UCRANIA Y OTROS CONFLICTOS PREVISIBLES EN 2023

28 de diciembre de 2022

Ucrania seguirá dominando la atención internacional en 2023. Pero no está aún claro si la actual guerra de movimientos (lentos y trabajosos) se prolongará durante todo el año o dejará paso a una guerra de posiciones, si se ensayan intentos o simulacros de intentos de negociación. Que Putin haya evocado esta tesitura recientemente, que los aliados de Ucrania lo vengan insinuando desde hace meses y que el propio Presidente ucraniano se haya abierto a ello (aunque condicionado a unas exigencias que parecen fuera de alcance) hacen pensar en que algo ocurrirá. Se está alcanzando el nivel de agotamiento y, lo que es más importante, las opciones de cada bando de conseguir avances significativos y determinantes se reducen.

A Rusia le queda la baza nuclear táctica, pero es más que improbable, porque ello supondría cruzar una línea roja de consecuencias incontrolables para el Kremlin, aparte de los efectos destructivos para el ecosistema de sus regiones más occidentales. Ucrania depende de una nueva escalada en el suministro de material militar, que no parece viable. Las empresas del complejo industrial-militar han hecho su agosto, pero su capacidad de producción a corto plazo parece exhausta.

Por lo demás, aparecen ya síntomas evidentes de fatiga, tensiones presupuestarias y cierto desinterés en Occidente. Las medidas anticrisis (control de la inflación, fondos de compensación a los consumidores, etc) están llegando al límite. Casi todo el mundo quiere que se intente un fin razonable de la guerra. Es probable que, en 2023, las diplomacias se vean consumidas en este esfuerzo, aunque de momento casi nadie atisbe una vía eficaz. La fórmula paz por territorios es inaceptable para Kiev; por el contrario, Moscú no parece que vaya a renunciar en una mesa a las precarias ganancias territoriales en el este del país vecino. La clave de las negociaciones residiría en las compensaciones no territoriales que una y otra parte pudiera obtener, pero, a día de hoy, no se antojan decisivas para desbloquear la situación.

IRÁN: CRISIS SIN ALTERNATIVA

El otro foco de interés seguirá centrado en Irán, donde la protesta contra el régimen islámico no remite y se ha convertido ya en la más importante y longeva desde 1979. La inicial revuelta juvenil tras la muerte en custodia de una joven por llevar inadecuadamente el hijab alcanza ya niveles de contestación ciudadana en numerosas regiones del país.

La represión no parece, en esta ocasión, suficientemente disuasoria. Los ayatollahs están preocupados, según algunas fuentes citadas en Occidente. Sin embargo, la ausencia de una alternativa política organizada y con apoyo social suficiente impide contemplar una salida razonable a la crisis. Ni siquiera los moderados del régimen parecen contar con la confianza de una mayoría de la población.

PALESTINA: ¿INTIFADA O SUMISIÓN?

Otros conflictos latentes tienen pinta de empeorar. El que más asoma, sin duda, es el de Palestina. La nueva coalición ultraderechista ha pasado ya la investidura en la Knesset, no sin problemas, debido a las exigencias de los partidos más extremistas, que han porfiado por lograr posiciones de poder e influencia superiores a su representatividad. Se saben necesarios -imprescindibles, más bien- para Netanyahu, el primer ministro del “eterno retorno”, cuya principal motivación política tras un episódico ostracismo es su propio salvamento personal: de la acción judicial, de la ignominia pública y quizás de la cárcel.

Lo más llamativo de estas concesiones obligadas ha sido la creación de una especie de viceministerio de Defensa para los territorios ocupados, que ocupará el líder del Partido sionista religioso, Bezalel Smotrich, cuyas posiciones sobre el asunto palestino son las más extremistas que haya podido tener cualquier ministro anterior. Smotrich inició su andadura política en el campo del racismo terrorista del rabino Koch (condenado incluso en Estados Unidos) y no ha abandonado lo fundamental de ese ideario. Es partidario abierto de la anexión de Judea y Samaria (como ellos denominan a los territorios ocupados) y, entretanto, de la represión sin contemplaciones de cualquier forma de protesta o reivindicación palestina.

