LA CRISIS DE UCRANIA: ¿HACIA EL ENFRIAMIENTO?

26 DE ENERO DE 2022

La evolución de la crisis en Ucrania se mueve entre las movilizaciones militares sazonadas con las advertencias de los dirigentes al bando adversario y las expresiones de opinión de los medios, generalmente estimulados por unas perspectivas de conflicto mayor que alimentan el interés público. Pero, en sordina, se trabaja en una solución negociada, más en sintonía con el buen juicio y la gravedad de la situación.

Ambas líneas no son necesariamente incompatibles, sino todo lo contrario: se complementan. La opción militar necesita que se haya demostrado fehacientemente la imposibilidad de una salida diplomática previa. En la opción negociadora, cada parte refuerza -o cree reforzar- sus bazas haciendo muy creíbles las amenazas del uso de la fuerza, sin incurrir en la exageración o en la exhibición de una conducta belicosa.

En la crisis de Ucrania estamos asistiendo justamente a eso. Rusia ha asentado sus fuerzas militares en las fronteras norte, este y sureste de Ucrania, pero ha atemperado notablemente el discurso, en espera de la respuesta norteamericana (no dice de la OTAN) a sus demandas de seguridad. En Occidente, predomina estos días el peso de la retórica y la escenografía militar: 8.500 soldados norteamericanos en alerta ante un posible despliegue en Europa del Este; envío de material militar a Ucrania (de parte del Reino Unido, de Francia y otros); aceleración de los preparativos de maniobras militares ya previstas. No es casualidad que sea en Londres donde más se escuchen tambores de guerra. Boris Johnson lucha por la supervivencia política, y nada mejor que el fantasma bélico para desviar o confundir atenciones. En otras capitales europeas se insiste en la priorización de la solución diplomática.

SON LOS INTERESES, NO LOS VALORES

El relato político-mediático en Occidente se asienta en dos vectores doctrinarios:

1) hay que defender a Ucrania frente a la amenaza de “agresión rusa” por una cuestión de valores y de compromiso con el sistema democrático y las libertades.

2) la necesidad de la cohesión aliada.

Si se pone énfasis en estos dos argumentos -legitimador el primero, instrumental el segundo- es justamente porque no son del todo reales, o la realidad no es tan clara como se proclama.

Ucrania no es un modelo de democracia. Ni siquiera podría considerarse un país democrático a falta de reformas o ajustes para ganarse la acreditación. Como en el resto de países de la antigua Unión Soviética, el sistema liberal no ha prendido. El poder real reside en una red de corporaciones y agentes políticos lubrificada a gran escala por la corrupción, el clientelismo, el tráfico de influencias y favores y la codicia de las nuevas élites (nomenklaturas), que controlan casi las tres cuartas partes de la economía nacional. Algunos de estos oligarcas como Ahmetov, el más poderoso, se han visto perjudicados por la pérdida de Crimea o la revuelta en las regiones orientales, donde ha perdido la mitad de sus beneficios por las expropiaciones (1).

Un acontecimiento apenas reflejado en nuestros medios refleja el peculiar funcionamiento de la democracia ucraniana. La justicia ha rehusado detener al expresidente Poroshenko tras regresar a su país, a pesar de los diversos cargos por corrupción y abuso de poder. Durante la crisis de 2014, su principal interlocutor exterior fue Joe Biden, encargado por Obama de coordinar la relación con Kiev. La decisión judicial coincidió con la visita Blinken. El Tribunal Supremo ucraniano no quiso incomodar al jefe de la diplomacia americana, porque hubiera sido como desairar indirectamente al presidente Biden (2).

Más relevante es el ninguneo práctico que las potencias occidentales están haciendo de los dirigentes políticos ucranianos. No están en los foros más o menos decisorios: sólo en la OSCE, que es una organización prevista para prevenir crisis no para resolverlas.

Al Presidente Zelensky nunca se le ha tomado en serio, más allá de un respeto protocolario. No se le ve capacitado para el cargo y, lo que es peor, se le considera como una marioneta de personajes más poderosos: de hecho, en la fase de su ascenso político respondía a los intereses de Kolomoiski, el oligarca propietario de la cadena de televisión donde se emitía su programa de humor. Después de romper con él, Zelensky se ha asentado en una base de poder institucional sin demasiado fuste. Los altos mandos militares y los políticos que representan a los conglomerados industriales no tendrán problemas para dictarle las decisiones oportunas.

No hay, por tanto, un propósito sincero en la defensa de una democracia ejemplar, ni siquiera en gestación. No es ingenuo sino interesado afirmar que Putin teme una Ucrania democrática adscrita al orden liberal. Hay más semejanzas que disparidades entre los sistemas políticos ruso y ucraniano.

Aún más irónico resulta que estos últimos días altos cargos de Ucrania hayan desautorizado el tono alarmista propagado desde Occidente. El Ministro de Defensa reveló en televisión que “Rusia no había dispuesto hasta la fecha ni un solo grupo de combate en la frontera, lo que indica que la invasión no es para mañana”. En Exteriores, se consideró “alarmista” la orden de retirada de las familias del personal diplomático, efectuada por Washington y Londres (3).

A VUELTAS CON LA COHESIÓN ALIADA

En cuanto a la otra proclama del momento en la crisis, la cohesión aliada, las costuras son aún más visibles. La unidad es la cara visible -o visibilizada- de la relación transatlántica; en bastidores se trabaja afanosamente por limar las discrepancias, que no son pocas ni menores. Alemania está siendo presionada para que abandone su política de apaciguamiento con el Kremlin. Ya se empiezan a escuchar en Berlín declaraciones más severas hacia Moscú. Desde la cancillería se ha dejado entender que, en caso de invasión, la entrada en funcionamiento del gasoducto Nordstream 2 se suspenderá sine die. La actitud alemana en la crisis, las relaciones con Rusia y su papel en la arquitectura de seguridad europea merecen análisis aparte (4).

