LA PUNCIÓN TURCA EN SIRIA

31 de enero de 2018
             
Hay una suerte de axioma en Oriente Medio que se repite invariablemente: el final de una guerra no conduce a la paz sino al comienzo de otra guerra. O a la réplica de la misma guerra con manifestaciones diferentes pero intercambiables.
        
Liquidada esa suerte de distopia de un Estado medieval y fanático en una de las zonas geoestratégicas más sensibles del planeta, emergen los conflictos enquistados, a los que no se ha sabido, no se ha querido o no se ha podido encontrar solución.
                     
No se quiere encontrar solución al conflicto palestino cuando Trump plantea de manera tan torpe, sesgada o ignorante la cuestión de Jerusalén.
           
No se puede encontrar una solución al inestable equilibrio en Iraq, cuando en nombre de falsos peligros, responsabilidades terroristas ficticias e hipócritas motivaciones, se destruye un Estado odioso al que previamente se había fortalecido.
           
Y no se sabe resolver ahora la guerra inacabada de Siria, donde lo único que parece importar es que Rusia mantiene su única cabeza de puente regional o que Irán asegura un corredor de influencia hasta el Mediterráneo.

La guerra contra el Daesh ha concluido con el fin lógico, más allá de unos pronósticos errados o interesados, que inflaron el riesgo desestabilizador del Califato.
Después de una sucesión de desaguisados, se llega a la situación actual en que ni las alianzas de medio siglo sirven, o no sirven para lo que han servido todo este tiempo, es decir, para mantener un engañoso equilibrio.

            
Desde que en 2015 Putin decidió apuntalar al régimen sirio, Occidente ha estado buscando la forma de organizar, adiestrar, financiar, armar y respaldan en foros y despachos un conglomerado incoherente y autodestructivo de fuerzas opositoras. Sin resultado satisfactorio.

            
Cada cual busca sacar tajada del caos sirio, sin un agente mayor capaz de poner orden, ni siquiera aparente. Si Assad se mantiene en el poder no es sólo porque Moscú lo haya propiciado, sino porque sus enemigos se han empeñado en destruirse entre ellos y no forjar un futuro un poco más racional que acabe con el martirio de la gente.

            
LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

La Turquía erdoganita es un actor de especial importancia. Durante los tres o cuatro primeros años del pandemónium sirio jugó un papel ambiguo y contradictorio. No simpatizaba con el extremismo islámico, pero lo consideró útil siempre que fuera controlable. Al cabo, los fanáticos gangrenaban al régimen de Assad y dominaban la franja fronteriza, conjurando el peligro de un fortalecimiento de los kurdos sirios, aliados de sus congéneres turcos.

Erdogan sólo lanzó su potencial militar contra el Daesh cuando hubo un riesgo cierto de que la alianza anti-Assad liderada por los kurdos y respaldada por Estados Unidos capitalizara la victoria contra los extremistas. Lo que años antes parecía muy difícil empezó a tomar forma: un corredor fronterizo entre Siria y Turquía, entre las regiones de Afrin (al este) y Rojava (oeste), bajo hegemonía kurda. La peor pesadilla de cualquier nacionalista turco, civil o militar, conservador o liberal.

La intervención turca del verano de 2016 frenó ese proyecto autonomista kurdo, que Rusia y Assad no consideraban el peor de sus problemas. Para ellos, como para Obama, lo primero era derrotar al Daesh y luego ya habría tiempo de repartir cartas de nuevo para jugar la siguiente baza.
          
El cambio de guardia en Washington aportó lo que menos necesitaba la situación: desorden, inconsistencia, caos. Durante el pasado año ha sido imposible saber qué planes tiene la administración Trump en el conflicto sirio, si es que tiene alguno. Después de elogiar la inteligencia de Putin, sólo para vituperar a su antecesor, el peculiar presidente actual se ha entregado a la dinámica errática en sus caprichos, mientras sus colaboradores se contradecían con asombrosa insistencia (1).
                       
