OCCIDENTE SE IMPLICA CADA VEZ MÁS EN LA GUERRA DE UCRANIA

27 de abril de 2022

La guerra de Ucrania ya se ha internacionalizado por completo. En realidad nunca ha sido del todo un conflicto bélico entre sólo dos contendientes. La guerra moderna no se libra solamente con medios militares ni únicamente sobre el terreno. Los recursos políticos, económicos y de información, inteligencia y propaganda son cada vez más determinantes.

Ucrania no lucha sola, pese a las reclamaciones continuas del presidente Zelensky, por lógicas y comprensibles que sean. Pese a la diferencia abismal aparente de los ejércitos de ambas partes, Ucrania no sólo se ha beneficiado de los errores tácticos del mando militar, la supuesta falta de motivación de los soldados o los errores logísticos de Rusia. A estas alturas es imposible negar, salvo por motivaciones propagandísticas, que la intensidad, amplitud y variedad del apoyo occidental a Ucrania constituyen claramente una participación decisiva en la guerra ( ). Estas son las distintas categorías de la ayuda occidental:

1) INTELIGENCIA. El ejército ucraniano ha contado desde el principio con la ayuda muy precisa de la inteligencia occidental (fundamentalmente de Estados Unidos), lo que le ha permitido anticipar los movimientos de la fuerza expedicionaria rusa, detectar de forma temprana sus debilidades y planificar mejor defensas y contraataques. En conversaciones privadas (y a veces incluso públicas, con la obligada discreción), los mandos militares de la OTAN no esconden la importancia de este factor en el desarrollo de la guerra.

2) ARMAMENTO. A esto se añade, contra la narrativa dominante en los medios menos objetivos, un apoyo exterior en armamento, que ha sido incremental en cantidad, pero sobre todo en calidad. La brecha tecnológica de las máquinas bélicas que está recibiendo Ucrania en las últimas semanas está supliendo poco a poco la inferioridad numérica con que afrontó el inicio de los combates.

La cautela de las primeras semanas era, a la vista de lo ocurrido después, más táctica que estratégica. No se quería provocar a Rusia con una involucración directa, se decía en las capitales occidentales o en la OTAN. El desencuentro con Polonia sobre la propuesta de envío de los Mig-29 de fabricación soviética con que cuentan los países del Este europeo fue quizás el mejor ejemplo de ese prudencia frente al riesgo de una extensión del conflicto (2). Mientras se desarrollaba este debate, el goteo de armamento crucial para detener la ofensiva blindada de Rusia continuaba incesantemente, en menor cantidad y con más lentitud de lo que hubiera querido Zelensky, pero con una intensidad que sólo justifican sus quejas como una forma de presionar a sus aliados no formales pero si fácticos (3).

Es evidente que el giro que se produce en la guerra tras los primeros diez días, con el atasco del avance ruso, animó a soltar amarras en la participación militar subrogada de las potencias occidentales en favor de la resistencia ucraniana.

Solo Estados Unidos ha destinado 1.600 millones de dólares suplementarios en rearmar al ejército ucraniano desde el comienzo de la guerra. Los misiles anticarro Javelin han sido decisivos en el freno de la ofensiva rusa; a los que hay añadir otras armas antitanque ligeras, de uso individual, proporcionadas por distintos países de la OTAN. En marcha se encuentran también las baterías artilleras de obuses remolcados Howitzer. Hasta Alemania, reticente durante muchas semanas, se ha decidido a enviar sistemas antiaéreos. Distintos especialistas militares coinciden en señalar que esta panoplia creciente ha resultado mucho más decisiva que la valentía o el coraje de los combatientes locales.

3) ENTRENAMIENTO Y CAPACITACIÓN. Otro elemento del que se ha hablado menos ha sido el apoyo previo que Ucrania ha recibido de Occidente para mejorar su capacidad de combate ante el riesgo de una invasión. Desde el fiasco de Crimea, las fuerzas armadas ucranianas han recibido de la OTAN un intenso y extenso entrenamiento y una novedosa capacitación, a partir del conocimiento propio de las doctrinas de actuación rusa, que no han variado sustancialmente desde la era soviética (4).

