1 de junio de 2016
La
imagen convencional que se tiene del Tsahal, el Ejército israelí, es la
de una fuerza a menudo brutal, que irrumpe en los territorios palestinos
ocupados y reprime protestas sin contemplaciones. En sintonía con esta visión,
desde la fundación del Estado sionista, los militares han desempeñado el rol de
duros, de halcones frente a los enemigos árabes, en comparación con una
clase política, por naturaleza más inclinada teóricamente al compromiso, a una
cierta diplomacia.
El Tsahal
ha tenido, en efecto, páginas negras y
actuaciones escandalosas, tanto en la represión de los sucesivos levantamientos
palestinos (intifadas) como en operaciones militares externas (invasión
del Líbano, por ejemplo, donde amparó las horribles matanzas de sus aliados
falangistas en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, bajo el mando del general Sharon); o
en las últimas campañas militares en Gaza, de una desproporción absolutamente
injustificada.
Y, sin
embargo, de un tiempo a esta parte, los militares se han vuelto más comedidos,
más moderados, más cuidadosos. No es exactamente que el Ejército haya hecho
autocrítica. Pero estos excesos, abusos y atrocidades han propiciado una
reflexión interna profunda y una cierta revisión de sus procedimientos de
actuación en relación con la protesta palestina. Más aún, algunos observadores
exteriores, consideran que el ejército es el mejor garante de la colaboración
con la Autoridad Nacional Palestina en materia de seguridad (1).
La
moderación del Ejército contrasta con la radicalización creciente en otros
ámbitos del Estado y de la sociedad israelíes. El ultranacionalismo, inspirado
por inclinaciones ideológicas o por presiones religiosas, no sólo está
erosionando los valores más positivos de Israel como sociedad democrática, sino
que está poniendo en peligro la convivencia y la seguridad nacionales (2).
Ante
este panorama inquietante, se han elevado voces en una sociedad civil crítica,
por lo general bastante activa e inconformista, aunque cada día más intimidada.
Pero lo más llamativo ha sido las ya numerosas llamadas de atención de las más
altas autoridades militares.
La
reciente dimisión del Ministro de Defensa, el ex-general Moshe Yaalon, un
antiguo jefe del Ejército y de los servicios de inteligencia militar, responde
a este clima de contestación en el seno de las Fuerzas Armadas. Yaalon no sólo abandonó el Gobierno; también
dejó la Knesset (Parlamento) y causó baja en el Likud, al filtrarse las negociaciones
de Netanyahu con el político extremista Lieberman, lider de la formación Israel
Beitenu (Nuestra Casa Israel), con el objetivo de incorporarlo a la
coalición de gobierno, ofreciéndole la cartera del propio Yaalon sin el
conocimiento previo de éste.
Aunque
el motivo precipitante de su abandono de la escena política haya sido los
tejemanejes de Netanyahu para consolidar su base parlamentaria y su descarada
deriva nacionalista, Yaalon se encontraba ya en situación delicada y muy
incómoda dentro del gobierno. Desde la última fase de protesta palestina, con
acuchillamientos y otro tipo de atentados contra ciudadanos israelíes en
Jerusalén y distintas ciudades del país, se viene manteniendo un debate muy caliente
sobre la manera de atajar este peligro.
Los políticos
extremistas, algunos desde el propio gobierno, han defendido una actuación
represiva dura que elimine a los sospechosos sin miramientos ni consideraciones
sobre garantías y derechos humanos. El Ejército ha evocado sus "reglas de
intervención", mucho más contenidas y ajustadas a procedimientos matizados
y controlados. El primer ministro, sin desautorizar por completo a la cúspide
militar, ha sido demasiado conciliador con las voces radicales, no sólo porque
necesita de su apoyo para mantener la estabilidad de su gobierno, sino por la
presión de numerosos sectores sociales, arrastrados por el miedo y la
inseguridad frente a la frecuencia e intensidad de los ataques palestinos en
las calles (3).
Hasta
hace unos años, eran muy pocos quienes se enfrentaban al Ejército, o incluso lo
criticaban. De hecho, era y, pese a todo, sigue siendo la institución más
respetada del país. Al fin y al cabo, cada ciudadano israelí es miembro de la
milicia, durante muchos años de su vida, primero en servicio activo y luego
como reservista. No pocos jefes militares han terminado siendo miembros del
gobierno e incluso primeros ministros.
El Ejército no sólo es respetado por sus éxitos militares históricos frente a
los enemigos árabes, sino porque ha sido capaz de mantenerse neutral y ajustado
a su papel constitucional en todos los momentos de crisis graves y momentos de
excepcional riesgo para la seguridad nacional.
Pero
recientemente, la crispación entre políticos extremistas y la jerarquía militar
ha llegado a tal punto que el Jefe adjunto del Ejército, el general Golán
comparó recientemente la actitud de estos sectores extremistas con la conducta
de los nazis en la Alemania de los años treinta y cuarenta. Y no lo hizo en
privado, sino en un discurso celebrado nada menos que durante la celebración
del Día de la Shoah, el holocausto judío.
Nunca
un dirigente israelí, civil o militar, se había atrevido a llegar tan lejos en
la denuncia de la radicalización en Israel. Pero las palabras del General Golán
no constituyeron un fenómeno aislado. Días antes, sus superiores, el Jefe del
Ejército, general Eisenkot, y el propio ministro de Defensa, Yaalon, habían
censurado pública y severamente la conducta de un sargento, Elor Azaria, por
haber rematado a un joven palestino que había resultado herido por tropas
israelíes después de haber acuchillado a un soldado israelí en la ciudad
palestina de Hebrón. Tal conducta, afirmaron reiteradamente, "atenta
contra los valores de las Fuerzas de Defensa israelíes" (nombre formal del
Ejército).
Los
ultranacionalistas, entre ellos Lieberman antes de convertirse en Ministro de
Defensa, criticaron a la cúspide militar y defendieron al Sargento Azaria y
volvieron a vocear su respaldo a la política de "tirar a matar" en el
control de la insurgencia palestina. Por tanto, el primer ministro, Benjamin
Netanyahu, ha promovido a responsable directo del Ejército a un político que no
solamente es un enemigo acérrimo de la moderación, sino que discrepa abierta y
ruidosamente de sus normas de funcionamiento, avaladas y aprobadas en el
Parlamento.
En
otros momentos, el Ejército o el Gobierno, se han enfrentado con actitudes
intransigentes y violentas de los colonos o de minorías fanatizadas. Pero nunca
se había estado tan cerca de una confrontación directa entre ambas
instituciones, debido al peligroso circulo vicioso que consiste en exagerar el
"peligro terrorista" para justificar una política represiva extrema,
que alimenta más que neutraliza la violencia de la protesta palestina.
(1)
"The Israel Defense Forces fills
the void". DAVID MAYOVSKI. FOREIGN AFFAIRS, 6 de mayo.
(2)
"Israel's Army goes to war against politicians". RONEN BERGMAN. NEW
TORK TIMES, 21 de mayo.
(3) "A
deadly shooting, a general's revolt and the rise of Israel's new right".
AMOS HAREL. FOREIGN POLICY, 25 de mayo.