Erdogan ha aprovechado el desconcierto para resolver unilateralmente el “problema”. En las últimas semanas ha desencadenado una operación denominada (no es ironía) “rama de olivo”, con el objetivo de aniquilar militarmente a los kurdos, que llegaron a controlar 600 de los 900 kilómetros de esa franja fronteriza (2)

Rusia ha dejado hacer a los turcos. Después de todo, los kurdos no han dejado de ser una fuerza instrumento, como para Estados Unidos. Serán sacrificados, si no hay más remedio, si la narrativa de la guerra interminable lo exige. Hasta que vuelvan a ser necesarios o simplemente útiles (3).

El Pentágono, apoyado por ciertos think-tanks deudos del establishment, tratan de buscar la cuadratura del círculo entre la decencia de no abandonar a sus aliados más solventes contra el Daesh (los kurdos) y la conveniencia de satisfacer las legítimas preocupaciones de ese aliado molesto, y por momento indeseable, en que se ha convertido esa Turquía cada vez más nacionalista y autoritaria (4). Soner Cagaptay, un investigador turco muy escuchado en Washington, afirma que “es hora de los líderes de la OTAN tengan una franca conversación con Erdogan, a puerta cerrada” (5).

No es el tiempo de los actores principales en Oriente Medio. Obama lo vio claro, o lo intuyó, pese a las críticas de los intervencionistas, a los que el profesor de Harvard, Stephen Walt denuncia con meridiana lucidez. No hay intereses vitales de Estados Unidos –y, por extensión, de Occidente- en estas guerras mediorientales. 

Ahora que la película de Spielberg sobre los papeles secretos el Pentágono nos recuerda las mentiras que justificaron la guerra interminable de Vietnam y los esfuerzos para impedir que se supiera la verdad, viene a cuento preguntarse si aquello no fue una enfermedad transitoria que agarrotó a cuatro administraciones, sino la persistente y arraigada manifestación de una lógica perversa.

ALEMANIA: GROKO, ¿UNA TRAMPA PELIGROSA PARA LOS SOCIALDEMÓCRATAS?

24 de enero de 2018
                
Los delegados del Congreso de los socialdemócratas alemanes han dicho SI a una reedición de un gobierno de gran coalición (GroKo) con la CDU-CSU. Esta decisión supone una rectificación de la posición del partido tras sufrir una humillante derrota en las elecciones de septiembre (20,5% de los votos).
                
El líder del SPD, Martin Schulz dijo en la misma noche de la catástrofe que el partido no aceptaría repetir fórmula de gobierno compartido con Merkel. Muchos no lo creyeron, en particular los escépticos analistas políticos alemanes. Pero buen parte de la militancia lo consideró un gesto de dignidad y un esfuerzo por recuperar la identidad política.
                
Schulz aguardó que la solución Jamaica (coalición tricolor de demosocialcristianos, verdes y liberales) cuajara, para velar armas y no dejar el monopolio de la oposición a los nacionalistas de la AfD (Alternativa por Alemania).
                
Las exigencias liberales (el partido más a la derecha de los tres socios potenciales), tanto en materia socioeconómica como en inmigración, dieron al traste con una fórmula que nunca gozó de verdadero músculo político. Se llegó a decir que un fracaso abocaba a Alemania a la repetición de las elecciones, un tabú en un país obsesionado con la estabilidad.
                
EL DIFÍCIL DISCURSO DE LA RECTIFICACIÓN
                
El regreso a las urnas hubiera supuesto, según esa visión, el final político de Ángela Merkel, incomprensible desde la óptica exterior, pero en absoluto impensable en Alemania. Desde el monumental error de cálculo de 2015 durante la crisis de los refugiados, la canciller ha vivido el declive de su carrera.
                
Sólo una operación podía ralentizar, que no conjurar, esa tendencia: la repetición de la GroKo. La narrativa política alemana repetía con insistencia una recomendación sentenciosa: la celebración de dos elecciones en menos de un año equivaldría a un fracaso imperdonable del sistema, un riesgo inaceptable para el crecimiento económico (2,2% en 2017) y un estímulo peligroso del extremismo agazapado dentro y fuera del Parlamento.
                
Esta lectura significaba una presión insoportable para el establishment del SPD. Mantener el rechazo a la Gross Koalition se presentaba como un acto de lesa nación, una especie de traición a los intereses generales.
                
