26 de Junio de 2016
La
semana que comienza viene dominada por un amplio frente borrascoso que se
extiende por toda Europa. Éstas son las principales incógnitas del momento:
¿Se
puede ignorar, revertir o interpretar el resultado del referéndum?
Altamente improbable. Políticamente, sería casi imposible encontrar quien
quiera ponerle el cascabel al gato. Cualquiera de los dirigentes que reemplace
a Cameron tendrá que descartar expresamente esa posibilidad, o cualquier variante
que vaya en esa línea, como retrasar la declaración de separación de la UE, la
dilatación de las negociaciones o la apertura de un nuevo pacto británico con
la Unión. Escenarios estos que serán rechazados, con acritud, por numerosos líderes
comunitarios y de los estados europeos, para desincentivar otras veleidades
secesionistas.
¿Hasta
dónde puede llevar Escocia un nuevo pulso con Inglaterra para celebrar otro
referéndum de independencia?
Es
difícil decirlo. De momento, se han dado los pasos políticos inmediatos:
decisión del gobierno de solicitar conversaciones "inmediatas" con
instituciones y gobiernos europeos para "proteger la permanencia de
Escocia en la UE". El referéndum está "encima de la mesa", ha
dicho la primera ministra escocesa. Sturgeon ha recordado que las condiciones
en las que se celebró el referéndum anterior han cambiado sensiblemente y, por
lo tanto, es legítimo volver a consultar al pueblo. Pero los independentistas
tendrán que calcular bien sus pasos, porque desde Bruselas ya se les ha dicho
que, para entrar en la UE como nuevo país soberano, tendrán que ponerse a la
cola.
¿Puede
el 'Brexit' hacer rebrotar las tensiones en el Ulster, que votó ampliamente en
favor de la permanencia en Europa?
Es
muy probable, aunque el voto pro-europeo se ha dado tanto en territorios
católicos, más inclinados a la secesión y unión con Irlanda, como en los
protestantes, dónde prevalecen los partidarios de la vinculación con el Reino
Unido. La pacificación entre los bandos rivales del Ulster se había consolidado
a lo largo de la última década, pero el Brexit tendrá efectos muy negativos para ese
territorio. Los conflictos sociales y económicos, amén de la liquidación de la
frontera abierta con la República de Irlanda pueden reabrir las heridas.
¿Cómo
puede afectar el resultado del referéndum a la cohesión interna del Partido
Conservador?
Quizás
no demasiado. Aunque una mayoría de parlamentarios tories han comulgado con la
línea del Primer Ministro dimisionario o la su número dos, el Secretario del
Tesoro, Osborne, no pocos lo han hecho de mala gana y con reticencias. Es el
caso de la Secretaria del Interior, Theresa May, que apoyaba la permanencia,
pero pretextó el trabajo ministerial para borrarse de la campaña. May es la
favorita para suceder a Cameron, pero si los eurófobos consiguen sacar
partido de su éxito y hacen bascular al partido hacia su terreno, otras
opciones cobrarán fuerza. Aparentemente, la más obvia es la de Boris Johnson,
ex-alcalde de Londres. Sin embargo, se sospecha que, pese a su mercurial
campaña por el Brexit, en el fondo Johnson estaba casi convencido del
triunfo de la permanencia, y simplemente esperaba capitalizar políticamente en
su favor las corrientes xenófobas, populistas y eurofóbicas. Otros
tories defensores activos del Brexit, como el Secretario de Justicia,
Michel Gowe, muy próximos a Cameron, no parecen tener carisma ni estómago para
aspirar al puesto. No hay que descartar sorpresas o tapados. El asunto está por
madurar.
¿Pagará
algún precio el Partido Laborista por las contradicciones de su electorado y de
un sector de su dirección?
Con
toda seguridad. El líder laborista, Jeremy Corbyn, ha dicho que la austeridad y
la inmigración han sido los dos factores decisivos en el triunfo del Brexit.