4) MÁXIMA PRESIÓN ECONÓMICA. También se ha debatido mucho si el acogotamiento de la economía rusa podría terminar por bloquear el esfuerzo bélico del Kremlin y favorecer un estimulo negociador. Es un dilema difícil de resolver. Los ejemplos históricos nos demuestran que las sanciones hacen mucho daño a las poblaciones, pero no siempre ponen de rodillas a las autocracias. El ejemplo más reciente es el de Irán.

Aunque la maquinaria militar de Rusia no sufrirá de inmediato por el aislamiento económico que le ha impuesto Occidente como castigo a su agresión, es innegable que las sanciones constituyen una forma de guerra muy dañina a medio y largo plazo. Ni siquiera un eventual acuerdo para acabar a la guerra acarreará el levantamiento de las sanciones. Por el contrario, éstas pueden convertirse en una herramienta de presión para arrancar concesiones al Kremlin, como ya están proponiendo algunos analistas desde think-tanks e instituciones de análisis y planificación (5).

La conjunción de todos estos recursos han amplificado los errores y defectos de planificación y ejecución del ejército ruso. Pero todavía resulta imposible establecer qué es lo que más ha pesado en la prolongación de una campaña que seguramente Putin había previsto más corta o menos penosa, en pérdidas humanas (15.000 muertos, según algunas fuentes, no del Kremlin) y en prestigio militar y político.

5) ESTRATEGIA A LARGO PLAZO. Pero actualmente, lo que convierte esta guerra formalmente bilateral y desigual al principio en un conflicto internacional y más equilibrado en estos momentos es el aparente cambio de estrategia de Estados Unidos (6) y de algunos de sus socios occidentales (Reino Unido y los estados europeos más cercanos a Rusia). La reunión militar de 40 países esta semana en la base norteamericana de Ramstein (Alemania), bajo el liderazgo del Secretario de Defensa, Lloyd Austin, marca una nueva fase de la involucración de en la guerra. Como el propio Austin dijo, “ahora se trata de debilitar a Rusia para que no pueda repetir una agresión” como la infligida a Ucrania (7). Desde círculos próximos a los lobbies de la industria militar se apuntan ya las armas que podría recibir Kiev más pronto que tarde, por ejemplo, los drones llamados kamikazes, más versátiles y destructivos que los turcos (8). Otro elemento de presión podría ser el estímulo de movimientos de protesta y operaciones encubiertas de desestabilización dentro de Rusia y en los países vecinos afines, como sugieren algunos veteranos de la CIA (9).

El objetivo de toda esta reorientación no es poco ambicioso: prolongar la guerra hasta que resulte insoportable para Moscú y obligue a Putin a considerar una retirada de Ucrania sin cumplir siquiera los objetivos mínimos, es decir, el control de todo el este (Donbás) y sureste del país. Lo que equivaldría a una derrota. Esta recalibración estratégica plantea aún serios problemas. No es probable que Putin pueda aceptar una conclusión catastrófica de su “aventura ucraniana”, porque su propia estabilidad en el Kremlin se vería seriamente cuestionada. No sería prudente poner al presidente ruso entre la espada y la pared, por el riesgo de una escalada que podría conducir al empleo del arma nuclear. A día de hoy, este riesgo parece bajo o muy bajo (10 ). Pero no nulo. De ahí que la involucración de Estados Unidos y de sus principales aliados en la guerra, aunque sea cada día más profunda, siga una estudiada pauta de contención.



NOTAS

(1) “Sommes-nous déjà en guerre? Mais comment définit-on la guerre en 2022? SILVIE KAUFFMANN. LE MONDE, 9 de marzo.

(2) “Ukraine wants NATO jets. Biden says not yet”. AMY MCKINNON, FOREIGN POLICY, 9 de marzo.