Estados Unidos intenta garantizar que tanto Alemania como el resto de sus aliados europeos se vean afectados lo menos posible por el suministro de gas. Se hace virtud de la necesidad: las compañías norteamericanas que producen gas licuado podrían compensar un hipotético cierre, interrupción o disminución del suministro ruso. El semanario liberal THE ECONOMIST ofrece un estudio de la dependencia energética europea de Rusia. La conclusión es que los hogares no se quedarán fríos y las fábricas y servicios no se pararían, pero el coste de las facturas sería más alto. No es un alivio, o no muy claro, en todo caso (5).

EL MARGEN NEGOCIADOR

Se vocea y se negocia. En las principales capitales aliadas se estudia qué posible respuesta por escrito (ya se ha aceptado esta condición de Moscú) se puede dar al Kremlin, que a Putin le resulte satisfactoria y que sea aceptable para Occidente ( ). De las tres demandas presentadas por los negociadores rusos en Ginebra y Bruselas, la primera, es decir, el abandono de la candidatura de Ucrania a ingresar en la OTAN, es la más asequible, aunque los detalles de la fórmula sean espinosos. Se podría plantear una moratoria temporal (25 años, por ejemplo: más allá de la vida previsible de Putin), o unas condiciones de acceso que harían muy difícil el acceso del país a la alianza occidental. Lo que ha ocurrido hasta ahora, sin ir más lejos.

La renuncia a instalar o desplegar fuerzas militares occidentales en Ucrania tampoco parece un escollo insalvable, siempre y cuando Moscú ofrezca garantías equivalentes. Occidente puede hacer valor el compromiso de 1994, cuando Ucrania aceptó ceder el arsenal nuclear soviético desplegado en su territorio y Rusia se comprometió a defender y respetar la seguridad de su vecino suroccidental. Pero Crimea y el Donbas no son precedentes venturosos.

Lo más complicado es satisfacer a Rusia en su exigencia de revertir el sistema de seguridad militar occidental es los antiguos países del Pacto de Varsovia, en particular los bálticos, Polonia, Rumania o Bulgaria. El Kremlin tendría que ceder en ese punto o al menos reformular sus demandas de manera más ambigua, mediante medidas de confianza, para abrir espacios de compromiso. Después de todo, cuatro de las cinco ampliaciones de la OTAN desde 1990 se ha ocurrido con Putin en el Kremlin, sin demasiado ruido, ni diplomático, ni militar.

Hay puntos que pueden ser negociables. Se puede revivir el tratado INF, que implicaba la renunciar a desplegar en territorio europeo armas nucleares de alcance intermedio (de 500 a 3.500 kilómetros), del que Trump se retiró alegando que Moscú lo violaba sistemáticamente. Los expertos consideran que se podía iniciar una negociación compleja pero no inviable.

Otro elemento de negociación sería el reposicionamiento de las defensas antimisiles que Estados Unidos instaló en Polonia y Rumanía (se dijo en su momento que podían servir para protegerse de ataques rusos, pero también de los iraníes o de otras potencias hostiles en Oriente Medio), y el uso futuro de las bases aéreas que pueden albergar aviones con capacidad para transportar armas nucleares.

En realidad, el problema con la vía negociada es que mientras el Kremlin actúa con las manos libres, Washington depende de la aceptación de algunos aliados menores temerosos del comportamiento ruso y, sobre todo, de un legislativo que puede boicotear un posible pacto. En el pasado, los tratados de limitación o reducción de armamento con la URSS estuvieron paralizados durante años al no ser ratificados por el Senado. Ahora, en aquellos elementos con rango suficiente para escapar a la acción ejecutiva presidencial, podría ocurrir lo mismo. Por eso Moscú insiste en demandar compromisos “efectivos”.

En definitiva, la guerra no es inevitable, ni mucho menos. Pero tampoco puede descartarse, por una provocación que escape al sistema de control, o por un “accidente” que encienda la mecha. Lo más probable es que, en virtud de la preservación de los intereses de las partes,  principio prevalente en las relaciones internacionales, se conjure el peligro bélico... o, en el peor de los casos, se limite su desarrollo y alcance.

 

NOTAS

(1) “Ukraine needs a political deal at home to defend against Russia. Bringing oligarchs on board is vital for reform efforts”. KAMRAN BOKHARI. FOREIGN POLICY, 4 de enero.

(2) “Court in Ukraine declines request to arrest former President”. ANDREW KRAMER. THE NEW YORK TIMES, 19 de enero.

(3) Declaraciones del Ministro de Defensa a la cadena de TV ucraniana ICTV; “State department orders diplomat’s families to leave U.S. Embassy in Ukraine, citing ‘threat of Russian military action’”. THE WASHINGTON POST, 25 de enero.

(4) “Germany has a little maneuvering room in Ukraine conflict”. DER SPIEGEL, 21 de enero; “Allies question Germany’s Ukraine approach”. COL QUINN. FOREING POLICY, 24 de enero; “Germany’s new Chancellor hesitates about in the face of Russia’s threats”. THE ECONOMIST, 25 de enero; “Where is Germany in the Ukranie standoff? Its allied wonder. KATRIN BENNHOLD. THE NEW YORK TIMES, 25 de enero.

(5) “How will Europe cope if Russia cuts off its gas? THE ECONOMIST, 24 de enero; “US finalizing plans to divert gas to Europe if Russia cuts off supply”. THE GUARDIAN, 25 de enero.

(6) “What a week of talks between Russia and the West revealed”. DMITRI TRENIN. CARNEGIE, 20 de enero; “War may loom, but are they Offrams? DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 24 de enero.

LA CRISIS DE UCRANIA: HECHOS, INTERESES, PERCEPCIONES Y ESPECULACIONES

19 de enero de 2022

Gobiernos, parlamentos, estrategas, militares, académicos y periodistas andan desde hace semanas envueltos en el torbellino de la crisis ucraniana, ante la eventualidad de un conflicto mayor entre Rusia y la OTAN. Con bastante frecuencia, en los análisis se confunden en hechos y especulaciones, intereses y percepciones, información y propaganda. No por primera vez, los medios se dejan llevar por la excitación de una guerra en ciernes. En este clima, es recomendable esforzarse en intento desapasionado de explicación de la crisis.

