24 de enero de 2018
NOTAS.
Los
delegados del Congreso de los socialdemócratas alemanes han dicho SI a una
reedición de un gobierno de gran coalición (GroKo)
con la CDU-CSU. Esta decisión supone una rectificación de la posición del
partido tras sufrir una humillante derrota en las elecciones de septiembre
(20,5% de los votos).
El
líder del SPD, Martin Schulz dijo en la misma noche de la catástrofe que el
partido no aceptaría repetir fórmula de gobierno compartido con Merkel. Muchos
no lo creyeron, en particular los escépticos analistas políticos alemanes. Pero
buen parte de la militancia lo consideró un gesto de dignidad y un esfuerzo por
recuperar la identidad política.
Schulz
aguardó que la solución Jamaica (coalición tricolor de demosocialcristianos,
verdes y liberales) cuajara, para velar armas y no dejar el monopolio de la
oposición a los nacionalistas de la AfD (Alternativa por Alemania).
Las
exigencias liberales (el partido más a la derecha de los tres socios
potenciales), tanto en materia socioeconómica como en inmigración, dieron al
traste con una fórmula que nunca gozó de verdadero músculo político. Se llegó a
decir que un fracaso abocaba a Alemania a la repetición de las elecciones, un
tabú en un país obsesionado con la estabilidad.
EL
DIFÍCIL DISCURSO DE LA RECTIFICACIÓN
El
regreso a las urnas hubiera supuesto, según esa visión, el final político de
Ángela Merkel, incomprensible desde la óptica exterior, pero en absoluto
impensable en Alemania. Desde el monumental error de cálculo de 2015 durante la
crisis de los refugiados, la canciller ha vivido el declive de su carrera.
Sólo
una operación podía ralentizar, que no conjurar, esa tendencia: la repetición
de la GroKo. La narrativa política
alemana repetía con insistencia una recomendación sentenciosa: la celebración
de dos elecciones en menos de un año equivaldría a un fracaso imperdonable del
sistema, un riesgo inaceptable para el crecimiento económico (2,2% en 2017) y
un estímulo peligroso del extremismo agazapado dentro y fuera del Parlamento.
Esta
lectura significaba una presión insoportable para el establishment del SPD.
Mantener el rechazo a la Gross Koalition se presentaba como un acto de lesa
nación, una especie de traición a los intereses generales.
Schulz,
como ya se temía desde el fracaso del viaje
a Jamaica, se comió sus palabras, se avino a la posición de los sectores
más pragmáticos del partido y abogó por un acuerdo con los demosocialcristianos. Para salvar la cara o para hacer virtud de la
necesidad, el SPD endureció las condiciones de un acuerdo y extrajo ciertas
concesiones de sus socios de gobierno en material social, migratoria y europea.
LA
CONTESTACIÓN INTERNA
Desde
un primer momento estaba meridianamente claro que el principal obstáculo de la
nueva GroKo no residía en las
diferencias entre los polos llamados a componerla, sino en la resistencia de
amplios sectores del SPD (la izquierda y las juventudes, principalmente).
El
Congreso de este fin de semana se anticipaba dramática: un partido dividido es
poco compatible con una imagen de firmeza en la negociación que aún queda por
concretar sobre el programa de gobierno. El debate fue duro, intenso, doloroso.
Al final, los pragmáticos se impusieron por una diferencia de doce puntos (56%-44%).
Luz verde a la negociación de un acuerdo de gobierno, que recibirá la
denominación de “contrato”. No es una curiosidad semántica: se pretende
asegurar el cumplimiento de ciertos compromisos.
El
resultado ha generado alivio en el establishment
político y mediático. Pero no está dicha la última palabra. El “contrato”
será sometido a referéndum de los 450.000 militantes del SPD. Aunque se cree
que la dirección no será desautorizada, nadie pone la mano en el fuego. El
temor a perder las ventajas de disfrutar del poder pesará en el ánimo de miles
de militantes. Pero en Alemania se vive un tiempo de crisis, de dudas, de
confianza debilitada.
Muchos
sectores de base reprochan a los dirigentes que cada vez existan menos
diferencias con la CDU-CSU. Las supuestas mejoras sociales (atención sanitaria,
subida de las prestaciones sociales a las madres solas) se antojan de mínimos.
Se percibe que el partido se ha dejado el alma y ha decepcionado las
aspiraciones populares. Como dijo el líder de los JUSOS (juventudes socialistas): “Un no a la gran coalición no significaría el final del partido, sino
el comienzo de una nueva historia”. Fue aplaudido por la mitad del congreso,
incluso por algunos que luego votaron a favor de la moción oficial (1).
Los
contestatarios reprochan a la dirección que el partido no haya sido más firme
en los asuntos de migración, en la legislación laboral y en otras reclamaciones
sociales. Las demandas de asilo han
caído por debajo de las 200.000 anuales en 2017, un 14% menos que el año
anterior y la quinta parte del tope alcanzado en 2015 (2). El preacuerdo fija
una cuota entre 180.000 y 220.000, lo que parece un ajuste a la forzada
realidad más reciente. Los expertos creen que las necesidades alemanas de mano
de obra aconsejan una inmigración cercana a las 300.000 personas cualificadas (3).
EUROPA,
UNA BAZA INCIERTA
Schulz se ha agarrado a su europeísmo de
referencia para proclamar objetivos que parecen muy lejos de las preocupaciones
de su base social. Su proyecto de “Estados Unidos de Europa” para 2025 suena a
música celestial. El proyecto de revigorizar el eje franco-alemán, mediante la
cooperación activa con el presidente Macron y su programa reformador para la UE
(no necesariamente compartido, sobre todo en los relacionado con el gobierno
económico europeo) puede sonar muy estimulante en Bruselas o en ciertas
capitales, pero no en las calles y centros de trabajo, como señala la directora
adjunta del Fondo Marshall en Alemania (4).
El
dilema socialdemócrata es desgarrador. El deber
patriótico amenaza con difuminar aún más el proyecto estratégico del
partido. Aunque no haya sido su objetivo, el SPD acude al rescate de Merkel.
Pero el intento de salvar la sacrosanta estabilidad reflotando a la canciller
puede conducir a una deriva suicida.
El
mayor partido socialista de Europa puede quedar atrapado en una paradoja
inquietante. Para evitar el ascenso de una ultraderecha que supuestamente se
beneficiaría de una repetición electoral, se propicia que esos nacionalistas
xenófobos se conviertan en la única referencia crítica auténtica (liberales y
verdes hablarán con una voz más conciliadora), en un momento de incertidumbre y
confusión.
(1) LE MONDE, 21 de
enero.
(2) POLITICO, 16 de enero.
(3) THE NEW YORK TIMES, 6 de enero.
(4) “Another
gran coalition takes shape in Germany”. SUDHA DAVID-WILP. FOREIGN AFFAIRS, 22 de enero.