(3) “Guerre en Ukraine: les armes qui ont fait la difference”. ELISE VINCENT. LE MONDE, 8 de abril; “Le drone turc qui galvanise la resistance ukranienne”. JEAN-PIERRE FILIU. LE MONDE, 3 de abril; “The West finally start rolling out the big guns for Ukraine”. FOREIGN POLICY, 15 de abril; “What to know about the role that Javelin anti tank missiles could play in Ukraine’fight against Russia”. WASHINGTON POST, 13 de marzo; “Ukraine is wrecking Russian tanks with a gift from Britain”. NEW YORK TIMES, 18 de marzo;

(4) “The secret of the Ukraine’s military success: years of NATO training”. WALL STREET JOURNAL, 20 de abril.

(5) “The sanctions war is just beginning”. RICHARD NEPHEW. FOREIGN AFFAIRS, 31 de marzo;

(6) U.S. allies plan for long-term isolation of Russia. A new strategy would mark a return to containment after years of seeking cooperation an coexistence with Moscow”. KAREN DE YOUNG y MICHAEL BIRNBAUM. THE WASHINGTON POST, 17 de abril.

(7) “Behing Austin’s call for a ‘weakened’ Russia,  hint of a shift. DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 25 de abril.

(8) “Ukraine needs a whole lot of deadly drones. Kamikaze swarms can overwhelm Russian defenses”. CHRISTOPHER BRONK y GABRIEL B. COLLINS. FOREIGN POLICY, 13 de abril.

(9) “A shadow war against Putin”. DOUGLAS LONDON. FOREIGN AFFAIRS, 11 de abril.

(10 ) “Why the war in Ukraine won’t go nuclear”. GIDEON ROSE. FOREIGN AFFAIRS, 25 de abril.

UNA VICTORIA INSUFICIENTE DE MACRON

 25 de abril de 2022

La reelección de Macron (58,8%) no ha debido sorprender a nadie. La amplitud de su victoria, algo más de dieciséis puntos, es ligeramente superior a la que predecían las últimas encuestas (al menos la media de todas ellas). Pero ahí se acaban las buenas noticias para el presidente. Con respecto a 2017, con los mismos protagonistas, Macron pierde más de siete puntos, los mismos que gana su adversaria. Marine Le Pen vuelve a ser derrotada, pero en cada elección obtiene un mejor resultado que en la anterior. Franquea ahora muy claramente la barrera del 40% (41,20%).Hace cinco años superó el tercio de los sufragios (33,9%).

Hay victorias que dejan un poso de insatisfacción, de malestar. Y hay derrotas que se presentan como amagos o antesalas de victoria y animan a seguir intentándolo. La elección de ayer en Francia se acerca a este patrón. Desde hace años, la consigna que más ha unificado al consenso centrista en Francia ha sido “parar a la ultraderecha”. Lejos de ello, el nacional-populismo sigue creciendo, ya no asusta a casi nadie y consigue votos prestados o cedidos de una derecha conservadora desorientada y privada de un liderazgo sólido. En ningún otro país europeo occidental el nacionalismo conservador radical puede acreditar un resultado tan potente en las urnas, ni puede presumir de una conexión tan próxima con el electorado.

Macron ha prometido una “nueva era” y no una simple continuidad de su gestión en estos cinco últimos años. Al Presidente francés se le dan muy bien las frases solemnes y las grandes ideas, algo muy arraigado en la cultura política francesa. Pero él sabe mejor que nadie que el crédito de que disfrutaba la noche de su triunfo en mayo de 2017 se ha visto reducido. Y no es aventurado decir que el miedo a Le Pen le ha permitido obtener todavía algunos votos de la izquierda huérfana de ideas y de dirigentes solventes. Los analistas aseguran que estos dos últimos años de crisis por la pandemia y sus consecuencias no dejarán indemnes a nadie. Es una consideración razonable. Pero lo curioso es que Macron se ha pasado toda la campaña resaltando la estupenda gestión que su gobierno ha hecho de la crisis. Los electores no lo han entendido así y le han rebajado su apoyo.

