EUROPA: VOTOS, DISCURSOS Y TRINCHERAS

29 de Mayo de 2014
                
La proyección pública del análisis que el Consejo Europeo ha hecho de los resultados de las recientes elecciones resulta decepcionante. Más allá de tibias autocríticas o de protestas más o menos apasionadas por el ascenso del voto populista, euroescéptico, xenófobo, extremista o anti-sistema, lo cierto es que ni en lo más inmediato se ha dibujado una respuesta clara, comprometida y contundente.
                
EL CONSEJO SE ATRINCHERA
                
Lo más inmediato es la designación, cuanto antes, de la nueva cabeza del ejecutivo comunitario (la Comisión). Como ya se había anunciado, a falta de un resultado contundente que dibujara un candidato incontestable (nunca se pensó que lo hubiera), el Consejo ha hecho lo que se temía: agitar el Tratado de Lisboa para reclamar el derecho a intervenir con prelación en la designación del Presidente de la Comisión. Merkel (¿podía ser otro?) dejó claro que el Parlamento no puede arrogarse en exclusiva tal prerrogativa y defendió al desvaído Van Rompuy (presidente formal del Consejo, pero más bien un Secretario del organismo) "para que inicie las consultas".
                
En la Eurocámara, el envite de Merkel, aceptado por sus colegas con más o menos disgusto o entusiasmo, ha provocado una respuesta inmediata: se ha invitado a Jean-Claude Juncker, el candidato más votado, a que inicie las negociaciones para formar una mayoría parlamentaria, como rezan los principios políticos básicos de las democracias liberales, los mismos que se exige a los países que quieren incorporarse al club. Cameron, escoltado por el húngaro Orban (por cierto, del PPE, pese a sus actuaciiones dudosamente democráticas recientemente desgranadas aquí), segó las opciones de Junker, conservador como él, pero poco estimado por sus planteamientos "federalistas" en la construcción de Europa. La división en el espectro no progresista de la Eurocámara no es óbice para que todas las familias del centro y la derecha disfruten de la hegemonía política en 'los 28'.
                
AUTOCRÍTICA... 'MA NON TROPPO'
                
En cuanto al análisis de los resultados, se aprecia una preocupación indisimulada, pero también un esfuerzo por convencer a esa mayoría electoral templada (más de la mitad, aún) de que no hay motivos, aún, para la alarma.
                
Nuestro presidente del gobierno, que tiene una tendencia contumaz a proclamar que el vaso sigue medio lleno, aunque se haya vaciado de forma considerable, encabeza el exiguo grupo de los menos asustados. Con especial énfasis minimizó Rajoy el impacto del resultado al resaltar que desde el centro (derecha o izquierda) se vive mejor y hay más prosperidad.
                
En realidad, el rasgado de vestiduras ha sido proporcional al daño recibido. El socialista Hollande desgranó el discurso más encendido, agitando el fantasma de un Frente Nacional crecido y amenazante. Lógico. Si en algún país han sido significativas las elecciones, ése ha sido Francia. El derrumbe de los partidos tradicionales de gobierno (PSF y UMP) ha sido aún mayor que en España, con el agravante de que la fuerza adquirida por los 'críticos' allí es mucho mayor: el Frente Nacional, con un 25%, resultó ser el partido más votado. El voto anti-sistema francés, por concentrado y por decantado (responde a un proceso largo y no a un brote ocasional) es mucho más amenazante que en cualquier otro país europeo.
                
Le sigue en dimensión Gran Bretaña. La situación creada allí por las elecciones adquiere tintes paradójicos. Si Merkel frunce el ceño, Rajoy encoge los hombros y Hollande hace sonar la alarma, Cameron se apunta al aspaviento y apenas refrena el impulso de pasarse, ya sin ambages, al discurso euroescéptico para salvar su carrera y la su partido. Fieles a la costumbre 'tory', el primer ministro británico ni siquiera acepta el consenso con sus correligionarios. La decisión de apartarse del Grupo Popular europeo en 2009 constituyó un mensaje de disgusto por la excesiva intromisión de unas instituciones comunitarias dominadas por ese centro-derecha 'federalista'. Con un lenguaje corporal inequívoco, el 'blando' Cameron acusó este lunes a Europa de pretender ser "demasiado grande, demasiado autoritaria y demasiado entrometida".  Los tories siempre han amenazado con abandonar Europa, incluso cuando no existiera un partido que defendiera sin complejos tal opción. Ahora que ya es una realidad atronadora, el riesgo es más tentador que nunca. El líder de la UKIP, Nigel Farage, no acepta estas lágrimas de cocodrilo de los conservadores, a quienes ven como oportunistas que pretenderían apuntarse ahora a caballo ganador.
                
