13 de marzo de 2019
A
poco más de dos meses de las elecciones europeas, el panorama político de la
Unión es sombrío. Cabe preguntarse incluso si puede hablarse de Unión strictu sensu, es decir, de proyecto
compartido, de estrategias consensuadas, de políticas coordinadas, de lealtades
comprometidas pese a las normales y deseables diferencias ideológicas.
El
Brexit suele citarse como el caso más
preocupante de la política europea. En parte, es cierto, pero este largo y
agónico proceso de desacoplamiento británico está escondiendo o relegando otros
procesos menos evidentes.
LA AGONÍA DEL BREXIT
De
nada le ha servido a Theresa May el apaño jurídico-político obtenido a última
hora sobre el backstop (salvaguarda)
irlandesa. La derrota parlamentaria del martes sobre el acuerdo con los 27 fue
algo menos abrumadora (149 votos negativos más que afirmativos) que la anterior
(230 rechazos más que apoyos), pero humillante por igual. A la hora de escribir
este comentario (miércoles, 13), son dos las opciones tasadas en Westminster:
voto hoy para decidir si se sale de la Unión a las bravas; y, en caso negativo,
mañana, jueves, propuesta de extensión de la fecha de salida, sobre la que
decidiría, en su caso, el Consejo Europeo del 21 de marzo (1) Pero a estas
opciones se une una tercera que aún no está inscrita en el calendario de
sesiones, pero que se siente como elefante
en la habitación: un segundo referéndum
para deshacer el nudo gordiano. Sin descartar elecciones anticipadas, pese al pánico tory (2).
El
problema es que la división parlamentaria ni siquiera se explica por la
fractura partidaria. Los tories están
a la greña, en parecidas proporciones a los laboristas. En los dos campos moran
brexiteers y remainers, e incluso conciliadores resignados. En la
periferia, hay más homogeneidad: liberales y nacionalistas escoceses son partidarios
decididos de la permanencia, mientras los unionistas irlandeses se alinean con
los euroescépticos más duros.
Pase
lo que pase en las próximas 48 horas, haya salida sin acuerdo el 29 de marzo o
prórroga para seguir mareando la perdiz y desgastar a los recalcitrantes (la
doctrina May), lo cierto es que la relación de Gran Bretaña con Europa va a ser
motivo de controversia durante mucho tiempo, añadiendo sal en una herida proverbial.
Desde
Europa, el Brexit se ha convertido en
una pesadilla, pero más emocional que política. Casi todo el debilitado liderazgo
europeo ha dado ya por descontado el desenganche británico. Sin duda, el goteo
de las consecuencias económicas se dejará sentir con aflicción. Pero el
hartazgo de la situación se sobrepone a la preocupación (3). O al menos eso es
lo que se desprende del discurso pero también de las actitudes. No ha habido demasiada
piedad para la poco inspirada May, tan denostada como Thatcher en Bruselas,
pero menos respetada. Mas allá de una cortesía palaciega o un desinflado
flotador postrero, se le ha dejado a su suerte.
¿NEOGAULLISMO O SOPLO NAPOLEÓNICO?
En
la fracturada Unión pesan otros procesos: la falta de respuesta coherente y
solidaria a la inmigración, la pasividad ante los síntomas de una nueva
recesión en ciernes, la falta de respuesta a los síntomas crecientes de desinterés
norteamericano por el orden mundial vigente desde 1945, el desconcierto ante la
amenaza nacional-populista, la parálisis ante el desafío chino o ruso
(distintos pero potencialmente convergentes), por no hablar de la renuncia a
tener un voz cadenciosa en los conflictos de Oriente Medio y el Magreb.
Ante
esta falta abrumadora de liderazgo, se pretende elevar Macron, el presidente
francés, como único capaz de unificar, de marcar el camino del “renacimiento
europeo”. En una “carta a los ciudadanos europeos” (4) proclama un programa de
cambio, basado en tres pilares (libertad, protección y progreso. Lo ha hecho
sin contar con nadie, como una iniciativa voluntarista, de urgencia. ¿Reflejo gaullista o soplo napoleónico, como un impulso del destino?
Los
rivales políticos internos le han reprochado arrogancia, vanidad y cierta
hipocresía, al erigirse en profeta europeo mientras fracasa estrepitosamente en
su proyecto interno, francés. La revuelta de los gilets jaunes se apaga, pero su respuesta del gran debate nacional ha volado corto y las causas del malestar
social restan intactas.