El estado comatoso en que se halla el gobierno autónomo y el hartazgo de la población hacen temer nuevos estallidos de violencia, que podrían servir de justificación a medidas de fuerza. La antipatía que este gobierno despierta en la Casa Blanca no será un impedimento decisivo. En Washington andan preocupados por otras crisis de mayor envergadura y alcance. El caso es similar al que se puede observar con Arabia Saudí: se preferirían otros gobiernos u otro estilo, pero no será imposible acomodarse a lo que hay, tratando de atemperar sus actuaciones. Hay una cierta resignación en las esferas de poder sobre Oriente Medio, un abandono de los grandes planes para la región. Los canales que la derecha israelí y las petromonarquías tienen abiertos con el Kremlin en plena guerra no han favorecido los intentos de diplomatizar las desavenencias. En 2023 se cumplirá medio siglo de la guerra del Yom Kippur, que provocó el primer shock petrolero, primera ruptura seria entre el mundo árabe y Occidente. Entonces, Israel y Arabia estaban en bandos distintos; hoy, se hallan embarcados en un proyecto de buena vecindad regional. Aunque los saudíes no se han unido de manera formal a los acuerdos Abraham, actúan ya en la misma longitud de onda: una relación puramente pragmática con Israel, frente común contra Irán y autonomía estratégica relativa de Estados Unidos. Lo que coloca a los palestinos al borde de la desesperación: o huida hacia adelante o rendición.

ÁFRICA: GUERRAS FUERA DE RADAR

Otros conflictos de envergadura que suelen merecer menos atención mediática se concentran en África. En Etiopía se alcanzó en noviembre un acuerdo de alto el fuego entre las fuerzas del gobierno y los rebeldes del Tigré (en el norte del país). Pero es sólo un primer paso precario. Las tensiones regionales y étnicas son múltiples. Y las injerencias externas, poderosas, sobre todo la de Eritrea, que está colaborando activamente con el gobierno de Addis Abeba en la lucha contra los tigriños. En Asmara no olvidan la dolorosísima guerra de independencia contra Etiopía cuando en este país gobernaba Meles Zenawi, originario del Tigré. Otros estados de la región, como Egipto y Sudán, tienen mucho interés en el rumbo de esta guerra. Está lejos de resolverse una disputa tripartita sobre el proyecto etíope de una gran presa en el Alto Nilo.

También debe seguirse con atención la atribulada situación en el Congo, donde también se vive una tensa situación de tregua en una guerra interminable, en la que los países vecinos (Uganda, Ruanda) ejercen un papel fundamental. La riqueza mineralógica del país le hacer ser un botín irresistible. Las grandes potencias (Estados Unidos, China y Rusia, sin olvidar a la UE) han recalibrado sus respectivas políticas africanas. Todas dicen actuar en beneficio de un continente atormentado, pero estos esfuerzos tienen una motivación puramente egoísta.

La mayor crisis, en todo caso, se concentrará en Somalia, donde el 40% de la población se encuentran en serio riesgo de malnutrición severa, de hambre, según la ONU. La sequía es el principal factor de esta amenaza. Pero también la guerra interna entre el actual gobierno islamista moderado y los extremistas de Al-Shabab, en su día franquicia de Al Qaeda, todavía con notable capacidad de lucha y, sobre todo, de realizar audaces operaciones de acoso.

OTRAS ÁREAS DE INESTABILIDAD

Fuera de África, existe un alto riesgo de que se reaviven conflictos armados en el Cáucaso, entre Azerbaiyán y Armenia, por el control del Alto Karabaj. Los azeríes se encuentran en posición de fuerza, tras las últimas ofensivas y la debilidad de la posición mediadora de Moscú, que ha perjudicado notablemente a los armenios. Los drones turcos han posibilitado ganancias territoriales significativas de Azerbaiyán. No cabe pensar en una guerra abierta, pero si pueden producirse escaramuzas puntuales.

