8 de mayo de 2019
Tantos
bandazos ha dado Trump en política exterior que cabe preguntarse si tiene
realmente una que merezca siquiera tal consideración, más allá de lugares
comunes, bravuconadas, caprichos y concesiones insustanciales a quienes escucha
en cada momento.
Más
obsesionado con demoler lo edificado por su antecesor que por corregir de forma
coherente su orientación, como le piden algunos políticos republicanos con anclaje
en la materia, el presidente hotelero pica aquí y allá guiado por sus instintos.
Esta guts policy cada día desconcierta
menos a quienes quiera que se consideren todavía los suyos, ya no alarma a unos
aliados que lo han dejado por imposible y sitúa a los adversarios en una
extraña posición de expectativa, convencidos de que alguien lo frenará antes de
deslizarse en la catástrofe.
En
las semanas que han transcurrido desde el afloramiento del informe Mueller, el presidente de las diez mil mentiras en 800
días de mandato (fact checker del
Washington Post) (1), Trump ha pasado de una ficticia sensación de triunfo y
alivio al modo combativo y desafiante que tanto le gusta. Se levanta con una amenaza
y se acuesta con una represalia. En el entreacto, sus esforzados colaboradores
tratan de enfocar el tiro, a sabiendas de que se trata de un tarea propia de Sísifo.
El último desafío: niega a los demócratas sus últimas declaraciones de la renta,
documentación básica para investigar posibles conductas delictivas.
Sobresalen
en esta hora de su errático mandato dos figuras de muy distinta extracción: el
fanático John Bolton, superviviente del naufragio neocon, más fiel a su agenda ideológica que a los deseos de la Casa
Blanca (ésta o las anteriores); y el más convencional Mike Pompeo, que exhibe
una sintonía más instintiva que intelectual con el patrón.
Pompeo
se ocupa de los asuntos exteriores corrientes, mientras Bolton se concentra en culminar
el diseño de pax americana iniciado
en la presidencia de G.W. Bush. El Secretario Pompeo practica el juego
diplomático, sonríe a los aliados del hemisferio y del otro lado del Atlántico,
pero baraja las cartas y añade los comodines que le hacen falta. El Consejero Bolton
urde sus estrategias menos expuesto al escrutinio público y se asegura sólo la
imprescindible atención del despacho oval. Recomendable el perfil que ha
publicado THE NEW YORKER (2).
VENEZUELA,
COMO SAINETE DEL TABLERO MUNDIAL
Un
buen ejemplo de ese recurso de los comodines es el último episodio venezolano.
Ya conocíamos ejemplos abundantes de los clásicos manuales para dar golpes de Estado;
desde ahora, disponemos de otro sobre cómo no darlos. Tardaremos en saber lo
que ocurrió en las primeras horas del 30 de abril en Caracas. Si hubo traición
de unos o traición de otros; o si ambas partes engañaron a los suyos y a los ajenos,
suponiendo que podamos colocarlos en la casilla que les corresponda (3).
Pompeo
ofreció versiones que desmintieron a Trump y que dejaron en mal lugar a Guaidó y
en descubierto a López, el auténtico hombre
de Washington. En realidad, todos
los que ahora llevan la voz cantante en la oposición venezolana lo son, pero
unos fungen de escogidos y otros de
comparsas. Tras el último gatillazo, ya no se avergüenzan de avenirse a la
intervención directa de los marines, como acaba de confesar el propio Guaidó (4).
Para ello se ampararían en el artículo 187 (11) de la Constitución que habilita
al Presidente (o al "Encargado”: o sea él) a autorizar misiones militares
extranjeras en el territorio nacional (5). Lo que deja a la oposición moderada,
más sensata o razonable cada vez más arrinconada, casi reducida a la irrelevancia.
Del
otro lado, de los restos del chavismo, apenas se mantiene el instinto de
supervivencia, el cálculo de clan o incluso el puramente personal. Que Cuba o
Rusia conduzcan el barco averiado y en desguace de la revolución bolivariana es
algo que no sabemos con seguridad. Los intereses de La Habana y Moscú pueden
ser parcialmente coincidentes, pero no igualmente prioritarios. Venezuela
aliviaba el aislamiento del castrismo y resolvía su necesidad energética. Para Moscú,
se trata más bien de una palanca en el juego de tensiones posguerra fría con
Washington.