Marine Le Pen no se rinde. Como se ha dicho, tiene motivos para seguir batallando. Pero, con la exageración propia de las opciones extremas, pretende convertir su derrota en victoria. En la noche del domingo emplazó a sus colaboradores, a sus seguidores y a sus votantes a confirmar sus aspiraciones en las legislativas de junio. La jaula de la doble vuelta sigue siendo un inconveniente demasiado pesado para que consiga una representación parlamentaria acorde a la voluntad popular. Pero la apuesta de Le Pen está clara y ella misma lo ha dejado entrever: seducir a la Francia conservadora que aún teme entregarle su confianza.

El otro candidato que obtuvo un buen resultado en la primera pero sin llegar al mínimo para competir en la contestación final, el izquierdista Melenchón, ha minorada la victoria de Macron, se ha felicitado por la derrota de Le Pen y ha convocado a toda la izquierda, ahora desunida e impotente, para que apoyen a sus insumisos y lo confirmen como el partido de la unidad popular.

Macron, Le Pen y Melenchón (al frente de sus respectivas formaciones) representan casi las tres cuartas partes de la voluntad electoral de Francia. Las argucias del sistema electoral no permitirán una traducción fiel de esta realidad política. Pero  los resultados de estos comicios obligan a pensar en una reforma seria de las instituciones de la V República si Francia pretende ser una democracia política creíble.

MACRON-LE PEN: UN DEBATE PREVISIBLE

 21 de abril de 2022

Pocas sorpresas, reafirmación de posiciones y estrategias en cada parte y resultado abierto a interpretaciones. El debate de este miércoles entre los dos candidatos finales a la Presidencia de la República Francesa no es previsible que altere la voluntad de los indecisos o más bien de los abstencionistas dubitativos.

Macron se mostró quizás más a la ofensiva de lo que ciertos analistas esperaban, no tanto por necesidad (los sondeos le auguran un cómoda victoria) cuánto por poner en evidencia las contradicciones y fragilidades programáticas y argumentativas de su adversaria, sobre todo en lo referente a las propuestas económicas y de gestión de los servicios públicos.

Hubo momentos de tensión, como es natural, pero dentro de los límites aceptables en un formato tan encapsulado como son los debates electorales. Cada contendiente trató de afirmarse en las actitudes en que se sentían más seguros.

Una de las polémicas más vivas tuvo lugar cuando el presidente en ejercicio reprochó a la aspirante sus vinculaciones económicas con la Rusia de Putin (financiación de su partido por un banco ruso), que ella defendió por la falta de apoyo crediticio de las entidades francesas.

El dirigente liberal se regodeó en sus dominio del lenguaje y los conceptos económicos y técnicos para descalificar la inconsistencia de su oponente en asuntos como fiscalidad, inversión, deuda y macroeconomía. Le Pen insistió una y otra vez en su cercanía a los problemas de las clases modestas y su contacto permanente con la gente que sufre para sacar adelante sus vidas, frente a su rival, a quien reprochó altanería y falta de empatía.

La líder nacional-populista hizo un esfuerzo permanente de moderación en las formas, sin renunciar a la dureza de sus medidas sobradamente conocidas en materia de inmigración, religión, delincuencia, justicia y seguridad. En contraste con lo sucedido en 2017, su representación fue aceptable y salió viva del enfrentamiento.

Particular interés tuvo, ya en la recta final del debate, el intercambio incluso atropellado de reproches a cuenta de la reforma política y la mejora del sistema democrático. Le Pen defendió el recurso del referéndum como vehículo directo de la voluntad popular, entre otras cosas para reformar la Carta Magna y favorecer un legislativo más representativo. Macron acusó a su adversaria de ignorar la Constitución y de no respetar la legitimidad de la Asamblea Nacional.

De fondo a la polémica subyace un sistema electoral manifiestamente diseñado para favorecer el bipartidismo centrista y eliminar las opciones más radicales. Es un hecho que con un sistema más proporcional, sin elecciones a doble vuelta, el partido de Marine Le Pen obtendría una mayor representación en el Parlamento. Con el sistema actual, se propicia el cordón sanitario que ha creado esta paradoja peligrosa de la política francesa: siendo la segunda candidata presidencial sin apenas discusión, su partido se ve reducido a una marginalidad provocada por la coalición de los partidos centristas que se benefician del sistema mayoritario de las segundas vueltas.

