26 de diciembre de 2024
El año termina mal para
Europa y puede empezar peor. El eje franco-alemán ya no es lo que era, pero
hasta hace poco conserva cierta capacidad de liderazgo en la UE. Ahora es
difícil detectarlo. Los gobiernos de ambos países son quizás los más inestables
de los 27. Peor, el alemán es dimisionario, en espera de las elecciones
anticipadas de febrero; el francés fue anunciado en vísperas de Navidad y
tendrá su primera prueba de fuego a mitad de enero en la Asamblea Nacional, sin
más apoyos que los que precipitaron la caída de Barnier.
FRANCIA: MÁS DE LO MISMO
El Gobierno Bayrou ha sido
una decepción, pese al voluntarioso intento del primer ministro por presentarlo
como un equipo de políticos experimentados e inmunes al desfallecimiento. El
dirigente centrista ha armado un collage de personalidades con pedigree
para afrontar los desafíos económicos. Pero no ha ampliado su base
parlamentaria. La mayoría de la treintena y media de ministros pertenecen al
centro macronista y a la derecha republicana.
Bayrou pretende haber atendido
a las sensibilidades de la izquierda moderada al incluir a los exsocialistas
Elisabeth Borne, Manuel Valls y François Rebsamen (éste último es aún
formalmente militante, pero su alejamiento del partido es notorio). El truco no
ha funcionado. Las tres figuras son especialmente agrias para el PSF.
No es extraño, por tanto,
que el Secretario General, Olivier Faure, calificara de “provocación” la
composición del gabinete. “Bayrou no ha respetado ninguna de nuestra
condiciones” para el pacto de evitación de la censura, advirtió el líder
socialista. Los socialistas contaban con que el jefe del gobierno dejara al
menos abierta la reconsideración de la reforma de la ley de jubilación, pero no
ha sido así. “¿En que mundo viven?”, ha sido la respuesta despectiva de Bayrou.
En este clima de
desencuentro, otros miembros de la dirección socialista han llegado incluso más
lejos en sus manifestaciones de agravio. A día de hoy, la moción hacer correr a
Bayrou la misma suerte que su predecesor se ha reabierto.
Para más escarnio, el
centrista mantiene al derechista Bruno Retailleau en Interior y recupera a su
predecesor, Gérald Darmanin (en su día un fiel de Sarkozy y luego convertido al
macronismo), para la cartera de Justicia. Este ministro protagonizó una fuerte
polémica al ponerse del lado de la policía y en contra la judicatura en una sonora
confrontación institucional.
La carta de la experiencia
tampoco ha conmovido a nadie. Por primera vez desde el gobierno de Maurice
Couve de Murville en 1968 (el último de De Gaulle), hay cuatro exprimeros
ministros en un Gobierno. Esta argucia de Bayrou ha facilitado el
comentario sarcástico del Resamblement
National: “el regreso de las momias”, han dicho en el partido de Marine Le Pen.
Y por si esto no fuera suficiente, se ha dejado saber que el partido de Marine
Le Pen vetó la elección de Xavier Bertrand como titular de justicia. El
presidente del departamento de Hautes-de-France es el más centrista de los
dirigentes de Derecha Republicana (herederos del gaullismo), pero sobre
todo es la bestia negra de los lepenistas, como dice la prensa
liberal. Bayrou ha negado las presiones, pero el propio Bertrand rechazó el
ofrecimiento de otra cartera de menor peso que le ofreció el primer ministro.
El descosido es general.
NI que decir tiene que desde
la izquierda radical el regocijo es grande. La franja insumisa no le concedió
ni el beneficio de la duda a Bayrou desde el principio. Ahora proclama su
acertada visión e insiste en que el político centrista es un peón más que
Macron lanza a los leones para aplazar su inevitable dimisión.
El primer ministro juega con
la baza de la emergencia económica. Es la misma que intentó Barnier, sin éxito,
pero con cada crisis se agrava la percepción de catástrofe. Francia está bajo
la lupa de las agencias de calificación crediticia, ha dicho estos días Bayrou
para meter presión a los socialistas y conseguir que no se recomponga el bloque
de la izquierda.
En otra maniobra de trompe
d’oeil (truco o engaño), Bayrou ha escogido a un banquero de perfume
social-liberal para dirigir Economía. Eric Lombart es un banquero de orígenes
familiares adinerados pero de una sensibilidad social, que promueve un
“capitalismo más responsable” o “más regulado”. Es otro próximo a Macron para
cumplir con una tarea que él mismo ha denominado “difícil”, evitando términos
más contundentes que perjudicarían la confianza.