UNA 'VICTORIA' SIN RECORRIDO INMEDIATO
                
Pero si difícil va a resultar la gestión de este 'tirón de orejas' electoral,  no menos complicada se antoja la digestión de la 'victoria' (avance) de los minoritarios. Desde los márgenes más derechistas, la euforia con que éstos han vivido sus alentadores resultados no será suficiente para construir un frente contra el 'establishment' centrista. Frente Nacional, UKIP, Partido del Pueblo (danés), Liga Norte, FÖP austríaco, los finlandeses antiinmigración, los neonazis alemán y griego... y el resto de esa miríada que contempla Europa con mirada más hostil que crítica es improbable que puedan reunirse en un grupo parlamentaria homogéneo. Las lindezas que se dedicaron Le Pen y Farage en campaña o el fracaso previo de una candidatura común ya anuncia que, como corresponde por otra parte a su naturaleza, cada cual se encerrará previsiblemente en sus estrechas visiones nacionales y excluyentes.
                
Desde la izquierda, la incorporación de SYRIZA y de PODEMOS refuerza al grupo parlamentario que reprocha a los socialdemócratas su tibieza y entreguismo a las exigencias de la austeridad, la insensibilidad frente a los auténticos perdedores de la crisis y la parálisis ante la respuesta básicamente tecno-burocrática de la UE. Pero, como suele ocurrir, su voz, por oportuna y refrescante que sea, a corto plazo reforzará más a la derecha antes que estimular o espolear a los socialistas.

                
Como resumen de esta primera reacción de los líderes, volvamos a Hollande. El presidente francés rozó el patetismo cuando dijo en esta "cumbre de la autoflagelación" que "Europa no podía seguir así", por "incomprensible", por "lejana", etc. Pocos días antes, le había encargado formar gobierno en Francia y encabezar un programa de gestión a Manuel Valls, a quien sus propios compañeros perciben como el más cercano de todos ellos a las soluciones neoliberales. El escogido por Hollande para "rectificar" ha intentado convencer a las huestes socialistas de que no es lo mismo austeridad que rigor. Ya se ha visto el resultado. Por si alguien piensa en un cambio de rumbo en París, Valls dijo la misma noche del desastre que una de las respuestas obligadas al "seísmo" sería una nueva bajada de impuestos. 

EUROPA, ATASCADA

26 de Mayo de 2014
                
Las elecciones de ayer dejan a Europa atascada, sin soluciones satisfactorias ni opciones con respaldo sólido. El habitual comportamiento ciudadano de acudir a estos comicios para saldar cuentas con sus partidos nacionales se ha combinado, este año, con un rechazo creciente  y justificado hacia el propio proyecto europeo. El malestar ha superado a la resignación y la abstención, pese a los augurios, no ha aumentado.
                
El sistema electoral proporcional arroja una foto bastante fiel del estado de ánimo del electorado: fragmentado, confuso, angustiado, perplejo, desconcertado.  
                
Los partidos mayoritarios -PPE y PSE- se ven privados de crédito para continuar con las políticas más o menos pactadas que se han venido desarrollando hasta la fecha.
                
Los populares (conservadores) no pierden lo suficiente como para dejar de ser los más votados y se atrincheran en una proclamación de victoria numérica que tiene un recorrido muy corto. La solidez del liderazgo alemán compensa la fragilidad francesa, por citar las distintas venturas de mayor repercusión. Los conservadores británicos, discutibles aliados desde otro grupo parlamentario en el espectro de la derecha, también han sido castigados.
                
Los socialistas no ganan lo que precisaban para intentar un cambio de rumbo, si es que realmente estaban decididos a hacerlo (y esa duda, extendida, ha sido una de las causas de su frenazo).  El empujón hacia arriba de los alemanes (al que parece haberles beneficiado la coalición con Merkel) o los italianos (con el efecto Renzi aún sin desgastar) se volatiliza con el batacazo francés (en caída libre hasta límites históricos) o la decepción española.
                
