12 de julio de 2017
El
Califato ha sido derrotado. La “liberación” o “conquista” o toma de Mosul por
las fuerzas militares iraquíes, con el inestimable apoyo de una coalición
internacional formada por más de 70 países, acaba con la enésima ensoñación de
un pseudo-estado teocrático.
Después
de Mosul, vendrá el asalto a Raqqa, la ciudad siria donde el EI ha establecido
su aparato de gobierno. Se prevé otro ciclo de destrucción masiva, de desamparo
descomunal. Mosul y Raqqa son las dos caras de este ensayo condenado desde un
principio, pero inevitable para mentalidades mesiánicas.
Pero
estas son derrotas militares, no morales, advierten los propagandistas islamistas.
El Daesh no ha muerto, aseguran los
yihadistas. Se repliegan y preparan para el próximo combate. Otros espacios
alternativos como Libia o el Sahel tampoco parecen seguros. Ni siquiera el
extremo oriente (Filipinas, Indonesia) se antojan áreas libres de riesgo
exterminador. No importa. Las profecías de la inminente batalla definitiva
contra el Infiel tendrán que ser reescritas. Esa reinterpretación de la
realidad, pasada, presente, para anticipar el futuro, se lleva haciendo durante
siglos. Los tiempos de Alá son infinitos.
La
victoria anima, pero la derrota enfebrece. La épica de la derrota resulta
siempre más seminal que los dividendos de las victorias. Hay una mística del
martirio que resulta esencial en el discurso yihadista. La muerte es una forma
rápida de tránsito al paraíso cuando se ingresa por la puerta grande del
sacrificio y la rendición incondicional a los designios divinos. De ahí que la
dudosa muerte del Califa Al Baghdadi no constituya un factor adicional de
debilidad yihadista. Como no lo fue la liquidación de Bin Laden. Lo que resulta
más perjudicial para estos grupos es la desaparición de sus cuadros medios y
operativos (1).
Entre
los especialistas hay un debate sobre un previsible cambio de naturaleza del Daesh. Incluso sobre su posible
transformación en una organización distinta. Esta idea del yihadismo como
crisálida que va mutando al albur de la respuesta occidental y de sus propias
contradicciones no es nueva. El Daesh
fue una respuesta a la crisis de Al Qaeda, a su debilidad y su agotamiento, y
no sólo derivado de los golpes recibidos tras el 11 de septiembre.
Al
Qaeda atesora aún una cierta legitimidad fundacional en el yihadismo más
reciente. Y, lo que es igualmente importante en este icónico mundo actual,
conserva la patente del atentado más audaz de los tiempos presentes. La imagen
del derrumbamiento de las Torres Gemelas constituye un imán propagandístico
insuperable.
Por
esa razón, algunos analistas estiman que la derrota del Daesh podría provocar
una especie de resurrección de la
veterana organización fundada por Osama Bin Laden. Pero, en opinión de Daniel
Byman, director del Centro para Oriente Medio de la Brookings Institution, el
declive de Al Qaeda es inevitable. La fractura generacional y la esclerosis de
los veteranos discípulos de Bin Laden parece irreversible (2).
UNA
RESISTENCIA A PRUEBA DE DERROTAS
En
todo caso, el proyecto de Califato queda congelado por tiempo indefinido. Pero
los expertos occidentales advierten que el “terrorismo islamista” no sólo no va
a desaparecer, sino que, tras Mosul y Raqqa, es previsible que se incrementen
los atentados y se hagan más salvajes, más devastadores (3).
Muchos
de ellos pertenecen a escuelas de pensamiento y aparatos de seguridad que
ignoran o desprecian las causas profundas del yihadismo y se limitan a combatirlo.
Para ellos, está más que justificado el mantenimiento de las medidas especiales
de seguridad, de los estados especiales o de excepción, con la denominación o
la justificación que se le quieran dar. Macron lo ya dejado claro. La
prolongación del Estado de guerra ha sido una de las primeras medidas de sus
dos primeros gobiernos.
