¿UN MUNDO SIN PERIÓDICOS (IMPRESOS)?

09 de febrero de 2009

La depresión económica ha impactado gravemente en la prensa.La caída en los ingresos por publicidad es la primera causa de esta crisis que amenaza convertirse en terminal. Por término medio, los diarios norteamericanos han perdido más del cuarenta por ciento de su valor en sólo tres años, según el experto Alan Mutter. En lo que va de siglo muchos diarios se han depreciado en la mitad de su valor, si no más, según estimaciones de los propios editores. No es raro que en menos de veinte años se hayan destruido la cuarta parte de los empleos periódisticos que existían en 1990.
Pero la crisis económica no es la única razón de la amenaza. Ni siquiera la más decisiva.
Algunos críticos creen que la pérdida de influencia de los periódicos se debe a su falta de credibilidad. Este declive viene arrastrándose desde hace mucho tiempo –décadas, según algunos estudios-, pero se ha visto agudizado en los últimos años.
El clásico Pew Research Center asegura que la satisfacción ciudadana con los medios informativos ha pasado del 85 % en 1973 a 59 % en 2002. El derrumbamiento se ha acelerado desde 1991, justamente cuando se enterró definitivamente la guerra fría.
En Estados Unidos, los diarios norteamericanos tienen poco de qué presumir. Incluso los más prestigiosos se han visto arrastrados por la propaganda que la administración Bush consiguió implantar en el sistema nervioso de la comunicación ciudadana. Después del 11 de septiembre, la fiebre patriótica que se apoderó del país y una política de destrucción de los derechos humanos y de los fundamentos del Estado de derecho encontraron escasos obstáculos en los medios. Y cuando algunos de ellos empezaron a reaccionar, ya se antojaba demasiado tarde.
Muchos periódicos se dejaron llevar por las soflamas proyectadas desde la FOX, la cadena de televisión de Murdoch, convertida en la televisión de cámara de la Casa Blanca. Incluso el NYT, poco sospechoso de connivencia con la administración Bush, se contagió sin embargo de un clima irracional que avaló la negligencia y toleró los abusos, en nombre de la seguridad nacional. El caso Miller–una intoxicación convertida en falsa información sobre el supuesto arsenal de destrucción masiva de Saddam Hussein- se ha convertido en unas de las páginas negras de la historia del diario neoyorquino.
La reacción contra esta derrota de la información veraz fue precisamente lo que alumbró el nacimiento de uno de los blogs liberales más influyentes del momento, el Huffington Post. Su fundadora, Arianna Huftington, litigó duramente contra el Times. Algunos van más allá y creen que puso las bases de un nuevo periodismo. Luego siguieron otros blogs de similar factura y semejante empeño: la refundación del oficio de informar, en un mundo distinto.
Esta es precisamente la tercera gran causa que explicaría la incierta permanencia de los periódicos en la UVI: el desafío de la tecnología digital. Los diarios convencionales no parecen preparados para dar una respuesta que les asegure la supervivencia.
Si bien es cierto que todos los grandes diarios cuentan ya con ediciones digitales potentes, su estructura de negocio es poco solvente. Las empresas periodísticas confiaron hace unos pocos años en que sus hijos de papel pudieran superar su debilidad a base de las transfusiones de sus hermanos digitales. Pero el remedio no se ha demostrado efectivo, hasta la fecha. Hace unas semanas, el Financial Times aseguraba que un abonado de un periódico generaba 1.000 dólares de publicidad anual, mientras un visitante de una página web no llegaba a seis.
Las cifras de recientes estudios sobre los lectores de prensa en Estados Unidos hacen temer lo peor. Los jóvenes han dado la espalda a los periódicos. De los ciudadanos entre 18 y 35 años, no llegan al veinte por ciento los que dicen que le echan siquiera una ojeada al periódico. La edad media del lector de diarios es de 55 años. Las perspectivas son aún más sombrías. Un estudio de la Carnegie Corporation indica que escasamente uno de cada diez norteamericanos menores de 35 años acudirá en el futuro a los diarios para enterarse de las noticias.
Uno de los fenómenos que más irritación produce al establishment periodístico es la proliferación de los blogs y su incidencia sobre la calidad de los productos informativos. El editor ejecutivo del NYT, Bill Keller, asimiló algunos de estos blogs francotiradores a sanguijuelas intelectuales. “Viven del trabajo concienzudo y paciente de los medios convencionales”, dijo en una polémica conferencia hace unos meses. No le falta razón, pero los diarios, aguzados por el instinto de supervivencia, han terminado albergando blogs. Profesionales que mantienen cierta desconfianza ante la fiabilidad del este nuevo periodismo admiten que la comunidad blogera ha sabido crear mecanismos de control y revisión para evitar el descrédito.
Los más optimistas creen que este clima de depresión pasará y que los periódicos renacerán, aunque admitan que tendrán que seguir profundizando en sus adaptaciones a los nuevos tiempos y a los nuevos gustos. Pero la nómina de optimistas se reduce a medida que pasan las semanas, aumentan los números rojos y bajan los precios de mercado de los diarios. Por eso, se empiezan a escuchar otras ideas.
Steve Coll, un prestigioso reportero del Washington Post, ahora en otros cometidos profesionales e intelectuales, ha hecho una atrevida propuesta para “salvar los diarios”: convertirlos en entidades non profit; es decir, sin ánimo de lucro. La apuesta de Coll ha generado un interesante debate en el New Yorker, otros de los medios de referencia de la intelligentsia neoyorquina. Coll reconoce, no obstante, que no está el horno para bollos, y que magnates como Buffet o Gates no se dejarán seducir fácilmente por la idea de liderar un histórico rescate de los diarios.
Sea viable o no, se agradece el esfuerzo de Coll por dar altura a un debate que no debe reducirse a los cálculos económicos. Jefferson, que fue político y editor de un diario, dijo que si le dieran a elegir entre un país con gobierno y sin periódicos y un país con periódicos pero sin gobierno, se quedarían con lo último.
La crisis económica ha operado en un sentido inverso: ha revalorizado la necesidad de un gobierno, pero ha puesto en evidencia a los diarios. Habrá que preguntar a Obama si tiene alguna idea para revivir el espíritu defendido por Jefferson.