Schulz, como ya se temía desde el fracaso del viaje a Jamaica, se comió sus palabras, se avino a la posición de los sectores más pragmáticos del partido y abogó por un acuerdo con los demosocialcristianos. Para salvar la cara o para hacer virtud de la necesidad, el SPD endureció las condiciones de un acuerdo y extrajo ciertas concesiones de sus socios de gobierno en material social, migratoria y europea.
               
LA CONTESTACIÓN INTERNA
                
Desde un primer momento estaba meridianamente claro que el principal obstáculo de la nueva GroKo no residía en las diferencias entre los polos llamados a componerla, sino en la resistencia de amplios sectores del SPD (la izquierda y las juventudes, principalmente).
                
El Congreso de este fin de semana se anticipaba dramática: un partido dividido es poco compatible con una imagen de firmeza en la negociación que aún queda por concretar sobre el programa de gobierno. El debate fue duro, intenso, doloroso. Al final, los pragmáticos se impusieron por una diferencia de doce puntos (56%-44%). Luz verde a la negociación de un acuerdo de gobierno, que recibirá la denominación de “contrato”. No es una curiosidad semántica: se pretende asegurar el cumplimiento de ciertos compromisos.
                
El resultado ha generado alivio en el establishment político y mediático. Pero no está dicha la última palabra. El “contrato” será sometido a referéndum de los 450.000 militantes del SPD. Aunque se cree que la dirección no será desautorizada, nadie pone la mano en el fuego. El temor a perder las ventajas de disfrutar del poder pesará en el ánimo de miles de militantes. Pero en Alemania se vive un tiempo de crisis, de dudas, de confianza debilitada.
                
Muchos sectores de base reprochan a los dirigentes que cada vez existan menos diferencias con la CDU-CSU. Las supuestas mejoras sociales (atención sanitaria, subida de las prestaciones sociales a las madres solas) se antojan de mínimos. Se percibe que el partido se ha dejado el alma y ha decepcionado las aspiraciones populares. Como dijo el líder de los JUSOS (juventudes socialistas): “Un no a la gran coalición no significaría el final del partido, sino el comienzo de una nueva historia”. Fue aplaudido por la mitad del congreso, incluso por algunos que luego votaron a favor de la moción oficial (1).
                
Los contestatarios reprochan a la dirección que el partido no haya sido más firme en los asuntos de migración, en la legislación laboral y en otras reclamaciones sociales.  Las demandas de asilo han caído por debajo de las 200.000 anuales en 2017, un 14% menos que el año anterior y la quinta parte del tope alcanzado en 2015 (2). El preacuerdo fija una cuota entre 180.000 y 220.000, lo que parece un ajuste a la forzada realidad más reciente. Los expertos creen que las necesidades alemanas de mano de obra aconsejan una inmigración cercana a las 300.000 personas cualificadas (3).
                
EUROPA, UNA BAZA INCIERTA
                 
Schulz se ha agarrado a su europeísmo de referencia para proclamar objetivos que parecen muy lejos de las preocupaciones de su base social. Su proyecto de “Estados Unidos de Europa” para 2025 suena a música celestial. El proyecto de revigorizar el eje franco-alemán, mediante la cooperación activa con el presidente Macron y su programa reformador para la UE (no necesariamente compartido, sobre todo en los relacionado con el gobierno económico europeo) puede sonar muy estimulante en Bruselas o en ciertas capitales, pero no en las calles y centros de trabajo, como señala la directora adjunta del Fondo Marshall en Alemania (4).
                
El dilema socialdemócrata es desgarrador. El deber patriótico amenaza con difuminar aún más el proyecto estratégico del partido. Aunque no haya sido su objetivo, el SPD acude al rescate de Merkel. Pero el intento de salvar la sacrosanta estabilidad reflotando a la canciller puede conducir a una deriva suicida.
                
El mayor partido socialista de Europa puede quedar atrapado en una paradoja inquietante. Para evitar el ascenso de una ultraderecha que supuestamente se beneficiaría de una repetición electoral, se propicia que esos nacionalistas xenófobos se conviertan en la única referencia crítica auténtica (liberales y verdes hablarán con una voz más conciliadora), en un momento de incertidumbre y confusión.