LOS HECHOS

Desde 1990, se han incorporado a la OTAN cinco países del desaparecido Pacto de Varsovia (Polonia, Chequia/Eslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria) y los tres estados bálticos exsoviéticos (Estonia, Letonia y Lituania). Esto ha supuesto la extensión de la Alianza Atlántica hacia el Este, con una profundidad de 1.000 kilómetros desde la línea de división de Alemania establecida al final de la segunda guerra mundial. Rusia contempla bases y/o fuerzas a priori hostiles en los estados bálticos, a 200 kilómetros de San Petersburgo y 600 km. de Moscú.

Moscú sostiene que, tras el final de la guerra fría, Occidente se comprometió a no cercar a Rusia con la ampliación de la OTAN hacia el Este. Los dirigentes occidentales niegan ese compromiso, aduciendo que la pertenencia o no a una alianza es decisión soberana de los países y no el resultado de una imposición o un veto. Gorbachov ha dicho recientemente que, aunque no se firmó nada, el compromiso de la no ampliación fue siempre un sobreentendido.

En la cumbre de 2008, celebrada en Bucarest, la OTAN, por iniciativa de la administración Bush.  prometió a Ucrania y Georgia una “futura” incorporación. Tras ese compromiso, Georgia trató de recuperar el control de dos entidades con mayoría de población rusa (Abjasia y Osetia del Sur), lo que precipitó la intervención rusa y la derrota del ejército georgiano.

A finales de 2013, la decisión del gobierno del prorruso Yanúkovich de suspender las negociaciones con la Unión Europea, provocó una rebelión ciudadana, apoyada desde Occidente. Durante los enfrentamientos con la fuerzas de seguridad, se detectó la presencia de fuerzas ultraderechistas. Yanúkovich, privado del apoyo de Putin, que lo veía quemado, huyó y facilitó el acceso al poder de fuerzas políticas prooccidentales.

En marzo de 2014, fuerzas de élite rusas camufladas realizaron una intervención relámpago y se hicieron con el control de la península de Crimea, que era territorio ucraniano desde 1954, por decisión de la dirección soviética, liderada entonces por Nikita Kruschev (ucraniano de nacimiento). En el puerto de la ciudad de Sebastopol se asentaba la fuerza naval meridional de la URSS. Poco después, fuerzas separatistas en las poblaciones de lengua rusa del este de Ucrania (Donbass) lanzaron una ofensiva contra el gobierno de Kiev, por considerar que sus políticas y su orientación prooccidental les perjudicaban gravemente. Estalló la guerra, los separatistas lograron el control en las regiones de Luhansk y Donetsk y pelearon por el control de la franja meridional ribereña del Mar Negro, hasta que los acuerdos de Minsk, promovidos por Alemania y Francia, establecieron un alto el fuego, el intercambio de prisioneros, el fin del apoyo militar ruso a los insurgentes y el compromiso de un régimen de autonomía política en las regiones orientales. Desde entonces, los dos primeros puntos se han cumplido parcialmente, con escaramuzas y dificultades. El tercero y cuarto son motivo de polémica. Kiev quiere que primero se replieguen las fuerzas rusas y Moscú afirma que sin la presencia disuasoria de Rusia los intereses políticos de los rusófilos no serán satisfechas.

El presidente ucraniano desde mayo de 2019, Volodymyr Zelensky, un humorista convertido en dirigente populista, acaba de presentar un plan para reforzar las medidas de confianza y entablar un dialogo directo con el Kremlin. El gobierno se siente marginado en las reuniones de la última semana (sólo estuvo en la la poco operativa OSCE) y trata de recuperar un protagonismo que Moscú le niega y Washington y Bruselas le escamotean.

A  largo de los últimos meses, Rusia ha ido acumulando tropas (más de 100.000 soldados), armamento (artillería, carros de combate y vehículos blindados) y material diverso en la proximidad de su frontera suroccidental, lo que ha disparado temores en el gobierno de Kiev y especulaciones en Occidente sobre una posible invasión/intervención militar rusa en Ucrania. Ante un grupo de cargos militares y de seguridad, Putin habló en diciembre de “medidas técnico-militares”, si Occidente persistía en su “actitud obviamente agresiva”. Meses antes, en abril, Putin advirtió que la respuesta rusa sería “asimétrica, rápida y dura”.

En los últimos seis o siete años, las fuerzas ucranianas han sido reforzadas con material militar occidental de rango bajo o medio, programas de adiestramiento y asesoramiento occidental de primer orden. El coste de esta ayuda reforzada ha sido de 2.500 millones de $. Sólo en los últimos tres meses, la defensa ucraniana ha recibido 180 misiles del tipo Javelin, dos buques patrulleros, munición abundante y equipamiento diverso. Kiev ha intensificado sus demandas de integración en la OTAN y Moscú sus advertencias de que nunca tolerará tal eventualidad.

La pasada semana se celebraron tres rondas de conversaciones, sin aparentes avances: una bilateral entre Moscú y Washington, el Consejo OTAN-Rusia y una sesión ministerial de la OSCE (foro de seguridad y cooperación que reúne a todos los países del continente, más EE.UU y Canadá). En las tres, Rusia presentó sus demandas o exigencias: renuncia de la OTAN a continuar su extensión al Este, revisión del despliegue militar occidental en los países orientales y prohibición de armas nucleares en Europa (Trump denunció en 2018 el  tratado INF sobre misiles del alcance intermedio, aduciendo que Moscú lo incumplía). Se anuncia un encuentro de ministros de exterior ruso y norteamericano, este viernes, en Ginebra.

LAS PERCEPCIONES

Para Rusia, Ucrania es un país vital en su perímetro de seguridad. Aparte de este factor estratégico, el Kremlin agita la aspiración nacional de reintegrar en el espacio propio un territorio considerado como cuna de la patria rusa. Durante siglos, Ucrania fue la frontera frente al Imperio Otomano; de ahí deriva su nombre (Krajina). En julio, Putin publicó un artículo en el que alentaba la “unidad histórica de rusos y ucranianos”.