Unos y otros pueden intentar coaliciones inciertas, inestables y, a la postre, ineficaces. Sólo la gran coalición al estilo alemán asegura mayorías , pero es elevado el riesgo de que el deterioro que cada uno arrastra pueda tener un efecto multiplicador. La apelación a la emergencia o a la responsabilidad puede entenderse en las cúpulas, pero es aceite en el fuego que devora la credibilidad europea. Comienza ahora una tortuosa negociación a varias bandas (interna, en el Parlamento, e inter-institucional, entre los portavoces del legislativo y el Consejo) para cuadrar el círculo.
                
Los partidos minoritarios celebran hoy su ascenso con un entusiasmo no menos efímero. Deben saber que el clima de protesta que les ha favorecido ha brotado en otros momentos de crisis y se ha terminado extinguiendo por no representar una alternativa fiable de gobierno. Salvo que ahora la descomposición se acelere, claro está. Porque no todas esas fuerzas emergentes reman en la misma dirección. Todos ellos quieren sancionar el actual proyecto europeo, pero desde posiciones ideológicas distintas y, en algún caso, incompatibles.
                
En la derecha, estos agentes contestatarios del gran pacto político que ha gobernado Europa en las últimas décadas (Frente Nacional francés; UKIP, en Gran Bretaña; Alternativa, en Alemania;  el italiano Cinco Estrellas, el FOP austríaco, el Partido del Pueblo danés, el descendiente NP holandés o el ascendente Alba Dorada griego, los flamencos radicales del NVA, etc) no se ponen de acuerdo en amalgamar fuerzas para constituir un Grupo parlamentario compacto. Por su propia naturaleza excluyente, el nacionalismo, el euroescepticismo, el populismo, el racismo, la xenofobia  y el 'odio' son impulsos destructivos pero no sirven para construir un proyecto alternativo coherente.  
                
En la izquierda, no hay una contradicción entre las propuestas nacionales y europeas, pero se mantiene un fraccionamiento muy típico. Y, lo que es más decisivo, la crítica irreconciliable de estas opciones más a la izquierda  hacia los partidos socialdemócratas, por comprensible que resulte, hace imposible la configuración de una alternativa viable de gobierno europeo que garantice una mayor justicia social.  La estrategia de del viejo topo que horada el sistema capitalista no responde a la urgencia del momento.
                
Así pues, inquietante pero no sorpresivo panorama europeo, , escasas perspectivas de desbloqueo salvo un gran pacto en torno al núcleo central con desplazamiento hacia la derecha, tambor batiente de las distintas formas del nacionalismo y una emergente izquierda crítica que debilitará más a la izquierda pactista que a la derecha resistiblemente desgastada.
               

                

INDIA: DESCIFRANDO A MODI

22 de Mayo de 2014

                
India cambia de rumbo político. Toma el relevo, de nuevo, el Bharatiya Janata Party (Partido del Pueblo Indio), conservador, nacionalista, tradicionalista e hinduista. En las últimas décadas ha sido el principal contrapunto al partido del Congreso, forjado por Gandhi, Nehru e Indira como gran intérprete socio-político de la herencia poscolonial.                 No se trata de una alternancia más. La victoria del BJP  ha sido abrumadora: 282 de los 543 diputados del Parlamento. La derrota del Congreso tiene dimensiones de hundimiento.

Este resultado perfila tres grandes proyecciones: la emergencia de un nuevo líder de enorme envergadura (Narendra Modi), el final de la dinastía Gandhi y un posible cambio de paradigma político, con la incorporación de India a la gran corriente del capitalismo global, sin las bridas protectoras que, pese a las reformas ‘liberales’ del último cuarto de siglo, han preservado un modelo propio de desarrollo.
                
FANTASMAS Y TEMORES            
                
Modi es la estrella rutilante del firmamento político indio, en el que abundan las estrellas menores, pero son raros los astros-rey. Como si la poderosa proyección de los padres fundadores y sus herederos eclipsaran la emergencia de nuevos líderes carismáticos.
                
De origen humilde (su padre era vendedor de té, y él mismo se ganó así la vida de joven) y fuertes convicciones hinduistas, Modi no es un recién llegado, sino un veterano político y gestor (63 años). Ha hecho su carrera en el estado de Gujarat, laboratorio de la alternativa conservadora en lo político, comunal y religioso, y liberal en lo económico.
                
