11 de junio de 2025
De Gaza a Los Ángeles se está perpetrando un modelo de descomposición del Estado liberal. A pesar de la inmensa diferencia entre uno y otro caso, hay un denominador común: la falsedad como justificación del uso indiscriminado de la violencia de Estado.
En
Gaza, hace mucho tiempo que se han franqueado todas las líneas rojas que deben
exigirse a un país civilizado. Israel, ya se sabe, hace ostentación de eludir
las normas, leyes y mandatos de la sociedad internacional. Se lo reclama de
forma retórica a sus enemigos, pero se reserva la inveterada costumbre de no
respetarlos, basado en un artero concepto de derecho a la defensa. Israel hace
mucho años que no se defiende. Ataca por sistema, por instinto, por el disfrute
de la seguridad que supone no estar expuesto a represalias de envergadura
creíble. Israel ha convertido el uso, abuso, exceso y crimen en una filosofía
política.
Esas
afirmaciones no son fruto de ese antisemitismo que sus cómplices sacan a
relucir cada vez que se denuncia el comportamiento intolerable de sus
dirigentes, avalado por la gran mayoría de una sociedad cada día más
intolerante, mas extremista. Anteriores responsables del gobierno o del
Ejército, difícilmente sospechosos de ser enemigos del sionismo, se han sumado
a las críticas. En otros tiempos fueron interpretes fieles de sus planes de
expansión, pero con ciertos límites impuestos por la decencia o simplemente por
un sentido interesado de autocontrol.
El
exprimer ministro Ehud Olmert, un liberal que terminó su carrera política bajo
la ignominia de ciertas sospechas de corrupción, atacado desde la derecha y la
ultraderecha sin piedad, ha vuelto a permitirse una de las críticas más feroces
de la deriva de su país, desde dentro mismo del sistema.
En
una tribuna que sólo el diario izquierdista Haaretz se atrevió a publicar (más
tarde reproducida por algunos periódicos occidentales), Olmert afirma con
rotundidad lo que todo el mundo está viendo y permitiendo: que Israel comete
“crímenes de guerra en Gaza”. Cada palabra, cada término de su escrito están
medidos, para minimizar el riesgo de ser considerado como un antipatriota o,
peor aún, como un traidor (1).
Olmert
reconoce que, inicialmente, se resistió a aceptar el término genocidio,
pero admite que ya no puede considerar exagera esa acusación. Considera al
gobierno como el responsable final de una política “intencionalmente
mortífera”. Tampoco exonera a los medios, por presentar una “versión
edulcorada” de los hechos.
Pero
lo más curioso es su ingenuidad, o su diplomacia, al mostrarse candorosamente
agradecido por las críticas de los dirigentes europeos. A Olmert parece
satisfacerle esa política de complicidad por defecto, de pasividad, de
justificación de origen por los ataques de Hamas del 7 de octubre en que se
instalaron las grandes potencias europeas. La voz de España, pionera en la
denuncia, seguida luego de Irlanda y de otros países nórdicos no ha tenido
fuerza suficiente para cambiar el mensaje común.
LA
MALA CONCIENCIA NO LO EXPLICA TODO
Europa,
dos semanas después de haber puesto el grito retórico en el cielo, sigue sin
hacer nada práctico. Se resiste a sancionar a Israel e invoca un alambicado
procedimiento de revisión de los acuerdos de cooperación. Alemania se ha
convertido en el gran escollo, con su política de defensa a ultranza de Israel
convertida en “razón de Estado”, como declaró Angela Merkel ante la Knesset en
2008. Aunque la brutalidad israelí ha sacudido los cimientos de esa política,
como sugiere el semanario de centro-izquierda DER SPIEGEL, el actual gobierno de
Berlín no se atreverá a ir muy lejos (2).
La
mala conciencia no lo puede explicar todo. El miedo casi irracional de ser
tachado de antisemitas ya no puede justificar esas conductas políticas. El
abominable holocausto nazi está viviendo una recreación en Gaza con otros
protagonistas. Los descendientes de las víctimas se han convertido en los
verdugos de este tiempo.