En definitiva, un debate que seguramente no cambiará muchas voluntades ni animará a votar a quienes no se sientes defendidos por ninguno de los contendientes. Las últimas encuestas indican una ventaja de hasta trece puntos a favor de Macron. Pero es preciso recordar que, en 2017, éste se impuso por 22 puntos (66%-34%). Un resultado peor que éste no sería una buena noticia para el actual Presidente.

FRANCIA: UNA DECISIÓN SIN ENTUSIASMO

18 de abril de 2022

En apariencia, la elección de la cúspide política de Francia es idéntica a la de hace cinco años. Los dos contendientes en la ronda final de las elecciones presidenciales son los mismos que en 2017: Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Pero ni el uno ni la otra son exactamente los mismos, las circunstancias que les rodean son en cierto modo diferentes y, sobre todo, el cambio del ecosistema político se ha confirmado y profundizado tras el 10 de abril. La primera vuelta de las elecciones dejó estas lecciones básicas:

1) Los dos candidatos triunfadores mejoran sus resultados de 2017 (más de tres y de dos puntos, respectivamente), pero no establecen una bipolaridad política: necesitan de los demás para aspirar al triunfo definitivo. Y como hace cinco años, ese alineamiento parece claro: de un lado, las formaciones del consenso centrista agrupadas a regañadientes en torno a una figura liberal, reformista y europeísta; del otro, un nacionalismo populista que, sin abandonar del todo sus referencias identitarias y tradicionalistas, se orienta cada vez más a convocar a las clases populares, frustradas por la inoperancia de la izquierda sistémica.

2) El modelo partidista dominante de la V República queda completamente impugnado en las urnas. Los gaullistas de origen, maridaje liberal-conservador, y los socialistas, como alternativa de un progresismo vacilante y contradictorio, han sido laminados. Nunca hubo bipartidismo en Francia, pero tras el mandato de Giscard en la segunda mitad de los setenta, se había implantado una alternancia similar a la británica, la alemana o la española, pilotada por los dos polos del consenso centrista, con las correcciones aportadas por los partidos menores.

3) La batalla de la ultraderecha la ha ganado abrumadoramente Le Pen. El nacional-populismo que ella defiende se ha impuesto al identitarismo racista del polemista Zemmour (7%). No es previsible que este triunfo le sirva a Le Pen para alcanzar el Eliseo, tampoco en esta ocasión,  pese a su moderación y “desdiabolización” de los últimos años. Pero se consolida como expresión genuina del estado de ánimo permanente de un tercio del electorado, de la Francia popular, perdedora y resentida por el desigual e injusto dividendo de la globalización. Sólo un sistema electoral concebido para blindar el centrismo le priva de disponer de un altavoz parlamentario acorde a su fuerza social. Esa frustración, lejos de debilitar al nacional-populismo, lo fortalece en la calle. Su combate por mejorar el poder adquisitivo de las clases medias y populares ha resultado muy eficaz.

4) La izquierda se volatiliza y dispersa. No hay un nuevo reagrupamiento centrista, como en la derecha, sino una atomización que el buen resultado de Jean-Luc Melenchon (La Francia Insumisa) no consigue mitigar. Aunque el veterano disidente socialista supera la barrera del 20%, mejora su porcentaje de hace cinco años y salva el honor de la izquierda, su figura no aglutina de momento a un electorado confundido y desencantado. Melenchon navega sobre las ruinas de su anterior partido, el fracaso permanente de un ecologista fagocitado y disperso y una izquierda radical testimonial. De nuevo ante el dilema binario de las dos derechas (la liberal y la populista), el líder insumiso se pronuncia contra Le Pen, pero no a favor de Macron. Su última apuesta, formulada esta misma semana por televisión, es lograr un resultado en las legislativas que le permita ser primer ministro. Puede ser una manera de restar trascendencia a la elección presidencial y movilizar al electorado de izquierda en torno a su figura.

