OTOÑO DE REVUELTAS Y PESADILLAS

 5 de octubre de 2022

El otoño se presenta cálido, y no sólo en el aspecto meteorológico. La guerra de Ucrania ha girado de sentido, a favor del invadido y en contra del invasor, pero seguirá provocando efectos negativos para todo el mundo, porque el conflicto se prevé largo. Y peligroso. Pese a cierta euforia de las autoridades ucranianas, el sufrimiento continuará. En Rusia, aumenta la zozobra y el miedo. En Occidente se adoptan medidas de protección o de control de daños que altera las otrora sacrosantas recetas liberales. La excepción británica ha resultado un desastre completo. Por doquier, se manifiesta o intuye el fragor de la revuelta.

RUSIA: LA PRESUNCIÓN DE LA CATÁSTROFE

En Rusia, la respuesta ciudadana a las enormes dificultades del poder para gestionar el revés de la denominada “operación militar especial” es de momento contenida. Se ha registrado una resistencia evidente a la campaña de movilización decretada por el Kremlin a finales de septiembre o en la huida del país para evitar la conscripción. Las encuestas, de fiabilidad relativa, indican, que el repunte de la “ansiedad” afecta a una tercera parte de la población. Más de la mitad se siente serena. Pero los indicadores de malestar crecen y la confianza en las autoridades disminuyen (1). El control político y social amortigua las tensiones. Nadie o muy pocos se atreven a pensar en una derrota o un fracaso militar sin paliativos. Pero si ocurriera, la gran pregunta es si ello tendría efectos sociales y políticos convulsos.

La analista rusa Tatiana Stanovaya dibuja un pulso sordo entre las distintas instancias de poder: el círculo más cercano a Putin, técnico y burocrático, templado y prudente, y los aparatos de seguridad y grupos de interés económico, más inquietos y partidarios de una línea más dura para recuperar la iniciativa (2). El líder ruso es cada vez más impenetrable. Se resistió a la movilización, por los efectos de rechazo en la población que ello comportaría, como así ha sido, aunque menos de lo que se ha dicho en Occidente (3). Putin debe saber que sus márgenes de actuación se estrechan y el espectro de la revuelta se acerca. Se le agotan las respuestas, mientras su ejército retrocede en el este y sur de Ucrania (4).

IRÁN: EL RÉGIMEN ISLÁMICO, CONTESTADO

En Irán, la revuelta no es amenaza: es una realidad. La muerte de una joven cuando se encontraba detenida por una unidad policial de la moral, acusada de no portar de manera correcta el hijab (velo), ha provocado una protesta social de envergadura. Del foco inicial en la remota región kurda se han propagado a otras zonas del país. La respuesta represiva ha sido contundente. Se desconoce con exactitud el número de muertos, pero son centenares. Como en los tres años anteriores a la pandemia, estallidos puntuales sirven de válvula de escape a una enorme frustración social por el coste de la vida y la rigidez de un sistema social y religioso intolerante e invasivo (5). A los efectos de las sanciones norteamericanas se añade el manejo incompetente de los recursos y la propia inquietud de la élite, avivada por la inminencia de la sucesión en la cúspide. El imán Jamenei se encuentra gravemente enfermo y su muerte puede acontecer muy pronto. No hay sucesor designado, que se sepa. Ante la falta de consenso, los rumores apuntan incluso a un futuro liderazgo compartido, un triunvirato o cualquier otra formula que prolongue la indecisión (6).

OCCIDENTE: CALMANTES PARA LA ANSIEDAD

En Occidente, las tensiones energéticas y la carestía de la vida amenaza eso que se denomina engañosamente como paz social. La cohesión aliada es menos sólida de lo que parece, más allá de las declaraciones solemnes frente al “enemigo” común. Las respuestas a la crisis no están del todo coordinadas y menos acordadas, como se ha visto en el caso alemán, en la negativa francesa a una nueva configuración gasística mediterránea o en la gestión de los tipos de interés entre ambos lados del Atlántico para frenar la inflación. Estos días se contiene el aliento ante la previsible decisión de la OPEP de reducir la producción de crudo para favorecer el incremento de los precios, que han bajado en las últimas semanas por el frenazo económico occidental y chino. De hecho, la curva del mercado ha empezado a invertirse.

Las primeras alarmas del descontento se han disparado en Gran Bretaña. En este caso, el liderazgo político ha sido incendiario y bombero a la vez. El incipiente gobierno de Liz Truss ha querido aplicar una solución doctrinaria liberal, con bajada de impuestos incluso a los más ricos, pero combinándola con una política expansiva de gasto compensatorio para las clases medias, en un paquete de minipresupuestos (7). La incoherencia fue tan flagrante que los mercados financieros respondieron con una bofetada inmediata. La libra se desplomó, el Banco central se vio obligado a intervenir. Las perspectivas electorales de los conservadores se hundieron en apenas una semana. Gran parte de los parlamentarios tories hicieron de cortafuegos y obligaron a la insolvente primera ministra y a Kwasi Kuarteng, su fanático ultraliberal ministro del Tesoro (Exchequer) a rectificar (8). El tipo fiscal del 45% a las grandes fortunas se restableció y se anuncia un nuevo planteamiento de la respuesta a la crisis. Pero el binomio Truss-Kuarteng ha salido tocado. El ambiente de fronda interna que ha consumido a tres jefes de gobierno conservador en seis años continua. Y, en la calle, se acumulan las amenazas de huelgas y movilizaciones sindicales.