Rusia estima que la consolidación de la deriva occidentalista de Ucrania es el paso definitivo para aislar y atosigar a Rusia, que comenzó con la desaparición de la URSS. El ingreso de Ucrania en la OTAN es inaceptable, porque los adversarios de Rusia avanzarían hasta su misma puerta. Incluso, sin una incorporación formal, la creciente cooperación militar entre Ucrania y Occidente convierte a ese país en plataforma de intimidación contra Rusia.

Las autoridades rusas se han mostrado equívocas o imprecisas sobre sus planes. Los diplomáticos que han participado en las recientes conversaciones han priorizado un registro negociador, sin dejar de apremiar sobre acuerdo pronto y satisfactorio. En un tono más duro, Putin y sus ministros advierten que la paciencia de Rusia se agota y reafirman las líneas rojas para Moscú. El titular de Defensa, Sergei Shoigu, ha denunciado, sin dar pruebas, que mercenarios norteamericanos habían introducido en Ucrania “componentes químicos”.

Tatiana Stanovaya, analista rusa de la consultora estratégica R.Politik, crítica con el Kremlin, considera que esta ambivalencia rusa es muy del agrado de Putin. Otros exmilitares o exdiplomáticos que trabajan para instituciones norteamericanas, como el Carnegie Center, señalan que Putin concentra el poder decisorio y no tiene que responder ante un Politburó.

Estados Unidos cree que Rusia trata de ampliar su área de influencia, incluso su territorio, para recuperar gran parte del poder intimidatorio de que dispuso durante la guerra fría. Se atribuye al Kremlin una intención revisionista de las relaciones de poder establecidas a comienzos de los noventa. El equipo de seguridad norteamericano perciben en las reclamaciones rusas un tono de agresividad y unilateralismo y la vía diplomática es una simple tapadera o distracción. Europa sigue siendo un mercado fundamental para Estados Unidos, pese a haber perdido peso en las últimas décadas, en beneficio de Asia.

En Europa, se coincide en la intención revisionista de Moscú con respecto a 1990. El establecimiento de un gobierno prorruso en Ucrania se contempla como un vuelta indeseable a los riesgos de amenaza militar, reales o supuestos, que caracterizaron a la guerra fría. De ahí que se mantenga oficialmente una línea de cohesión aliada, coherente con el propósito de restablecer la sintonía transatlántica después del tormentoso periodo de Trump. Pero a partir de este análisis común, se detectan diferencias y matices.

Los países más beligerantes son los antiguos satélites de la URSS (Polonia, los estados bálticos, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Bulgaria y Rumania), debido a la experiencia sufrida durante el periodo soviético. Junto a esta percepción sombría, se dibuja una impresión más pragmática en las grandes potencias europeas, Alemania y Francia a la cabeza, en las que priman más las oportunidades económicas que el riesgo militar. Rusia, se estima, no está en condiciones de asumir los riesgos económicos y militares que comportaría una ocupación de Ucrania.  Pero el eje París-Berlín tampoco comparte un libreto del todo idéntico en las relaciones con Moscú.

Alemania ha priorizado hasta la fecha las necesidades energéticas. Si el nuevo gobierno continua con la línea Merkel, como parece, surgirán puntos de fricción en la coalición a tres. El canciller Scholz quiere preservar el gasoducto NordStream2, ya concluido pero pendiente de entrar en funcionamiento, según se dice por problemas técnicos y administrativos. El Partido socialdemócrata evoca la Ostpolitik de Willy Brandt en los setenta, para afirmar una política de cooperación crítica con Moscú. Por el contrario, la ministra de exteriores, Annalena Baerboeck, defiende una línea más exigente con el Kremlin, basada en “principios”. Además, en su condición de colíder de los Verdes, Baerboeck desea que decrezca la dependencia alemana del gas ruso en favor de las energías renovables. Asesores de Scholz le han recordado a la ministra que las directrices de política exterior se fijan en la Cancillería.

Francia comparte los análisis de la OTAN (de cuya estructura militar no forma parte desde mediados de los sesenta). París ha defendido siempre una defensa más autónoma, ante las reticencias alemanas. Pero los años traumáticos de Trump y la percepción de que Europa interesa menos a Estados Unidos que hace unas décadas han acercado a París y Berlín. La sonora crítica de Macron a la OTAN, a la que consideró en estado de “muerte cerebral”, generó muchas críticas pero atizó el debate sobre la autonomía estratégica europea.

LAS ESPECULACIONES

A partir de los hechos y las percepciones, se precipitan las especulaciones, favorecidas en parte por filtraciones de los núcleos de poder, sobre una eventual intervención militar rusa.  

El escenario más modesto sería la consolidación del control ejercido sobre el sureste de Ucrania tras las operaciones bélicas de 2014 a 2016 y las escaramuzas subsiguientes. Para ello, Moscú tendría que incrementar el apoyo militar directo a los separatistas del Donetsk, lo que implicaría la reanudación abierta de la guerra en la zona (ahora hay continuas pero limitadas violaciones del alto el fuego), hasta conseguir una victoria que les permitiera proclamar el establecimiento de repúblicas independientes en las regiones de Luhansk y Donetsk. Para consolidar este objetivo, sería necesario controlar la cercana ciudad portuaria de Mariupol (en disputa desde 2014) y un corredor terrestre entre el río Dnieper y el Mar Negro. De esta forma, se conectarían las dos regiones rusófilas con la península de Crimea. En círculos políticos y militares rusos se denomina a ese territorio Novorossiya (Nueva Rusia).  