Con estos mimbres empezará
Francia el año: deficitaria y endeudada la nación por encima de todos los
niveles aceptables en Bruselas y desprovisto de legitimidad política desde
verano, cuando Macron fue victima de su propia ambición.
El Presidente está en sus
horas más bajas de aceptación. Muy pocos le apoyan ya, incluido entre sus
filas, donde se piensa más en clave 2027 que en salir del atasco actual. No es
raro que un diario de centro como LE MONDE haya publicado una serie de cuatro
largos artículos que deconstruyen virtualmente al presidente. La sensación con
la que se queda el lector es que el joven reformista que pretendía cambiar
Francia de arriba abajo hace siete años se ha revelado como un diletante
narcisista, poco apegado a la verdad, aislado y cada vez más paranoico (1).
ALEMANIA: UN GIRO DERECHISTA
En Alemania, lo que se
espera es un giro derechista sin precedentes desde el final de la Segunda
Guerra Mundial. Friedrich Merz, el dirigente que ganó el liderazgo de la CDU
tras la retirada de Angela Merkel, aparece como el político situado más a la
derecha en la historia de la República Federal, más incluso que Adenauer.
Merz fue desatendido por la
excanciller por sus políticas conservadoras extremas en todas las materias
sociales sensibles, desde los derechos laborales a la inmigración. No se ha
privado de hacer comentarios xenófobos o sarcásticos sobre los refugiados. Su
cometido al frente del Comité de vigilancia de un fondo de inversión norteamericano
dejó bien a las claras qué tipo de política pretende imponer en Berlín. Se
acabó el consenso centrista en la política alemana, tras varias décadas de
forzado maridaje. Alemania camina hacia un liberalismo salvaje sin las
correcciones sociales que la socialdemocracia fue edificando y la CDU
respetando parcialmente, sobre todo en la era de Merkel.
El nuevo Canciller parece
que lo tendrá fácil para imprimir este giro. Las encuestas le dan mayoría
absoluta. Ni siquiera necesitaría la habitual muletilla de los liberales, que
pueden quedarse fuera del Bundestag, tras una colaboración a contracorriente
con socialdemócratas y verdes en la actual coalición de gobierno.
El principal partido de la
oposición será la ultra Alternativa por Alemania, que después de sus
éxitos del pasado otoño en los länder del Este se prepara para lo que su
denominación pretende: ser una verdadera alternativa de poder. De momento, ese
objetivo parece lejano. La candidatura
de Merz puede perjudicarle, porque mucho votante ultraconservador podría decidir
que es más seguro otorgarle a una CDU escorada a la derecha la responsabilidad
de conducir el país.
La deriva alemana tiene cierta
similitud con la francesa. Una
ultraderecha atrapada en el cordón sanitario se va haciendo cada vez más fuerte
y va ganando batallas sin necesidad de ocupar el centro del poner, imponiendo
la naturaleza de sus políticas. AfD puede esperar a que el desgaste inevitable
del gobierno y una previsible recuperación de socialdemócratas y verdes obligue
a la CDU a algún tipo de acuerdo si quiere mantenerse a medio plazo en el
poder.
El futuro gobierno
ultraconservador tiene que resolver el enorme nudo en que encuentra atrapada
Alemania desde la guerra de Ucrania. Merz es mucho más virulento contra Putin,
pero el estrangulamiento energético del país y el daño que una mayor
confrontación comercial con China, impulsada por Trump, ocasionaría a la
industria exportadora alemana puede obligarlo a ser más pragmático.
Tampoco se visualiza cómo
pueden llegar a entenderse mejor Berlín y París en las circunstancias actuales.
La derecha centrista alemana suele mezclar mejor con el centro-izquierda
francés. Las dos derechas combinan mal, irónicamente, y más si una se asienta
de nuevo en el ultraliberalismo que Merz representa y la otra se mueve en la
indefinición para evitar una mayor fractura social. Hace 50 años, el liberal
Giscard y el socialdemócrata Schmidt creyeron ilusamente pactar una salida a la
crisis del shock petrolero. Hoy en día, todo se antoja aún más oscuro.
NOTAS
(1) «Le président et son
double»
- Emmanuel
Macron, une certaine idée du pouvoir (1/4)
- Emmanuel
Macron, le double état permanent (2/4)
- Emmanuel
Macron, la diplomatie à lui seul (3/4)
- Emmanuel Macron, l’art du
secret (4/4)