5) La debacle socialista alcanza dimensiones de tragedia política, pero difícilmente puede resultar una sorpresa. La “española” Anne Hidalgo, obtuvo un doloroso 1,74%, resultado más que humillante, que hace ahora increíblemente deseable el logrado por Hamon hace cinco años (6,3%). Para la historia quedará que, por primera vez en la V República, el PSF tiene menos votos que el Partido Comunista (2,3%). La alcaldesa de París nunca obtuvo el apoyo sincero y enérgico de sus compañeros. La campaña ha estado sumida en un ambiente depresivo y amargo, propio de quien conoce de antemano su sentencia. El lento suicidio del socialismo francés se ha cocinado en una marmita de chismes, conspiraciones y traiciones rancias. Ya se han producido las primeras recriminaciones, a las que pocos prestarán atención.

6) La catástrofe liberal-conservadora tampoco tiene paliativos. La candidata Valérie Pécresse se ha quedado dos décimas por debajo del 5%, más de quince puntos menos que su candidato de 2017. Su triunfo relativamente sorprendente en las primarias hizo concebir cierta esperanza de duelo más igualitario con Macron, por su aparente moderación. Pero el electorado liberal-conservador ha preferido apostar por la baza más segura. El partido fundado por De Gaulle hace tiempo que se diluyó en un camuflaje ideológico que su aséptico nombre delata (“Los Republicanos”). Los permanentes escándalos de corrupción le han empujado a la irrelevancia.

7) Se confirma de nuevo que Francia, a su pesar,  ha dejado de ser el laboratorio político de Europa. El comportamiento de los franceses es cada vez más “nacional”, más específico y proyecta menos su influencia sobre el resto de Europa. En ningún otro país grande o mediano de la Unión el nacional-populismo tiene tanta fuerza, la derecha conservadora se hunde tan sonoramente, o la izquierda moderada toca fondo de manera tan profunda.

ANTE LA SEGUNDA VUELTA

La clave del resultado del 24 de abril reside en el comportamiento del electorado de izquierdas, desencantado y sin representación en esta “batalla definitiva”.

Macron, que ha gobernado estos cinco años como un dirigente de la derecha liberal con alardes modernizadores, trata ahora de repetir lo que propició su victoria en 2017; es decir, convencer a la ciudadanía más progresista de que merece la pena renovarle su confianza, “para frenar a la ultraderecha”. Estos días ha hecho guiños con las pensiones y otros asuntos de la política social, pero no parece que haya resultado convincente. Gran parte de la Francia popular ya no le cree.

Marine Le Pen ha tratado de incidir en los aspectos más sociales del debate, con promesas  muy populistas pero poco viables, engañosas o directamente irrealizables, a decir de los expertos. En su esfuerzo por suavizar su discurso racista u hostil con las poblaciones de origen inmigrante, ha corregido algunas de sus propuestas, como la prohibición de portar el hijab (pañuelo sobre la cabeza) de espacios públicos, y se ha pronunciado de manera conciliatoria hacia el Islam.

Al final, el ánimo de los abstencionistas puede ser decisivo. Como reza una de sus sentencias de protesta de estos días, se trataría de una indeseable elección entre “la peste y el cólera”. Lo más probable es que Macron sea reelegido y el pulso entre las dos derechas que heredan la hegemonía de conservadores y socialistas quede confirmado en las legislativas de junio.


HUNGRÍA Y SERBIA: VOTOS BAJO EL RUIDO DE LOS CAÑONES

6 de abril de 2022

Después de seis semanas de guerra en Ucrania, el foco se centra ahora en los presuntos crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso antes de retirarse del área de Kiev para concentrar fuerzas en sus operaciones del este y sureste del país invadido. Moscú niega categóricamente las imputaciones y promete pruebas que las refutan. Medios occidentales aseguran contar con imágenes que prueban lo contrario. Se preparan más sanciones y se discuten formas de hacer responsable a Putin y sus colaboradores de estas masacres.