Para muchos, el gran triunfo de Modi responde, fundamentalmente, al frenazo económico. El índice de crecimiento ha pasado del 9% a menos del 5% en los últimos cuatro años, lo que pondría en riesgo la proyección de la India como gran potencia emergente. El Congreso no ha sabido atajar el declive. El venerable Singh (81 años) ha carecido de vigor político para completar el programa de reformas que iniciara en 1991 como Ministro de Finanzas, debido a las presiones internas en el partido del Congreso, a la resistencia descomunal de las élites burocráticas, a la imparable corrupción y a las tensiones regionales.
                
La victoria abrumadora de Modi tiene una significación aún mayor si se tiene en cuenta que arrastra fantasmas y temores. El gran movimiento nacional-religioso Rashtriya Swayamsevak Sangh (traducible como ‘Cuerpo Nacional de Voluntarios’, especie de boys-scoutts del hinduismo) siempre lo tuvo como uno de sus principales hijos, llamados a liderar el gran proyecto de restauración codificado en el termino hindutva (‘hinduidad’), según el cual la India es una nación intrínsecamente hindú (80% de la población). En los ochenta, Modi impulsó la destrucción de la mezquita de Ayodhya para erigir un templo en honor del dios Ram, lo que provocó enfrentamientos inter-confesionales que dejaron miles de muertos.

Mucho más graves fueron sus responsabilidades en la gran masacre de Gujarat, en 2002, cuando ya era primer ministro local. Una turbamulta hinduista se entregó con saña a la matanza de musulmanes, después de que un tren con peregrinos hindúes fuera asaltado por seguidores islámicos (esto último nunca demostrado). No se aclaró si Modi alentó esa revuelta o simplemente miró para otro lado mientras se desataba la matanza (1).
                
LA RETORICA MODERNIZADORA

En la última década, sin desatender a esa base social e ideológica extremista, Modi fue construyendo otra narrativa más pragmática, basada en la alianza con los sectores de negocios, tanto nacionales como extranjeros. Gujarat se convirtió en un espejo para quienes sostenían que el modelo mixto del Congreso, contradictorio e incierto, estaba ya acabado y debía sustituirse por una decidida apuesta por el capitalismo neoliberal, para atraer inversiones nacionales y extranjeras. Durante la campaña, Modi se ha cuidado de no evocar la ‘hindutva’, ha evitado la agresividad contra los musulmanes y ha practicado un “camuflaje” ideológico y político, según sus críticos (2).

Su campaña ha estado diseñada con esmerado cálculo. La retórica se ha alejado del orgullo étnico hindú para apuntar al futuro. India será el país más poblado de la tierra en 2028, según previsiones de la ONU. Modi quiere haber completado para entonces un programa orientado a colocar al país en el liderazgo del presente siglo, compartido con China. Eso significa atraer capital, mejorar las infraestructuras, proporcionar empleo al millón de jóvenes indios que se incorporan cada mes al mercado de trabajo.

No obstante, Modi sigue dando miedo. Y no sólo a la gran mayoría de los 175 millones de  musulmanes que habitan la India (14% de la población), sino a muchos observadores independientes. El semanario liberal THE ECONOMIST, que simpatiza con sus métodos económicos ‘pro-business’, proclamó, sin embargo, que “Modi no debería ser primer ministro”, por sus políticas de división (3). Su política exterior es una incógnita, ya que ha combinado sus promesas de dureza contra el terrorismo procedente del extremismo pakistaní con ambiguas declaraciones de entendimiento con el gran vecino islámico.
                
¿FINAL DE UNA ÉPOCA?
                
El Congreso sabía que no tendría fácil permanecer en el poder. Para afrontar el presentido desastre, el Partido del Congreso optó, una vez más, por un Gandhi (el apellido familiar no procede del padre de la patria, Mohandas Gandhi, sino de otro Gandhi, Feroze, marido de Indira, la hija de Nehru, el primer ministro de la independencia). El elegido fue Rahul, hijo del asesinado Rajiv y de su esposa italiana, Sonia (actual líder del Partido), nieto de Indira, ‘mártir’ también, y bisnieto del Pandit Nehru.
                