No obstante, este escenario no impediría lo que más inquieta a Rusia, es decir, la integración de Ucrania en la OTAN, formal o práctica; al contrario, más bien lo estimularía. De ahí que se especule con otro planteamiento bélico más ambicioso, basado en tres estrategias acumulativas, si fuera necesario: la amenaza de conquista de territorio adicional (por ejemplo, mediante una operación lanzada desde Bielorrusia, donde se realizarán maniobras en febrero);  la destrucción de las fuerzas armadas y de las infraestructuras vitales ucranianas;  y, a la postre, la caída o del gobierno ucraniano, obligándolo a negociar la rendición. En función de la capacidad de resistencia ucraniana, se requerirían recursos específicos: uso intensivo de la artillería desde terreno fronterizo ruso, bombardeos aéreos sin botas sobre el terreno (como hizo la OTAN en Serbia en 2000), ciberguerra u ocupación militar generalizada.

Fuentes militares rusas no siempre identificadas o en la reserva han sugerido otras medidas de presión sobre Washington, como el despliegue de armas nucleares en la cercanía del territorio norteamericano, para crear una situación de equiparación de riesgos y poner a Washington en la tesitura que Rusia debe soportar, es decir la proximidad de un despliegue militar del adversario. Este escenario ha hecho que algunos comentaristas hayan evocado la crisis de los misiles de 1962, ahora reproducida en la propia Cuba o en Venezuela.

Washington deja saber que el Kremlin ha iniciado una campaña de agresiones cibernéticas contra su vecino y ha preparado actos de provocación para fabricar una falsa agresión ucraniana como pretexto para invadir. Altos responsables estadounidenses han dicho que no se puede dar por segura y/ o inevitable una agresión militar rusa, pero indican que la actividad detectada por satélites y observadores sobre el terreno no es usual o propia de un tiempo de paz y hace temer que Moscú se está preparando para esa iniciativa bélica.  

Los medios y analistas estiman que la primera respuesta de la administración Biden será la imposición de sanciones, como ya hizo Obama después de Crimea. Pero ahora se apuesta por una panoplia más extensa, profunda y dañina para la economía rusa. Se ha barajado la exclusión de Rusia de las instituciones financieras internacionales y del mecanismo de transacciones interbancarias SWIFT. Además, se decretaría un embargo de productos en sectores de alta tecnología (aeronaval, comunicación, cibernética, robótica, inteligencia artificial, etc.); y, en una versión más dura, en mercancías industriales de consumo doméstico.

Como se duda de la eficacia de estas medidas económicas, por la acumulada reserva rusa de dólares y oro y la cooperación con China, se habla de planeamientos estrictamente militares. Lo más básico sería reforzar la capacidad de insurgencia en el interior de Ucrania en caso de invasión rusa e incrementar de la ayuda militar al gobierno de Kiev. Un tercer elemento de presión consistiría en ampliar el despliegue aliado en los países aliados más próximos a Rusia, como ya se hizo con la creación de una brigada de desplazamiento rápido después de Crimea.

Un exsubsecretario de Defensa para Europa y la OTAN en la época de Obama, Jim Townsend, ha dibujado una lista de recomendaciones ante un eventual escenario bélico: despliegue rotatorio de dos equipos de brigadas acorazadas de combate (ABCT’s) en Alemania, con la tarea de entrenar y preparar tropas aliadas desde el Báltico hasta el Mar Negro; reforzar la fuerza de reacción rápida y los batallones de combate multinacionales en Polonia y los estados bálticos para prevenir incursiones rusas y rearmar a Ucrania con equipamiento mucho más letal sin tantas precauciones como se adoptaron en 2014 para no provocar una reacción rusa.

 

REFERENCIAS

“Ukraine: inquiétude et maneouvres diplomatiques àpres une semaine de discussions infructueuses”. LE MONDE, 14 de enero; “As Russia and U.S. debate, Ukraine would like a say”. THE NEW YORK TIMES, 9 de junio.

Artículo de Putin sobre la unidad ruso-ucraniana: http://en.kremlin.ru/events/president/news/66181

“Putin’s next move in Ukraine is a mistery. Just the way he likes it”. ANTON TROIANOVSKY THE NEW YORK TIMES, 11 de enero. “Russia issues subtle threats more far-reaching than a Ukraine invasion”. THE NEW YORK TIMES, 16 de enero.

“How Russia’s Military is positioned to threaten Ukraine”. MICHAEL SCHWIRTZ y SCOTT REINHARD. THE NEW YORK TIMES, 7 de enero.

“U.S. details costs of a Russian invasion of ukraine”. DAVID SANGER y ERIC SCHMITT. THE NEW YORK TIMES, 8 de enero.

“Germany has a Russia problem”. MATHIEU VON ROHR. DER SPIEGEL, 18 de enero.

 “U.S. considers backing an insurgency if Russia invades Ukraine”. HELENE COOPER. THE NEW YORK TIMES, 14 de enero.

 U.S. says that Russia sent saboteurs into Ukraine to create pretext for invasion”. DAVID SANGER. THE NEW YORK TIMES, 14 de enero.

“Russia, Ukraine, Kazakhstan and the European Security Order (Ronda de opinions de expertos de la BROOKINGS INSTITUTION), 11 de enero.

“Can Diplomacy rescue European Security?” (Ronda de opiones de expertos de la CARNEGIE, coordinada por JUDY DEMPSEY), 13 de enero.

“What Will it take to deter Russia”. JIM TOWNSEND. FOREIGN AFFAIRS, 7 de enero.

“Russia thinks America is bluffing. To deter an Ukraine invasion, Washington threats needs to be tougher”. CHRIS MILLER. FOREIGN AFFAIRS, 10 de enero.

KAZAJSTÁN: OCHO CONSIDERACIONES SOBRE LA REVUELTA

10 de enero de 2022

La crisis social y política en Kazajstán está aún por esclarecer, tanto en lo que se refiere a sus causas cuanto a los factores que pudieron desviarla de su curso inicial para convertirla en una explosión de violencia y represión. El descontento de la población por motivos socio-económicos puede haber sido, a la postre, un instrumento de intereses ajenos y una oportunidad para que actores internacionales afiancen sus palancas de poder y/o presión.  Estas son ocho consideraciones sobre los acontecimientos recientes, no excluyentes entre sí.

