en día lo sigue siendo de los Fratelli de Giorgia Meloni. Quizás por poco tiempo.

La primera ministra italiana está flirteando abiertamente con los democristianos alemanes, que no disimulan su deseo de hacerla socia del Partido Popular europeo, en sustitución de Forza Italia, en vías de extinción tras la muerte de Berlusconi. Meloni ha hecho tándem con Úrsula Von der Leyen en unas cuestionables iniciativas de control migratorio, más propias del vientre que del corazón europeos (4). La líder exfascista se lo piensa, porque ese tránsito político puede dejarle todo el espacio político rancio a su socio de gobierno, el líder de la Lega (Liga), Mateo Salvini, representante de la otra facción ultra en el Parlamento europeo, y partidario de una línea más dura en inmigración, orden público y restricción de libertades.

En esta recomposición no encajan aún todas las piezas. El auge de los nacionalistas xenófobos alemanes del AfD (Alternativa por Alemania), socios de Salvini y Le Pen, pone en peligro el cordón sanitario. Si las próximas elecciones regionales confirmaran la hegemonía en los länder del Este que predicen las encuestas, un sector de la CDU apunta ya a considerar una colaboración si eso permite volver al gobierno. Después de todo, la rama bávara de los democristianos (CSU) gobierna ya con los Freewahler FW, (Electores libres), un partido ideológica y programáticamente cercano a la AfD. De hecho, el lider de los FW, Hubert Aiwanger, primero ocultó y luego tuvo que admitir que escribió loas al nazismo en su época de juventud. Nunca se ha retractado (4).

Baviera celebra elecciones este domingo y todo indica que ese binomio CSU-FW puede repetir. El jefe del gobierno bávaro y líder de la CSU, Markus Söder, tampoco oculta sus pretensiones de dirigir la CDU a escala nacional, si el actual liderazgo del partido no se muestra capaz de acabar con la actual coalición “Jamaica (socialdemócratas, verdes y liberales) que gobierna en Berlín.

 

NOTAS

(1) “Fiko spooks Europe as slovak strongman cements remarkable return”. TIM GOSLING.BIRN (Balkan Investigative Report Network), 2 de octubre; “Slovaquie: un parti populiste opposé à l’aide a l’Ukraine, arrive en tête des législatives”. LE MONDE, 1 de octubre.

(2) “Poland gripped by febrile pre-election atmosphere as mud-slinging intensifies”. PATRICK VINCOUR. THE GUARDIAN, 12 de septiembre.

(3) “Don’t give a Poland a pass, Warsaw ‘s support for Ukraine should not obscure its assault at democracy at home”. PIOTOR H. KOSICKI. FOREIGN AFFAIRS, 24 de julio.

(4) “UE: Ursula von der Leyen donne des gages a la droite”. LE MONDE, 13 de septiembre.(5) “The land of Lederhosen, beer and political chaos”. JOHN KAMPFNER. FOREIGN POLICY, 2 de octubre