En
su carta se perfila una propuesta de vuelco institucional que ha molestado o
confundido a muchos. Como bien apunta Sylvie Kauffmann, una de las
editorialistas de LE MONDE, Macron “hace tabla rasa de los formatos existentes”
(5). Ignora al BCE, no menciona a la zona euro y se refiere a Schengen sólo para afirmar la necesidad de revisarlo
por completo (mettre a plat). Oblitera
el eje franco-alemán y parece pasar de las alianzas no escritas que han
impulsado el proyecto europeo. Es la suya una ambición por encima de divisiones
nacionales y alineamientos tácticos o programáticos.
Los
socios de Macron han respondido con fría cortesía, o con desgana. En Alemania,
el gran partner, no se oculta cierta incomodidad
por el afán pretencioso de Macron. Desde el SPD lo utilizan para denunciar la parálisis
de la canciller Merkel (cada día más pato
cojo), pero sin adherirse a sus ideas; desde la CDU se le recuerda que deben
respetarse los canales existentes.
Al
cabo, Macron no inventa nada. Más bien reacciona al nacional-populismo, a la
deriva aislacionista-nacionalista de Trump y a las inquietudes euroasiáticas
con el instinto de salvaguarda del sistema. Pone énfasis en la seguridad y
relega las recetas de mayor justicia social a una retórica de protección.
LAS
TURBULENCIAS MEDITERRÁNEAS
Mientras
en el norte cunde la marea nacional-populista antimigratoria y en el centro se
afianza, además de lo anterior, un instinto anticomunitario y, en cierta medida,
se ignora el mandato institucional, en el sur se avivan similares peligros.
En
Italia, se consolida la Lega como
primer fuerza política. Más allá de bravuconadas retóricas, que la perdida
batalla sobre el presupuesto ha reducido a su verdadera dimensión, el gobierno
de los dos populismos hace exhibición
de cabalgada en solitario. El último
ejemplo es la decisión de sumarse al proyecto chino de nueva ruta de la seda, estrategia
de penetración económica, tecnológica y comercial de Pekín, en su afán por
convertirse en el principal actor internacional del siglo. Los ultras italianos
se ofrecen como cabeza de puente de esa revolución que Bannon no pudo anclar en
EE.UU., debido a la personalidad egocéntrica y errática de Trump. En contraste,
el PDI gira a la izquierda, en busca de un electorado perdido, al elegir a Zingaretti,
actual presidente de la región del Lazio, émulo de Corbyn, como nuevo líder (6).
En
España, el final confirmado del bipartidismo y la emergencia, cuatro décadas
después, de una ultraderecha hasta ahora domesticada bajo las alas normalizadoras
del conservadurismo predicen la prolongación de un clima de ingobernabilidad,
agravado por el brote independentista en Cataluña. El ciclo electoral
irresolutivo amenaza con prolongarse.
Así las cosas, Europa camina en
orden disperso, capturado en sus contradicciones nacionales, sin estrategias
claras, frente a un mundo en transformación, convulso y peligroso.
NOTAS
(1) “MPs ignore May’s pleas and
defeat her Brexit deal by 19 votes”. THE
GUARDIAN, 13 de marzo.
(2) “What’s next for Brexit: Britain
plays the ultimate game of ‘Deal or not Deal’”. AMANDA SLOAT. BROOKINGS INSTITUTION, 7 de marzo.
(3) “Europe needs to show Britain the door”. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 7 de marzo (reproducción de un artículo publicado originalmente en THE WASHINGTON POST, 30 de enero).
(3) “Europe needs to show Britain the door”. JUDY DEMPSEY. CARNEGIE EUROPE, 7 de marzo (reproducción de un artículo publicado originalmente en THE WASHINGTON POST, 30 de enero).
(4)
“Pour une renaissance européenne”. EMMANUEL MACRON, (Varios diarios europeos), 4 de
marzo.
(5) “Dans sa ‘lettre aux citoyens d’Europe’,
Macron fait table rase des formats existents dans le UE”. SYLVIE KAUFFMANN.
LE MONDE, 6 de marzo.
(6) “Los votantes del PD italiano
eligen a un izquierdista para sustituir a Renzi” LA VANGUARDIA, 3 de marzo.