TEMORES EUROPEOS ANTE EL HURACÁN DONALD

20 de noviembre de 2024

No hay análisis internacional estos días en Europa que no pivote sobre el efecto de una segunda administración Trump. El Presidente electo concita todas las miradas, agudiza aprensiones, condiciona estrategias y sirve también para justificar políticas.

Los tres grandes temores que la élite europea tiene ante el cambio político en Washington son los siguientes: debilitamiento -ruptura, para los más pesimistas- del vínculo transatlántico; amenaza proteccionista en forma de agresivos derechos de aduana y aranceles; y  aliento adicional a la extrema derecha.

1. EL VÍNCULO TRANSATLÁNTICO.

Trump desea modificar la dinámica que ha construido el equilibrio mundial desde 1945, se piensa en los círculos del establishment a ambos lados del Atlántico. No es que quiera romper la alianza vigente, pero desea, y con urgencia, que se revisen las minutas, que se repartan los gastos. Que Europa pague por su defensa, que la dependencia exista sólo en la medida en que sea beneficiosa para EE.UU, pero no demasiado onerosa, como él piensa que ocurre ahora.

A decir verdad, Trump tampoco es original en esto. Otros muchos presidentes y cientos de senadores y congresistas pensaron y piensan lo mismo, pero lo expresaron y expresan de otra manera: fueron y son más discretos, más sutiles, más diplomáticos.

En su primer mandato, Trump escenificó su malestar de manera intempestiva, en ocasiones hasta grotesca, con un grado de incorrección inapropiado en los grandes salones de la política internacional. Pero, al cabo, se trató de mucho ruido y pocas nueces. Sus asesores fueron reconduciendo la situación y convenciéndolo de mejor o peor grado de que había otras formas de ejercer la palanca norteamericana de persuasión.

Para los europeos, la estrategia consistió en resistir. No ridiculizar el exceso las ocurrencias y bravatas del socio y dejar que los aparatos diplomático, político, militar y académico embridaran al díscolo líder. Sólo se consiguió a medias. Pero, al final, se impuso la lógica del poder: los intereses pesaron más que los caprichos, por intensos que estos fueran.

Ahora que ya la segunda temporada del culebrón Trump está a punto de salir del horno, muchos se preguntan si la estrategia de la contención será suficiente. Crece la urgencia de la denominada “autonomía estratégica de Europa”, un concepto grandilocuente más retórico que práctico, al menos a corto plazo. En su favor, sin embargo, opera que lo defiendan ahora tanto franceses -siempre los más entusiastas- como los alemanes -tradicionalmente más precavidos, debido a la percepción de la necesidad del paraguas americano por su neutralización militar tras la segunda guerra mundial. Incluso se empiezan a escuchar voces británicas favorables, al menos en los sectores moderados de los dos partidos de la alternancia de gobierno (1).

Pero esa transformación de la política de seguridad europea exigirá mucho dinero, medios y laboriosas negociaciones. Trump se acabará mucho antes, y aunque en la Casa Blanca se instale otro Presidente al que le resulte rentable usar esa cubertería, no está asegurado que quisiera romper la vieja vajilla atlántica.

Este temor está avivado por la deriva indeseable de la guerra en Ucrania. La sospecha de que Trump puede presionar a favor de un acuerdo favorable a los intereses rusos sigue vigente. La reducción del problema a una negociación de mercadillo como sugiere el empresario hotelero es un recurso electoralista más que una estrategia seria. Contrariamente a lo que se dice, en el Kremlin no están convencidos del efecto benéfico del regreso de Trump. Putin, como espía y maestro del engaño que es, no se aparta del escalón de la cautela. Apretará lo que pueda en los frentes hasta comprobar que hay de verdad en las bravatas del retornado Presidente.
Pasado el umbral de los 1.000 días de guerra, el levantamiento parcial de la prohibición de usar los misiles norteamericanos de largo alcance (¿pronto también los británicos y franceses?) para atacar objetivos en territorio ruso ha supuesto una escalada. Moscú ha vuelto a evocar la posibilidad de una respuesta nuclear. Todo ello puede tanto incentivar el instinto de Trump de acabar con la guerra cuanto antes como lo contrario. La imprevisibilidad es su divisa (2).