En la propia Turquía, los problemas de Erdogan (elecciones este próximo año sin que pueda darse por segura su continuidad, por primera vez desde su acceso al poder) hacen temer la salpicadura de brotes conflictivos dentro y fuera del país. Es previsible un agravamiento de la situación en el Kurdistán. El reciente atentado de París puede servir de excusa para exacerbar los agravios en las dos partes. El conflicto kurdo-turco reverberaría inevitablemente en el norte de Siria, en la región kurda, que el presidente turco sólo controla a medias.

Más improbable, pero más peligrosa, sería una crisis forzada en el Egeo. Los yacimientos gasísticos mediterráneos resultan un potente estímulo para generar cierta inestabilidad. Erdogan se ha permitido amenazas contra Grecia en las últimas semanas.

En Kosovo se han agravado las tensiones entre el gobierno y la minoría serbia por cuestiones de convivencia. Serbia ha puesto a sus fuerzas armadas en estado de alerta máxima. Europa ha podido hasta ahora evitar el desbordamiento, pero se viven horas de indudable peligro.

Tampoco debe descartarse un nuevo afloramiento de las tensiones chino-indias en el Himalaya. Tras el brote bélico limitado de 2020, en el que India salió más perjudicada, se mantiene un tenso statu quo. La tensión geoestratégica mundial sobrevuela un conflicto fronterizo que se lleva arrastrando durante décadas sin solución pronta a la vista.

Taiwan, pese a la abundante literatura geoestratégica, no debería convertirse en la “Ucrania de Asia”, como sostienen algunos gabinetes de análisis en Estados Unidos. La difícil salida del Covid y la delicada situación económica no aconseja aventuras militares de China. En Taipei se adoptan medidas suplementarias de defensa y Washington revisa sus mecanismos de apoyo a la isla. Pero un estallido bélico o una crisis mayor sería una sorpresa.

 

LA TÚNICA DE MESSI Y EL PONCHO DE PERÚ

21 de diciembre de 2022

Minutos después de ganar la Copa del Mundo de fútbol con Argentina, Leo Messi subió al escenario montado para recibir el trofeo, como capitán de la selección albiceleste, de manos del Emir de Qatar, Al Thani. El soberano qatari se le acercó en actitud de camaradería y complicidad, le pasó el brazo por el hombro y le musitó unas palabras. Luego hizo una indicación a uno de sus asistentes, que acto seguido colocó al astro argentino una túnica sobre su camiseta. Ataviado de esta guisa, Messi tomó la estatuilla que ha perseguido desde que era un niño y se fue a cumplir con el rito de levantarla al cielo junto a sus compañeros. La foto que será testimonio imperecedero de la hazaña deportiva nos deja a un Messi extravagantemente dispuesto para la posteridad, casi disfrazado, alienado en una vestimenta que, por lo demás, ocultaba parcialmente la prenda que encarna por excelencia la pertenencia, el compromiso, la identidad del futbolista: su camiseta. Messi protagonizó el momento climático de la noche velado por un capricho de su nuevo dueño, el jeque que lo fichó para el Paris St. Germain, club que adquirió sobre un fondo de sospechas, en una operación aun subjudice, que facilitó la concesión a Qatar de esta magna cita deportiva.

Este Campeonato ha sido pródigo en conexiones y consecuencias políticas, ya comentadas aquí. Las polémicas previas sobre las condiciones laborales o el desconocimiento de derechos de las minorías propiciaron un clima enrarecido e incómodo, que la FIFA manejó con torpeza. Para remate, en los últimos días de competición saltó el escándalo de corrupción en el Parlamento europeo, aún por esclarecer, con Qatar (y Marruecos) como inductor.