Esta continuidad dinástica ha sido flexible. Tras el asesinato de Rajiv, el hijo de Indira, su esposa, la italiana Sonia, debía haber asumido la responsabilidad del gobierno, pero prefirió limitar su liderazgo al Partido y depositar la responsabilidad de la gestión en Manmohan Singh, un economista de confianza.  En vísperas del derrumbamiento de la URSS, un aliado discutible o de conveniencia durante la guerra fría, el Congreso supo ver la necesidad de un giro pragmático para acometer una apertura económica, una liberalización sin excesos, una especie de ‘tercera vía’ entre el socialismo desarrollista de Nehru y el neoliberalismo en voga.

Singh consiguió grandes logros y puso los cimientos del gran auge de la India. Pero la corrupción y la crisis de finales de los noventa abrieron el camino al Bharatiya Janata, en 1999. Alternancia fallida: el Congreso recuperó el poder en 2004 y tuvo la oportunidad de completar las reformas, con la victoria en 2004. Fue el periodo de la confirmación de la India como país BRIC, emergente, potencia indiscutible del nuevo siglo, lo que condujo a la revalidación abrumadora en 2009. Pero los efectos de la crisis financiera internacional pasaron factura (4).
                
Singh, por edad y por desgaste, ya no podía ser candidato. Su hombre de confianza en el gobierno, el ministro de Finanzas, Chindabaram, no contaba con la confianza de la ‘familia’, y por lo tanto, del Congreso. La elección de Rahul parecía sacada de una tragedia. Nunca se percibió que pudiera evitar el desastre. Existía la opción de su hermana Priyanka, mucho más enérgica y carismática, que a muchos les hacía recordar la figura de su abuela Indira, pero al casarse perdió el apellido. Rahul, 43 años, con su escaso bagaje de dos mandatos parlamentarios y una indisimulada incomodidad con el desempeño político, ha terminado sacrificando la herencia. Está por ver si el Congreso encontrará un nuevo discurso y un nuevo liderazgo libre del ‘patronazgo Gandhi’.

(1) Para un buen resumen de la trayectoria política de Narendra Modi, se recomienda el artículo "India face au péril nationaliste", escrito por CHRISTOPHE JAFFRELOT, investigador del Centre d'etudes et de recherches internationales (CERI, Sciences Po-CNRS), LE MONDE, 11 de Mayo de 2014.

(2) "Narendra Modi, hindou a l'extrême"? FRÉDÉRIC BOBIN. LE MONDE CULTURE ER IDEÉES, 15 de Mayo de 2014. 

(3) "Can anyone stop Narendra Modi"?. THE ECONOMIST, 5 de Abril de 2014.

(4) Para el deterioro del mandato del Congreso, véase "India's Changing Political Fortunes", RONOJOY SEN. CURRENT HISTORY, Abril 2014.

OTAN: ¿REGRESO AL NEGOCIO TRADICIONAL?

14 de Mayo de 2014
                
La crisis de Ucrania y lo que se presenta como un designio expansivo de Rusia para recuperar influencia (y territorio) en el antiguo espacio de dominación soviética ha empezado a generar un debate sobre la necesidad de recuperar la 'vieja OTAN'.
                
Ante la 'falta de trabajo', por la presentida integración paulatina de la nueva Rusia en el sistema de seguridad euroasiático, la Alianza Atlántica 'migró' para seguir dando sentido a su existencia. Sus destinos principales son más o menos conocidos por el gran público: Irak, Afganistán y Libia. Ahora, la OTAN se plantea 'volver a casa' para ocuparse de ese nuevo socio al que ya no se considera tan amistoso o colaborador como parecía.
                
UN BALANCE DESIGUAL              
                
La OTAN  no presenta una hoja de servicios 'fuera de zona' intachable. En el Pentágono no se disimula la decepción por esta 'ampliación de horizontes' de la alianza occidental, políticamente clave de la contención antisoviética en la guerra fría, aunque militarmente un brazo subsidiario del poderío norteamericano. El que fuera Secretario de Defensa de Estados Unidos con Bush hijo y con Obama, Robert Gates, fue muy crítico con la OTAN en su despedida del cargo, por la débil voluntad política de sus líderes, la escasa capacidad de movilización de efectivos y la rácana aportación de fondos a las guerras que Washington ha librado estos últimos años contra el enemigo de este comienzo de siglo  (el "terrorismo islámico") o residuos seleccionados de enemistades antiguas (Gaddaffi).
                