Ciertamente,
la lucha adoptará sus clásicas formas de guerrilla urbana, de combate informal.
Seguirá habiendo atentados en las calles y espacios públicos de nuestro mundo.
Con Califato o sin Califato, con el Daesh o con la criatura en la que se
resuelva o prolongue. Con medidas policiales y judiciales reforzados o
extraordinarias o sin ellas (4). La lucha yihadista, como cualquier otra que se
reclame de un propósito divino, nacional o utópico, está plagada de estímulos
alentadores mucho más fuertes que el desánimo ocasionado por los fracasos
políticos o el encadenamiento de derrotas militares.
Más allá del terrorismo de origen
islamista, la mayoría de las organizaciones de lucha armada relacionadas con la
causa árabe, o más específicamente, palestina, en los últimos setenta años, han
demostrado una capacidad indomable de adaptarse a las circunstancias, a los
reveses, a las derrotas.
Las guerrillas palestinas de los setenta se transformaron
en una energía combativa más enraizada en la vida cotidiana hasta adoptar la
forma de resistencia civil y popular, violenta y pacífica a la vez, conocida
como Intifada. El terrorismo brutal
de oscuros grupúsculos montados o infiltrados en los ochenta por aparatos de
seguridad de estados regionales hostiles a Occidente (Siria, Irak, Libia,
Sudán) o demonizados por el poder imperial agotó su tiempo y se convirtió en
semilla de las nuevas formas de violencia organizadas en el albor del presente
siglo.
A
veces estas transformaciones sucesivas sorprenden por su extraordinaria
ductilidad. La aparente derrota abrumadora del Baas iraquí sobrevivió a la humillante liquidación física del
dictador. El aparato militar y de inteligencia de Saddam, en su día enemigo
jurado de cualquier forma de yihadismo, resultó esencial para construir la
maquinaria militar y pseudo estatal del Daesh,
como pareció demostrar la documentación revelada en su día por el semanario
alemán DER SPIEGEL.
Incluso
se han dado perversiones asombrosas. Como la protagonizada por una secta
argelina que, en los terribles noventa, se volvió violentamente contra Alá por
haber permitido la derrota del proyecto islamista y se entregó a los actos más
repugnantes de terror.
Siempre
habrá alguien que pueda robar un vehículo y arrollar a unos viandantes en
cualquier ciudad. Porque considere que es su obligación como devoto musulmán. O
porque haya llegado a la conclusión de que un acto terrible contra los infieles
puede lavar los pecados de una vida impía. Los “lobos solitarios” se antojan
inextinguibles, aunque algunos analistas hayan puesto en duda la pertinencia, e
incluso la realidad de esta figura (5).
La
atracción por la energía destructiva es la formulación teorizada de un primario
sentimiento de frustración que reclama venganza, retribución, oprobio. Los
califatos históricos construyeron civilizaciones, sin renunciar a la violencia
o incluso al terror, como cualquier otra forma estatal, de cualquier confesión
o credo. El Califato de Al-Baghdadi fue una caricatura. Pero ha resultado útil
para quienes están dispuestos a morir por no haber encontrado sentido real a
sus vidas.
NOTAS.
(1) “¿Is
ISIS leader Baghdadi still alive? What his death would mean for the Group’s
survival”. COLIN P. CLARKE. FOREING
AFFAIRS, 22 de junio.
(2) “Judging
A-Qaida´s record”. DANIEL L. BYMAN. MARKAZ.
BROOKING INSTITUTION, 29 de junio.
(3) “¿What
comes after ISIS? (Varios autores). FOREIGN
POLICY, 10 de julio.
(4) “ISIS, despite heavy losses, still inspires
global attacks”. BEN HUBBARD y ERIC SCHMITT. THE NEW YORK TIMES, 8 de julio.
(5)
“Lone-Wolves no more. The decline of a myth”. DAVEED GARTENSTEIN-ROSS. FOREING AFFAIRS, 27 de marzo.