 NOTAS.

(1) LE MONDE, 21 de enero.

(2) POLITICO, 16 de enero.

(3) THE NEW YORK TIMES, 6 de enero.

(4) “Another gran coalition takes shape in Germany”. SUDHA DAVID-WILP. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.

TRUMP Y MACRON: TAN DISTINTOS, TAN COINCIDENTES

17 de enero de 2018 
            
Emmanuel Macron y Donald Trump parecen estar en las antípodas. Por estilo, por discurso y hasta por sustancia. Sin embargo, más allá de esta apariencia sin fisuras, los dos presidentes de las dos repúblicas más presidencialistas del mundo occidental comparten algo menos visible: el gusto por verse libres de corsés ideológicos. Sus valores pueden no ser los mismos, pero ambos pretenden moldear a su conveniencia a todos aquellos que predominan en su contexto político.
            
Tanto Macron como Trump se encuentran incómodos con las vinculaciones partidistas.  Trump tuvo incluso la tentación de presentarse como independiente durante las primarias, al percartarse de que el establishment republicano hacía ascos a su irresistible ascensión. Cuando esa resistencia se esfumó, prefirió seguir bajo el manto protector de una mayoría legislativa, pero nunca se ha planteado colocarse en situación de dependencia con respecto al Great Old Party.

Macron se desligó de un Partido Socialista al que nunca perteneció, se hizo con el Eliseo sin estructura partidaria propiamente dicha y solo se avino a crear algo parecido a ello cuando la necesidad táctica le exigía asegurarse una mayoría parlamentaria. En ese empeño, picó a derecha y a izquierda. Fagocitó a un PS autodestruido PS, acogiendo a los pragmáticos (como él ), pero sin aspiraciones (contrariamente a él). En el lado opuesto, vampirizó a Los Republicanos, extrayendo de ellos la sangre más fluida, menos afectada por el rancio colesterol del inmovilismo.

Otro elemento que sitúa a los dos antagónicos líderes en la misma cadencia del tiempo presente es la cautividad mediática. No importa que la letra que acompaña a sus respectivas presencias públicas sea diametralmente antagónica. La música suena parecida. Ambos se benefician de una atracción poderosa, que succiona cámaras y micrófonos y deja en la oscuridad silenciosa a todos sus rivales o concurrentes.

Las dos coincidencias señaladas pueden parecer superficiales o secundarias, porque no afectan al contenido de sus políticas. Sin embargo, lo relevante de esta comparación es que, en la política actual, no es la sustancia lo que más importa. O dicho de manera más prosaica, no es lo que gana elecciones, lo o que orienta y define un mandato.  Ambos factores en los que Macron y Trump se encuentran, sin haberlo pretendido, o a su pesar, son los que hoy en día constituyen la clave del éxito político: el alejamiento de los partidos y la sintonía mediática.

Nadie mínimamente informado sabría decir qué planteamientos ideológicos tienen Macron y Trump, más allá de generalidades, que, por otra parte, podrían encontrarse en los discursos de cualquiera de los partidos del sistema, tanto en Francia como en los Estados Unidos. Si Trump y Macron han ganado es porque se les han percibido libres (o liberados) de estructuras partidistas o partidarias, porque defienden o dicen defender programas o proyectos de gobierno al margen de las referencias habituales en las últimas décadas.

Trump puede sonar más grosero, desagradable, desarticulado, caprichoso y desorientado que su homólogo. Macron puede exhibir un discurso más moderno, coherente, amable, integrador o informado que el norteamericano. Pero uno y otro se refugian en una ambigüedad calculada, en una disponibilidad a entenderse con los de aquí o los de allá, o con ninguno de ellos, una flexibilidad escurridiza y ventajosa.

Estos dos extremos de la performance política actual se tocan en el terreno pantanoso del oportunismo y la vaguedad. Cada cual interpreta esa melodía habitual de la política con registros aparentemente incompatibles. Pero la intención de ambos resulta similar: modelar sus compromisos a su antojo, adaptar la realidad al discurso en lugar de éste a aquel, manipular el cansancio, desencanto o escepticismo, convertir al desgastado ciudadano-político en voraz ciudadano-consumidor. Oficiar la degradada misión de la política como espectáculo, como representación.

