26 de febrero de 2020
China
trata de restablecerse del golpe sufrido por la epidemia del coronavirus. Las medidas sanitarias y de salud
pública, adoptadas tardíamente, parecen arrojar ya resultados positivos, aunque
es difícil calibrar si la remisión de los casos registrados se debe a la
actuación oficial o al debilitamiento de la enfermedad.
Con
casi 80.000 casos registrados y 2.700 fallecimientos en la cinco semanas de
duración del brote, el sistema público de salud ha quedado seriamente en
evidencia. Pero no sólo eso. El sistema político en su conjunto ha resultado erosionado.
Una
de las principales expertas occidentales en China, Elisabeth Economy, directora
de estudios asiáticos del Consejo de Relaciones Exteriores de Washington, considera
que la crisis del coronavirus ha destapado las “contradicciones y debilidades
del régimen” (1). La rígida centralización del poder, el control obsesivo de la
información, las paranoias conspiratorias, el instinto autoritario y otras
características inherentes al sistema ralentizaron la respuesta.
Sin
embargo, Economy admite que, una vez asumido el problema, el aparato político y
administrativo arbitró una contundente maquinaria de respuesta que ha logrado
aislar a más de 100 millones de personas, poner en funcionamiento hospitales de
emergencia, distribuir mascarillas y canalizar el flujo de la información útil de
servicio. Se han anunciado también iniciativas legislativas y reglamentarias
para controlar el funcionamiento de los mercados de animales al aire libre (origen
del virus) y otras disposiciones preventivas. Reformas necesarias pero
inevitablemente tardías.
LOS
APUROS DE XI
En
el plano político, el régimen ha actuado según el libreto conocido de
depuración selectiva y discutible de responsabilidades, señalando chivos
expiatorios y protegiendo a los más altos responsables del partido y del
Estado. Después de matar al mensajero, en este caso sancionando al joven
doctor Li Wenlian, el primer facultativo que alertó del virus (luego fallecido),
la cúspide ha purgado a centenares de cuadros dirigentes en la provincia de
Hubei, foco originario de la enfermedad.
Como
era de esperar, no se han extraído conclusiones profundas sobre la naturaleza del
sistema. Ninguna reflexión, al menos pública, sobre la gestión de la
información, la escasa autonomía de los profesionales de la salud, la renuencia
a recibir apoyos tempranos del exterior, etc. Según el discurso oficial, los
errores han sido personales no estructurales.
El
presidente Xi apareció en público cuando ya se había desatado el pánico. Ordenó
al primer ministro Le Kiang que se desplazara a Wuhan para cumplir con el
ritual de levantar el ánimo de la población y exhibir el músculo organizativo
del Estado. El máximo líder se reservó para discretos actos de propaganda que
resultaron poco convincentes o para afirmar la autoridad del Estado, en una
alocución por video conferencia a 170.000 cuadros.
La
figura reverencial, casi paternal, que Xi ha ido construyéndose desde su elevación
a la cúspide del Partido y del Estado hace siete años ha resultado también infectada
por este “virus del demonio”, como ha sido definido en medios chinos. El líder
chino había conseguido que sus pares renunciaran a serlo, es decir, que le
reconocieran una autoridad suprema, eliminarán la limitación de mandatos en
todos los ámbitos de poder y consideraran su “pensamiento”, su doctrina
política y estratégica, al mismo nivel que las de Mao o Deng. El dirigente más
poderoso en cuatro décadas atraviesa por sus peores momentos desde 2012.
LA
INFECCIÓN ECONÓMICA
Algunos
periodistas occidentales residentes en China opinan que la mayoría de la
población se mantiene escéptica sobre la capacidad del régimen para controlar los
daños, aunque pueda limitar la extensión de la epidemia. Las previsiones sobre
los efectos a largo plazo sobre el funcionamiento productivo del país son
inquietantes. Circulan ya estimaciones sobre las pérdidas que esta epidemia
puede provocar no sólo en China sino en todo el mundo, debido al peso fundamental
del gigante asiático en el comercio y la economía mundiales.
Por
mucho que se declare la enfermedad bajo control, el aislamiento u otras formas
de limitación de movimientos de centenares de millones de trabajadores chinos (750
millones, se calcula) impide la vuelta a la normalidad. La producción sigue al
ralentí, pese a los esfuerzos de los responsables políticos y empresariales.
Aunque las cifras no son suficientemente precisas, se estima que el crecimiento
económico de este año, fijado en un 5,5% (ya modesto para China, a tenor de su
trayectoria reciente) podría reducirse al 4% al final de este primer trimestre,
el índice más bajo desde 1992 (2).
Si
se tiene en cuenta que China representa un tercio del crecimiento mundial, es
fácil explicarse la preocupación en los centros neurálgicos del poder económico
mundial, alarmismos aparte. La vacilante recuperación económica occidental tras
la pavorosa crisis de finales de la primera década del siglo puede verse
frenada. Diversos economistas predicen que el crecimiento mundial anual en este
primer trimestre oscilaría entre el 1 y 1,2%. Las principales bolsas internacionales
han caído esta semana, tras confirmarse la propagación del virus en otras
regiones de Asia (Corea del sur y Japón, en cabeza) Europa (Italia, Alemania, Francia,
Gran Bretaña, por debajo de la docena en España) y Estados Unidos (más de medio
centenar de infecciones).
Se
ha querido atemperar estas preocupaciones recordando que el SARS, que azotó
China y gran parte de Asia en 2003, tuvo a la postre un efecto limitado, pero,
como señala la corresponsal jefe de NEWSWEEK en Pekín, Melinda Liu, hace 17
años la economía china representaba tan sólo el 4,% del PIB mundial y hoy
supone casi el 17% (3).
La
prohibición de viajar a China ha sido adoptada ya por 70 países. Pero con la propagación
a otras zonas del mundo esta tendencia se reforzará. Se trata de una media “inevitable
pero eficaz”, según una investigadora en sistemas legales sanitarios de la
Universidad de Georgetown. Las limitaciones en los desplazamientos entre las
dos principales economías mundiales le costarán a los Estados Unidos más de 10
mil millones de dólares (4). Las compañías aéreas, navieras y ferroviarias de
todo el mundo ya empiezan a evaluar los daños previsibles. La Asociación del
Transporte aéreo internacional estima unas pérdidas de casi 30 mil millones de
dólares.
Al
cabo, ese “cisne negro”, ese agente “saboteador” de la economía china que tanto
temía Xi Jinping, no vendrá de fuera, de la “agresión comercial” norteamericana
o de la presión internacional por el pirateo industrial o la política monetaria
de Pekín, sino por una enfermedad respiratoria que amenaza con asfixiar el “rejuvenecimiento”
de China.
NOTAS
(1) “The Coronavirus
is a stress test for Xi Jinping”. ELISABETH C. ECONOMY. FOREIGN AFFAIRS, 10
de febrero.
(2) “How do
you keep China’s economy running with 750 million in quarantine?”. MELINDA LIU.
FOREIGN POLICY, 24 de febrero.
(3) “Virus
travel ban are inevitable bur ineffective”. MARA PILLINGER. FOREING POLICY,
23 de febrero.
(4) “As covid-19
epidemic slows, China tries to get back to work”. THE ECONOMIST, 25 de
febrero.