A Messi, extrañeza pasajera aparte, no pareció importarle demasiado que le colocaran esa túnica. Estaba en la nube, cumplía el sueño que ha tenido desde que se escapaba de la escuela para jugar a la pelota en su Rosario natal y confirmaba su condición de Dios del fútbol, como lo jalea hiperbólicamente la prensa deportiva. Hace mucho tiempo que ha dejado de ser un simple jugador. Es ya una marca, una mercancía. Lo sabe y lo acepta. Ayuda mucho la lluvia dorada que cae sin cesar sobre él. A primeros de año suscribió un contrato para promocionar el turismo en Arabia Saudí y hacer lobby para que este país organice el Mundial de 2030. Por este “partido” cobrará 30 millones de dólares anuales (1).

Messi sucede ya sin discusión a Maradona. Es algo más que un cambio de corona en el Reino del fútbol. Se trata de la consagración ceremonial del tránsito desde un deporte originario de las clases populares al fabuloso negocio de estos tiempos, capricho y/o promoción de millonarios sin escrúpulos y oportunistas descarados, que han convertido el juego en espectáculo y a los futbolistas más deseados en una especie de mercenarios.

Uno de los compañeros de Messi en el equipo campeón, el portero Divu Martínez, héroe de la noche con sus paradas agónicas al final del partido contra Francia y en la decisiva tanda de penaltis, recordaba con lágrimas en los ojos cómo tuvo que salir de su país cuando era un jovencito pobre, para buscarse la vida en Inglaterra. En pocas palabras este jugador resumía su destino y el de tantos como él. De la pobreza a la riqueza, del olvido a la fama. Un sueño personal que a duras penas, forzadamente, se quiere compartir con unos compatriotas enfervorecidos en un empeño sublimado de gesta nacional.

Como era de esperar, en Argentina se ha desatado la locura. El fútbol ofrece satisfacciones de las que carece pese a sus inmensos recursos naturales y humanos. Se sacraliza el fútbol, se diviniza a sus figuras y se viven sus éxitos como tesoros colectivos. No es de extrañar: ha sido útil compañero de viaje del peronismo, de la dictadura militar, de la débil democracia recobrada y, ahora, de esta República post-peronista , de nuevo endeudada y empobrecida.

Estos héroes de infancia mísera y presente millonario juegan lejos del solar patrio. El año en que Argentina ganó el primer Mundial, el organizado bajo la Junta Militar, todos los jugadores pertenecían a clubes nacionales, menos uno (la superestrella Mario Kempes, que militaba en el Valencia). En el segundo triunfo mundial (1986), ya eran cinco los integrantes de la selección que hacían fortuna lejos del país, con Maradona a la cabeza. En Qatar sólo uno de los 26 futbolistas del plantel juega en Argentina (el tercer portero que, dicho sea de paso, no ha disputado ni un solo segundo); el resto tiene contratos sustanciosos con clubes europeos (uno con un norteamericano). El sentimiento patriótico tan exageradamente exhibido queda ahogado en un patrioterismo retórico que apenas trasciende el canto colectivo del himno nacional antes de cada partido.

PERÚ: EL GRITO DE LA MISERIA

Mientras Argentina delira con el éxtasis deportivo, en la no tan cercana Perú se viven días de agitación social. Allí, ni siquiera se puede aplicar el bálsamo balompédico, porque la selección nacional quedó fuera de la fase final y atraviesa por una larga decadencia deportiva.

La destitución y encarcelamiento del Presidente Castillo, tras un desesperado y todavía no explicado intento de reconducirse en el poder frente a la hostilidad del Congreso, ha dado lugar una enérgica protesta social en las regiones andinas más pobres. No está claro que los protagonistas de la revuelta sean necesariamente partidarios o militantes próximo a Castillo. Más bien parece que se trata de un pronunciamiento contra los aparatos tradicionales de un poder elitista y desprestigiado hasta la náusea. La corrupción o el abuso de poder han sido los instrumentos que la casta gobernante ha esgrimido en sus internos ajustes de cuentas en los últimos años. La pulcritud institucional, que el Presidente había vulnerado con la disolución apresurada del Legislativo, no les dice nada a quienes deben luchar cada día para sobrevivir.  

