4 de julio de 2018
Se
ha roto el maleficio en México. La izquierda tendrá la oportunidad de gobernar.
O al menos una cierta izquierda, la que representa una figura incombustible,
contradictoria, polémica y, para algunos, cercanos y opuestos, imprevisible.
Andrés
Manuel López Obrador ha barrido a la tercera: veinte puntos más que su
principal oponente, el derechista Ricardo Anaya, y seis adicionales con
respecto a Meade, el candidato del eterno y ya casi irreconocible PRI. Atrás
quedan los intentos fallidos de 2006 y 2012, por la desconfianza de una mayoría
de electores o por las trampas de un sistema esencialmente tramposo: nunca pudo
acreditarse. AMLO (acrónimo por el que le conoce todo el universo político-mediático)
cumple el designio de su vida, que excede la ambición personal, para conectar
con una misión nacional: acabar con la resignación que impregna el sentimiento profundo
de millones de mexicanos. Convencerse de que el cambio es posible.
LA
ILUSIÓN DEL CAMBIO
No
hay un solo dirigente en México que concite más apoyo y a la vez más rechazo.
Así las cosas, estaríamos anticipando un periodo de fuerte polarización. Algo
así como una vía venezolana. Nada más lejos de ello. López Obrador ha sido
definido como populista por no pocos analistas y observadores, rivales, neutros
y algunos próximos ideológicos. Lo es sólo en tanto en cuanto es el líder
político mexicano que mejor conoce y más conecta con la sensibilidad popular.
Pero puede acreditar sensatez de gestión. Gobernó la capital federal justo en
el inicio del cambio de centuria y lo hizo con pragmatismo. Sin más
estridencias que su retórica. Sentó las bases de una ciudad más segura y
limpia, estableció puentes y ofreció resultados. Algo que nunca pensaron sus
rivales y enemigos que pudiera hacer (1).
Después
de esa etapa, los fracasos por alcanzar la presidencia agudizaron su perfil más
bronco, alimentaron su frustración y extendieron la sospecha de su disolución
en el ánimo impotente de la revancha. Pero AMLO conjuró todo ello con el
principal rasgo de su carácter, como ha visto muy bien el intelectual Jesús
Silva Herzog: la tenacidad (2). Que es lo contrario de esa resignación antes
mencionada como lastre del espíritu colectivo nacional.
López
Obrador no es un ideólogo, si por tal se tiene a un líder que defiende un
cuerpo doctrinario de ideas inspirador de propuestas programáticas
reconocibles. No es un hombre de partido (ha militado en varios, los ha
dirigido, creado, usado y abandonado). Ha construido su proyecto en torno a su
carisma, o mejor a su infatigable propósito. Este preponderancia de lo personal
sobre lo político, lo partidario, lo ideológico o lo doctrinal es lo que sirve
a no pocos para propalar prevenciones sobre una temida deriva autoritaria en su
mandato (3).
Para
buena parte de la mayoría absoluta que lo ha votado (54%), esas prevenciones
han quedado relegadas a la necesidad de un cambio, de un giro en el destino
nacional. No radical, pero sí nítido, reconocible, contrastable.
Obrador no ha ofrecido un programa detallado. No es un tecnócrata, es un
visionario. No apela tanto a la racionalidad, cuanto al sentimiento, a la
motivación. No confía ni poco ni mucho en las instituciones (que él moteja como
la “mafia del poder”), demasiado contaminadas, ciertamente, sino en el
compromiso personal. En el principal caballo de batalla de su mensaje, el
combate contra la corrupción, AMLO no ofrece un arsenal estructurado de
medidas, sino su ejemplo particular. Como él ha sido y es honesto, algo que nadie
discute, se confiesa convencido de que su actitud virtuosa se filtrará hacia por
todo el cuerpo político e impregnará el
conjunto de la vida nacional. Esta concepción es lo que ha llevado a los Krauze,
estandartes de ese liberalismo elitista que es celebrado fuera pero poco
entendido dentro, a calificar el discurso de Obrador como “pensamiento mágico”
(4).
Ciertamente,
hay en el lenguaje de AMLO una dosis
excesiva de buenismo, o de virtuosismo. Se comprende que, para muchos
intelectuales, incluso los de izquierda, esto sea una manifestación de
demagogia. Pero para una amplia mayoría de las capas populares, ese lenguaje es
creíble, ilusionante. De eso se trata y ése ha sido el principal motivo de su
triunfo.
Algo
similar ocurre con el resto de sus propuestas ante los grandes desafíos de
México: la desigualdad (y su corolario, la extrema pobreza); el estancamiento
económico endémico; la triada perversa que forman el crimen organizado (y
organizador), la violencia y la impunidad; la debilidad institucional; la
fragilidad del sistema educativo; y las contradictorias y explosivas relaciones
con el vecino del norte (5).
