7 de mayo de 2025
No hay orden fiable en este mundo teóricamente dominado por un orden liberal. Estados Unidos, agente supremo, no quiere, no puede o no sabe ejercer ahora el control exhibido, con errores, abusos y fracasos, en los últimos ochenta años. Un nacionalismo populista y demagógico, sin base ideológica alguna, se ha instalado en la Casa Blanca. Nada es previsible, todo está sujeto a la improvisación, al capricho.
El
establishment parece desarmado o a la expectativa, confiado, dicen
algunos, al derrumbamiento de un gobierno sin sustancia ni proyecto más allá de
la vanidad personal de su líder. Los partidos de la alternancia sistémica
parecen cada día más irrelevantes. Los republicanos, teóricamente en el poder,
están sometidos a un jefe importado, errático, despectivo cuando no vengativo
hacia quienes no le siguen el juego. Los demócratas, salvo algunos exponentes
del ala izquierda, siguen desaparecidos, con sus líderes de referencia mudos o
ensimismados en sus intereses particulares de nuevos ricos progres.
Cuando
desde el supuesto faro del mundo, se emiten señales tan preocupantes y faltas
del mínimo rigor, lo más lógico es que otros países poco respetuosos de las
normas internacionales sientan que tienen luz verde para actuar a su antojo. Y
algo similar se puede decir de las fuerzas políticas que han vivido agazapadas
durante décadas: emergen ahora con un triunfalismo comprensible aunque quizás
un poco ilusorio.
Las
guerras africanas (como la de Sudán o la congelada en Congo) , las agresiones
descaradas (la israelí en Gaza y Cisjordania) , los duelos sobre el abismo
(entre India y Pakistán, dos potencias nacionalistas extremas y con armas
nucleares) parecen ajenas al control que habitualmente ejercía Washington desde
la caída del régimen soviético. Entiéndase, nunca hubo un control neutral. Por
encima de la naturaleza de los conflictos, siempre mandaban los intereses
norteamericanos. En la desmadrada situación actual, los contendientes
periféricos se consideraban libres de actuar a sus anchas, sin temer una
intervención correctora del gran patrón. No obstante, hay matices importantes.
ISRAEL,
FUERA DE UN MÍNIMO CONTROL
En
la tragedia palestina, las anteriores administraciones estadounidenses sin
excepción han actuado de manera sesgada a favor de Israel, pero se han cuidado
de aparentar una neutralidad suficiente para reclamar y desempeñar un engañoso
papel mediador. Trump ni siquiera cuida estas formas. Ha proclamado su apoyo
incondicional a Israel: su sintonía con un dirigente tan nacionalista y
oportunista como él, tan dudosamente honesto como él, tan perseguido por las
causas judiciales como él, tan irrespetuoso con las instituciones del orden
liberal como él. Después de casi 20 meses de una operación militar que
organismos acreditados ya han calificado como constitutiva de crímenes contra
la humanidad, se aguarda el último acto de la tragedia palestina (1).
Por
supuesto, Biden es responsable de lo ocurrido en Gaza el último año y medio,
pero intentó parecer que le ponía límites a Netanyahu, que le condicionaba su apoyo,
que frenaba su ambición arropada en una aparente sed de venganza. Trump, en
cambio, le ha animado a continuar y profundizar en una política de exterminio,
de sometimiento por hambre de una población martirizada por décadas de
ocupación, represión y asfixia económica y vital.
Ahora,
el primer ministro israelí, desatado y sin control, enseña todas o casi todas
sus cartas. Quiere ocupar gran parte de la franja y arrinconar a la población
en zonas reducidas e invivibles, para expulsarlas luego por completo. Hasta
ciertos altos mandos del Ejército consideran que su estrategia no está motivada
por razones de seguridad nacional, ni orientada a la salvación de los rehenes
restantes (2). Netanyahu puede hacer ahora lo que le plazca, porque ninguna de
las potencias occidentales moverá un dedo para impedirlo. El orden liberal ha
sido aniquilado en Gaza.
LA
PELIGROSA ESCALADA INDO-PAKISTANÍ
En
el subcontinente indio, a los pies del Himalaya, se libra otra contienda que amenaza
la paz mundial. En las últimas horas, la aviación india ha bombardeado supuestas
bases en Pakistán de las organizaciones musulmanas que combaten con las armas al
gobierno de Delhi en Cachemira, en respuesta al último atentado que costó la vida
a 26 turistas.
Washington
no ha logrado contener la escalada, como en ocasiones anteriores. El Secretario
de Estado, Marco Rubio, único representante del establishment en esta
administración, ha intentado ejercer ese papel de gendarme clásico, pero no
está claro el respaldo que ha tenido de la Casa Blanca (3). A Trump no le
importan demasiado los conflictos mundiales. Y, en todo caso, ante el espectro
de guerra entre India y Pakistán, dos potencias nucleares, el instinto le
llevaría a apoyar a un nacionalista como Modi y no a los imprevisibles
militares islamistas pakistaníes.