Ni
Alemania ni Europa han tenido con Rusia tantos escrúpulos. La guerra económica
se desencadenó desde los primeros momentos de la invasión de Ucrania. En Gaza
se está disparando contra civiles indefensos cuando tratan desesperadamente de
hacerse con alimentos que Israel permite entrar a cuentagotas, en una forma
despreciable de crimen de guerra, como afirma Olmert y algún otro dirigente con
un rastro de decencia, como el exjefe del Ejército Moshé Yalon, que habló de
“limpieza étnica”.
Resulta
aún más difícil de digerir el comportamiento de los medios liberales y sus
principales gurús, que no escatiman apelativos para juzgar la política de Rusia
y. en cambio, se dejan enredar por el lenguaje burocrático de los responsables
europeos, lo que les convierte en una especie de anestesistas de lo que está
ocurriendo cada día, cada hora a la martirizada población palestina.
La
mala conciencia no lo puede explicar todo. El miedo casi irracional de ser
tachado de antisemitas ya no puede justificar esas conductas políticas. El
abominable holocausto nazi está viviendo una recreación en Gaza con otros
protagonistas. Los descendientes de las víctimas se han convertido en los
verdugos de este tiempo.
Hay
pocos argumentos en esta política europea del avestruz. Comprar, aunque sea con
matices, el argumento de que Hamas puede controlar los alimentos que reparten
las organizaciones de ayuda internacionales revela una falta de sensibilidad
atroz por la suerte de las víctimas. Dar pábulo a que los milicianos
fundamentalistas se refugian entre la población para dificultar su localización
y aniquilamiento es una exhibición de cinismo. ¿No utilizaban tácticas
similares los resistentes contra el nazismo? ¿Eso acaso desautorizaba su lucha?
Europa
dice estar contra la ocupación ilegal de Palestina, pero acepta los falsos
argumentos de Israel hasta límites que no consiente en otros Estados
expansionistas y/o agresivos. Europa ha caído en una cobardía moral que será
muy difícil de reparar.
TRUMP
NO CALLA, CONSIENTE
Desde
Estados Unidos, no cabía esperar, ni con Biden ni con Trump, ni con quien fuera
que ocupara la Casa Blanca otra cosa. Que al expresidente no le gustara el
Primer Ministro israelí, que lo maltrató y humilló cuando era el segundo de
Obama, no impidió que eludiera cualquiera de las opciones que se le presentaron
desde el Departamento de Estado para limitar su apoyo militar.
Trump,
que hace ostentación de un autoritarismo rancio y de una admiración casi
adolescente por los dirigentes saturados de esteroides, se ha desentendido de
la tragedia palestina. Con indiferencia, con desprecio, con inhumanidad. Los
analistas y medios liberales lamentan esta despreocupación de Trump por guardar
las apariencias. Uno de los asesores de varios presidentes demócratas en las
interminables, frustrante y quizás fraudulentas negociaciones de paz, Aaron
David Miller, se lamentaba de que Israel haya “perdido el paso” de la política
norteamericana en la región. Más concretamente, Miller se inquieta porque Trump
y Netanyahu, que solían caminar al unísono, ya no lo hagan” (3).
Quizás
esa sea otra de las falsas apariencias que Washington practica en lo que a
Israel se refiere. El actual Presidente, después de despachar su solución para
Gaza con aquella afirmación de una grosera insensibilidad (hacer de la franja un resort, bajo el
control de Estados Unidos y sus socios del Golfo), ha perdido interés, como un
niño que, al no saberle sacar partido a un juguete, lo deja abandonado en el
desván.
A
Israel le importa poco o nada que desde la Casa Blanca le dirijan sermones
morales inútiles. Asegurados el
suministro de armamentos y la cobertura diplomática que le libra de incómodos
ejercicios hipócritas en la ONU, puede vivir con ese espléndido aislamiento del
que se alimenta, con su pose de víctimas convertidas en dueño de unos poderosos
mecanismos de impunes represalias.