LAS
INCÓGNITAS DE UN PROYECTO INDEFINIDO
Las
soluciones que AMLO propone no superan el umbral de las promesas, dicen con
cierta razón sus críticos. Poca o muy poca concreción. Mucho voluntarismo. La
confianza popular puede quebrarse demasiado pronto si los resultados positivos
se hacen esperar y la inveterada resignación puede ahogar la impetuosa ilusión.
Para
conjurar este riesgo, Obrador cree tener una herramienta menos expuesta pero
bastante acreditada en su carrera: el pragmatismo. Como alcalde del DF negoció
y se entendió con empresarios, con magnates, con los que resuelven problemas o
tienen capacidad para hacerlo. Como no es un ideólogo, tal maridaje no le
produjo problemas de conciencia. No ha tenido empacho en recibir apoyo de
sectores evangelistas, que conectan con su visión conservadora en materia de
valores. Parece haber pactado con figuras del mundo económico para espantar
fantasmas chavistas que nunca han sido de su gusto (6). Quiere revisar ciertos
aspectos de la privatización del entramado petrolero, pero parece haber
renunciado a sus antiguos postulados de una férrea renacionalización.
Con
los cárteles del narcotráfico, también se espera que sea cauteloso, que no
blando (no lo fue como alcalde de la capital). Pero tampoco suicida o
aventurero. Pretende unificar los aparatos de seguridad, ponerse al mando,
seguir de cerca estrategias y operaciones de calibre. Pero no desaprovechará
cualquier ventana que ofrezca un respiro después de 30.000 desaparecidos en una
década y 25.000 muertos sólo el año pasado.
Con
Estados Unidos tiene otro reto mayor. Por carácter, podrá entenderse con Trump,
al que sabrá hablar con un lenguaje que en cierto modo comparten, como
indicaría su primera conversación tras las elecciones (7). A los dos dirigentes periféricos del sistema
les separa un abismo, pero les unen ciertos instintos. Los dos grandes desafíos
bilaterales son la inmigración y el tratado comercial NAFTA (que incluye a
Canadá).
México
ya no exporta tantas personas como antaño hacia el norte, como pretende Trump
con su tramposo lenguaje. La gran mayoría de las personas que quieren alcanzar
el engañoso ELDORADO son centroamericanos atormentados por la pobreza o la
violencia. México es la plataforma de paso, el salto intermedio y, a veces, el
destino provisional de muchos de estos infortunados. Hay un océano de
entendimientos posibles y un riesgo muy alto de malentendidos entre México y
Washington en esta materia (8). El muro de Trump es sólo uno más de los
obstáculos que amenazan con envenenar más las relaciones de vecindad.
El
dossier comercial es espinoso y puede ser motivo de la primera crisis del
mandato de AMLO. Algunas propuestas de autoabastecimiento agrícola que surgen
de la experiencia personal del presidente electo en las regiones del atrasado
sureste del país pueden chocar con los intereses exportadores de los granjeros
norteamericanos.
En
definitiva, las esperanzas y los interrogantes se alinean como fuerzas
impetuosas pero contrapuestas en el horizonte del cambio en México. Como
siempre, todo el tiempo dirá si el país de Juárez y de Madero encuentra por fin
el camino de la justicia social o vuelve a naufragar en el pantano de las
ilusiones perdidas.
NOTAS
(1) “López
Obrador, an atypical Leftist, wins Mexico presidency in landslide”. AZAM AHMED
y PAULINA VILLEGAS. THE NEW YORK
TIMES, 1 de julio.
(2) “La tenacidad de López Obrador. JESÚS SILVA HERZOG. EL PAÍS, 27 de junio.
(3) “López
Obrador and the Future of the Mexican Democracy. Will He Further Erode the
Checks of Executive Power? FOREIGN
AFFAIRS, 2 de julio.
(4) “The
magical thinking of Mexico’s new President”. LEON KRAUZE. THE WASHINGTON POST, 2 de julio.
(5) “Lopez
Obrador: five things in the president-elect’s inbox”. BBC, 2 de julio.
(6) “Andrés Manuel López Obrador is no Hugo Chávez”. PAUL IMISON. FOREIGN POLICY, 17 de abril.
(7) “Trump
and Mexico’s new leader, both headstrong, begin with a ‘good conversation’”. THE NEW YORK TIMES, 2 de julio.
(8) “What
if Mexico Stops cooperating on Migration? Why U.S Needs to Engage
constructively. ANDREW SELEE. FOREIGN AFFAIRS, 3 de julio.