1) En el antiguo espacio soviético hay margen para las protestas populares contra el coste de la vida, la corrupción de los dirigentes (viejos con ropajes nuevos) y el autoritarismo sistémico. Son tres niveles de conflicto, cuya secuencia puede obedecer a la respuesta represiva del poder en un régimen autocrático como el kazajo. Pero también puede ser consecuencia de la manipulación de poderes internos y/o externos  en beneficio de sus intereses. La deriva violenta de la protesta no está esclarecida (1). Puede deberse a la actuación de grupos radicales o desesperados entre los revoltosos, pero también a las provocaciones policiales o la filtración de grupos interesados en desnaturalizar el origen de la protesta, que fue la carestía de los productos energéticos, en concreto la elevación del precio del combustible obtenido a partir del petróleo licuado, empleado masivamente por los ciudadanos en la automoción.

2) Las luchas por el poder en ese vasto y poco poblado país de la estepa central asiática no están resueltas, treinta años después; por el contrario, son un factor importante, quizás no como desencadenante de las protestas, pero si en el desarrollo, control y resolución de las mismas. Aunque la transición política en Kazajstán se hizo sin aparente conflicto, la evolución de los acontecimientos parece haber sido menos tranquila. El líder fundacional de la independencia de Kazajstán, Nursultán Nazarbayev, cedió el poder al actual presidente, Kassim-Jomart Tokayev, pero dejó en posiciones de notable influencia a otros fieles adeptos. La crisis ha servido para que las luchas internas en el régimen aflorasen (2). Los hombres más cercanos al viejo patrón ha sido removidos e incluso encarcelados, como Karin Masimov, antiguo jefe de los servicios de inteligencia (3). Como suele ocurrir en las autocracias, los sucesores se rebelan contra sus protectores cuando desarrollan agendas personales de poder ajenas al vínculo inicial de dependencia. La relativa rapidez con la que una manifestación callejera en la localidad petrolera noroccidental de Zhanaozen se trasladó en sólo un par de días a la antigua capital, Almaty (Alma Ata), a miles de kilómetros de distancia, en forma de actos de vandalismo, abona las sospechas de maquinación e interferencia de elementos ajenos a los iniciales (4).

3) Una vez más, la detección de elementos ajenos y/o criminales una vez iniciada la revuelta más o menos espontánea obliga a no descartar el intento de manipular o aprovechar las protestas, sin importar para nada las razones que las impulsaron, o incluso con el propósito de conducirlas hacia un desenlace opuesto a los intereses de los sublevados. Fuentes oficiosas kazajas aseguran que uno de los principales gánsteres del país fue reconocido durante alguno de los actos violentos. El gobierno ha hablado de “20.000 bandidos”. Es imposible verificarlo.

4) Rusia hace virtud de la necesidad convirtiendo una crisis de legitimidad en una oportunidad para afianzar su garantía de potencia “estabilizadora”, tomando partido por aquella facción que mejor responde a sus intereses o que se muestra más dependiente de su “ayuda”, pero bajo una forma pacificadora (5). Contrariamente a las intervenciones en Georgia (2008) y Ucrania (2014), la operación de Kazajstán se ha realizado a petición del gobierno de ese país y bajo el amparo del CETO (Tratado de Seguridad Colectiva, una suerte de OTAN centroasiática dominado por Moscú). El 90% de los efectivos son fuerzas especiales rusas (6).

La intervención en Kazajstán conecta con la misión desplegada en el Cáucaso para apaciguar la rivalidad entre Azerbaiyán y Armenia, tras la ofensiva del primer país, que le permitió recuperar parte del territorio perdido en el enclave contencioso del Alto Karabaj en los años noventa. Armenia, más cercana a Moscú, tuvo que aceptar una aparente neutralidad rusa para no poner en riesgo su propia seguridad, en un momento de extrema debilidad.

5) La operación estabilizadora de las fuerzas del CETO en Kazajstaán tiene un carácter temporal, según todas las partes involucradas en la operación. Se ha hablado incluso de semanas, no de meses. En todo caso, la experiencia indica que resulta más fácil enviar un contingente que retirarlo. El secretario de Estado norteamericano, Anthony Blinken, verbalizó la inquietud sobre este punto e insinuó una referencia a la participación rusa en Ucrania, en defensa de los separatistas prorrusos. Kazajstán no es Ucrania, ciertamente. No existe un movimiento segregacionista muy activo ni agravios de una minoría rusa. Pero en círculos ultranacionalistas rusos se sostiene la idea de que el norte del país ha sido históricamente parte integrante de Rusia. Estos grupos abogan porque se conceda a la lengua rusa un estatus especial de privilegio, revirtiendo una decisión adoptada por Nazarbayev en los años noventa (7).

6) Asia Central parece anclada en la esfera de influencia rusa preferente, pese a los intentos de los autocráticos dirigentes regiones por equilibrar su dependencia entre Moscú y Pekín. El grupo de Shanghai, que reúne a chinos y rusos con otras potencias del centro de Asia, no ha sido activo en la crisis, aunque la organización tiene también una dimensión de seguridad. Kazajstán ha mantenido un equilibrio en sus relaciones con rusos y chinos desde los años noventa, tanto durante el “reinado” de Nazarbayev, como en los tres años de mandato de sus sucesor y antiguo protegido, el actual presidente Tokayev. Poco o nada se sabe de la posición china en esta crisis.

7) La última cumbre virtual entre los presidentes ruso y chino airearon la profundización de las relaciones bilaterales y la convergencia de intereses estratégicos, además de la empatía personal entre Putin y Xi. Se trata de un ejercicio propagandístico que no logra esconder las diferencias entre ambos estados y los asuntos conflictivos sin resolver. Asia Central es uno de esos terrenos de competencia estratégica. Los campos de cooperación también se enfrentan con obstáculos e incompatibilidades estructurales entre los respectivos sistemas económicos.

