TRUMP Y EL MITO DEL NEGOCIADOR DURO


12 de junio de 2019
                
A Donald Trump le gusta llevar las cosas al límite. Lo hace por instinto y por una falta muy aguda de sentido de responsabilidad. Presume de los éxitos que obtiene actuando de esa manera, pero se calla los tremendos fracasos. O más bien los niega. O los sepulta bajo un aluvión de tweets encabezados con la divisa fake news.
                
EL DUDOSO TRATO DE LA FRONTERA SUR
                
El último acto de esta conducta ha sido el acuerdo híbrido comercial-migratorio, rehén el primero del segundo. A falta de muro, militarización de la frontera del vecino. México no pagará el muro de sus ilusiones, pero gastará recursos que necesita para estabilizar la economía y reducir la brecha social en construir una inútil y ominosa barrera contra la pobreza y el hambre. Detraerá fondos que estaban asignados a fines mejores en desplegar, mantener, equipar y hacer funcionar a una novicia Guardia Nacional para frenar el flujo de personas que escapan de la desesperación centroamericana.
                
Trump cree haber doblado el brazo del izquierdista López Obrador al embarcarlo en su cruzada antimigratoria como única manera de evitar una subida de aranceles e impuestos a las exportaciones a Estados Unidos. El nuevo presidente mexicano no ha querido echar un pulso a su potente vecino al otro lado de Río Grande. Ha preferido avenirse a una solución que, por boca de su canciller y en su día sucesor en la alcaldía de la megápolis mexicana, Marcelo Ebrad, “preserva por completo” la dignidad del país. No ha habido acuerdos secretos, aseguró el ministro de exteriores, ante un clima general de sospecha (1).
                
De momento, la retórica sustituye a la sustancia y la aparatosidad del despliegue militar a la suma de acciones parciales de control de los últimos meses. Más de doscientos mil guatemaltecos llegaron a la frontera de México con Estados Unidos en los últimos ocho meses, A los que hay que sumar los procedentes del resto de países centroamericanos.
                
Trump necesitaba ya un resultado vendible con que tapar el fracaso de su órdago migratorio. Alentado por el relativo desconcierto que su apuesta frente a China había originado, el presidente hotelero ha vuelto a recurrir a la táctica de la amenaza, del tough dealing, del trato logrado a base de negociar a cara de perro.
                
Algunos analistas temen muy mucho que los compromisos de control migratorio que las autoridades mexicanas han contraído se queden muy pronto en papel mojado. Los propios asesores de Trump lo saben y por eso (Pompeo dixit) han advertido que harán un seguimiento muy exhaustivo y minucioso del cumplimiento del acuerdo. La vigilancia de la frontera con Guatemala, alrededor de mil kilómetros, es especialmente compleja por su configuración geográfica (extensa, montañosa, selvática, sumamente porosa), y más para una fuerza de reciente creación y en absoluto especializada en esos cometidos (2).
                
Además, organizaciones cívicas y de defensa de los derechos humanos temen esta nueva versión blanda de militarización de un fenómeno que no es de seguridad sino social. La guerra sucia contra las bandas narcos dejó miles de muertos y el problema sin resolver. Peor: creó otros más graves y perniciosos.
                
Demasiado complejo el asunto para explicárselo al impaciente inquilino de la Casa Blanca, que siguió desde Europa el tramo decisivo de las negociaciones. Pocas cosas lo  disgustan más que la sutil diplomacia europea, que hace cabriolas para ignorarlo sin provocar una de sus habituales rondas de destemplanza.
                
LA ESPINA CHINA, PALABRAS MAYORES
                
Trump cree haberse cobrado un triunfo en la frontera sur, o esa es su ilusión, y ahora tiene que afrontar la espina china, que es mucho más aguda y profunda. Los dirigentes chinos no son tan impresionables o influenciables. El supremo líder exhibía en San Petersburgo una puesta en escena muy conveniente con el ruso Putin, para demostrar que Pekín sabe cultivar aliados, incluso aquellos a los que Trump guarda un imposible apego. ¿Cuánto hay de solvente en ese eje aparente Moscú-Pekín? (3).
                
Aparte de cartas diplomáticas, Pekín ha desplegado también su capacidad de recurrir al tough dealing. La Comisión que tutela el uso de los recursos nacionales aseguró hace unos días que impondrá limites a la venta externa de materiales minerales raros. Pekín ya restringió este comercio con Japón en 2010 y advierte ahora con hacerlo de nuevo, ahora con Estados Unidos. China posee el 70% de estas materias primas exclusivísimas, imprescindibles para la fabricación de productos tecnológicos de primer orden como smartphones, turbinas eólicas, coches eléctricos y aviones militares. La industria puntera norteamericana adquiere el 80% de estos materiales del mercado chino. No obstante, algunos especialistas creen que este tipo de represalia puede convertirse en un boomerang para Pekín (4).
                El problema del pulso comercial que Trump pretende entablar -y ganar- con China es, precisamente, que tiene poco de comercial, o de económico, y mucho de estratégico. Por muy criticables que sean las prácticas comerciales chinas, lo que se ventila en este desafío es la contención de China como superpotencia del siglo XXI. Así lo señala con agudeza el historiador Stephen Wertheim, que se pregunta “si no es demasiado tarde para detener una nueva guerra fría”, en este caso contra China (5). Los adultos de la presente administración norteamericana están diseñando una moderna política de containment (contención) para frenar al viejo Imperio del Medio, a semejanza de la que diseñó Georges Kennan a finales de los cuarenta, desde su puesto diplomático adelantado en Moscú, para contener a la Unión Soviética.
                
La situación es bien distinta, por supuesto. La China de hoy no pretende darle la vuelta al mundo, ni siquiera dominarlo (no podría hacerlo, pese a consideraciones poco fundadas). Pretende que se le reconozca su papel protagonista y su capacidad para sentarse en la mesa de los que deciden sobre el destino del globo sin condiciones ni cortapisas. Xi Jinping no desafía a Occidente ni al orden mundial vigentes: quiere formar parte activa de él, eso si cambiando lo que haya que cambiar para asegurar los intereses de su país.
                
A finales de este mes, los presidentes norteamericano y chino tienen previsto verse en Japón en uno de esos encuentros bilaterales que tanto gustan a Trump para dar rienda suelta a su vanidad. Antes, los equipos negociadores, que trabajan en un opuesto clima de discreción, tratarán de aportar un borrador de solución razonable.
                
Los aliados asiáticos y europeos de Estados Unidos presionan para evitar que las cosas lleguen a mayores, porque a casi nadie (a nadie, en realidad) interesa que el conflicto se escape de las manos. Pero con Trump nunca puede saberse qué puede ocurrir por su peculiar sentido de la realidad. La tentación de oficiar como big dealer es demasiado fuerte para él.
               
               

NOTAS

(1) THE NEW YORK TIMES, 10 de junio.

(2) THE WASHINGTON POST, 10 de junio.

(3) “Putin and Xi cement an alliance for the 21st century”. ADAM TAYLOR. THE WASHINGTON POST, 6 de junio; “Are Russia and China really forming an alliance? The evidence is less than impressive”. LEON AARON. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.

(4) “What exactly is the story with China’s rare earths”. PAUL HAENLE Y SCOTT KENNEDY. CHINE FILE (reproducido en el boletín semanal del CARNEGIE ENDOWMENT FOR INTERNATIONAL PEACE, 6 de junio).

(5) “Is it too late to stop a new cold war with China”. STEPHEN WERTHEIM. THE NEW YORK TIMES, 8 de junio.