Siempre se ha declarado un enemigo acérrimo de la primera, y esa fue la razón
que le llevo a triunfar en las elecciones internas. Corbyn responsabiliza a la
UE de la austeridad, lo cual es manifiestamente cierto, lo que le ha llevado a
defender la permanencia con escaso entusiasmo, con muchos matices y con escaso
vigor. En muchos lugares de Inglaterra, electorado laborista era partidario del
Brexit por las mismas razones, de ahí que Corbyn haya evitado
contrariarlo con un discurso demasiado entusiasta hacia la UE. Esta actitud
esquiva durante la campaña ya empieza a tener efectos. Los que no aceptan el
liderazgo de Corbyn no son solamente ya los antiguos partidarios de Blair o
Brown. El Secretario del Foreing Office en la sombra, Hilary Benn, que había
venido apoyando a Corbyn en su pulso permanente con el grupo parlamentario, ha
pedido su destitución como líder del partido por considerar que no está
capacitado para ejercer el liderazgo después de su comportamiento en la campaña
del referéndum. El voto de censura es inminente. Corbyn sigue contando con un
sector tradicional, obrerista, que mantienen los feudos del partido donde ha
triunfo el Brexit, pero también de la juventud desengañada, que se
siente fuera del reparto impuesto por la globalización.
¿Cómo responderá Europa a la bofetada inglesa?
Los
primeros indicios sostienen la tesis del enfado, de la indignación. Algunos no
se han mordido la lengua, ni han rebajado su malestar con fórmulas
diplomáticas. El Presidente del Parlamento europeo, Martín Shultz, opinó que
las negociaciones para hacer efectiva la separación británica de la UE deben
iniciarse "tan pronto como sea posible". Más áspero ha sido el
Presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. "El divorcio debe ser
rápido y no será amistoso, porque nunca ha habido una especial relación de
amor", vino a decir. Sin embargo, es de esperar que en pocos días se imponga
una actitud más templada. Los ministros
de Exteriores de los países fundadores se han pronunciado de manera más suave,
pero sin poner en evidencia diferencias de talante, que las hay.
Por
lo pronto, Cameron tendrá que tragarse algunos sapos en el Consejo Europa de
esta semana: se le invitará a abandonar el plenario cuando los jefes de Estado
o de gobierno analicen los pasos a seguir tras el Brexit y, desde luego,
se anulará el semestre de presidencia británica de la UE, prevista para julio
de 2017.
¿Puede
esperarse una concertación franco-alemana para gestionar la crisis?
No
lo parece. Merkel, en la que se fijan todas las miradas, ha jugado al caliente
y al frío, como se esperaba. No ha minimizado la gravedad del impacto, ni le ha
concedido a los británicos el deseo de alargar el proceso de separación, pero
también ha dicho que "no hacía falta correr" para activar el Artículo
50, "ni ser particularmente desagradable en las negociaciones".
Los
franceses son más impacientes. Y con razón, porque las urgencias de París son
más apremiantes. Hollande ha recibido a todos los líderes políticos nacionales
este fin de semana. Para constatar el desacuerdo general, bien sûr.
Sarkozy propone un nuevo Tratado europeo; la izquierda, otra Europa liberada de la austeridad. Le Pen, aupada por el resultado británico, un
referéndum.
El
nacionalismo xenófobo francés es mucho más fuerte, está más arraigado y representante
una amenaza electoral más acreditada que el alemán. De ahí, la distinta
temperatura en Berlín y París. Hollande recupera la vieja idea de una Europa a
dos velocidades y trata de unir a los países con gobiernos de izquierda (la
mayoría, en el sur). Merkel empezará pronto a extrañar a los británicos, si no
está haciendo ya, en su política de contrapesos.
En
todo caso, este equilibrio en el alambre de la Canciller tiene sus límites. Sus
socios de Gran Coalición, los socialdemócratas, tiene ya la vista puesta en las
elecciones del año que viene, y no quieren componendas con los británicos. Un
documento del SPD, publicado el viernes, exige un plan "para refundar
Europa" y critica a Merkel por la austeridad. ¿Se dibuja una línea de
fractura derecha-izquierda, como sostiene el corresponsal de LE MONDE en
Berlín? Es muy probable.