La victoria de Castillo, hace poco más de un año, se interpretó como una corriente de aire fresco, que se quedó en soplo. Este profesor de primaria ha sido poco más que un aprendiz de iluminado sin partido real, sin bases estructuradas, sin equipo coherente. Una presa fácil para los lobos que habitan en los círculos de poder real en Lima. Sus gruesos errores, las malas compañías y unos colaboradores sin un mínimo concepto de lealtad han enterrado su quimera milenaria. Una muerte política anunciada.

La gobernante interina es la hasta ahora Vicepresidenta, Lucia Boluarte, una funcionaria de cierta consideración en el Estado peruano, que pasó de ser compañera de viaje  a encarnar lo que los partidarios de Castillo consideran como “traición”. En los primeros momentos de la crisis quiso estirar su mandato hasta el límite que tenía asignado el presidente depuesto (2026), pero la revuelta social le ha obligó a acortar los plazos electorales a 2024 (2). Habrá que ver si es capaz de mantener los planes. De momento, la policía se está empleando con una virulencia que ya ha sido denunciada como excesiva (3). Lo de siempre.

En 2008 visité Perú para hacer un programa sobre un país al que sus élites promovían como la nueva joya del Pacífico. Con orgullo, se disponía a acoger la Cumbre anual de los países de la APEC, una zona intercontinental de libre cambio. Gobernaba por entonces el APRA, el partido más estable desde la independencia, adscrito confusamente a la Internacional Socialista, pero en la práctica declaradamente liberal, como tantos otros de la misma divisa, en América y en Europa. El primer ministro del momento, Jorge del Castillo, me desgranó las venturosas cifras que sancionaban los éxitos de su política económica. Pero no podía explicarme por qué el índice de pobreza, marginación y atraso se reducía tan despacio, apenas imperceptiblemente. Tuve ocasión de visitar entonces precisamente algunas de las zonas que ahora se revuelven contra una operación política de la que desconfían profundamente, aunque no tomen un partido definido en la reciente disputa. La inmensa mayoría de la población de esas regiones eran entonces completamente ajenas a la satisfacción de su jefe de gobierno. Como tampoco entienden o les importan los remilgos de unos legisladores más preocupados de salvaguardar sus intereses que de ofrecer soluciones para los más desfavorecidos del país.

El estallido social de estos días en Perú es la expresión, quizás efímera, de un hartazgo social, de algo fieramente opuesto a ese orgullo deportivo que enardece estos días a los argentinos. Messi se deja enfundar en la túnica de quien le paga, pero el misero campesinado peruano del otro lado del subcontinente vive aplastado debajo el poncho (al cabo, una túnica andina) que ha sido el emblema de una miseria de siglos.

 

NOTAS

(1) “What Lionel Messi reveals about geopolitics”. CATHERINE OSBORN. FOREIGN POLICY, 2 de diciembre.

(2) “Castillo’s ouster is not the end of Peru’s political crisis”. SIMEON TEGEL (periodista británico residente en Lima), FOREIGN POLICY, 16 de diciembre.

(3) “Deriva autoritaria en la crisis institucional del Perú”. IPS, 19 de diciembre.

 

EL BAILE DE LAS ALIANZAS

14 de diciembre de 2022

Las alianzas ya no son lo que eran. Estructuras otrora sólidas, estables y confiables han pasado a ser referencias líquidas, mudables, flexibles y, en ocasiones, altamente inquietantes. En realidad, siempre ha sido así en la historia de las relaciones internacionales. Pero este diagnóstico debe entenderse como aplicable al tiempo de nuestras vidas o, por decirlo de manera académica, al mundo que surgió del final de la última guerra planetaria. Setenta y cinco años o quince lustros, de los cuales los nueve primeros fueron de férrea estabilidad (codificada como “guerra fría”); en los seis siguientes, el mundo bipolar soviético-norteamericano dio paso a otro no multipolar sino unipolar (bajo dominio de Estados Unidos), aunque sometido a ajustes regionales dispares, que alumbraron una nueva rivalidad entre dos grupos heterogéneos.