Reprochan políticos, militares y académicos norteamericanos a sus socios de la Alianza que no fueran capaces de hacer un mayor esfuerzo en Afganistán, en los momentos más álgidos de la resistencia de los talibán, donde nunca superaron los 40.000 efectivos, frente al millón de soldados estadounidenses. O que en Libia todos votaran a favor de la intervención para 'defender' al pueblo (oficialmente, aunque en la práctica se tratará de acabar con el coronel Gaddaffi) y menos de la mitad de los miembros aportaran algún recurso y aún menos de un tercio participaran en los ataques aéreos.
                
En la comunidad política, militar y académica siempre hubo reticencias sobre esta 'externalización' de la OTAN. Un portavoz destacado de esta línea de pensamiento es Michael E. Brown, profesor de relaciones internacional de la Universidad George Washington.  Según su visión, los líderes occidentales cometieron tres grandes errores de juicio: uno, que Rusia iba a ser una nueva potencia "benigna"; dos, que Moscú iba a aceptar la ampliación de la OTAN sin recelo; y tres, que la organización político-militar iba a sacar provecho de sus misiones 'fuera de zona'. Nada de esto ocurrió.
                 
La desconcertada Rusia de los primeros años del post-sovietismo ha evolucionado hacia un nacionalismo reivindicativo (expansivo, para quienes ven en Crimea sólo el principio de futuras operaciones de 'recuperación territorial), provocado por la sensación de cerco que les produjo la ampliación hasta sus mismas puertas o los 'engaños' de la operación libia.
                
RECONSIDERACIÓN ESTRATÉGICA
                
Llegados a este punto, lo que procede ahora es 'volver a los orígenes' según Brown y otros expertos. El objetivo, propone Brown, sería una nueva "consideración estratégica", basada en los siguientes pilares:
                
- reconocimiento de que Europa aún afronta amenazas de seguridad inter-estatales;
                
- necesarias respuestas (militares, policiales, cibernéticas, de inteligencia y diplomáticas) para contrarrestar las nuevas y encubiertas formas de agresión de Rusia (provocaciones, propaganda, apoyo local, 'ciberataques', fuerzas especiales enmascaradas y muy bien preparadas)
                
- elaboración de una estrategia a largo plazo para tratar con Moscú.
                
Algunos de los principales jefes militares, en activo o ya en la reserva, han lanzado globos-sonda sobre el conveniente redespliegue de la Alianza para restaurar la contención del peligro ruso (antes soviético). Uno de ellos ha sido el Almirante Stavridis, anterior comandante de las fuerzas aliadas en Europa, quien tras lo que calificó de "toma de Crimea", hizo unas recomendaciones operativas en un artículo para FOREIGN POLICY (2).
                  
De momento, la respuesta se ha limitado a la imposición de sanciones que pueden hacer daño a Moscú, pero que se contemplan con renuencia europea, que se convierte en rechazo indisimulado en los sectores económicos, comerciales y financieros. Se saben de sobra las razones.  Europa es el principal socio comercial para Moscú: cerca del 40% del valor total, catorce veces más que Estados Unidos. Sólo las inversiones de empresas alemanas en Rusia iguales el valor de los intercambios comerciales ruso-estadounidenses. Lo más significativo es la dependencia energética (gas), ya que supera el tercio en países como la propia Alemania o Italia, pero es absoluta para Finlandia o los vecinos bálticos. Algunas empresas de energía europea tienen intereses compartidas con Rosneft, la compañía estatal rusa y han expresado alto y claro su oposición a las sanciones, junto con firmas de otros sectores productivos clave.
                
La respuesta militar ha sido aún más cautelosa que la económica o diplomática. La OTAN. Desde abril, se ha comenzado a reforzar la defensa de los países limítrofes con Rusia y la vigilancia aérea de los estados bálticos. Se procederá pronto al despliegue de más barcosy también en el Báltico y en el Mediterráneo oriental. Estados Unidos posicionará cuatro compañías de paracaidistas (600 hombres) en unos ejercicios conjuntos a realizar en Polonia, uno de los aliados que más abiertamente ha reclamado medidas suplementarias, aunque no lo hiciera formalmente en la reciente reunión del Consejo de ministros exteriores de la Alianza. El jefe militar de la OTAN, el general norteamericano Philip Breedlove, ha aprovechado la situación para formular la recurrente reclamación estadounidense a los socios europeos: que aportan más dinero y más efectivos.
                