Se podrían poner algunos ejemplos de cómo se plasma, en la práctica, esta subterránea concomitancia entre estos dos líderes mundiales. Pero el espacio limitado de este comentario nos exige seleccionar. Por densidad y actualidad, puede valor el asunto de la migración. En días recientes, hemos presenciado a Trump y Macron gestionando con ciertos apuros por sus respectivas políticas migratorias.

Lo que salta a la vista son las abrumadoras diferencias: en el estilo, en el lenguaje, en el supuesto contenido de las políticas que ambos proponen. Hay un abismo entre “los países de mierda” del vulgar y deslenguado norteamericano y el respeto, candor e incluso calidez con la que el francés se refiere a los inmigrantes. Trump insulta a quienes han contribuido no solo a la riqueza material sino también moral y espiritual. de América, mientras Macron dedica los mejores recursos de su encanto personal y de su suavidad política a enaltecer las virtudes de una inmigración ordenada. Y, sin embargo, uno y otro pretenden dar un vuelco a la realidad migratoria en un sentido restrictivo. Con muros y leyes agresivas, el especulador inmobiliario. Con retórica supuestamente humanista y reglamentos laberínticos el otrora autor teatral.

Macron ha tenido que hacer un ejercicio de equilibrio (complicado incluso para él ) durante su visita a Calais. Las organizaciones humanitarias le esperaban con desconfianza y malestar. Las fuerzas de seguridad, otro tanto. Ambos sectores están fuera del radar previsor del Presidente. No les basta con palabras bonitas, quieren realidades. En ese pequeño microcosmos de la migración sin bálsamo, no es posible conciliar, como pretende Macron, las dos visiones: la humanitaria y la policial. Por eso, de ninguno de los dos sectores recibió aplausos y apenas un esbozo de atención.

Trump quiere cumplir con sus xenófobos partidarios poniendo una barrera física a la inmigración más próxima. Fiel a su instinto, maneja el instinto conservador de los republicanos y el discurso social de los demócratas. En esta operación, cree haber encontrado un arma común frente a “los dos lados del pasillo legislativo”: el cálculo electoral. A los republicanos, los amedrenta con el riesgo de perder la simpatía con el electorado nacionalista. A los demócratas, les ofrece una suerte de actitud compasiva con los dreamers a cambio de que le habiliten fondos para construir el muro (al cabo, un negocio para el sector del ladrillo). 

LA SEGUNDA MUERTE DEL GRAN MANIPULADOR

10 de enero de 2018    
                
En vísperas del primer aniversario de Trump como principal inquilino de la Casa Blanca, se han agotado ya casi todos los epítetos para describir lo que, en opinión de muchos, constituye el mandato más caótico en la historia de los Estados Unidos.
                
La aparición de un libro Fire and Fury (Fuego y Furia), del polémico y singular periodista Michael Wolff (1), hubiera sido, en cualquier otro caso, motivo de gran escándalo. Más allá de algunas revelaciones picantes, no muchas, y un cierto revuelo mediático, lo curioso del asunto es que a nadie ha sorprendido ni alterado. Es lo que ya, más o menos, se sabía, detalles aparte.
                
Días antes de filtrarse lo más jugoso/morboso de esta obra, el NEW YORK TIMES ofrecía un retrato muy significativo del personaje que abochorna a medio mundo y acongoja al otro medio (2).  Por no hablar de las bolitas de pan en forma de tweets que el propio Trump deja como rastro de su inconsistencia, de su incompetencia o de su vanidad enfermiza.
                
Lo más significativo del libro de marras no es lo que nos revela de Trump, ni siquiera de su entorno, y en particular del supuesto núcleo duro familiar. El legado del libro será la caída en definitiva desgracia de Steve Bannon, el que accedió al inédito puesto de gran estratega del “genio estable” en su carrera estilo Monthy Pitton a la cúspide política norteamericana.
                
Bannon, cabeza visible y heredero de la más famosa de las cuevas mediáticas ultras (Breibart News) dotó de un discurso nacionalista más o menos articulado a lo que no pasaba de ser una colección inconexa y espasmódica de bravuconadas y exabruptos del candidato.
                