ORIENTE
MEDIO, O LA OPORTUNIDAD DEL AJUSTE DEFINITIVO
Bolton
atiende de reojo estas “menudencias” del patio trasero y se concentra en los
grandes tableros geoestratégicos. La rivalidad árabe-israelí es puramente
retórica. Los autócratas árabes están más empeñados que nunca en oprimir a sus
pueblos y menos dispuestos a hostigar siquiera gestualmente al otrora enemigo
sionista. La Casa Saud y sus clientes crediticios se concentran
prioritariamente en debilitar al vecino persa. Concluido el para ellos doloroso
periodo de Obama, toca ahora aprovechar la ocasión de hacer negocios con una
Casa Blanca más accesible que nunca. Aguardan el plan de paz del yernísimo Kushner con una rutinaria
despreocupación. Lo que les motiva es el arsenal de presiones boltonianas contra el enemigo iraní, que
no ha estado más contra las cuerdas en cuarenta años de revolución. Esta semana
asistimos a una nueva escalada verbal, con despliegue militar incluido. Por su
parte, los ayatollahs, irritados por el
socavamiento norteamericano del acuerdo nuclear y frustrados por la impotencia
europea, anuncian la reanudación del algunos aspectos secundarios de su
programa atómico, sin salirse de los límites, de momento.
El
nacional-etnicismo populista de Israel también se regocija de estos tiempos
felices. Palestina ha dejado de ser ese problema de seguridad, siempre sobrevalorado,
exageración rentable, para reducirse a un asunto manejable de orden público. El
último intercambio de fuego con Hamas en y desde Gaza responde a esa nueva situación.
Desactivado el riesgo de la escalada, cada cual obtiene más o menos la legitimación
que a ambas partes conviene. Israel y Hamas se han convertido en una suerte de
enemigos íntimos (6).
A
los islamistas palestinos, cada día más pálidos por comparación a lo que anida
en los sótanos, estas operaciones le permiten blindarse frente a una ANP constreñida
en una Cisjordania cada vez más amenazada por la expansión de las colonias judías
y muy lejos de un Estado propio. A Netanyahu, recientemente revalidado en las
urnas por mor de un relato engañoso, lo consolida como el padre que vela por el
sueño de la nación, aunque de vez en cuando sufra una pesadilla o un sobresalto.
Bolton
se mueve como pez en el agua en este escenario de acosamiento de enemigos
desiguales, neutralización o impotencia de aliados e introspección de la
oposición interior. Maneja a su gusto los dossieres
exteriores, todos los estratégicos, naturalmente, y algún que otro secundario,
con Pompeo de oficial de apoyo en el puente de mando. Carece de oponentes de consideración,
incluso en la bancada republicana del Capitolio, donde preocupa más cómo
resistir otra oleada demócrata en 2020 que el empeño inútil por corregir el
rumbo de una Casa Blanca imprevisible. Mientras el Presidente de las diez mil mentiras se entrega a recurrentes disputas
comerciales con Pekín o se entretiene en confusos intercambios charlatanes con el
Kremlin, Bolton dispone las piezas de un proyecto de dominación sin cabeza
visible, fiel a sus convicciones y no a un líder inexistente.
NOTAS
(1) “10.000!”. FACT CHECKER. THE WASHINGTON POST, 3 de mayo.
(2) “John Bolton on the warpath”. DEXTER
FILKINS. THE NEW YORKER, 6 de mayo.
(3) “How
a plot filled with intrigue and betrayal failed to oust Venezuela’s President”.
THE WASHINGTON POST, 3 de mayo; “Secret
Venezuela files warn about Maduro confident”. THE NEW YORK TIMES, 2 de mayo.
(4) “Guaidó says that opposition overestimated
military support for uprising” (Entrevista exclusiva con el corresponsal en
Caracas ANTHONY FAIOLA). THE WASHINGTON
POST, 4 de mayo.
(5) “Will Guaidó call for a U.S. military
intervention?”. GIANCARLO FIORELLA. FOREIGN
AFFAIRS, 17 de abril.
(6) “Israel and Hamas need each other”. DAVID
AARON MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 29 de marzo.