¿SEÑALES DE XENOFOBIA?

6 de febrero de 2009

Empiezan a escucharse desde diversos lugares, aunque no todavía no hayan adquirido una intensidad preocupante. A medida que la crisis económica va destruyendo empleo, se van produciendo declaraciones, manifestaciones y decisiones que reflejan una creciente actitud de rechazo o de prevención frente a los trabajadores inmigrantes.

No es casualidad que los lugares donde se han registrado los casos más flagrantes sean aquellos más apegados al modelo de crecimiento neoliberal y, por tanto, los más ajustados al espíritu de la globalización. Durante los años de bonanza esos países (Gran Bretaña e Irlanda, singularmente) han sido los más beneficiados, debido a un conjunto de normas (fiscales, laborales, etc.) que resultaron muy atractivas para el capital extranjero.

Pero ahora que el crecimiento se ha transformado en depresión y la inversión de tendencia tiene carácter global, el impacto se vive como una catástrofe. Gran Bretaña soporta dos millones de desempleados. Pero todo el mundo da por seguro que se franqueará la barrera de los tres millones antes de acabar 2009. Peor estamos por estos pagos, se dirá. Pero allí se habían acostumbrado a una oferta laboral abundante.

En Gran Bretaña, donde las regulaciones provenientes de Bruselas despiertan tantas suspicacias, en 1999 se adoptó en cambio con entusiasmo una directiva de tres años antes por la cual una empresa multinacional –directamente o a través de una filial local- podía contratar a trabajadores de su país de origen antes que a los locales. La multinacional tenía que respetar el derecho laboral local, pero no tenía por qué ofrecerles las mismas condiciones que a los trabajadores británicos.

En tiempos de oferta de empleo abundante, esto no despertó fuertes resquemores. Pero con el hundimiento de la actividad y el estrechamiento de los márgenes de ganancia, las empresas han empezado a acudir a la mano de obra inmigrante, más barata y menos protegida.