Por lo tanto, el huracán Donald sobre las costas de la estabilidad transatlántica puede pronto degradarse en cortas tormentas violentas o en episodios de desaires ya conocidos o por conocer, pero no amenazar el preciado vínculo. Los estados europeos pasarán por caja con bolsas más llenas, pero a cuentagotas. A cambio de esta rémora prolongada, ofrecerán su apoyo frente al desafío chino y el peligro ruso, aunque a Trump este último no le suponga una preocupación mayor. De momento, ha seleccionado como jefe de la diplomacia al senador Rubio, que no es precisamente un amigo del Kremlin, ni tampoco un maníaco revisor de las cuentas con los amigos europeos. Más bien podría comportarse como un neocon exigente, incluso arrogante, pero remiso a romper la baraja.

2. EL PROTECCIONISMO

Es la amenaza más creíble, sin duda. El estilo de mercadeo del Presidente encaja perfectamente con este eje de su política exterior. Pero las estructuras de la globalización limitan muy seriamente su capacidad de actuación. La economía mundial está demasiado trabada como para deshacer una parte sin desbaratar el conjunto. Los aranceles que Trump quisiera imponer si las cuentas no salen como a él le gustaría -resumido en el slogan déficit comercial cero- tendrían un efecto boomerang para la economía norteamericana, como han señalado expertos de todas las escuelas económicas del país. Un incremento brutal de la inflación, la disrupción de muchas de la cadenas de distribución, la quiebra de empresas, el aumento del paro... un caos total. Aunque los efectos reales no sean tan horribles como estiman las predicciones, el daño sería considerable. Por eso, es razonable esperar que los grandes intereses utilicen todos los recursos a su alcance -todos- para neutralizar o moderar los instintos mercantilistas de ese hombre de negocios  de segunda fila convertido en intérprete político principal del capitalismo mundial (3).

Hay otro elemento que puede desenmascarar los reproches pretendidamente librecambistas de los principales estados europeos. Cuando a los principales sectores económicos les interesa, se acogen al recurso proteccionista, usando todo tipo de argumentos, desde económicos hasta ecológicos, pasando por los sociales y culturales.

Por no irnos muy lejos, lo estamos viendo estos días con la resistencia francesa a firmar el acuerdo de libre cambio con Mercosur (integrado por varios países de América del Sur). Los campesinos franceses ya están en pie de guerra y amenazan con reproducir las tractoradas de hace unos meses, pero con más munición, si cabe. La clase política se ha tomado tan serio las advertencias de los sindicatos agrarios que unos 600 diputados y senadores de todos los grupos políticos han dirigido una carta a la Presidenta de la Comisión Europea para que no remita al Consejo y al Parlamento europeos el acuerdo con Mercosur y se reevalúe la situación (4). Macron, doctrinalmente favorable a la libertad de comercio ha expresado también su oposición, frente a las posiciones favorables de Alemania y España, entre otros. Francia no está sola en el rechazo, pero carece de aliados potentes.

En categoría aparte, por su dimensión y su alcance estratégico, es la batalla comercial con China. También en este capítulo reina la división en Europa, lo que hace mucho más difícil el manejo del previsible endurecimiento de la política comercial norteamericana hacia la superpotencia asiática. Alemania se resiste a utilizar arsenal arancelario, porque teme ese efecto de retroceso que Trump parece desdeñar. Otros socios europeos con menor músculo exportador se ven obligados a responder a la voracidad mercantil china. Será muy difícil conseguir acuerdos sin desestabilizar todo el sistema.

Por tanto, presentar a Trump como el único disruptor de la globalización y un peligro para la salud general del orden económico internacional resulta exagerado.

3. EL ALIENTO A LA ULTRADERECHA

Este pilar del discurso liberal europeo es quizás el más engañoso, porque lo han adoptado sin apenas reservas la gran mayoría de medios y líderes de opinión. Pretender que el segundo triunfo de Trump, más aparatoso y amplio que el primero, supone un refuerzo de las opciones de extrema derecha en Europa (y en el resto del planeta) es sólo una verdad a medias.

