6 de febrero de 2019
La crisis de Venezuela ha entrado
en una fase de tensa espera. La ficción de dos presidentes se amplifica con el
reconocimiento parcial de uno no electo directamente por los venezolanos y de
otro dudosamente electo que depende para su estabilidad de unos recursos
amenazados por quienes, desde el exterior, ya no lo reconocen como mandatario.
Nicolás
Maduro continúa encerrado en su retórica revolucionaria de resonancia arcaica,
con invocaciones a la resistencia popular y al orgullo nacional, sin presentar
propuestas prácticas que ayuden a desactivar los riesgos de explosión. El típico
mensaje de Patria o muerte, acuñado
por sus mentores cubanos, se antoja claramente insuficiente e incluso perjudicial
para los propios intereses del sistema bolivariano, en el momento presente.
Por
su parte, Juan Guaidó luce seguro y confiado, se expone con clara desenvoltura en
los medios internacionales -en particular los norteamericanos (1)-, proclama
una próxima victoria de la atrevida iniciativa opositora e insinúa un
progresivo cambio de lealtades en las fuerzas armadas, el factor clave en la
resolución del dilema.
No
se sabe a ciencia cierta cuánto hay de propaganda en la pose numantina y aún desafiante
de Maduro o en la galanura cool de
Guaidó. Los días pasan y las posiciones se mantienen aparentemente firmes. El
régimen confía en que, si los opositores no consiguen resquebrajar la lealtad
de los militares, su envite acabará en nada. Los seguidores del autoproclamado
presidente parecen fiar su apuesta en un ablandamiento a fuego lento del
chavismo residual para aplicar, en el momento dramático oportuno, un incremento
de presión que provoque el derrumbe definitivo.
SOFT WAR
Ese
momento crucial puede ser la ayuda humanitaria planificada desde Washington,
por un valor inicial publicitado de 20 millones de dólares. Migajas que la
oposición vive como bocados de gloria. Esta especie de invasión alimentaria se
va a realizar a través de dos vías de acceso: a través de la frontera de
Colombia, con centro operacional en la ciudad Cucutá, y desde Brasil, con base
en Panaraima. El objetivo: ganar adeptos y poner a prueba a los uniformados
venezolanos (2).
Si
el Ejército, por orden del Palacio de Miraflores, tratara de impedir el ingreso
de la ayuda al territorio nacional, la población podría reaccionar con enfado
y, quizás, con violencia. O al menos en eso confiarían los opositores. Si, por
el contrario, no se ponen obstáculos a la libre circulación de las mercancías alimentarias
y sanitarias, la intervención blanda de Washington se iría haciendo aceptable y
prepararía el terreno para la asunción de Guaidó como presidente legítimo.
Por
supuesto, no todo en la resolución de la crisis depende de este factor. Pero su
aparente naturaleza pacífica, su carácter práctico, su evidente toque emotivo
en un tiempo de escasez y penuria lo convierte en un arma de propaganda de
primer grado. Nadie puede llamarse a engaño.
Los
países que han apostado por Guaidó y han condenado diplomáticamente a Maduro también
afinan su arsenal de presión. No son armas despreciables. Las tres cuartas
partes de las importaciones de Venezuela provienen de países que han repudiado
al régimen bolivariano, según el estudio de una entidad financiera privada
afincada en Nueva York (3). El Banco de Inglaterra ha impedido que el gobierno de
Venezuela retire de sus cofres reservas en oro por valor superior al mil
millones de dólares (4). De calibre superior son las presiones económicas y
financieras orquestadas desde primera hora por Washington.
LAS
ENDEBLES BAZAS DE MADURO
Frente
a esta ofensiva no militar, pero no menos letal, el régimen dispone de una
retaguardia mucho más endeble y menos confiable. Los apoyos externos de dimensión
que merezca ser considerada como apreciable se reducen a Rusia y China. Cuba.
Bolivia o Nicaragua aportan poco más que el papel moneda de la retórica revolucionaria.
Venezuela
tiene una deuda de 6 mil millones de dólares con Rusia, y la mitad de esa cantidad
se la debe a Rosfnet, la empresa
estatal de petróleos. Esta compañía, dirigida Ígor Sechin, uno de los aliados
del conglomerado político-económico de Putin, tiene dos explotaciones de gas en
Venezuela y activos petroleros que producen más de 20 millones de toneladas de
crudo. El gobierno ha cerrado operaciones de compra de armas con el Kremlin y
en los últimos meses ha acentuado su vinculación política y diplomática con Moscu,
sabedor de que tarde o temprano se plantearía un pulso directo por el poder (5).
Para Putin, Madero es la réplica de Poroshenko, el prooccidental presidente
ucraniano que intenta mantenerse en el poder en las elecciones de este año, por
el momento con débiles perspectivas. Se vuelve, pues, al esquema de la guerra
fría, basada en peones y posiciones de amenaza difusa.
La
dependencia venezolana de China es mayor en términos de penetración económica. El
gigante asiático ha metido más de 60 mil millones de dólares en el país, en préstamos
e inversiones de obras de construcción e infraestructuras, con la intención
prioritaria de asegurarse el abastecimiento de petróleo (6). Pero fiel a su pragmatismo
de no poner todos los huevos en el mismo cesto, Pekín no se ha mostrado tan entusiasta
estos días en el apoyo a Madura, aunque formalmente sigue reconociéndolo como
presidente legítimo. Esta conducta se debe a la tradicional doctrina china de
no injerencia en asuntos internos de otros países, para poder exigir que Occidente
no condene sus prácticas represivas o su vocación expansionista en sus cercanas
zonas de influencia.
Así
las cosas, la temida batalla en las calles parece ahora lejana (sin que pueda ser
descartada por completo). El pulso se perfila en el fuego silencioso de los
bloqueos financieros, las ruidosas caravanas del pan y las medicinas y los
secretos contactos que puedan estar produciéndose entre las partes para buscar
una solución o, a lo peor, para engañar y confundir al contrario.
En
España, la crisis vuelve a convertirse en materia de consumo interno, de rivalidad
política y partidista, con escasa atención a la complejidad de los problemas de
fondo. Se hacen superficiales y oportunistas apelaciones a la democracia,
sin reparar en que se consienten abusos en otros muchos países sin dedicarle
atención alguna. La mayoría de los doscientos mil venezolanos que residen en
nuestro país tienen simpatías claramente opositoras, como es lógico, porque
muchos pertenecen a capas sociales que al menos han podido emigrar. Pero más allá
de sus convicciones políticas, merecen algo más que una estéril simplificación de
las principales voces políticas y mediáticas españolas.
NOTAS
(1) “Guaidó
steers Venezuela to a perilous crossroads”. ERNESTO LONDOÑO (Caracas). THE NEW YORK TIMES, 3 de febrero.
(2) “La llegada de ayuda de EE.UU. medirá el apoyo militar a
Maduro”. ANDY ROBINSON (Caracas). LA
VANGUARDIA, 5 de febrero.
(3) “Major
European Nations back Maduro’s rival as Venezuelan leader”. THE WASHINGTON POST, 4 de febrero.
(4) BLOOMBERG NEWS, 26 de enero.
(5) “Russia’s
support for Venezuela has deep roots”. ALEANDER GABUEV. FINANCIAL TIMES, 3 de febrero.
(6) “Venezuelan
opposition leader urges China to abandon Maduro”. TOM PHILIPPS (Caracas). THE GUARDIAN, 3 de febrero.