16 de noviembre de 2016
América
y el mundo se mueven estos días entre el temor, el asombro y la perplejidad
sobre el futuro que nos espera con una presidencia de Donald Trump. Con el narcisismo que lo caracteriza, el anti-candidato electo contribuye deliberadamente a
extender el suspense para fijar la atención de propios y extraños hacia sus
palabras, sus conductas, sus actos.
Nada
más ganar, cambió bruscamente de registro: se mostró comprensivo y hasta
afectuoso con su rival electoral (después de haberla amenazado con llevarla a
la cárcel si ganaba las elecciones) y luego se presentó con una humildad
extraña por completo en sus zapatos ante el todavía presidente Obama para regalarle
con halagos simplistas e insinuar que le gustaría tenerlo como consejero.
En
la calle, miles de jóvenes norteamericanos no compraron este burdo intento de
transformismo político y moral y denunciaron los peligros de un mandato Trump.
Estos manifestantes son el exponente de una América que no ha votado por la
demagogia, el racismo, la misoginia y la impostura social. Conforta no poco
saber que en la costa oeste y en algunas ciudades del nordeste, hay un país
progresista y activo sobre el que volveremos (1).
Es
una ingenuidad creer que Trump ha conectado con los sentimientos, temores y
frustraciones de millones de norteamericanos, sin matizar que ese vínculo supuestamente
genial (como ahora dicen los aduladores precipitados) ha estado fuertemente
reforzado por el excesivo interés que sus demagógicas propuestas han despertado
en los medios.
Lo
visto estos días permiten hacerse una idea de lo que puede ser la era Trump, en
sus inicios al menos. El juego de equilibrios contemplado en esta fase de
transición entre las corrientes populistas (Bannon, el propagandista ultranacionalista
y xenófobo, a la cabeza, designado para el escurridizo cargo de estratega-jefe)
y los pro-establishment (el Vice Mike Pence, o el anunciado jefe de
personal, Rience Priebus) es muy probable que se consolide en la conformación
del gobierno. Pero habrá sobresaltos, casi seguro. Algunos, ya explicitados,
como la interferencia disruptiva de los hijos del Jefe elevados a la categoría
de asesores de mesa camilla; otros, presentidos, como la solución que se
arbitre finalmente para la gestión de sus negocios privados, o los inevitables cambios de humor e
incontinencias del nuevo inquilino de la Casa Blanca.
LA
VISIÓN EXTERIOR: PERPLEJIDAD Y CAUTELA
En
el resto del mundo, el malestar se percibe en la punta de la lengua, pero la
exigida contención diplomática se resuelve en una incómoda cautela. Estos días
se ha derramado tinta a espuertas, como era de esperar, sobre lo que los
distintos gobiernos y agentes de poder esperan de un cambio tan brusco en la
Casa Blanca. Se la prometen muy felices los nacionalistas xenófobos europeos y
la derecha israelí (la fanática, la extrema y la contenida).
El
disgusto indisimulado que ha provocado en Europa el Trump de campaña quedará pronto
suavizado, pese a ciertos toques de atención como el del Secretario General de
la OTAN sobre el aislacionismo del candidato (2). Después de todo, entre
aliados no hay que esperar otra cosa que sonrisas, parabienes y felicitaciones
en público y discretas solicitudes de clarificación en privado.
En
la Europa asediada por las heridas autoinfligidas (austeridad, pasividad de los
poderes públicos, inmovilismo político, desigualdad creciente, pérdida de
valores, atonía cultural, etc…), la perspectiva de una presidencia como la
Trump podría resolverse en una respuesta acomodaticia, superado el impacto
inicial. En la izquierda, es previsible
que se reverdezca el anti-americanismo tradicional, pasada la
ilusión pro-Obama; en la derecha, puede apostarse a que se impondrá el bussiness
as usual de una colaboración tan leal como interesada.
Los
más señalados como objeto de punción del futuro presidente aparentan diferentes
niveles de preocupación. Los mexicanos, gobierno, oposición y agentes
económicos y sociales, se saben señalados, pero hay cierta esperanza en que
Trump corrija los aspectos más agrios de su demagógico discurso sobre la inmigración.
A la postre, la expulsión de tres millones de ilegales, según ha dicho el
presidente electo, sería una operación muy arriesgada, no sólo para México y
sus vecinos centroamericanos (principalmente). Un empeoramiento del clima
social en el patio trasero tendría un posible efecto boomerang sobre Estados
Unidos.
Otros
supuestos amigos del vencedor, como Putin y su cohorte del Kremlin se muestran más cautos,
sabedores de que no es oro todo lo que reluce en la muñeca de Trump y que, a la
postre, ese establishment al que supuestamente se ha enfrentado se la puede
torcer sin demasiado esfuerzo una vez que se siente en el despacho oval (3).
China
es un caso bien distinto. La estólida reacción del mandarinato comunista es la habitual ante los
acontecimientos internacionales. Las amenazas de una política duramente
proteccionista esgrimidas por el anti candidato pueden convertirse en un arma
de doble filo. Es improbable que Trump, una vez instalado, se arriesgue a tomar
decisiones que puedan precipitar una guerra comercial. La promesa de recuperar
empleos para el obrero americano dificultando la entrada de productos, material
y bienes de equipo chinos en Estados Unidos constituye una de las mayores
falacias del discurso del demagogo en jefe. La clase media baja norteamericana
está muy a gusto comprando mercancías chinas porque no se podría permitir
adquirar las made in Usa a precios dos o tres veces más caras (4).
Al
cabo, todos los que nos hemos equivocado pronosticando que la victoria de Trump
era poco menos que imposible estamos obligados a pagar el pecado de la
soberbia o a dejarnos guiar ahora por la recomendación de la cautela. Trump es
imprevisible, pero los centros de poder capaces de someterlo a control no lo
son en absoluto. Por eso, cabe esperar que el Trump presidente sea más
tradicional que el Trump (anti) candidato. Que el espejismo de una revuelta
contra el establishment se disuelva en agua de borrajas. Que las propuestas más
aceradas y heterodoxas se adecúen a los intereses y enfoques más consolidados. Pero bien podríamos asistir a derivas más peligrosas. Un analista de la Brooking Institution lo sintetiza en cuatro escenarios (5).
Sea como sea, no nos engañemos: habrá un giro a la derecha. Los ricos disfrutarán de un
sistema fiscal más favorable. Habrá un Tribunal Supremo dominado por los
conservadores, en cuanto el nuevo Presidente cubra la vacante dejada por el
ultra Scalia con otro juez de parecidos registros. En consecuencia, retrocederán
las conquistas sociales y se recortarán derechos y libertades. Trump delegará
la gestión de los asuntos delicados en el establishment más afecto a sus
caprichos y manías y se reservará la demagogia del discurso.
NOTAS
(1) "Amid tide of red on electoral map, West coast stays
defiantly blue". THE NEW YORK TIMES, 11 de noviembre.
(2) "Going it alone not an option, Nato chief warns
Donald Trump". THE OBSERVER, 12 de noviembre.
(3) "Is a Trump Presidency really a big win for
Putin?". REID STANDISH. FOREIGN POLICY, 9 de noviembre.
(4) "Getting to
investment reciprocity with China". BERNARD GORDON. FOREIGN AFFAIRS, 9
de noviembre.