IRÁN: RIESGOS, AMENAZAS Y PROPAGANDA



20 de septiembre de 2012

            Decíamos en el comentario anterior que la política exterior sería invitada de segunda fila en la campaña electoral norteamericana, salvo sorpresas o acontecimientos imprevistos, y ya apuntábamos el posible efecto, más o menos perdurable, de la 'cólera' que había provocado en el mundo musulmán un absurdo video 'denigratorio' de la figura del Profeta.

             Como se temía, las protestas fueron en aumento, en extensión e intensidad, y la 'imagen de América' se vio sometida a un nuevo proceso de erosión. Las presiones discretas pero muy firmes de la administración sobre algunas capitales árabes (Cairo, sobre todo), consiguieron que remitiera un tanto la presión. En todo caso, hay lugares fuera de control, como Afganistán, donde la respuesta de la insurgencia talibán fue especialmente audaz: un ataque contra una base occidental fue especialmente dañino en pérdidas humanas y materiales. El gobierno y el cuerpo diplomático de Estados Unidos se preparan 'para una protesta duradera', aseguraban varios analistas al NEW YORK TIMES.

                  LAS PRESIONES DE NETANYAHU

              El asunto potencialmente más peligroso es el debate sobre la respuesta al programa nuclear de Irán. El primer ministro israelí, a falta de una inmediata entrevista cara a cara con Obama, se decidió a 'tomar' los espacios más emblemáticos de la televisión norteamericana para 'elaborar su caso' en favor de una respuesta militar lo más temprano posible. Netanyahu controló sus críticas hacia la Casa Blanca, pero no se privó de la tentación oportunista de utilizar las violentas protestas antinorteamericanas para exagerar los peligros de 'un fanatismo con bomba nuclear'.

             La respuesta de la administración estadounidense vino de la embajadora en Naciones Unidas, Susan E. Rice, y fue conciliatoria y discreta, sin salirse del guión.  O sea, que Obama no parece dispuesto a que el mercurial jefe del gobierno israelí le marque el tono de la campaña. 

               Obama maneja el dossier iraní con tiento, sin parecer demasiado desinteresado, para no disgustar a los distintos centros de interés y presión judíos, pero con el aparente convencimiento de que la inteligencia y la capacidad militar de Estados Unidos tienen el desarrollo de los acontecimientos presentes y futuro bajo un razonable y tranquilizante grado de control. Oficialmente, la Casa Blanca sostiene que a Irán le falta todavía más tiempo del que presenta Netanyahu para resultar una amenaza real y que en ese lapso las dos palancas de presión -negociaciones y sanciones- pueden doblegar la supuesta intransigencia iraní. Entre otras cosas, porque Washington sigue sosteniendo, con base en sus informes de inteligencia, que no puede asegurarse que Teherán haya decidido ya fabricar armas nucleares.

             El último informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (filtrado previamente, como algunos de los anteriores) indica que Irán ha avanzado notablemente en su programa atómico, y que el mayor desarrollo se ha producido en las instalaciones menos vulnerables a un ataque exterior: los espacios subterráneos en las montañas próximas a la ciudad santa de Qom. Pero no ofrece datos concluyes sobre las pretensiones militares iraníes.
               
                LA ESQUIVA DIMENSIÓN DE LOS PELIGROS

                Hay otro tipo de acciones preventivas, no admitidas públicamente, al menos de forma abierta, que quizás estén comportando más consecuencias de las conocidas: los actos de sabotaje´, inutilización u obstrucción de infraestructuras relacionadas o necesarias para la buena marcha del programa. El principal técnico responsable, Feyreddon Abbasi, ha denunciado recientes explosiones que provocaron cortes de fluido eléctrico en las dos principales instalaciones nucleares. Lo curioso es que estos hechos se habrían producido dos días antes de la llegada de los inspectores y éstos no hicieron mención de ello en su informe.

         Aparte de las denuncias, el Comandante militar de los Guardianes de la Revolución, el cuerpo pretoriano del régimen, dotado de lo mejor del armamento y los recursos militares iraníes, proclamaba las advertencias más directas hasta la fecha contra los eventuales agresores externos de su país. A las conocidas amenazas de un bloqueo del estrecho de Ormuz, que supondría el estrangulamiento del suministro de crudo, el General Jafari añadió referencias explícitas a un ataque masivo de misiles contra Israel, 'del que no quedará nada' y a la participación de sus aliados regionales (Siria, Hezbollah) en la respuesta.  

            Este tipo de lenguaje supone una munición para Netanyahu, ya que los israelíes saben que resulta más relevante la actitud incorregiblemente hostil de Irán que su verdadera capacidad para responder a un ataque preventivo liderado por Estados Unidos. La mayoría de los analistas, sin embargo, tanto dentro como fuera de la administración y de todos los escalones burocráticos de Washington, se toman en serio las consecuencias de una deriva o escalada militar de la crisis. 

         
             A este respecto, resulta de obligada consulta un informe suscrito por una treintena de especialistas, entre ellos destacados consejeros de seguridad, diplomáticos y altos cargos militares de gobiernos norteamericanos anteriores. El informe no pretende ofrecer conclusiones o recomendaciones explícitas, pero establece un estudio bastante detallado de los beneficios y costes de una intervención militar.
            
           En un editorial del pasado domingo titulado significativo de "No rush to war" ("No a una guerra precipitada"), THE NEW YORK TIMES, asegura que "un ataque de Estados Unidos podría retrasar el programa nuclear de Irán unos cuatro años a lo sumo, mientras que un objetivo más ambicioso -la garantía de que Irán nunca reconstituirá su programa nuclear o la desaparición del régimen- implicaría un conflicto de años, que afectaría a toda la región".
              
              LOS EFECTOS EN LA CAMPAÑA

              De todo esto se seguirá hablando en campaña. En esta ocasión, Romney se mantuvo en una actitud prudente, escarmentado por la inoportunidad escandalosa de sus comentarios sobre la respuesta de su rival a los sucesos de Bengassi. El candidato republicano ya ha dicho en numerosas ocasiones que el programa nuclear de Irán constituye "el principal fracaso de Obama en política exterior". Es de esperar que antes y después del primer debate, insista en esta crítica, aunque tratará de hacerlo con precaución para no volver a meter la pata.

            En el mismo acto del pasado mes de mayo, en el que hizo las polémicas aseveraciones sobre ese 47% de norteamericanos que no le votan porque son dependientes crónicos del gobierno, que no pagan impuestos y se presentan como "victimas del sistema", Romney se declaró contrario al principio de los dos Estados para resolver el principal conflicto de Oriente Medio (uno israelí y otro palestino), porque no resultaba "viable".  Ansioso por buscar un espacio en el que castigar a Obama, el candidato republicano golpea a su propia base social. Ya sea a los mayores que se benefician de los programas sanitarios del gobierno y votan en gran parte tradicionalmente a los republicanos, ya sea a los ciudadanos no partidistas que desean una solución justa del conflicto palestino-israelí que contribuya a apaciguar Oriente Medio.
                A este paso, Romney se está ganando a pulso el título de 'peor candidato presidencial de las últimas generaciones'.