Pero esta última deriva de la guerra ha llegado tarde a dos de los países más cercanos a Rusia en Europa: uno es miembro de la UE (Hungría) y otro aspira a serlo aunque con escasas esperanzas de conseguirlo pronto (Serbia). En ambos casos han repetido éxito abrumador los dos líderes que gobiernan con mano de hierro y pocos escrúpulos democráticos. El húngaro Orbán y el serbio Vucic han navegado por las seis semanas de guerra con cautelosa conducta, para no irritar aún más a los líderes europeos pero sin arruinar sus relaciones estrechas con el Kremlin. Han condenado la invasión, pero se han abstenido de unirse a las sanciones económicas. La dependencia energética explica en parte su posición, no sin olvidar su coincidencia ideológica con el nacionalismo autoritario que se proyecta desde el Kremlin.

HUNGRÍA: EL ORBANATO

Viktor Orbán ha reforzado su control del país. Con el 53% de los votos, amplía más que conserva su mayoría absoluta y reduce a la oposición a la irrelevancia, con tan sólo un 35%, aunque las principales formaciones concurrieran unidas. El triunfo de Orbán ha sorprendido a quienes creían en unas encuestas que predecían un debilitamiento de su poder.

En términos reales, la brecha entre gobierno y oposición será aún mayor, debido a un sistema electoral que Orbán ha fabricado a su conveniencia, mediante la manipulación de los distritos y la prima al partido mayoritario, es decir, el suyo (FIDESZ).

Para combatir todo eso, la oposición convino por fin en unirse, tras tres derrotas seguidas. Pero ahí se acabó la parte exitosa de la estrategia. La recta final de la campaña coincidió con la guerra de Ucrania. El candidato de la oposición, Peter Marky-Zay, un conservador alcalde de una pequeña localidad, creyó que las críticas al primer ministro por su connivencia con Rusia podrían resultar productivas, pero se equivocó. Orbán convirtió esta aparente debilidad en fuerza al afirmar que su adversario pretendía meter a Hungría en la guerra contra Rusia. Falso pero efectivo. Tras la derrota, los líderes de los partidos coaligados no se han privado de reprochar a Marky-Zay el error de apartarse de la estrategia inicial, que consistía en denunciar las corrupción y el autoritarismo de Orbán (2).

El primer ministro húngaro, en efecto, ha practicado un poder omnímodo, favorecido por el apoyo de los medios públicos y privados, éstos en manos de magnates cercanos al gran jefe, y el control de todos los aparatos del Estado (1). Orbán ha construido un sistema político que él mismo califica de “democracia iliberal”, en contraste con el que domina en Europa occidental, pero con menos claridad en los otros países de Europa central y oriental, donde el nacional-populismo es dominante bajo formas distintas.

La guerra en Ucrania puede incomodar a Orbán, porque lo distancia de otros líderes de la región que mantienen tensas relaciones con Bruselas, en particular Polonia. El líder húngaro no practica el guion antirruso del nacionalismo ultra conservador que gobierna en Varsovia. Por razones históricas y por estrategia política. Aunque ambos países sufrieron el intervencionismo soviético durante la guerra fría, Orbán es más oportunista que sus colegas del PiS polaco, uno de los muchos herederos de Solidarnosc. La línea del líder húngaro es más oportunista, menos ideológica. Los valores conservadores que proclama (cristiandad, familia, propiedad, tradicionalismo) son instrumentos, no pilares, de su estrategia política. Ante la guerra, se ha conducido como un equilibrista en la cuerda. Orbán afronta su periodo de mayor riesgo, pero ha demostrado gran habilidad para sortear los campos de minas (3).

SERBIA: PRAGMATISMO Y AUTORITARISMO

En Serbia se celebraron elecciones presidenciales y legislativas. Alexander Vucic ha renovado como Jefe del Estado mejorando en más de tres puntos su resultado anterior, hasta casi el 59%. En el parlamento, su partido SNS (progresista o del progreso, según la traducción) ha repetido su amplísima mayoría absoluta (44%) que su partido, detenta desde hace años. Alrededor de él agrandan su mayoría (hasta un 60% y más de 120 escaños) nueve pequeños partidos que comparten confusamente una ideología nacionalista templada pero conservadora (4). Fuera de esta coalición pero con una trayectoria de cooperación parlamentaria acompañan a Vucic el principal partido de la minoría húngara en la Voïvodina (controlado por Orbán) y el Partido Socialista que fundara Milosevic de las cenizas de la Liga Comunista serbia.