Expertos militares han tenido mucho interés en resaltar lo que consideran "alta competencia rusa" exhibida en las operaciones especiales ejecutadas en Crimea. Consideran que Moscú ha mejorado muchísimo sus fuerzas de élite, en preparación, dotación, logística, inteligencia y, lo que más asombra, en concepción o doctrina.  Las fuerzas especiales supieron realizar acciones encubiertas con gran eficacia, profesionalidad y seguridad, desactivando la resistencia de Ucrania de forma rápida, efectiva y completa.
                
Que el "éxito" ruso en Ucrania sea merecedor de un esfuerzo militar europeo es, sin embargo, muy dudoso, debido a la persistencia de la crisis. Pero, aún más, seguramente tampoco resultaría políticamente conveniente, si tenemos en cuenta que, exageraciones aparte, la amenaza rusa a sus vecinos no deja de ser un ejercicio especulativo de políticos radicales, militares más o menos celosos de su misión y académicos de mentalidad conservadora y/o belicista.

(1) NATO's biggest mistake. The Alliance difted from its core mission -- And the world is paying the price. MICHAEL E. BROWN. Foreign Affairs, 8 de mayo de 2014.

(2) NATO needs to move now on Crimea action may provoke, but so does nothing. JAMES STAVRIDIS. Foreign Policy, 1 de abril de 2014.

(3) Russia displays a new militaru prowess in Ukrania's east. MICHAEL R. GORDON. New York Times, 21 de abril de 2014.

UCRANIA: EL ESPECTRO DE YUGOSLAVIA

8 de Mayo de 2014
                
El agravamiento de los actos de violencia en el sector oriental de Ucrania recuerda en cierta medida al inicio de las guerras yugoslavas de los noventa, aunque también se pueden identificarse factores diferenciadores.
                
LAS SIMILITUDES
                
La invocación de los derechos de las nuevas minorías. Tanto en su día en Bosnia, Croacia y finalmente Kosovo como ahora en Ucrania, grupos étnicos o de población que se sentían protegidos e identificados con el Estado del que eran ciudadanos (Yugoslavia o la URSS), percibieron que la nueva realidad política en la que pasaron a vivir suponía una amenaza para sus derechos, su lengua, su cultura o, en el caso yugoslavo, su religión.
                
En Ucrania, el factor que ha generado mayor combatividad ha sido la lengua. Es cierto que (como ocurría en Yugoslavia), la propaganda ha generado mucha confusión y contribuido notablemente al enfrentamiento. En la contienda serbo-croata, el problema era el alfabeto (cirílico, el serbio; latino, el croata), aunque el nacionalismo croata se empeñó en destacar supuestas diferencia idiomáticas que no pocos intelectuales han refutado como una pura invención o, en el mejor de los casos, como una manipulación grosera.

En Ucrania, gran parte de la población es bilingüe. Pero la torpeza del nuevo gobierno de Kiev, aboliendo el estatus del ruso como lengua oficial ha alimentado los sentimientos de ultraje de los núcleos de población del este y sur que se expresan preferentemente en ruso.

Contrariamente a Yugoslavia, la religión no ha sido un factor de confrontación, aunque sí ha estimulado el nuevo nacionalismo ruso que ha impulsado a Putin a poner en marcha esta campaña de recuperación del prestigio de Rusia y la evocación de los sueños de grandeza de la época dieciochesca de Catalina la Grande, resumida en la divisa ‘Nueva Rusia’.

El uso abusivo de la propaganda. Otro aspecto que nos permite encontrar en la crisis de Ucrania ciertos ecos yugoslavos es la utilización de etiquetas descalificadoras vinculadas a dramas del pasado, y en particular a la Segunda Guerra mundial.

En Yugoslavia, para las poblaciones serbias rebeldes, los dirigentes del nuevo Estado croata eran todos ‘ustachas’, es decir los militantes de extrema derecha que colaboraron con la ocupación nazi y establecieron una República títere de Hitler en Croacia, bajo la jefatura local de Ante Pavelic. Por el contrario, las autoridades de Zagreb consideraban a los rebeldes serbo-croatas o bien como comunistas y nostálgicos del Estado moribundo fundado por Tito, o, más frecuentemente,  como ‘chetniks’ (milicianos partidarios de la declinante monarquía serbia). Este último término lo utilizaba el gobierno de Sarajevo para calificar a los rebeldes serbo-bosnios, mientras éstos despreciaban al gobierno y el ejército bosnios con el apelativo de ‘turcos’, en referencia a la potencia otomana ocupante de suelo serbio durante siglos.

