LA AMBICIÓN DEL PRÍNCIPE

28 de junio de 2017
                
En el creciente caos en que parece convertirse día a día el tablero siempre confuso de Oriente Medio sólo faltaba una crisis interna en las monarquías petroleras del Golfo. No es un conflicto novedoso, desde luego. Pero hasta ahora se había mantenido bajo un control aparente, porque otros problemas resultaban más acuciantes para sus protagonistas.
                
Arabia Saudí ha abandonado su política de presión discreta y ha decidido acabar con el incordio que desde hace años le produce el minúsculo pero influyente emirato de Qatar. Alineando detrás de su liderazgo a los otros micro-estados del Golfo, pero también al dependiente Egipto, los saudíes han lanzado un ultimátum a su vecino rival para obligarlo a claudicar y a abandonar su diplomacia en cierta medida autónoma.
                
La iniciativa tiene pocos antecedentes, por su contundencia, por no decir brutalidad. Como han indicado algunos analistas, las exigencias saudíes suponen la eliminación de la soberanía práctica del emirato (1).  Se le exige cortar sus vínculos con los Hermanos Musulmanes, y los que se le atribuyen con Al Qaeda y Hezbollah, reducir sus relaciones políticas y comerciales con Irán, cesar la cooperación militar con Turquía, expulsar a las organizaciones de oposición de sus vecinos, pagar reparaciones económicas por el supuesto perjuicio ocasionado a los estados demandantes y someterse a un mecanismo de control durante diez años, entre otras medidas intervencionistas (2).
                
Después de conocerse, la terrible lista fue calificada de “borrador” por el responsable diplomático de los Emiratos Árabes Unidos. En todo caso, constituye un auténtico diktat. Salvando las distancias, algo que podría compararse a lo que, en 1991, Saddam Hussein exigió a Kuwait y que, al no recibir satisfacción, propició la invasión del emirato.
                
Es legítimo pensar que el pecado de Qatar consiste, al cabo, en no cumplir con la pretensión hegemónica del clan Saud. La imputación de complicidad terrorista resulta especialmente chocante, viniendo de la teocracia saudí, donde se toleran entidades que financian causas yihadistas. Para ser justos, lo que molesta a los guardianes de La Meca no es que el díscolo emirato proteja la nebulosa islamista radical, sino que elija otros actores distintos a sus preferidos.   
                
La lista de exigencias incluye el cierre de medios de comunicación promovidos desde el emirato, en particular Al Jazeera. La cadena de noticias en continuo mantiene desde sus comienzos una línea crítica con el sistema saudí, denuncia sus excesos y pone en evidencia su hipocresía internacional. Pero si esta rivalidad es muy antigua, ¿por qué se produce ahora este ultimátum?
                
El primer motivo parece relacionado con los cambios internos en Arabia. El octogenario monarca Salman ha roto las normas tradicionales de sucesión. Ha desplazado a su sobrino Mohamed Bin Nayef (hijo del príncipe que llevaba años controlando la política de seguridad interior) y ha colocado en primer lugar de la línea sucesoria a su propio hijo, Mohamed Bin Salman (MBS).
                
El joven heredero era ya el verdadero hombre fuerte del reino. Ha venido acumulando poder y cargos desde la llegada de su padre al trono: Ministro de Defensa, responsable del programa de reformas económicos (con horizonte 2030) y otras palancas de influencia y decisión. Pese a la propaganda oficial la viabilidad y solidez de sus planes no terminan de convencer dentro y fuera del país (3).
                
TRUMP DE ARABIA
                
El encumbramiento del favorito ha venido precedido de una intensa campaña de relaciones públicas internacionales. El espaldarazo se lo terminó de dar el Presidente de Estados Unidos durante su reciente visita. MBS venía siendo tratado por la administración como una especie de valido todopoderoso. La alfombra roja con que Trump fue recibido en Casa Saud cautivó a un personaje del que se conoce su egomanía y su apego al halago. A saber si la decisión del rey Salman no fue consultada previamente con la Casa Blanca. Lo ocurrido es muy del estilo del Mr. Trump.
                
El imprevisible Presidente ha actuado de manera poco cuidadosa en el frágil equilibrio regional. Aunque en el conflicto palestino-israelí se ha mostrado un poco más discreto de lo que se temía, en la pugna irano-saudí, factor mayor de riesgo en la zona, Trump se ha alineado de manera imprudente con Riad. Sus reiteradas invectivas contra Teherán y las referencias negativas al acuerdo nuclear, aún no concretadas en una ruptura, han hecho las delicias del reino arábigo.
                
Trump parece haber dado carta blanca al joven príncipe para proseguir la espantosa, fracasada y criminal guerra de Yemen, que se ha convertido en una terrible catástrofe humanitaria, denunciada por la ONU y numerosas organizaciones no gubernamentales. Sin el armamento y la complacencia norteamericana, esa carnicería ya hubiera acabado hace tiempo, sin que los saudíes pudieran haber celebrado su victoria. La irreflexiva conducta de Trump contribuirá a prolongar el sufrimiento de una población atormentada (4).
                
No contento con esto, Trump ha celebrado, si no instigado esta política de acoso a Qatar, de la que MBS ha sido, por supuesto, el principal inspirador y promotor (5).
                
No es fácil determinar si el Presidente norteamericano ha actuado más por ignorancia que por capricho.  En todo caso, ha generado un importante revuelo en su propia administración, que se parece cada vez más a una auténtica jaula de grillos.
                
POLÍTICA EXTERIOR SIN RUMBO
                
Como en otros conflictos latentes, el jefe de su diplomacia ha intentado corregir el tiro de su patrón, sin conseguirlo.  Rex Tillerson, tirando de su experiencia como primer ejecutivo de una petrolera multinacional, era partidario de favorecer el status quo y favorecer la resolución paciente de las disputas internas en ese club del Golfo donde las diferencias no son de sustancia. Esta crisis no es el único campo de divergencia entre la Casa Blanca y el titular del Departamento de Estado (6).
                
El sanedrín de generales que dirige el día a día de la política norteamericana de defensa, por incomparecencia del Presidente, trata también de limitar las ocurrencias trumpianas. El exgeneral Mattis visitó hace unas semanas Qatar y quedó satisfecho del compromiso del emirato con los intereses regionales de Estados Unidos. En su minúsculo territorio, Washington mantiene dos bases esenciales para sus operaciones en Oriente Medio.
                
El trabajo de diplomáticos y militares será ahora ofrecer la protección necesaria al pequeño aliado sin molestar al grande. Es probable que la disputa termine disolviéndose o minorándose en simulacros de propaganda para consumo interno.


NOTAS

(1) LE MONDE, 24 de junio.

(2) “Gulf crisis with Qatar challenges the United States”. SIMON HENDERSON. THE WASHINGTON INSTITUTE, 21 de junio.

(3) “Can Mohamed Bin Salman Reshape Saudi Arabia? The Treacheorus Path to Reform”. BILAL Y. SAAB. FOREIGN AFFAIRS, 5 de enero.

(4) “Mohamed Bin Salman can rule Arabia Saudi for another 50 years”. ELIZABETH DICKINSON. FOREIGN POLICY, 21 de junio.

(5) “Trump takes credit for Saudi move against Qatar, a U.S. military partner”. MARK LANDER. THE NEW YORK TIMES, 6 de junio.


(6) U.S. State Department distances itself from Trump, creating an alternative U.S. foreign policy. THE WASHINGTON POST, 7 de junio.