Los últimos casos han encendido la mecha. TOTAL, a través de una empresa subsidiaria italiana, ha contratado a miles de italianos y portugueses para ampliar una de sus refinerías en Lincolshire. Una concesionaria de ALSTHOM ha acudido a obreros españoles para la construcción de una central eléctrica en Newark.

Los sindicatos, presionados por una población trabajadora local cada vez más golpeada por la crisis, han reaccionado enarbolando eslóganes que unos pueden calificar de “nacionalistas” y otros de “xenófobos”, según cómo se interpreten.

El malestar es tan grande que las unions, a pesar de encontrarse limitadas por la restrictiva legislación sobre huelga impuesta por los gobiernos thatcherianos en la década de los ochenta, han optado por respaldar las protestas. La marea ha arrastrado al propio Gordon Brown. Después de haber alertado contra la tentación proteccionista desde la atalaya –este año deprimida- de Davos, el primer ministro se vio obligado a salir en defensa de los trabajadores británicos, en unas declaraciones a la BBC.

El mensaje de Brown fue interpretado a su conveniencia por ciertos sectores sindicales, que llenaron pancartas con frases más o menos textuales del primer ministro en las manifestaciones. Lo que obligó al propio Brown a matizar sus propósitos, con pronunciamiento conciliadores.

Valió de poco, porque pesos pesados de su gobierno se enzarzaron en una polémica abierta. Mientras el “liberal” Mandelsson (Ministro de Comercio) defendía las prerrogativas de las empresas y el riesgo del proteccionismo, el exsindicalista Johnson (Ministro de Sanidad) se mostraba partidario de defender en Bruselas un cambio de normativa para proteger a los trabajadores británicos.

El dominical de centro izquierda THE OBSERVER le recordaba a Brown que “los trabajadores británicos necesitan derechos, no protección” y le prevenía de lesionar a los inmigrantes, quienes han proporcionado “beneficios inconmensurables al Reino Unido”.

La desesperación crece y la presión para “echar” a los inmigrantes, hoy todavía contenida, puede convertirse en febril. El economista italiano Tito Boeri expresaba estos temores en el diario LA REPUBLICA y el ministro portugués de exteriores se escandalizaba por la dimensión y alcance de la protesta.

Italianos, portugueses y españoles han sido los destinatarios de la irritación más reciente. Pero el principal blanco son los polacos. Desde la entrada de Polonia en la UE, en 2004, cientos de miles de polacos llegaron a las Islas Británicos, beneficiados por la libre circulación de trabajadores y por las distintas manifestaciones del boom económico (inmobiliario, financiero o industrial). Fueron muy bien aceptados, por su fácil adaptación cultural, sus similitudes raciales y su actitud acomodaticia.

Ahora, empieza el camino de vuelta. En Irlanda, el fenómeno ya adquiere dimensiones notables. Para su emblemática fabrica de Limerick, DELL contrató a 15.000 polacos, el 15% de toda la población local. La multinacional británica ha hecho saber que seguirá contratando polacos… pero en Polonia, donde ha decidido “localizar” su producción. El “tigre céltico” ha dejado de parecerle atractivo.
El paro en Irlanda alcanzó en 8,5% en 2008. Pero no se ha tocado fondo, y los irlandeses pierden sus empleos a un ritmo más rápido que los polacos, muchas veces más cualificados, pero peor pagados. En un reportaje reciente, LE MONDE constataba que el sentimiento antipolaco en Irlanda es ya claramente perceptible. Pero, de momento, no se han registrado “actos hostiles”.

Estas primeras manifestaciones de xenofobia –o de nacionalismo- tienen sus antecedentes en Estados Unidos. Los últimos años de la administración Bush se han caracterizado por una creciente hostilidad hacia los inmigrantes. En un reciente editorial, el NEW YORK TIMES acusaba al gobierno de perseguir con más saña a los trabajadores indocumentados extranjeros que al crimen organizado, en una campaña que calificaba de “desproporcionada y cruel”. En otro comentario, el diario neoyorquino mostraba su preocupación por la falta de compromiso de Obama en esta materia. El otro día, una organización claramente xenófoba, la Coalición por el futuro trabajador americano, iniciaba una agresiva campaña en televisión.

Tal vez sea prematuro alarmarse, pero Europa debería estar atenta a este clima inquietante.