Asentado en la Casa Blanca con un papel difuso, confuso y oblicuo, Bannon aprendió pronto el riesgo de acercarse demasiado al poder, o al menos al poder más expuesto a los focos. A medida que el atrabiliario equipo ganador se iba descomponiendo (Flynn, Priebus, Spicer, etc.), un doble blindaje minimizaba la influencia de Bannon.
                
Por un lado, la guardia pretoriana familiar (Javanka), formada por el superyerno Jared Kushner (para indefinidas misiones diplomáticas) y la hija Ivanka (encargada de supuestas cuestiones de imagen y otros consejos íntimos). De otro, el póker militar de generales que gobierna, en la práctica, el país: el jefe de gabinete Kelly, en funciones de bombero mayor de una Casa Blanca al borde del naufragio; el consejero de seguridad Mac Master, tratando de dar coherencia a las ocurrencias testosterónicas del patrón; el perro loco Mattis, al frente del Pentágono, para atemperar las bravuconadas del jefe; y el director de la CIA, Mike Pompeo, cocinero de la papilla de inteligencia que se le administra cada mañana al ágrafo presidente.
                
En esta recomposición de un gabinete sin rumbo aparente, Bannon estaba cada día más desubicado. Intentó hacer codos y recuperar su espacio con alguna que otra declaración subida de tono, para captar el cariño cada vez más enfriado del gran jefe, pero fue inútil. Hasta que comprendió que su suerte estaba echada y empezó a mostrarse distante, intemperante, crípticamente crítico. Se le despidió al estilo Trump, con una torpeza marca de la casa. Era el fin del gran manipulador, como lo etiquetó en sus días de gloria la revista TIME.
                
El pretendido innovador/ agitador de la adormecida conciencia norteamericana terminó embarrancado en el más viejo de los resentimientos: rajar contra los enemigos a los que considera responsables de su caída en desgracia. Y hacerlo, además, como garganta profunda de un profesional aficionado al periodismo del escándalo. Las citas de Bannon, explícitas o implícitas, constituyen el meollo del libro de Wolff, aunque el autor asegure que atesora cientos de fuentes.
                
Bannon no se conformó con devolver el golpe a quienes le habían expulsado a la irrelevancia y luego al ostracismo. Arremetió también contra el hombre al que quiso convertir en el renovador de la política y de la sociedad norteamericanas, al que veía, en el más disparatado de sus ensueños, como su gran creación: el propio Trump. Pasó de enaltecerlo como gran genio a ningunearlo como un inestable de dudosa capacidad mental. Creyó tal vez el gran manipulador que la base social que le había enhebrado se podía descomponer si él, como sumo sacerdote de la doctrina America First, denunciaba la inconsecuencia de su desnortado líder.
                
Calculó mal. A Bannon le tenía muchas ganas toda esa clase política tradicional que no veía en él otra cosa que un arribista sin escrúpulos, un ideólogo oportunista y grosero, o un buscavidas. Cuando Trump se despachó con él, ridiculizando su berrinche, los pesos pesados del Partido Republicano y los supuestos protegidos del propio Bannon que quedaban en la Casa Blanca, arroparon con más o menos entusiasmo al Presidente. Los medios mainstream, a los que el gran manipulador no ha dejado en todo momento de fustigar, encendieron el fuego junto al árbol ya hecho leña.
                
Bannon no tardará en arder como una pira funeraria. Este martes ha sido despedido como director del sitio Breibart News, después de que algunos de sus principales financiadores inclinaran hacia abajo su pulgar. Como no parece probable que mute en un ave fénix, es muy posible que estemos ante la segunda, y definitiva, muerte del gran manipulador.
                
EFECTO BOOMERANG?
                