En la Europa comunitaria, pese a los calmantes del dinero público, la inquietud es palpable. Los gobiernos esperan mitigar la frustración social con ayudas paliativas. Pero quizás no sea suficiente. A modo de ejemplo, una reciente macroencuesta realizada en los últimos días del verano sobre el ánimo social en Francia revela este clima de “fracturas sociales” (9). El 94% de la población expresa sentimientos negativos sobre la situación. Más de la mitad (58%) se declara “descontenta” y más de la tercera parte (36%) se confiesa en estado de “cólera”. Sin, embargo, los sociólogos autores del estudio quieren ver el vaso medio lleno y detectan “signos de descrispación”. No ayuda el poder político. El gobierno mantiene su controvertido proyecto de reforma de las pensiones, aunque ha tenido que renunciar a hacerlo por la vía rápida, mediante una enmienda en la ley de presupuestos, ante al revuelta de los partidos menores de la coalición. Dos escándalos por “conflicto de intereses” han alcanzado al jefe de gabinete del Eliseo y al Ministro de Justicia. Macron no ha olvidado el espectro de los “chalecos amarillos”.

EL ARMAGEDÓN NUCLEAR Y OTRAS ALARMAS

En este clima enrarecido de crisis sin soluciones duraderas a la vista, no es difícil deslizar por la pendiente del catastrofismo. Lo más evidente es el temor a una deriva nuclear en la guerra de Ucrania, si los reveses militares rusos de las últimas semanas continúan. Putin ha vuelto a  insinuar el recurso del arma nuclear, al decir que Moscú emplearía “todos los medios” a su disposición y apostillar: “no es un farol”). Desde la Casa Blanca se le ha respondido con una contundencia controlada: advertencia de una respuesta devastadora. A título particular y extraoficial, el exjefe de las fuerzas en Oriente Medio y exdirector de la CIA, David Petreus, han hablado de “destrucción del ejército ruso”.

Pero, ¿es realmente plausible una deriva nuclear en la guerra de Ucrania? (10) Lo que se teme, en primera instancia, es el uso por Moscú de armas nucleares tácticas (se cree que cuenta con unas 2.000), para detener un avance inaceptable del ejército ucraniano; o para destruir sus centros neurálgicos de mando y almacenamiento; o incluso contra ciudad, como operación de escarmiento. Sería una respuesta desesperada del Kremlin, ante la eventualidad de una derrota hasta ahora considerada imposible. Es la doctrina rusa de escalar para desescalar (uso puntual de armas atómicas tácticas para lograr un frenazo militar del enemigo).

Pero es dudoso que el recurso nuclear fuera solución para Rusia. En primer lugar, a niveles restringidos, no detendría el avance ucraniano. Pero, incluso en ese caso, contaminaría no sólo una zona que el Kremlin aspira a controlar, tras una anexión más formal que real establecida en unos referéndums apresurados e incontrastables. Peor aún, el comportamiento de los vientos bien podría llevar hasta el actual territorio ruso el azote de la radiactividad (11). Los escenarios más apocalípticos se sitúan en un intercambio de ataques nucleares entre las potencias. Lo que implicaría la destrucción mutua de ciudadanes e infraestructuras vitales. Una destrucción quizás irreversible y definitiva y el fin de la civilización.

Putin se encuentra, sin duda, en un laberinto de improbable salida con dignidad. Pero en modo alguno esta eventualidad debe alborozar a Occidente. La alternativa en Rusia puede ser peor o igual de adversa: un régimen ultranacionalista, quizás menos audaz, pero igualmente hostil (12). Las simpatías liberales se reducen a las grandes ciudades. El sentimiento de humillación ante una derrota no es un buen elemento de cultivo para proyectos democratizadores, por mucho que algunos evoquen la Alemania o el Japón de 1945.

