ESTUDIANTES CONTRA AUTÓCRATAS EN LA PERIFERIA DE EUROPA

 2 de abril de 2025

Las protestas estudiantiles han puesto en jaque a dos de los gobiernos autoritarios aparentemente más firmes de la periferia europea: el turco, de Erdogan, y el serbio, de Vucic. Ambos sistemas son, formalmente, democracias mixtas, presidenciales y parlamentarias. Como la rusa, a la que se parecen, no sólo en el formato de hombre fuerte arropado por mayorías dóciles al líder.

Turquía y Serbia son histórica, secularmente enemigas desde la sangrienta rivalidad entre el Islam otomano y la Serbia ortodoxa de finales de los albores de la era moderna. Las guerras balcánicas y la Primera Gran Guerra Mundial, todas en el comienzo del siglo XX, consolidaron una hostilidad, que volvió a manifestarse, de forma indirecta, con las guerra en la antigua Yugoslavia a finales de esa misma centuria.

EL OCASO DEL SULTÁN

Hoy, Turquía y Serbia aspiran a integrarse en la Unión Europea, pero saben que el día en que eso ocurra está todavía muy lejano. Los turcos, de hecho, ya han eliminado ese renglón de su discurso político. Las aspiraciones de los herederos de la Sublime Puerta se orientan hacia el sueño de una potencia euroasiática, alejada de la democracia liberal, a la que considera dañina, agresiva y hostil hacia la Gran Turquía. El sultán Erdogan lleva veinte años construyendo esa ensoñación política, primero mediante la seducción, luego con recursos prácticos de una cierta prosperidad económica y, finalmente, cuando ésta se quebró, por el recurso del miedo.

El partido creado por Erdogan para revitalizar el Islam político, siempre perseguido en el país por la secularización kemalista que se impuso en el país tras el hundimiento otomano, al final de la Primera Guerra Mundial, aglutinó a las capas medias y bajas del país, en las ciudades y en las zonas rurales. Lo que sus antecesores no consiguieron, y pagaron con ostracismo y cárcel, Erdogan lo hizo posible. Durante los primeros años, el nuevo Sultán parecía imbatible. Su modelo de democracia fuerte o de autocracia blanda -según desde qué perspectiva se analice- parecía exportable a la región árabe, que los otomanos gobernaron con mano de hierro durante siglos.

Pero las rebeliones árabes de la mal denominada “primavera” privaron de tiempo a Erdogan para convencer a las élites regionales de una transformación desde dentro, como antídoto de otras soluciones menos amables. Turquía echó el resto en Siria, el país que más interés despertaba por la proximidad y el problema kurdo compartido. Ante las vacilaciones norteamericanas, Turquía se acomodó a un condominio con Rusia, que combinaba la permanencia de la dinastía Assad con un control parcial de la frontera por las tropas turcas y milicianos afines. Pero Erdogan no consiguió eliminar a los aguerridos kurdos, que Moscú llevaba años protegiendo a su manera, sin demasiado entusiasmo.

El sueño de la grandeza turca se fue extinguiendo, igual que la prosperidad de sus primeros años en el poder. La inflación, el debilitamiento de la lira (la moneda nacional), el incremento del paro y el destape de los escándalos de corrupción ya constituían un manto fértil para la contestación social.

Las elecciones municipales de 2019 confirmaron una alternativa real a Erdogan en la figura del nuevo alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu. El feudo inicial del Presidente turco había sido profanado, según sus seguidores más fanáticos. Por fin surgía en Turquía alguien capaz de poner al Sultán contra las cuerdas. Sin embargo, Erdogan resistió acudiendo a la última palanca de poder: la represión y el control de todos los aparatos del Estado, que venía ocupando desde el fallido golpe de 2016.

El terrible terremoto de 2023 fracturó definitivamente al régimen. La oposición, aun frágil hasta entonces, emergió de los escombros políticos de dos décadas de catacumbas. En las elecciones locales de 2024, el  CHP (Partido Republicano del Pueblo), la histórica organización kemalista bicha de Erdogan. ganóel 37% de los votos y ganó en 35 de las 81 provincias. Imamoglu se empezó a perfilar como un rival serio.

El régimen se asustó. La intimidación ya no parecía suficiente. Había que cortar la carrera del aspirante. Imamoglu fue detenido acusado de corrupción (cargos que no han sido detallados ni justificados aún) y su diploma universitario retirado (cualquier candidato a Presidente en Turquía debe acreditar una diploma en estudios superiores). Desde 2016, el gobierno nombra a los rectores.