En Ucrania, los rebeldes pro-rusos, engrasados por los medios próximos al Kremlin, califican sistemáticamente de ‘fascista’ al gobierno de Kiev, El peso adquirido por la ultraderecha ucraniana durante las protestas de Maidán, en los confusos acontecimientos que precipitaron la torpe huida de Yanukóvich y el cambio de régimen han favorecido este discurso de mistificación y propaganda.  Al contrario, las nuevas autoridades de Kiev deslegitiman completamente el malestar de la población del este y del sur más cercana sentimental y culturalmente a Rusia y considera a sus activistas sólo como ‘marionetas del Kremlin’.

LAS DIFERENCIAS
                
La secuencia temporal. En el caso yugoslavo, la rebelión del grupo de población que se habían convertido en minoría en el nuevo Estado se produjo en las primeros semanas (Croacia) o meses (Bosnia) de la independencia.  En Kosovo, el levantamiento armado de la población albanesa desencadenó la intervención militar y paramilitar serbia de forma inmediata.

Por el contrario, en Ucrania han pasado quince años desde la desintegración de la URSS y el nacimiento del país como Estado independiente, aunque la comunicación entre las dos partes del país (occidental y suroriental) no haya sido siempre fácil.
                
El peso del apoyo exterior. En el caso yugoslavo, las rebeliones de la población serbia en Croacia (en las regiones de Krajina, Eslavonia y Srem occidental) o en Bosnia (en torno al núcleo occidental de Banja Luka, el corredor septentrional de Posavina, casi toda la franja oriental fronteriza con Serbia, partes de la meridional Herzegovina y la propia Sarajevo) contaron inicialmente con el apoyo del Ejército Federal Yugoslavo, cuya oficialidad era predominantemente serbia, y con la propia República de Serbia, que mantuvo la ficción del Estado de Yugoslavia durante algún tiempo, con la única colaboración de Montenegro. El aislamiento creciente, primero de la cada vez más fantasmal Yugoslavia, y luego de la propia Serbia, redujo el apoyo externo de los insurgentes hasta debilitar notablemente su causa, aunque contara siempre con una defensa diplomática, irregular y poco eficaz, de Moscú.
                
En cambio, en el caso de las entidades que están surgiendo en el este de Ucrania, es innegable no sólo el respaldo, sino el concurso efectivo de Rusia, ahora mucho más fuerte y con más recursos económicos y políticos que en los noventa. Una posible acción militar directa por parte de Moscú en defensa de la causa ‘pro-rusa’ no está garantizada, ni mucho menos, a corto plazo, a pesar de las señales alarmistas de los sectores más belicistas en Kiev, Washington y los países de Europa oriental que estuvieron bajo regímenes comunistas. Pero tampoco puede descartarse completamente, contrariamente a lo que sostiene el Kremlin en todos y cada uno de sus resortes diplomáticos y propagandísticos.
                
La dimensión estratégica. Sin restar importancia a las consecuencias de las guerras yugoslavas, en particular para el futura de la nueva Europa tras el final de la ‘guerra fría’, lo que se está ventilando en Ucrania tiene mayor trascendencia estratégica. A Rusia le importaba mantener unos gobiernos amigos en los Balcanes, entre otras cosas para limitar la influencia de Alemania en la región. Pero el destino de Yugoslavia no tenía una importancia decisiva para el porvenir de Rusia.

En Ucrania, por el contrario, Rusia entiende que está en juego su propia viabilidad como potencia regional de primer orden. Algunos incluso creen que detrás de las acciones rusas se encuentra el oscuro designio del Kremlin de reconstruir, sobre otras bases, el derrocado poder soviético. Automáticamente, esto obliga a Washington y a Europa a una implicación intensa, aunque de momento es evidente la falta de consenso sobre la respuesta más adecuada a Moscú, como se ha puesto de manifiesto en la actitud sobre las sanciones.

Pero además, que Rusia sea una potencia asiática confiere a la crisis una dimensión planetaria y no sólo europea, como se explicaba en un artículo anterior. En definitiva, Ucrania reproduce algunos mecanismos de las guerras yugoslavas, pero aporta una dimensión estratégica mucho más amplia e inquietante.