8)  La cautelosa posición de Estados Unidos responde al dilema de crisis-oportunidad. Dos de las grandes multinacionales petroleras de matriz estadounidense, Exxon Mobile y Chevron, tienen importantes concesiones petroleras en los inmensos yacimientos de Tengiz (uno de los más ricos del mundo), en el noroeste del país, junto al Mar Caspio. La explosión de protestas populares en países del antiguo espacio soviético puede verse con una mezcla de simpatía e inquietud en ciertos círculos políticos y estratégicos, depende de que orientación se imponga en la salida de la crisis. Fuentes políticas o militares rusas han insinuado algún tipo de intervención de agentes o colaboradores de los servicios de inteligencia extranjeros” (léase occidentales) (8). La resolución momentánea de la crisis, con el fortalecimiento del rol de Rusia como potencia regional imprescindible, puede resultar indeseable para quienes propugnan en Washington un endurecimiento de las relaciones con el Kremlin.

En todo caso, tardaremos en conocer la verdadera dimensión de la crisis kazaja. La falta de información fiable y la circulación más que seguro de informaciones falsas e intoxicaciones aún vigentes (9) son habituales en estas revueltas en las que espontaneidad y manipulación conviven bajo un manto de confusión.

 

NOTAS

(1) “Kazakhstan’s unprecedented crisis”. PAUL STRONSKI. CARNEGIE INTERNATIONAL ENDOWMENT FOR PEACE, 6 de enero.

(2) “Le gouvernement limogé, des manifestants pénètrent dans un bâtiment de la mairie de Almaty”. LE MONDE, 5 de enero.

(3) “Kazakhstan: Masimov’s downfall, from the corridors of power to a jail cell”. JOANNA LILLS. EURASIANET, 8 de enero.

(4) “Kazakhstan’s President wows to cling on despite nationwide protests”. THE ECONOMIST, 5 de enero.

(5) “In Kazakhstan, Putin again seizes o unrest to try to expand influence”. ANDRE HIGGINS. THE NEW YORK TIMES, 6 de enero.

(6) “3 big things to know about the Russian-led Alliance intervening in Karakhstan”. AMY MACKINNON. FOREIGN POLICY, 7 de enero: “What is the Collective Security Treaty”. THE ECONOMIST, 6 de enero.

(7) “Kazakhstan’s border with Russia is suddenly a open question again”. CASEY MICHEL. FOREIGN POLICY, 6 de enero.

(8) “La contestation au Kazakhstan?: un chaos ‘inspiré de l’extérieur’”. COURRIER INTERNATIONAL, 7 de enero.

(9) “Kazakhstan’s unrest narrative derailed by confusion and blackout”. PETER LEONARD. EURASIANET, 9 de enero.

EL ABISMO NORTEAMERICANO

5 de enero de 2022

Este 6 de enero los norteamericanos revivirán los bochornosos acontecimientos de hace un año. Una turba de miles de individuos de extrema derecha, milicias, paramilitares, y fanáticos de todo tipo tomaron al asalto el Congreso con la declarada voluntad de impedir que se certificara el triunfo de Joe Biden en las elecciones presidenciales, dos meses antes.

Una Comisión parlamentaria de investigación, encabezada y dominada por los demócratas, intenta esclarecer los hechos y, sobre todo, determinar la responsabilidad política de Donald Trump y un puñado de fieles colaboradores. Pero no sólo eso: podría también emitir una recomendación al Departamento de Justicia para que emprenda acciones legales contra el expresidente y sus cómplices (1)

Los republicanos más recalcitrantes han tratado de impedir por todos medios que la Comisión avance en sus trabajos. El último Jefe de Gabinete de Trump, Mark Meadows, después de una actitud inicial de aparente cooperación, se ha negado a seguir facilitando documentación a los investigadores. Trump y su último equipo de conspiracionistas invocan el denominado “privilegio ejecutivo”, un recurso que no tiene amparo legal, para sustraerse al escrutinio del legislativo. Los demócratas y los republicanos contrarios al expresidente hotelero, liderados por Liz Cheney, están dispuestos a utilizar todos los medios a su alcance para acorralar a quienes alentaron, respaldaron y posiblemente organizaron el mayor motín contra el sistema democrático desde el Watergate (2).

El comportamiento de Trump durante todo aquel día es más que sospechoso. Tardó tres horas en hacer una declaración pública sobre el asalto y cuando lo hizo fue de lo más ambigua y equívoca, pese al consejo desesperado de sus hijos para que condenara los actos (3). El expresidente había alentado públicamente a denunciar el proceso de certificación de los resultados. Sus coqueteos con los grupos racistas más activos y violentos jalonaron sus cuatro años de mandato. Exoneró a los autores de algunas de las agresiones cometidas contra negros y miembros de otras minorías, cuando no simpatizó abiertamente con ellas. Fue un aprendiz de brujo, por no decir un líder en la sombra de la América más oscura.

Hasta la fecha, han sido detenidas más de 700 personas relacionadas con acciones violentas cometidas durante el asalto al Congreso (4). El condenado que ha recibido la condena más grave es un ultra de Florida, que lanzó un extintor contra las fuerzas de policía que trataron a duras penas de contener a la turbamulta.

LA GESTACIÓN DE LA INTENTONA

En Estados Unidos, la explosión del 6 de enero de 2021 no fue en absoluto una sorpresa. La maquinación contra el proceso electoral empezó antes incluso de que se votara. Los intentos de Trump de impedir el traspaso de poderes eran públicos y continuos. Las milicias que simpatizaban con Trump campaban a sus anchas: los Proud Boys (Chicos Orgullosos), los Oath Keepers (Guardianes del Juramento) fueron los grupos más activos durante las seis semanas que transcurrieron entre las elecciones y el  6 de enero. Pero amplios sectores del GOP (Great Old Party) se sumaron a la tesis conspirativa con cientos, miles de demandas de fraude en numerosos condados, lo que ralentizó el proceso y estuvo a punto de alterar el calendario legal de traspaso de poderes. Otro grupo denominado First Amendment Praetorian (Pretorianos de la primera enmienda) fueron muy activos en la provisión de datos a los abogados que orquestaron las demandas de fraude (5).

