La
aparición de los cadáveres de los tres colonos adolescentes secuestrados el 12
de junio en las afueras de Hebrón (Palestina) ha desencadenado las habituales
represalias del Gobierno israelí. Nada más confirmarse la tragedia, las fuerzas
armadas realizaron una treintena de “precisas” operaciones de castigo en la banda de Gaza, demolieron las
casas de los dos sospechosos del secuestro y asesinato, dos palestinos (un
barbero y un comerciante, en paradero desconocido desde la desaparición de los
muchachos), realizaron una redada masiva y detuvieron a 400 personas militantes
o simpatizantes de Hamas. Asimismo, un adolescente palestino ha sido
secuestrado y asesinado, sin que de momento se conozcan las causas. Se sospecha
que pudiera haber sido ajusticiado por extremistas judíos.
Por
su intensa carga emocional, estos trágicos acontecimientos contienen todos los
ingredientes para detonar una conflagración más amplia y de efectos más
devastadores en Palestina. El secuestro de los muchachos a la salida de una
escuela religiosa ha inflamado a los sectores más intransigentes de la sociedad
y de la clase política israelí.
En los últimos
años, la apuesta irresponsable y provocadora del gobierno israelí por la
colonización continuada en los territorios palestinos ocupados han aislado a
Israel de la comunidad internacional y, lo que resulta más grave, de su
principal valedor exterior, Estados Unidos. Obama ha intentado en numerosas
ocasiones que el primer ministro Netanyahu abandonara una política
absolutamente incompatible con el proceso de paz. La acumulación de fracasos ha
generado la mayor tensión en décadas entre Washington y Jerusalén.
El drama de
estos días ha provocado una corriente de simpatía y solidaridad de la gran
mayoría de la sociedad israelí por los colonos, según encuestas publicadas
estos días en la prensa local. Es un fenómeno tan comprensible como seguramente
efímero, ya que nunca como ahora ha estado la sociedad israelí tan escindida.
Los sectores laicos, progresistas y moderadamente pacifistas están
absolutamente convencidos de que la deriva extremista de Netanyahu, en parte
forzada por las exigencias de sus socios ultras, pero también como fruto de sus
propias convicciones cada vez más radicales , conduce al país al desastre.
La atrocidad
de Hebrón y las consecuentes están cargadas de amenazas de más largo alcance.
Si en el bando israelí, las tres semanas que han transcurrido entre el
secuestro de los adolescentes y la aparición de los cadáveres han estado
cargadas de tensión política y emocional, no menos ha ocurrido en el lado
palestino.
LA UNIDAD
PALESTINA, AMENAZADA
El presidente
de la Autoridad Nacional, Mahmud Abbas, aparte de condenar los secuestros, se
ofreció a colaborar con las fuerzas de seguridad israelí en las operaciones de
rastreo y búsqueda de los muchachos. Esta decisión provocó un fuerte malestar
en Hamas, que se niega a simpatizar con Israel por motivo alguno, aunque su
dirección negara con rotundidad la implicación en el secuestro que le han
atribuido desde un principio las autoridades israelíes.
El desencuentro
palestino por este asunto es la primera carga de profundidad contra el gobierno
nacional de unidad, formado recientemente, tras el histórico ‘acuerdo de
reconciliación’ suscrito en abril. Aunque el ejecutivo palestino está formado
en su integridad por independientes de perfil claramente técnico, con el
inteligente propósito de no verse corroído por disputas políticas y/o
ideológicas, la tensión entre Fatah y Hamas, las dos principales entidades
políticas, puede desestabilizar en cualquier momento al gabinete del primer
ministro Hamdallah´.
El presidente
Abbas es consciente de que abundaban las fuerzas que intentarían boicotear la
‘unidad palestina’ desde el principio. Por eso, no ha querido dejar a Israel la
mínima posibilidad de reprocharle complicidad o incluso pasividad en el caso
del triple secuestro. Sus esfuerzos han sido parcialmente inútiles, porque el
gobierno israelí ha despreciado la colaboración del presidente palestino con el
argumento del doble juego: rechazar el terrorismo y seguir gobernando en colaboración
con Hamas.
Aunque pueda
resultar repugnante, lo cierto es que a Netanyahu le puede resultar políticamente
rentable la tragedia de Hebrón, porque tiene un enorme potencial destructivo de
la unidad palestina. Enfrentar a Fatah con Hamas es el objetivo de los líderes
conservadores israelíes desde antes incluso de haberse fraguado la
reconciliación. Si ya resultaba peligroso el gobierno palestino de unidad, la
aceptación del mismo por Estados Unidos, con los correspondientes efectos de
financiación (500 millones de dólares anuales) y reconocimiento diplomático lo
convertían en insoportable.
Esta realidad,
que nadie pone en duda, dispara las especulaciones sobre la autoría y
motivaciones del secuestro y asesinato. Aunque los dirigentes de Hamas no hubieran
ordenado secretamente la acción, no es descartable que sectores radicalizados o
rebeldes de la organización, frustrados por el acuerdo con Fatah, decidieran
actuar por su cuenta y, aparte de
cobrarse venganza, debilitar la unidad palestina. Sin embargo, algunos analistas
israelíes (1) apuntan hacia otros presuntos responsables: Jihad Islámica,
células salafistas de Al Qaeda o el Comité de resistencia popular. Todos estos
grupos condenan el acuerdo de reconciliación, acusan a Hamas de entreguismo con
el propósito de arrebatarle gran parte de su base social.
La debilidad
de la otrora poderosa organización palestina es palpable y causa directa,
precisamente, de su decisión de pactar con Fatah. La caída, hace ahora un año,
del gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto le colocó en una situación de
extrema vulnerabilidad política y operativa. El nuevo gobierno, controlado
enteramente por los militares, aunque bajo una engañosa apariencia civil y
democrática, es completamente hostil a sus intereses.
En estas
condiciones, Netanyahu puede sentir la tentación de aniquilar a Hamas o
precipitar su regreso a posiciones radicales, lo que sería probablemente suicida
y, en consecuencia, también destructivo. De momento, y aparte de las
represalias señaladas, el primer ministro ha conseguido frenar los impulsos más
vengativos del gobierno y aplazar la votación de ulteriores medidas, como
ataques militares masivos o incremento de colonias. No ha debido pasarle
desapercibido el tono de la reacción del presidente Obama, al urgir a “todas
las partes a abstenerse de acciones que pudieran desestabilizar aún más la
situación”.
(1) Entrevista a Shlomo Brom,
ex-alto cargo militar israelí. en LE MONDE, 1 de julio de 2014.