A esta pesadilla del Armagedón nuclear o de versiones más reducidas se añaden las alarmas de un conflicto mayor en Oriente Medio entre un Irán en el umbral atómico y un Israel cada vez más convencido de la inevitabilidad del golpe militar preventivo. El régimen islámico está más cerca que nunca de contar con un arma que, en teoría, garantiza su pervivencia frente al acoso exterior. Las negociaciones con Estados Unidos vuelven a estancarse y de nuevo se impone la tesis del fracaso definitivo. Desde Washington, casi nadie apuesta ya por el acuerdo o, incluso si lo hubiera, por su efectividad (13). Crece el incentivo de la acción militar. En noviembre, es más que probable que vuelve al poder en Israel el incombustible y belicoso Benjamin Netanyahu. Sus planes políticos parecen claros: construir una coalición de intereses que asegure su blindaje político, acabar con el equilibrio liberal de poderes, adecuando la estructura y el funcionamiento judiciales a su protección personal. Y, en el exterior, afianzar la autonomía de acción, evitar la fricción con Estados Unidos pero sin renunciar al uso de la fuerza cuando resulte más conveniente, para eliminar el peligro iraní (14).

En el lejano Oriente se reaviva el espectro nuclear. El lanzamiento de cohetes norcoreanos por encima del cielo japonés nos ha recordado que ese frente continua abierto y que EE.UU y sus aliados asiáticos se lo toman muy en serio. Los disparos de misiles como respuesta a los que consideran como “provocaciones del Pyongyang” así parecen indicarlo (15).

El último factor de riesgo apunta desde China, que se prepara para revalidad su liderazgo político en la figura fuerte de Xi Jinping, objeto de una nueva versión del culto a la personalidad de las pretéritas etapas maoístas. Cada vez son más agudos los problemas económicos de un sistema gripado por las políticas de respuesta a la COVID. China sufre un estancamiento no conocido desde hace décadas. En este contexto, los impulsos nacionalistas pueden ser una tentación peligrosa, como ha ocurrido en Rusia. La crisis de Taiwan del pasado verano ha reactivado la movilización de todos los actores internacionales de la región del Pacífico. Esta acumulación de riesgos sobrecalienta a un planeta, en el que parecen olvidados, o al menos aparcados, los esfuerzos contra el cambio climático.

 

NOTAS

(1) Les russes n’ont pas le moral et c’est mauvais pour les ambitions du Kremlin (resumen de prensa rusa). COURRIER INTERNATIONAL, 4 de octubre.

(2) What military losses mean for Russia’s domestic politics. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE, 19 de septiembre.

(3) What mobilization means for Russia. The end of the Putin’s bargain with the people. MICHAEL KIMMAGE y MARIA LIPMAN. FOREIGN AFFAIRS, 27 de septiembre.

(4) Can Putin be stopped? Consulta de Judy Dempsey con los expertos de CARNEGIE, 29 de septiembre; Putin’s roulette. Sacrificing his core supporters in a race against defeat. ANDREI KOSLENIKOV. FOREIGN AFFAIRS, 30 de septiembre; 

(5) What the Hijab protests mean for Iran. ALEX VATANKA. FOREIGN POLICY, 23 de septiembre;  What the West should learn from the protests in Iran. KARIM SADJAPOUR. THE WASHINGTON POST, 24 de septiembre.

(6) Iran’s crisis of legitimacy. SANAM VAKIL. FOREIGN AFFAIRS, 28 de septiembre; Can the Iranian system survive? Conversation between Ali Fathollah-Nejad y Michael Young. CARNEGIE, 29 de septiembre.

(7) Britain in crisis. How not to run a country. THE ECONOMIST, 28 de septiembre.

(8) Tory MP’s threaten rebellion against Liz Truss over minibudget. THE GUARDIAN, 3 de octubre; Kwasi Kwarteng reverse course on the top rate of tax. THE ECONOMIST, 3 de octubre.

(9) ‘Fractures françaises’: un pays mécontent mais qui montre les premiers signes de décrispation. (Encuesta de IPSOS-SOPRA para LE MONDE Y FUNDACION JEAN JAURÈS Y CEVIPOF). LE MONDE, 4 de octubre.

(10) Can the war in Ukraine go nuclear? THE ECONOMIST, 29 de septiembre; Thinking the unthinkable in Ukraine. RICHARD K. BETTS (Universidad de Columbia). FOREIGN AFFAIRS, 5 de julio; Why Washington should take Russian nuclear attacks seriously. STEPHEN WALT. FOREIGN POLICY, 5 de mayo.

(11) Russia’s small nuclear: a risky option for Putin and Ukraine alike. DAVID SANGER y WILLIAM BROAD. THE NEW YORK TIMES, 4 de octubre;

(12) Coups in the Kremlin. What the history of Russia’s power struggle says about Putin’s future. SERGEI RADCHENKO. FOREIGN AFFAIRS, 22 de septiembre.

(13) A new Iran nuclear deal won’t prevent an Iranian bomb. DENIS ROSS. FOREIGN POLICY, 9 de septiembre; Letting Iran go nuclear. ROBERT SATLOFF. THE WASHINGTON INSTITUTE, 23 de septiembre.

(14) What if Netanyahu wins? NERI ZILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE, 24 de agosto.

(15) North Korea fires missile over Japan in major escalation. THE NEW YORK TIMES, 3 de octubre.