La nación se encuentra más dividida que nunca. Según una última encuesta que parece fiable, tres de cada diez norteamericanos creen firmemente que hubo fraude electoral para robarle a Trump la reelección; y entre los republicanos, se invierte la proporción: siete de cada diez. Poco importa que no se haya podido acreditar la alteración de la voluntad popular. No son los hechos o las pruebas lo que moviliza a este sector de la población, sino un impulso cada vez más ciego e irracional. Creen en la existencia de una gigantesca conspiración entre las élites liberales, oscuros dirigentes y potencias extranjeras para llevar al cabo el “gran desplazamiento” o la marginación de los blanco en beneficio de las minorías étnicas, raciales o ideológicas (6).

Esta teoría, racista, supremacista y potencialmente fascista está viva y en auge también en Europa, en cada país con sus rasgos diferenciales y percepciones diferentes de amenaza, según la composición étnica de la población (en Hungría, en Francia, en Polonia, etc.).

LA DEMOCRACIA, EN CUESTIÓN

El 6 de enero es una caja de Pandora de la democracia norteamericana. Pero se trata de un síntoma más de algo más profundo y peligroso: la decadencia del sistema adquiere ya niveles alarmantes. Cincuenta años después del escándalo Watergate, EE.UU. toca de nuevo fondo, pero en esta ocasión las instituciones que entonces gozaron de credibilidad para depurar las responsabilidades del poder ejecutivo se encuentran hoy también bajo el peso de la sospecha. Los medios no se percibe como fiables. El poder judicial es se contempla como una herramienta y no como un contrapeso. Las fuerzas de seguridad están penetradas por los extremistas en proporciones cada vez más inquietantes (7).

En estas condiciones, la democracia se antoja una cáscara vacía. Los sectores más extremistas del GOP están decididos a socavar sus fundamentos con tal de preservar los privilegios de los más favorecidos. Los demócratas son más plurales que nunca; también más divergentes. Los moderados temen una deriva radical del partido y se aferran a unos mecanismos formales completamente caducos. Los progresistas se muestran decepcionados por las manipulaciones, la hipocresía y el inmovilismo de los dirigentes de ambos partidos. En los ámbitos locales crecen las opciones socialistas, sin miedo ya al nombre.

LA FARSA ELECTORAL

Lo más paradójico de las denuncias de fraude electoral es que son precisamente los republicanos quienes están perpetrando la mayor adulteración de la expresión democrática. Las Cámaras estatales bajo control del GOP han sacado adelante medidas legislativas que restringen o condicionan el ejercicio de voto (8).  No es algo nuevo, pero la intensidad y convergencia de esfuerzos amenazan seriamente con desnaturalizar los procesos electorales. Los republicanos temen que la evolución demográfica los relegue a un papel político secundario. Quieren recuperar el control de las dos Cámaras si es posible este mismo año y conservarlo a todo costa.

Los demócratas tratan de revertir este proceso de privación del derecho al voto reformando y reforzando una Ley federal sobre derecho al voto, que había sido parcialmente derogada por sentencias del Tribunal Supremo, cómplice de los republicanos en el empeño restrictivo, bajo una insidiosa defensa de las prerrogativas de los estados frente al poder federal: un debate tan viejo como el Estado norteamericano. Biden no se ha implicado en la lucha (9).

La adulteración de la voluntad popular mediante torticeras maniobras de gestión del censo o de reestructuración de los distritos electorales (gerrymandering) no es privativo de los Estados Unidos. Pero la virulencia y el descaro con los que allí se legisla para proteger y ampliar los abusos son especialmente escandalosos. Un estudio de la Universidad de Virginia indica que en menos de dos décadas un 30% de la población controlará el 70% de los puestos del Congreso. En la actualidad, ya existe ese desequilibrio pero en proporción algo menor.

Aparte de los derechos políticos, el país se encuentra ante otra falla decisiva de la convivencia: la galopante desigualdad social. El programa de protección de Biden, que sería pálidamente socialdemócrata en Europa, se ha atascado en el Congreso por fuego amigo de dos senadores demócratas. El empate técnico en el Senado ha sido roto a favor de los adversarios por dos elegidos demócratas enfeudados a intereses corporativos de todos conocidos. El mandato de Biden pende de un hilo. Los progresistas le reprochan falta de coraje para poner en evidencia a los dos traidores. En realidad, nunca confiaron en un presidente demasiado apegado a unas reglas viciadas de las que ha sido exponente y fiel defensor durante cuarenta años.

Un año después de llegar a la Casa Blanca, la promesa de Biden de restauración de una democracia plena parece un sarcasmo. El abismo norteamericano se presenta cada vez más profundo y siniestro.

 

NOTAS

(1) “The Jan. 6 Committee’s consideration of a criminal referral explained”. THE NEW YORK TIMES, 3 de enero.

(2) “Why the January 6 investigation is weirdly static”. QUINTA JURECIC. THE ATLANTIC, 11 de diciembre.

(3) “Un an après l’asaut au Capitole, retour sur le jour oú la démocratie americaine a vacillé”. PIOTR SMOLLAR (Corresponsal en Washington). LE MONDE, 4 de enero.

(4) “Prosecutors breakdown charges, convictions for 725 arrested so far in Jan. 6 attack on U.S. Capitol”. THE WASHINGTON POST, 31 de diciembre.

(5) “Another far-right group is scrutinized about its efforts to aid Trump”, THE NEW YORK TIMES, 3 de enero.

(6) “How extremism went mainstream”. CYNTHIA MILLER-IDRISS. FOREIGN AFFAIRS, 3 de enero.

(7) “The next U.S. civil war is here -we just refuse to see it”. STEPHEN MARCHE.THE GUARDIAN, 4 de enero.

(8) “The Republican are shamelessly working to subvert democracy. Are the Democrat paying attention?”. SAM LEVINE Y DAVID SMITH. THE GUARDIAN, 19 de diciembre.

(9) “Biden’s rhetoric aside, Democrats end the year still stuck on advancing voting rights”. DAN BALZ. THE WASHINGTON POST, 31 de diciembre.