LIBIA: FINAL PATÉTICO, PRINCIPIOS INQUIETANTES

25 de octubre de 2011

La Revolución libia ya nos ha dejado ese testimonio negro, oscuro, inquietante que suele ser inevitable en los cambios violentos de régimen. Un Gaddaffi reducido a la condición de pelele, zarandeado, ninguneado y vejado, conducido presumiblemente a un fin indigno y molesto para los que, desde Occidente, ha propiciado su caída definitiva.
Gaddafi ha sido asesinado. De eso casi nadie con cierta capacidad de análisis puede albergar la mínima duda. Los combatientes que tomaron al asalto su feudo natal en Sirte terminaron apresándolo después de una caótica y chapucera huida. Al final, el coronel libio sintió el frío de la soledad -apenas una docena de fieles lo protegieron en sus últimas horas de vida- antes de la oscuridad definitiva y total. Una de las múltiples versiones que circularon la semana pasada es que, al cabo, se había terminado escondiendo en unas tuberías inmundas. Un zulo fue el último refugio del hombre más poderoso de Libia.
Igual que le ocurrió a Sadam, solo que el dictador iraquí fue capturado por soldados norteamericanos, y se ahorró el linchamiento. Tuvo el juicio esperable y el final no menos previsible. Gaddafi no ha gozado de la misma suerte. No es su vida lo que estaba en juego, sino lo que le restaba de dignidad. No se la permitieron. Revuelven las tripas esas escenas. No hay que extrañarse. Pedir que hubiera habido sensatez, cabeza, civilización después de todo lo ocurrido, resultaría extravagante.
Uno de los últimos acompañantes, familiar y responsable de uno de sus guardianes pretorianos, ha contado las últimas horas de Gaddafi. Rezaba, no podía hablar con nadie, por temor a ser detectado. Ni siquiera con su hijo, Mutasim, que 'organizaba' la huida y al fin compartió la misma suerte.
Gaddafi tenía una pistola cuando fue apresado. No la usó contra sí mismo. ¿Fue tan ingenuo para suponer que le respetarían? Más bien cabe suponer que se debió a razones religiosas. Imploró, según se escucha en el audio de las imágenes, en uno de los testimonios más patéticos de los últimos tiempos.
Las autoridades provisionales (nunca mejor empleado el término) prometen una investigación de los hechos. No se lo cree nadie. De hecho los combatientes respondieron con un cínico encogimiento de hombros. La autopsia realizada deja más dudas de las que resuelve. Más allá del tiro en la cabeza, ¿qué más tormento padeció el otrora 'Guía'? El portavoz de Human Rights Watch no sólo ha denunciado el linchamiento de Gaddafi sino también de, al menos, otro medio centenar de leales, ejecutados sin miramientos en un hotel de Sirte, con disparos en la cabeza y brazos atados a la espalda.
En Occidente no habrá mucha pena. Esa molestia por las incómodas imágenes del linchamiento se disipará pronto. Las reclamaciones de investigación suenan muy formales y tendrán un vuelo muy corto. Después de todo, el principio del fin se produjo después de que aviones franceses destrozaran la columna de Gaddafi. ¿Tiene algo que ver esa operación con la misión oficial (proteger a la población civil)?. Es más que evidente que no.
Lo que ahora importa a los influyentes de este lado del mundo es que los recursos del petróleo libio sirvan para abultar las carteras de pedidos de las empresas europeas que pugnarán por los contratos de reconstrucción. Numerosos hombres de negocios ensucian estos días sus zapatos en las destruidas ciudades libias asegurando sus intereses.
En quince días se anuncia un gobierno interino, para preparar las elecciones y una nueva constitución. Todo indica que la inestabilidad no ha acabado con el fin nauseabundo de los combates. Son más que apreciables las tensiones regionales. En el oeste del país se acepta de muy mala gana el protagonismo creciente de Bengazzi y la región Cirenaica. Allí se proclamó la 'liberación'. En Misrata, 'ciudad mártir', donde fue trasladado -y donde permanece- el cadáver de Gaddafi y su hijo como trofeos de guerra, se molestaron a modo. Tripoli aparecía como un lugar neutral. O más bien neutralizado. Pero se le negó el honor de albergar la ceremonia de 'liberación'. Los gaddafistas adoptan desde hace semanas el arte del disimulo. A algunos no les dio tiempo a cambiarse de bando, como si han podido lograrlo muchos de los dirigentes del CNT.
Los primeros indicios de la orientación del nuevo régimen abundan en las previsiones de un 'neoislamismo' poderoso, hegemónico. Habrá resistencia, porque muchos jóvenes no están por la labor de un repliegue piadoso. Pero parece inevitable un giro religioso. Salvando las distancias, como en Túnez, donde Ennahda (Renacimiento) emerge como la fuerza hegemónica del proceso electoral. Los que quieren ver detrás de su potencia política el dinero del Golfo pérsico olvidan la importante implantación social según las pautas de los Hermanos Musulmanes, de Hamas, de Hezbollah y de tantos movimientos islamistas. En Túnez, es más plausible la combinación de ambos factores y el poder del Islam como factor de identificación nacional y cultural antes que religioso.
Libia y Túnez, pues, tan cercanos, tan distintos a la vez, compartirán seguramente el designio dominante del proceso revolucionario árabe: muchas expectativas incumplidas, deriva conservadora, cierto mantenimiento de la dependencia occidental, pero discurso identitario nacionalista, quizás como compensación más bien 'soft' de lo anterior.