A la derecha del Partido del Progreso se han ido aglutinando formaciones nacionalistas muy radicales (incluido los partidarios de la restauración de la monarquía), que reniegan del pactismo oportunista de Vucic con la Unión Europea. De ese caladero ultra surgió Vucic, en su día miembro del Partido Radical, el más feroz de los nacionalistas serbios, hasta que las perspectivas de ingreso en la UE le condujo a una moderación pragmática y cosmética.

Socialdemócratas y liberales se quedan fuera del Parlamento. Los ecologistas europeístas de Moramo (traducible como Debemos actuar) han obtenido poco menos que el 5% pero suficiente para contar con 12 asientos en la Cámara (5). Sin embargo, el principal rival de Vucic, con 37 escaños, será Serbia Unida, una amalgama heterogénea de partidos de reciente creación que han hecho de la lucha contra la corrupción su principal bandera.

El éxito de Vucic tiene ingredientes similares al de Orbán: autoritarismo, control de los aparatos del Estado, dominio de los medios y oportunismo ideológico. Pero, contrariamente al dirigente húngaro, el líder serbio tiene aún que ganarse la confianza europea para no perder opciones de ser admitido en el Club: una tarea difícil o imposible a medio plazo. Por eso ha cultivado con especial dedicación sus relaciones con Moscú y Pekín. La ideología en Serbia está de saldo.

Con Rusia, Vucic ha jugado sobre seguro. La vinculación histórica entre los dos países es antigua. Pero en los últimos tiempos se ha fortalecido por la comunión religiosa ortodoxa. En Belgrado no olvidan, además, que Moscú fue el principal apoyo que tuvo Serbia durante los bombardeos de la OTAN por el conflicto de Kosovo, o incluso antes, durante la guerra de Bosnia. Ahora, es la relación económica o, mejor dicho, la dependencia energética de Rusia lo que se valora como un tesoro en Belgrado. Obligado por esta duplicidad, con la UE y con Rusia, Serbia se unió al voto de condena a Rusia en la ONU, pero no a las sanciones. El lema electoral de Vucic fue una forzada y engañosa síntesis de su posicionamiento político: “Paz y estabilidad” (6).

Con China prima también este factor, pero en este caso se trata de las inversiones chinas en infraestructuras y servicios. La inyección china de capital resulta poco respetuosa del medio ambiente y de los derechos laborales, como en otros lugares, pero al gobierno le importa poco o nada. Necesita ese dinero para mantener la economía a flote, ya que Europa se antoja un horizonte muy lejano e incierto.

 

NOTAS

(1) “The secret of Viktor Orban’s success”. PAUL HOCKENOS. FOREIGN POLICY, 1 de abril; “Viktor Orban’s victory is a triumph for illiberal nationalism”. THE ECONOMIST, 4 de abril.

(2) En Hongrie, Viktor Orbán écrase l’opposition et remporte un quatrième mandat d’affilée” (Resumen de prensa húngara). COURRIER INTERNATIONAL, 4 de abril.

(3) “Orban’s victory speech gives clues to his future strategy”. BALKAN INVESTIGATIVE REPORTING NETWORK, 4 de abril.

(4) “Vucic revendique la victoire”. COURRIER DES BALKANS, 3 de abril;”Serbian President ruling party woin the elections. BALKAN INVESTIGATIVE REPORTING NETWORK, 3 de abril.

(5) “Moramo, una nouvelle coalition écologiste et solidaire face au régimen Vucic”. COURRIER DES BALKANS, 24 de enero.

(6) “Serbie; a l’approche du scrutin du 3 avril, le président sortant renforcé par la guerre en Ukraine”. STÉPHANIE LE BARS. LE MONDE, 29 de marzo.