EGIPTO: EL IRRESTIBLE AROMA DEL JAZMÍN

27 de enero de 2011

No será fácil que la revolución tunecina prenda en otros países del mundo árabe. Ni será suficiente el entusiasmo juvenil propagado por las redes sociales. Ni bastará el coraje de una ciudadanía exasperada. Ni sería prudente menospreciar la capacidad represiva de los autócratas. Ni debe darse por supuesto el apoyo occidental, que nunca se producirá antes, sino después de un eventual triunfo revolucionario. Pero lo que está ocurriendo estos días en Egipto y flota ya en el ambiente en otros países de la región no tiene precedentes.
A casi todo el mundo le ha sorprendido la rapidez con la que ha prendido el espíritu tunecino en las calles egipcias. En un primer momento, las autoridades creían estar en disposición de sofocar las protestas, debido a la estrategia preventiva en que han sido formados los aparatos represivos del país. Tan seguros estaban que en el Ministerio del Interior consideraron conveniente dejar que las manifestaciones se produjeran, no por respeto democrático, sino porque consideraban que se agotarían en sí mismas, en cuanto se aumentara la presión represiva. La impresión es que los cálculos han fallado. Las protestas callejeras impulsadas por el Movimiento 6 de abril, una iniciativa cívica pluralista impulsada desde Internet, continúan y se extienden por varias ciudades importantes del país. Los detenidos son ya centenares, quizás millares. Se han registrado las primeras víctimas mortales.
EGIPTO NO ES TÚNEZ, ¿Y QUÉ?
En Egipto, la protesta tiene puntos de concordancia con lo acontecido en Túnez: rechazo de la corrupción, del autoritarismo, de la represión, del deterioro permanente de la calidad de vida, de la arrogancia burocrática, de las mil formas de represión. Pero son muy apreciables también las diferencias. A saber:
- Egipto es la gran potencia demográfica, cultural y política de la zona, por muy deteriorado que se encuentre su liderazgo en el mundo árabe.
- Egipto no es un régimen autoritario exclusivamente personalista, aunque uno de los motivos de la irritación popular sea la amenaza de una sucesión dinástica.
- El Ejército es el verdadero garante de la continuidad del régimen, por no decir que el Ejército es, realmente, la esencia institucional del régimen.
- Los partidos de la oposición mantienen cierta independencia del poder, aunque son débiles, están sometidos a presión y su presencia electoral es más el resultante del capricho del aparato gobernante que de la voluntad ciudadana.
- La principal fuerza opositora organizada (e implantada socialmente) son los Hermanos Musulmanes -islamistas moderados, por no decir abiertamente conservadores- , probablemente la formación política autóctona árabe más antigua.
- La estabilidad de Egipto es clave para la estrategia norteamericana en un momento de sempiterno atasco de las negociaciones de paz, una situación volátil en Palestina, un conflicto más complicado cada día en Irán, una transición aún incierta en Irak y la gangrena afgana (más alejada geográficamente) lejos de ser atajada.
Por estas y otras razones, decíamos en un comentario anterior que sería ilusorio equiparar a Egipto con Túnez. La observación sigue siendo válida. Que Túnez haya caído puede digerirse. En cambio, un proceso similar en Egipto provocaría una oleada de pánico desde el Atlántico hasta el Índico. Pero que un cambio político forzado desde la calle en Egipto constituya un terremoto, mientras lo de Túnez pudiéramos asemejarlo a un temblor, no quiere decir que sea imposible. Los sismógrafos del departamento de Estado se encuentran en estado de alerta. De hecho, nadie se atreve ya a pronosticar el rumbo de los acontecimientos.
ESPECULACIONES SOBRE UN PLAN B
Después de lo ocurrido en Túnez, es impensable que el régimen no disponga de un plan B, y que tal alternativa de emergencia no haya sido consultada en Washington y en otras cancillerías mundiales. A ello se refiere Marc Lynch en FOREIGN POLICY. De momento, el partido oficial señala a los Hermanos Musulmanes como instigadores. Pero es obvio que nadie se lo cree. Aunque la treta puede justificar una postrera oleada represiva de los islamistas.
En los papeles de Wikileaks, rescatados esta semana por LE MONDE, se deslizaban ciertos comentarios del embajador norteamericano de Bush en El Cairo poco clementes con Hosni Mubarak. Pero lo más interesante era el supuesto rechazo del Ejército a la solución dinástica. Los militares llevan sesenta años gobernando el país, desde que la revolución de los coroneles derribara al Rey Faruk en 1952. Los 'rais' egipcios han salido de los cuarteles (Nasser, Sadat, Mubarak). Lo más probable es que no hayan renunciado a que las cosas cambien. Que Mubarak colocara ya hace diez años a su hijo Gámal, banquero, filántropo, 'modernizador' y pro-occidental en la línea sucesoria fue recibido con cautela, sin un rechazo expreso, a sabiendas de que el patriarca no desafiaría directamente a las Fuerzas Armadas. Mubarak ha sido un gobernante autócrata, pero no personalista. En un hombre que se salvó por los pelos del atentado de un islamista que acabó con la vida de Sadat, en 1981, durante el desfile conmemorativo de la efímera victoria del Yom Kippur, la cautela ha sido norma básica de su conducta política. Siempre ha tenido muy claro la base de su poder. Consciente de su dependencia, intentó que los norteamericanos avalaran la operación dinástica como un ejercicio de modernización.
Hace unos años, durante un viaje profesional a Egipto, comprobé cómo Gámal Mubarak trataba de convertirse en el líder de una juventud educada, occidentalizada, de clase media alta, a la que instruía en sus fundaciones y centros de promoción profesional, que eran lubricados con los beneficios de negocios bancarios, suyos y de sus asociados. El 'delfín' fue ocupando puestos secundarios, que no discretos, en el aparato del partido oficial (PND), con vistas a su lanzamiento definitivo en el momento oportuno. Pero Mubarak, quizás alertado por el malestar cuartelero, nunca se atrevió a dar el paso, hasta no contar con los apoyos convenientes. Dicen los mentideros cairotas que el plan ya estaba maduro. Que Mubarak se presentaría de nuevo en 2012, pero que a los dos años de mandato se retiraría por razones de salud y que Gamal asumirá el 'trono' de Heliópolis. Los norteamericanos aceptarían esta solución, siempre y cuando el heredero adoptara decisiones formales un poco más atrevidas que su colega sirio, Bashir el Assad, cuyas credenciales reformistas han resultado bastante decepcionantes.