En realidad, la extrema derecha surgió en Europa Occidental antes de estallar el fenómeno Trump. Y previamente, en la otra Europa (los antiguos países de la esfera de influencia soviética). Marine Le Pen, Salvini, Orbán, Wilders y otros tantos menos conocidos ya eran figuras emergentes antes de que el magnate neoyorquino saliera de su torre en Manhattan para proyectar su ambición política sobre el resto del país. Y si tenemos en cuenta el populismo capitalista, el otro elemento sobre el que se ha construido este auge autoritario, Berlusconi no fue un trasunto del trumpismo, sino un precursor.

Que Trump favorece la consistencia y consolidación de la extrema derecha puede aceptarse. Pero que constituye un factor esencial, no. Las propuestas de los ultras europeos mantendrán previsiblemente su vigencia cuando Trump sea historia, incluso si su mandato acaba en fracaso. Las fuerzas gobernantes europeas debe hacer un análisis más serio y crítico del que han hecho hasta ahora. El gran problema no es “el peligro para la democracia liberal”, sino las limitaciones que la “democracia liberal” demuestra para asegurar la prosperidad de las mayorías sociales.

Pero además, la hipocresía no ayuda. Mientras se airean los cordones sanitarios y se denuesta a la ultraderecha en las tribunas, se pacta con ella en los despachos, como hemos visto en la Comisión y en el Parlamento. Se desprecia a Víctor Orbán porque habla con fluidez con Putin y presume de ser amigo de Trump, pero ha sido el Partido Popular Europeo el que más ha contribuido a su consolidación exterior al mantenerlo como socio del grupo durante años (los años de Merkel, por cierto).

Ahora, la socia respetable es Giorgia Meloni, básicamente porque no comparte las tentaciones prorrusas de sus correligionarios franceses, húngaros o alemanes. Pero, en cambio, lleva a cabo políticas migratorias no muy distintas en sustancia que las anunciadas por Trump. La presidenta de la Comisión Europea avala estas recetas aberrantes de la dirigente italiana, otros partidos de la alternancia gobernante asienten o callan y algunos, como el laborismo británico, le conceden calificaciones favorables.

El corresponsal europeo del GUARDIAN ha añadido una línea de análisis que cuestiona este supuesto impulso de la extrema derecha por el triunfo de Trump (5). Los nacional-populismos de ultraderecha suelen chocar entre ellos, como se comprueba en su incapacidad siquiera para unirse en un solo grupo en el Parlamento europeo. En cuanto a la relación de Trump con ellos, podemos asistir a tensiones notables, sobre todo si se concretan las amenazas de guerra comercial. De confirmarse la retirada del apoyo norteamericano a Ucrania, las tensiones entre los partidos pro y anti rusos de la ultraderecha aumentarán.

El huracán Donald ha disparado las alarmas en los gabinetes de opinión europeos y, con menor dramatismo, en cancillerías y despachos. Sin querer minimizar los riesgos, parece más sensato revisar los mecanismos domésticos de prevención, es decir, los pilares fundamentales de la arquitectura europea, detectar mejor su fallas y profundizar en sus aspectos de mejora y no dejarse llevar por la tentación ventajista del catastrofismo.

 

NOTAS

(1) “Welcome to Trump’s world. His sweeping victory will shake up everything”. THE ECONOMIST, 6 de noviembre.

(2) “What Does Trump’s Election Victory Mean for Russia?”. TATIANA STANOVAYA. CARNEGIE, 7 de noviembre.

(3) “Smile, Flatter and Barter_How the World Is Prepping for Trump Part II”. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(4) “Les agriculteurs manifestent pour mettre la pression sur le gouvernement et empêcher la signature de l’accord de libre-échange avec le Mercosur”. LE MONDE, 18 de noviembre;  “L’appel de plus de 600 parlementaires français à Ursula von der Leyen”. LE MONDE, 12 de noviembre.

(5) “Second Trump reign could make life ‘a lot harder’ for EU’s far-right leaders”. JON HENLEY, THE GUARDIAN, 17 de noviembre.