El
último atentado de las milicias musulmanas en la Cachemira india coincidió con
la estancia en Delhi del Vicepresidente Vance. ¿Fue una provocación o una
coincidencia? No lo sabemos. Pero es muy probable que, una vez liquidada la
guerra en Afganistán, el régimen militar de Islamabad se sienta irrelevante
para Washington y hubiera querido dar un aviso del poder que aún conserva para
provocar un sobresalto mundial.
EJEMPLOS
A LA CONTRA
Desde
otras latitudes occidentales periféricas se ha dado una respuesta muy clara a
este trumpismo internacional. Marc Carney ha recuperado para el Partido
Liberal un triunfo que hace unos meses parecía perdido. El líder conservador,
Pierre Poilivre, se jugó toda su fortuna política en una apuesta trumpista
y fracasó estrepitosamente: ni siquiera pudo conservar su escaño. La
agresividad comercial del vecino del sur y sus amenazas de absorción, han
provocado una reacción de defensa nacional.
Algo
similar ha ocurrido en Australia. El triunfo laborista ha despejado los temores
de una implantación del trumpismo en el Pacífico sur. La coalición
liberal-conservadora se ha estrellado contra una sociedad anclada desde hace
décadas en una moderación que rechaza cualquier deriva radical (4).
EL
TRUMPISMO AVANZA EN EUROPA
Pero
estas excepciones alejadas del centro del orden liberal contrastan con los
avances ultras en Europa. Rumania es el último ejemplo. El consenso centrista
se derrumba ante la presión del nacionalismo xenófobo. La victoria de George
Simion, candidato extremista en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales (41%), ha provocado no sólo la caída del gobierno y la ruptura
de la gran coalición entre socialistas y liberal-conservadores (5).
El
otro candidato que competirá en la segunda vuelta tras obtener el 21%, el alcalde
de Bucarest, Nicusor Dan, no pertenece a esta alianza, sino a un formación anticorrupción
de orientación liberal progresista opuesta a la mayoría centrista. Por eso es
improbable que se componga un cordón sanitario para frenar a la
ultraderecha. Algunos analistas locales creen que puede haber una crisis en el
socialismo rumano, poderoso en las zonas rurales, pero mucho más endeble en las
grandes ciudades.
Simion
está alineado con la italiana Meloni en Europa y mantiene una posición crítica
hacia Rusia (6). Pero, por intereses de poder, se ha aliado con otro líder
ultraderechista, el rusófilo Calin
Georgescu, que triunfó en las elecciones presidenciales de hace unos meses,
anuladas luego por supuesta interferencia del Kremlin. Esta convergencia del
nacionalismo agresivo, que suscribe explícitamente el programa MAGA de Trump, podría
crear un bastión en el sureste de Europa, entre Ucrania y los Balcanes.
Otro
ejemplo de este trumpismo oportunista ha sido el buen resultado obtenido
por la extrema derecha nacionalista antieuropea en las elecciones locales de
Gran Bretaña. Aunque no parece que las consecuencias políticas sean decisivas, los
dos grandes partidos británicos han acusado el golpe, porque el Reform Party
ha mordido en territorios relativamente seguros de ambos. “Un problema para los
laboristad, una amenaza existencial para los conservadores”, diagnostica THE
ECONOMIST (7).
El
sistema electoral británico, uninominal y mayoritario, blinda al sistema de un
vuelco político, pero no puede evitar esta sensación de desafección que se
extiende elección tras elección.
En
definitiva, el efecto Trump no es irresistible, pero sí poderoso. Pudiera no
ser duradero, pero creará distorsiones notables en los equilibrios políticos occidentales.
Si se confirman las medidas punitivas comerciales, el oportunismo ultraderechista
tendrá el camino abonado.
NOTAS
(1) “As Gaza
Siege Grinds On, Gazan Children Go Hungry and Patients Die”. THE NEW YORK
TIMES, 4 de mayo.
(2) “Announcement
of Israel’s Gaza occupation plan is carefully timed”. JASON BURKE. THE
GUARDIAN, 5 de mayo.
(3) “Washington’s
India-Pakistan Balancing Act”. JOHN HALTIWANGER. FOREIGN POLICY, 1 de mayo.
(4) “A New
Trend in Global Elections: The Anti-Trump Bump”. MATTINA STEVIS-GRIDNEFF.
THE NEW YORK TIMES, 4 de mayo.
(5) “La
Roumanie bascule dans une crise gouvernementale après la performance de
l’extrême droite au premier tour de la présidentielle”. JEAN-BAPTISTE CHASTAND. LE MONDE, 5
de mayo.
(6)
“George Simion, l’irrésistible ascension d’un national-populiste?”. COURRIER
DES BALKANS, 4 de mayo; Far-Right Populist Wins First Round of Romania’s
Presidential Election”. MARIAN CHIRIAC. BALKAN INSIGHT, 5 de mayo.
(7) “The
fallout from Reform UK’s big win in local elections.For Labour, it’s a problem;
for the Conservatives, an existential threat. THE ECONOMIST, 2 de mayo.