LAS AGUAS HIRVIENTES DE ASIA

5 de diciem bre de 2008

Si hubiera todavía alguna duda, los atentados de Bombay han desplazado el centro de gravedad de la seguridad internacional hacia el Asia central meridional. No es que otras zonas geoestratégicas dejen de preocupar en Washington, pero todo parece indicar que las prioridades de la agenda exterior de Obama están ya fijadas.

En la estrategia del “gran juego” del siglo XIX, esa zona se consideraba vital por su proximidad a las denominadas “aguas cálidas”, a la vez vía de acceso de la Rusia zarista a los mares del sur y centro neurálgico de las rutas comerciales del Imperio británico en el Extremo Oriente.

Esas “aguas cálidas” están ahora hirviendo. Allí se concentran conflictos relacionados entre si y entrelazados hasta formar un frente de inestabilidad potencialmente devastador: la enquistada disputa por Cachemira, el pulso nuclear indo-pakistaní, la guerra interna afgana, el nutriente del radicalismo islámico, la nuclearización de Irán, la desestabilización tribal pakistaní, el riesgo de frenazo económico indio, etc.

El epicentro actual de todo este pandemonium es el conflicto afgano. Obama prometió en campaña liquidar la guerra en Irak y concentrarse en Afganistán. El entonces candidato demócrata presentó su posición como una opción moral: renunciar a la guerra injusta y asumir la guerra justa. Es discutible el contenido ético del dilema. Pero nos concentraremos en los aspectos prácticos.

Los elementos más funcionales del argumento de Obama se centran en el supuesto de que, liberadas de la hipoteca iraquí, las fuerzas armadas y el contribuyente de Estados Unidos estarían en mejor disposición de doblegar a la oscura coalición responsable del 11 de septiembre.

Obama, que se opuso a la guerra de Irak, ha ido matizando progresivamente su posición. Se quitó de medio cuando se debatió el celebre incremento de tropas (surge) propuesto por el general Petraeus, cuestión que McCain le reprochó obsesivamente durante la campaña. Por pragmatismo y por necesidad de consejo relevante, Obama incorporó a esa nueva vedette del Pentágono a su círculo de asesores. A día de hoy, algunos creen, otros confían y ciertos temen que tratará de aplicar sus recomendaciones en el escenario afgano.

Sin embargo, voces independientes autorizadas cuestionan seriamente que el modelo iraquí sea trasladable a Afganistán. El corresponsal militar del NEW YORK TIMES, Michael R.Gordon, señala con claridad y en profundidad las notables diferencias entre ambos escenarios; a saber:

- el entorno de la guerrilla iraquí era urbano; el afgano es abrumadoramente rural, disperso.

- las fuerzas militares –y policiales- iraquíes, aunque débiles, eran y son mucho más numerosas, capaces, articuladas y fiables que las afganas.

- los enemigos afganos de Washington disponen de un santuario en el vecino Pakistán, con fuerte respaldo local y tribal, mientras la insurgencia iraquí apenas podía contar con un apoyo exterior de relevancia.

- en esta última fase de la guerra, el Pentágono consiguió “comprar” el apoyo de tribus sunníes del centro de Irak que en su día fueron enajenadas por el desastroso Brenner; en Afganistán, el frágil equilibrio étnico priva a Washington de ese margen de manipulación de las lealtades tribales.

Gordon se apoya para su análisis en el testimonio inequívoco de un ex-ministro del Interior afgano, que descarta la tentación de equiparar las dos guerras y pronostica que Afganistán tardará al menos una década en estabilizarse.

Un prominente asesor de Obama en Afganistán, el conocido analista pakistaní Ahmed Rashid escribía hace unos días en FOREIGN AFFAIRS que la resolución del conflicto afgano exigía estrategias que superaran la respuesta militar. Su opinión es significativa, porque su posición es beligerantemente contraria a los talibanes y acreditadamente crítica hacia la atribuida complicidad de los servicios de inteligencia militar pakistaní con los enemigos de Washington.

Rashid sostiene que “la diplomacia norteamericana se encuentra paralizada por la retórica de la guerra contra el terrorismo”, y recomienda “una iniciativa política y diplomática” para “atenuar las amenazas” y conseguir una “solución política con el mayor número posible de insurgentes afganos y pakistaníes”. En su artículo describe el papel de cada actor en la construcción de un nuevo consenso regional, incluido Irán. Implícitamente, Rashid recomienda a Obama que abandone la beligerancia de la administración Bush y convierta a Teherán en un socio positivo.

En un comentario editorial, LE MONDE se hace eco de la inquietud manifiesta en las cancillerías europeas ante una eventual demanda de más tropas por parte del nuevo inquilino de la Casa Blanca. “¿Cómo podrán resistir a las presiones de un presidente cuya elección han saludado clamorosamente?”, se pregunta el diario francés. El nuevo Consejero de Seguridad será el general Jones. Como excomandante en jefe de la OTAN conoce perfectamente a los aliados europeos y sabe de sus visiones -y también de sus aprensiones- en la materia.

Obama tendrá que descansar en la energía de Hillary Clinton y la competencia integrada de su flamante equipo de asesores en seguridad internacional. Es pronto aún para saber si el nuevo presidente resistirá la tentación de una victoria militar para castigar la infamía del 11 de septiembre o tendrá paciencia para construir una solución multilateral que haga bajar la temperatura de las aguas hirvientes de Asia.