El
último episodio de esta barra libre con la que opera en la escena internacional
ha sido la captura, fuera de sus aguas jurisdiccionales, de una flotilla que
pretendía desembarcar alimentos y ayuda básica en Gaza. Ya ocurrió en 2010 y se
recordará lo que pasó entonces. Quienes podían mover un dedo, no lo hicieron.
Turquía se erigió en defensor de la causa palestina, lo que provocó un incidente
diplomático y la ruptura de un ensayo de entendimiento entre Ankara y
Jerusalén.
LA
SOMBRA DE LA DICTADURA
Trump
no calla sobre Palestina: consiente. Porque le da igual y porque está ocupado
en sus guerras internas, las únicas que, salvando sus negocios internacionales,
le interesan. Quiere aniquilar cualquier oposición interna, aprovechar el
racismo nunca resuelto de la sociedad norteamericana y usar a los inmigrantes
como chivo expiatorio de un malestar social sin remedio. La xenofobia en la que
se complace no es ideológica: es oportunista. Como todo lo que hace.
Si
ha desplegado unilateralmente 4000 guardias nacionales y 700 marines en Los
Ángeles no es porque haya un “riesgo para la seguridad nacional”, como ha
proclamado falsamente. El objetivo es doble: castigar a California, un Estado
que se resiste a sus delirios xenófobos y, al mismo tiempo, demostrar a uno de
sus escasos potenciales rivales actuales en el Partido Demócrata, el gobernador
Gary Newsom, que puede cortarle la hierba bajos sus pies (5). Humillarlo,
reducirlo a un dirigente local, aunque el Estado que gobierna acaba de superar
a Japón como la cuarta economía del mundo. Ante una actuación tan
desproporcionada, es lógico que las autoridades estatales hayan presentado una
querella contra la Administración federal (6). Los puentes parecen cortados y
Newsom habla ya “fantasma de un presidente dictatorial”.
Robert
Reich, Secretario de Trabajo con Bill Clinton y hoy profesor emérito de la
Universidad de California, asegura que “estamos asistiendo a las primeras fase
del estado policial de Trump”. En su visión, los siguientes pasos están
definidos: 1) declaración del Estado de emergencia; 2) implicación de agencias
federales para aplicar el uso exclusivo de la fuerza (FBI, DEA, Guardia
Nacional); 3) detenciones y arrestos sin el debido proceso judicial; 4) creación
de campos de detención y prisiones especiales; y 5) declaración de la ley
marcial (7). Reich quizá se anticipa demasiado, pero el autoritarismo y
violencia física y política de Trump no augura nada razonable.
Por
supuesto, estos crímenes contra el Estado de Derecho y las libertades están
lejos de los que practica Israel. No sólo, claro ésta, por su alcance y
dimensión. También por su inspiración.
Netanyahu y sus fanáticos socios religiosos de gobierno combinan un
nuevo fascismo expansionista y aniquilador con intereses políticos de
supervivencia política. Trump sólo se mueve por motivaciones personales
egoístas, por mucho que sus diversas bases electorales se autoengañen con su
conservadurismo redentor.
NOTAS
(1) “Israël commet bien des
crimes de guerre à Gaza”. EHUD
OLMERT. LE MONDE, 4 de junio.
(2) ”How the Gaza War Is Changing Germany's
View of Israel”. DER SPIEGEL, 29 de mayo.
(3) ”Trump and Netanyahu Were Marching in
Lockstep—Until They Weren’t”. AARON DAVID MILLER (CARNEGIE FOUNDATION).
FOREIGN POLICY, 3 de junio.
(4) “Putting the bully in bully pulpit, Trump
escalates in L.A. rather than seeking calm”. LOS ANGELES TIMES, 9 de junio.
(5) “Trump vs. California. ANDREW A. GRAHAM. THE
ATLANTIC, 9 de junio.
(6) “California Lawsuit Challenges Trump’s Order
Sending National Guard to L.A.”. THE NEW YORK TIMES, 9 de junio.
(7) “We are witnessing the first stages of a Trump
police state”. ROBERT REICH. THE GUARDIAN, 9 de junio.