OCCIDENTE, EN GUARDIA
El presidente Obama hizo una referencia oportunista a Túnez en el discurso del Estado de la Unión, refiriéndose al prófugo Ben Alí (y, desde ayer, delincuente en busca y captura por la Interpol, por evasión de divisas) como 'dictador'. A buenas horas...
Algunos analistas interpretan que las palabras de Obama en defensa de "las aspiraciones democráticas de los pueblos" suponen una advertencia a Egipto. Es dudoso. La Casa Blanca ha tenido interés en filtrar que Obama ha hablado hace un par de días con Mubarak, nos cuenta THE NEW YORK TIMES. Naturalmente, tardaremos en saber el contenido sustancial de ese diálogo urgido por los acontecimientos. Pero no es descartable que uno de los asuntos fuera precisamente ese plan B, por si las protestas se salen de los cauces controlables. Los propagandistas del Presidente aseguran que en su discurso de junio de 2009, precisamente en El Cairo, se encuentran los fundamentos de la 'doctrina Obama' para la región: democracia, libertad, pero sobre todo respeto y rechazo de intervención militar para imponer soluciones externas. Cada cual lo interpretó a su gusto, como suele ocurrir con estas piezas doctrinales.
En Israel deben estar barajando todas las opciones posibles. Aunque la estabilidad les preocupa, no hay que descartar que el derrumbamiento controlado de las autocracias árabes, siempre y cuando den paso a regímenes abiertos y sometidos a cierta tutela occidental, puede resultar un desenlace más que deseable. Por muy imprecisa y arriesgada que resulte la situación, si las autoridades surgidas de estos procesos de cambio contaran con el apoyo occidental oportuno (fundamentalmente económico, mediante gigantescos planes Marshall) y se consolidaran, el riesgo islamista se alejaría. Pero no están los hornos fiscales para esos bollos, y esa es la principal debilidad de las soluciones alternativas imaginativas.
De momento, todo esto son especulaciones. Variantes más o menos realistas de ese plan B. En los próximos días comprobaremos si el plan A consiste en resistir a toda costa, que se pase la fiebre. Que se evapore el aroma del jazmín.