La autocracia turca se ha quitado del todo la careta. Y han aparecido los estudiantes de Estambul, con una protesta que ha sorprendido, al régimen, por su amplitud y energía (1). Las calles de la principal ciudad turca se llenaron de jóvenes, pese a la contundente represión inmediata y al temor a represalias sobre sus expedientes académicos (2). El CHP apoyó enseguida a los estudiantes y se conjuró para lograr la liberación de su candidato in pectore y echar un órdago al régimen erdoganista. La protesta ha desbordado los límites de episodios anteriores, la del Parque Gezi (2013) o las que siguieron al terremoto (3).

El propio partido oficial, el AKP empieza a dar muestras evidentes de fracturación. A sus 71 años, Erdogan ya carece de la energía de hace dos décadas. Ni siquiera las simpatías de Trump, más frío con él ahora que en su primer mandato, parecen suficientes para proporcionarle apoyos internacionales. Putin, otros de sus socios intermitentes. no está ahora tan interesado en Oriente Medio (4).

La próxima argucia de Erdogan podría ser un acuerdo contra natura con los kurdos. El abandono de la lucha armada por el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) parece un primer paso para “dividir y vencer a la oposición”, como sostiene el profesor Karaveli, del Instituto Asia-Cáucaso. Pero esta maniobra se antoja muy arriesgada (5).

 

SERBIA: EL FINAL DEL CICLO NACIONALISTA

En Serbia, la emergencia de la protesta juvenil también ha barrido las luchas políticas alicortas. Otra desgracia, en este caso el hundimiento del tejado de la estación ferroviaria de Novi Sad, la segunda ciudad del país, fue la mecha que ha prendido el fuego de la contestación (6). En pocas semanas, los estudiantes se movilizaron también en Belgrado para exigir no sólo responsabilidades por la catástrofe, sino también un cambio de régimen, liderado por el Presidente Vucic. Estamos, por dimensión y ambición, ante las protestas más importantes de las últimas dos décadas (7).

Alexander Vucic es un superviviente. Fue el último Ministro de Propaganda de Milosevic, pero contrariamente a otros vástagos políticos de su antiguo patrón, demostró un mayor olfato para hacer sobrevivir la transformación de la antigua nomenklatura comunista serbia en una nueva clase política ultranacionalista. Vucic se reveló como un maestro de la propaganda, capaz de seducir el capital inversor chino, recomponer la fraternidad política ortodoxa con Rusia y mantener el diálogo abierto con la Unión Europea a base de compromisos en la lucha contra el terrorismo y la “migración ilegal” originada en áreas balcánicas.

A pesar de todos eso, Serbia aún está pagando por haber sido el villano de las guerras yugoslavas de los 90, según la lectura oficial en Occidente. Los ensayos liberales de principios de siglo acabaron mal, disueltos en el nacionalismo corrosivo que acabó con Yugoslavia. Mientras otros autócratas exyugoslavos firmaron pactos fáusticos con Europa, el neonacionalismo serbio arrastra sanciones y culpas no siempre justificadas. Pese a la ambigüedad europea, estimulada por el hartazgo balcánico, la sospecha de la complicidad ruso-serbia mantiene al régimen de Belgrado en el congelador de la ampliación europea por el sureste.

Los estudiantes serbios quieren un cambio radical del sistema, decía la escritora Sladjana Nina Petrovic, en una entrevista con la publicación francesa Courrier des Balkans (8). El pesimismo combativo ancestral de los serbios pone esa afirmación en entredicho. Pero el entusiasmo juvenil es un factor nuevo, que podría transformarse en una energía positiva de apertura política. En ello confían los sectores sociales más dinámicos de la sociedad, hartos del nacionalismo mutante.

 

NOTAS

(1) “Turquie: à l’origine des manifestations, une jeunesse étudiante qui «n’a plus rien à perdre». NICHOLAS BOURCIER. LE MONDE, 25 marzo.

(2)“Turkey’s young ‘hope of millions’ held in jail as Erdoğan cracks down on protests”. RUTH MICHAELSON. THE OBSERVER, 30 marzo.

(3) “Turkey’s Opposition Is Energized: ‘The Fire Is Already Lit’”. BEN HUBBARD & SAFAK TIMUR. THE NEW YORK TIMES, 29 marzo.

(4) “Turkey Is Now a Full-Blown Autocracy”. GONUN TOL. FOREIGN AFFAIRS, 21 marzo.

(5) “Erdogan Is Trying to Divide and Conquer Turkey’s Opposition”. HALIL KARAVELI. FOREIGN POLICY, 26 marzo.

(6) “‘We’ve proved that change is possible’–but Serbia protesters unsure of next move” JULIAN BORGER. THE GUARDIAN, 3 febrero.

(7) “Over 100,000 Protesters Flood Serbian Capital, Demanding Change”. MILICA STOJANOVIC & KATARINA BALETIC. BALKAN INSIGHT, 15 marzo.

(8) “Le réveil d’une génération” ( Entrevista con Sladjana Nina Petrovic). COURRIER DES BALKANS, 30 marzo.