Más interés tiene el efecto boomerang que el libro de Wolff y sus secuelas puedan tener en la narrativa política de Washington. El destacado articulista del NYT David Brooks estiman que el antitrumpismo, del que él mismo se considera miembro, está en declive (3). Este analista mantiene posiciones originales en muchos asuntos y es una voz particularmente discordante en la línea liberal del prestigioso diario norteamericano. Sólo alguien como él se podía atrever, sin ser sospechoso, a cuestionar o matizar, que no refutar, algunas de las críticas más persistentes que soporta la actual administración. Y, como era de esperar, inscribe el libro de Wolff en la categoría del antitrumpismo demagógico y visceral. Otros colegas de medios liberales han señalado también los errores, vicios y equívocos de Fire and Fury, con cuidado de no terminar fortaleciendo a Trump.
                
Desde algunos sectores progresistas se afirma la necesidad de una respuesta coherente al desvarío actual. Hay que denunciar, por supuesto, ese revanchismo de los apartados, también el amarillismo de los oportunistas y construir alternativas sólidas y fiables. Llama la atención esta suerte de campaña de origen impreciso a favor de Oprah Winfrey como posible candidata en 2020, tras su apasionado discurso en la gala de los Globos de Oro, como portavoz del movimiento feminista meeto. Tanta fuerza parece haber cogido la cosa que algunos líderes del partido se han visto obligados a pronunciarse, no todos con claridad (4).
                
La propia interesada guarda silencio, lo cual ha alimentado las especulaciones. Si bien había rechazado en el pasado sugerencias similares, siempre ha demostrado su interés por la política, en general, y manifestado su disposición a contribuir a favor de un mensaje de cohesión nacional. Que ahora se hable de ella en estos términos de candidatura presidencial indica el desconcierto de estos tiempos.

NOTAS

(1) “Fire anf Fury. Inside the Trump White House”. MICHAEL WOLFF. HENRY HOLT & COMPANY, 2017

(2) “Inside Trump’s Hour-by-Hour Battle for Self-Preservation”. THE NEW YORK TIMES, 10 de diciembre.

(3) “The Decline of anti-trumpism”. DAVID BROOKS. THE NEW YORK TIMES, 8 de enero.

(4) “Talk of Oprah running for President captivates Democrats”. THE WASHINGTON POST, 8 de enero.



IRÁN: LA “REVUELTA DE LOS HUEVOS”.

3 de enero de 2018

No se trata, por supuesto, de una vulgar referencia al coraje de miles de jóvenes que se han echado a la calle en Irán para protestar por la carestía de la vida, las desigualdades en el reparto de los recursos y el hartazgo ante una situación insostenible. Los huevos, uno de los alimentos básicos en el país, han subido de manera escandalosa. Algunos manifestantes han hecho de la rabia motivada por el alza del precio de los huevos el emblema de su protesta.

Aún es pronto para calibrar el alcance de la revuelta. Pero por su origen, extensión, contexto político y efectos inevitables en el interminable pulso que se libra en el interior del régimen, ya puede asegurarse que estamos ante el escenario más delicado desde las protestas acaecidas en torno a las elecciones de 2009. De proseguir la inestabilidad, estaríamos ante el mayor desafío interno de la República Islámica, cuando falta algo más de un año para cumplir su cuadragésimo aniversario. Estos son los rasgos distintivos fundamentales de la “revuelta de los huevos”.

1) El origen. - Contrariamente a 2009, o a la propia revolución que propició la caída del Sha, las protestas se han iniciado en ciudades de la periferia, no en Teherán. Si bien, el escenario de las mayores manifestaciones ha sido Marshad, la segunda ciudad del país, la mayoría de las villas sacudidas por las protestas han sido urbes de tamaño medio o pequeño. 

2) Los motivos. - Si en ocasiones anteriores las protestas se habían distinguido por la denuncia de la falta de libertades individuales, políticas y sociales, en esta ocasión el factor fundamental del malestar ha sido las condiciones de vida en los ámbitos rurales próximos a las villas donde se han registrados las manifestaciones. Desde hace años, una profunda sequía y el envejecimiento de las infraestructuras han motivado un brusco descenso de la producción agrícola y un incremento masivo de la emigración hacia las urbes próximas.

