ALARDES ULTRAS EN EUROPA: ALGO MÁS QUE ALGARADAS

5 de septiembre de 2018

                
El verano ha estado cargado de alardes ultraderechistas en Europa, para escándalo de los sectores más sensibles de la población, pero ante la indiferencia, resignación o incluso pasividad de buena parte de la ciudadanía.
                
Los acontecimientos más gruesos tuvieron lugar en Chemnitz, localidad de Sajonia, länder oriental de Alemania. Sucesivas manifestaciones, marchas y pronunciamientos xenófobos, racistas y violentos aventaron los crecientes temores a una deriva autoritaria en la sociedad alemana.
                
El desencadenante fue el asesinato de un ciudadano germano-cubano, supuestamente cometido por dos refugiados, uno iraquí y otro sirio. Diversos grupos del espectro ultra se apresuraron a tomar el centro de la ciudad para denunciar la inseguridad y el riesgo de criminalidad que la afluencia de extranjeros refugiados ha provocado en todo el país. La policía quedó desbordada, lo que alentó a los manifestantes a prolongar y endurecer sus protestas, hasta que grupos de extrema izquierda decidieron oponer una resistencia activa.
                
Chemnitz es un síntoma de este renacido malestar alemán supuestamente provocado por el incremento de la inmigración, o más bien por la manipulación de la que es objeto. Se trata, no obstante, de un fenómeno que, como bien se sabe, trasciende el ámbito alemán para convertirse en el fenómeno más desestabilizador de las sociedades europeas actuales. En las semanas previas habíamos asistido a la polémica atizada por la derecha xenófoba gobernante italiana, ante la llegada de personas desesperadas desde África a través del Mediterráneo.
                
Se corre el peligro de considerar los actos violentos de Chemnitz, el cierre de los puertos meridionales de Italia o las innumerables muestras de intransigencia que se suceden en espacios públicos y privados europeos como expresiones desagradables e inquietantes, pero en absoluto mayoritarias o generalizadas. Incluso es razonable admitir que una excesiva propagación de alarma termina sirviendo de altavoz a estas manifestaciones inaceptables.
                
Pero conviene evitar la confianza en que la sangre no llegará al río, o en que estas tendencias terminarán agotándose en sí mismas. Estos días se debate en Alemania sobre la inercia o falta de reflejos de los aparatos del Estado en la prevención de estos sobresaltos extremistas. La proliferación de grupos ultras, más o menos coordinados, confusos en sus objetivos aunque coincidentes en sus métodos, hubiera merecido una mayor atención. Ciertamente, no han faltado políticos y ciudadanos que llevaban tiempo alertando de ello (1).
                
LA DIMENSIÓN INSTITUCIONAL

Lo más preocupante es que estas algaradas xenófobas encuentran eco estructurado en el espacio institucional. El triunfo de la xenófoba Lega en las recientes elecciones italianas se ha visto prolongado en las últimas semanas con encuestas que apuntan a un crecimiento de las preferencias electorales del partido del popular ministro del Interior. Pero Salvini, tan amante de las fronteras, no límites para su visión y propone ampliarla en un movimiento europeo (2). 
                
En Alemania, se registra un fortalecimiento demoscópico de Alternativa por Alemania (AfD), la primera formación radical derechista en ingresar en el Bundestag (90 diputados), como suelen señalar los analistas políticos alemanes. Esto último exige un matiz. La rama bávara de la democracia cristiana, la CSU (Unión Cristiano Social) constituye el partido hegemónico de ese länder desde hace décadas y sus posiciones no han sido precisamente moderadas; de hecho, en los últimos años ha radicalizado su mensaje en materia migratoria, hasta el punto de poner en riesgo extremo la coalición de toda la vida con la CDU de la canciller Merkel.
                
Baviera celebra elecciones autonómicas en septiembre. Hasta hace sólo unas semanas los principales líderes de la CSU creyeron rentable radicalizar sus propuestas hostiles a la inmigración, para no dejarse ganar el terreno por la AfD. Sin embargo, el efecto de este empeño parece haber sido el contrario al esperado. Las encuestas habrían indicado un estancamiento, o incluso un retroceso en las perspectivas electorales, lo que ha motivado un cambio inesperado de mensaje, en este caso, en la dirección moderada (3).
                
Los ecos de Sajonia y el termómetro de Baviera reflejan el desencaje del panorama socio-político alemán. La fragmentación de la voluntad electoral responde a esta tendencia, y puede verse incrementada con la reciente aparición de un nuevo movimiento, en este caso en el extremo opuesto del espectro político. De las filas de Die Linke (La Izquierda) ha surgido una iniciativa, autodenominada Aufstehen (algo así como Levantamiento o En pie), que pretende aglutinar el malestar social por la apertura de fronteras, pero desde posiciones de izquierda. Uno de sus promotoras es Sarah Wagenknecht, hasta ahora líder adjunta de Die Linke, partido nacido por la convergencia entre la izquierda socialista de Oskar Lafontaine y los restos del PDS (trasunto del SED, el extinto partido comunista único de la Alemania Oriental).
                
Las frustraciones sociales generadas por la reunificación alemana en el territorio oriental han sido durante años un fecundo campo de cultivo para todo tipo de manifestaciones de malestar y radicalidad políticas. Pero ha sido la ultraderecha quien ha atraído a la gran mayoría de los descontentos. Wagenknecht ha dicho que “está harta de dejar la calle en manos de la ultraderecha” y pretende canalizar esa malestar hacia posiciones de protesta izquierdista (4). Una manifestación más de la insurgencia frente al consenso centrista, que parecía tener en Alemania su feudo más sólido.
                
DEMONIOS EN EL PARAÍSO

Algo similar ocurre en Suecia, otrora baluarte del modelo reformista de posguerra y principal ejemplo de éxito de la socialdemocracia europea. Las elecciones de este próximo domingo pueden certificar la consolidación de la ultraderecha xenófoba como partido de gobierno y la confirmación de la decadencia socialdemócrata. La derecha parece dispuesta a considerar una coalición con estos parvenus para acceder al gobierno, privilegio del que ha disfrutado en muy pocas ocasiones a lo largo de las siete u ocho últimas décadas. Se perfilaría, en definitiva, una versión sueca de la fórmula austriaca, la convergencia de las derechas, diferentes más en estéticas que en mensajes y programas.
                
Suecia sigue el itinerario alemán, danés y europeo. Como dice el conspicuo Carl Bildt, líder de los moderaten (liberales), “el modelo sueco se ha fundido”. El país ha acogido a más de 150.000 extranjeros desde 2015, una cifra considerable para una población de poco más de 10 millones de habitantes. La crisis ha tensionado el emblemático sistema de protección social sueco y el virus de la austeridad ha corroído convicciones antaño sólidas (5).
                
Malmöe constituye una avanzadilla del avance populista ultra. La segunda ciudad del país, principal urbe meridional, es el laboratorio de la nueva realidad política, pero sobre todo de la manipulación de mitos y miedos. El paro, el aumento de la población musulmana y la criminalidad (la real y la ficticia o exagerada) ha servido de fertilizante a la extrema derecha, en una ciudad dual, en la que el espejo deformado de Rosengard (el “Chicago escandinavo”) es vecino de un centro encantador o del distrito high-tech de Västra-Hamnen (6).
                
El auge extremista exige algo más que denuncias y alarmas. Dos profesores de la Universidad de Viena, Markus Wagner y Tomas Meyer, proponen una reflexión sobre el efecto de la inmigración y la crisis en el discurso y la praxis de los partidos políticos europeos (7). Más allá de los clichés, prejuicios o posiciones aparentemente de principios, se antoja imprescindible una revisión de la estrategias. La asunción por la derecha moderada europea de ciertos presupuestos de la ultraderecha no ha hecho a esta más moderada, sino al contrario (de ahí el afloramiento neonazi sin tapujos en Chemnitz, por ejemplo). A su vez, el desplazamiento de la óptica liberal a la autoritaria es ahora más perceptible en el centro-izquierda que hace treinta años.

NOTAS

(1) “The Riots in Chemnitz and their aftermath: the return of the ugly German”. DER SPIEGEL, 31 de Agosto.

(2) “Salvini lance l’idée de une ‘Ligue des ligues’ en Europe”. LE MONDE, 2 de julio.          

(3) “Ebranlé par l’extrême droite, la CSU recentra sa campagne en Bavière”. LE MONDE, 29 de agosto.

(4) “Una izquierda por las fronteras”. LA VANGUARDIA, 5 de septiembre.

(5) “Sweden was long seen as a ‘moral superpower’. That maybe changing”. THE NEW YORK TIMES, 3 de septiembre.

(6) “Malmö, epouvantail de l’extrême droite”. LE MONDE, 31 de agosto.

(7) “Decades under influence. How european’s parties have been shifting right”. MARKUS WAGNER y THOMAS MEYER. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.