3)  Los actores. – No resulta extraño, por tanto, que hayan sido los jóvenes de estos entornos rurales los principales actores de la revuelta. En los movimientos contestatarios anteriores –de diferente naturaleza y amplitud- habían sido jóvenes urbanos instruidos, universitarios y pertenecientes a clases más acomodadas, y en particular los residentes en Teherán, más politizados, los que iniciaron las protestas. La juventud lidera la resistencia democrática en Irán. La mitad de la población tiene menos de 30 años y más de un tercio (quizás el 50%) se encuentra sin trabajo.

4) La respuesta desigual de las autoridades. – La respuesta de duros y moderados a las protestas ha puesto en evidencia, las distintas sensibilidades políticas que fracturan el establishment político iraní. Si bien unos y otros han condenado la violencia y han denunciado injerencias exteriores y manipulaciones interesadas, los moderados han admitido que los manifestantes no carecen de motivos para expresar su malestar, mientras los duros han puesto el acento en la interpretación conspirativa (“los enemigos externos”) y en el recrudecimiento de la represión y el recorte de libertades (bloqueo de las redes sociales y otras medidas restrictivas).

5) El contexto político. - Éste puede ser el elemento clave de la presente crisis. Algunas informaciones indican que notables figuras del sector duro del régimen habrían alentado las primeras protestas en Marshad, para debilitar la posición del gobierno, controlado por el Presidente Rohani, líder más visible de los moderados. Los manifestantes se alzaron contra el proyecto de presupuesto elaborado por el Gobierno, que contempla la reducción de los subsidios de productos básicos y la consecuente elevación de los precios.

De ser cierta, la maniobra tenía las alas muy cortas, porque provocó tanta o mayor indignación que en las cuentas públicas del Estado para este años se incrementaran las cantidades destinadas a operaciones militares exteriores o las dotaciones a entidades religiosas, por presión de los sectores más conservadores.

No puede asegurarse aún que las protestas hayan estado manipuladas, al menos inicialmente. Lo que parece claro es que, si fue así, el asunto se habría ido de las manos a los supuestos instigadores: a medida que crecía, la protesta no se focalizó en el gobierno, sino que se dirigió contra el resto de la compleja red de instituciones que componen la República Islámica y, en particular, la autoridad máxima, el Guía Jamenei.

Que los duros hayan querido explotar el descontento social por las medidas de austeridad a las que parece empujado el gobierno para debilitar a sus rivales en una encarnizada lucha por el control del poder es más que plausible. Estos sectores radicales han defendido siempre que acuerdo nuclear con Occidente no iba a ser a propiciar la recuperación económica, porque los enemigos de Irán nunca iban a permitir la consolidación de la República Islámica. Ciertamente, el dividendo del acuerdo ha resultado demasiado modesto y no ha permitido la mejora del nivel de vida de la mayoría de la población, entre otras cosas porque el levantamiento de las sanciones responde a un proceso gradual y está sometido a la desconfianza entre las partes.

6) La reacción exterior. – Como era de esperar, el tuiteador en jefe Trump se ha apresurado a hacer una lectura simplista y precipitada de los acontecimientos, con mensajes agresivos en los que se insinúa el respaldo de su gobierno a los contestatarios, pero sin especificar en qué puede consistir esa ayuda y hasta donde está dispuesto a llegar. Los líderes europeos, en cambio, han sido mucho más prudentes, resaltando la necesidad de contención de la fuerza y el necesario respecto por las libertades de expresión y manifestación, sin las alharacas del molesto aliado norteamericano.

7) Las consecuencias. – A primera vista, ante la amenaza de una amplia desestabilización, es posible que las distintas tendencias del régimen se pongan de acuerdo para sofocar la revuelta. Pero si no pudieran controlarla o se desencadenaran episodios de violencia represiva, no es descartable que las tensiones internas pudieran agudizarse. Este escenario es sumamente inquietante porque no está claro cuál podría ser el resultado. Desde hace tiempo, dentro y fuera de Irán se elaboran hipótesis sobre una eventual superación del régimen (1). Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre el escenario más plausible: reacción, reforma o revolución. De momento, Irán hierve, en un momento en que su entorno exterior inmediato vive un periodo de extraordinaria y peligrosa convulsión.


NOTAS


(1) “Iran’s Path to Democracy: ¿Reform or Revolution?”. HALEH ESFANDIARI. FOREIGN AFFAIRS. Enero-febrero.