El primero está constituido por un núcleo dominante (el denominado “orden liberal”), articulado en dos ejes geoestratégicos (Atlántico y Pacífico) y vectores subsidiarios (y problemáticos) en el Oriente Medio, África, Asia interior y América central y meridional. Frente a este núcleo hegemónico se ha venido alzando una corriente emergente, heterogénea, desigual y débilmente estructurada. Sólo en los últimos años, no más de diez o quince, alentadas por la gran crisis depresiva de finales de la primera década del siglo, una serie de potencias incómodas o abiertamente hostiles al “orden liberal” se han ido acercando, hablando, intercambiando visiones, pero sin llegar a definir un bloque o una alternativa global de poder.

Desde Occidente se quiere ver en China al motor de ese grupo de descontentos o de aspirantes a modificar las actuales bases del sistema mundial. Para Estados Unidos, la nueva rivalidad es un pulso entre democracias y autocracias. En Pekín se impugna el enfoque: no se trata de crear un bloque que pretenda aspirar a la hegemonía, sino de cuestionar la noción misma de hegemonía o de orden universal, que en realidad encubre un sistema de dominación.

En este proceso de ajuste de las relaciones internacionales, las alianzas secundarias se ven continuamente sacudidas por posicionamientos coyunturales y movimientos tácticos, que no llegan a alterar el equilibrio básico, o mejor dicho, el desequilibrio real a favor de Occidente, pero sí abren espacios de relación más plural, más abierta y menos previsible.

EL ENCUENTRO DE DOS ABSOLUTISMOS

Este largo introito puede servir para ayudar a entender los últimos movimientos en la esfera mundial, que pueden sorprender desde visiones superficiales o apresuradas. Ciertamente, es chocante que un Presidente de Estados Unidos pasara el verano pasado un mal momento en Arabia Saudí, país líder del cartel de exportadores de petróleo, la materia prima que todavía engrasa la economía capitalista global, y aliado secular periférico de Occidente.

Por el contrario, el líder chino y el Príncipe con poder real escenifican un cálido y sustancioso encuentro. Las relaciones económicas entre China y Arabia Saudí han alcanzado ya niveles de importancia estratégica (1). Los chinos se abastecen en los pozos saudíes de la cuarta parte del petróleo que necesita su economía para afianzarse en el segundo puesto del ranking mundial (del 40% si consideramos a todos los países árabes exportadores de crudo). En sentido inverso, los saudíes adquieren en el gran taller chino una proporción muy notable de mercancías que aseguran su modelo de vida consumista, imitación del occidental. Pero la interdependencia bilateral va mucho más allá de las transacciones energéticas o de bienes de consumo. La cooperación de los últimos años se fortalecerá con proyectos en sectores estratégicos como las telecomunicaciones y en otros convencionales pero muy importantes como la construcción o el turismo, por un valor cercano a los 30.000 millones de dólares (2).

En esta convergencia de absolutismos pragmáticos han cabido actores secundarios de las petromonarquías del Golfo y del resto de la región. Egipto es un ejemplo casi paradigmático. Después de recibir durante decenios la más cuantiosa ayuda exterior de Estados Unidos (a la paz con Israel), en este agente esencial de la arquitectura occidental en la zona se aprecian grietas preocupantes. Desde el fracasado de la primavera aperturista, las pirámides ya no se inclinan solamente hacia el oeste. En el país del Nilo, la diversificación es la nueva divisa.

La reciente cumbre chino-árabe no ha sido sólo un espectáculo de relaciones públicas o una mera operación de afirmación autocrática como se quiere ver en Washington. Es realidad, es una consecuencia lógica de las contradicciones internas en el orden liberal, que se asienta, para su estabilidad, en estructuras autoritarias de poder en la periferia, en esos vectores geoestratégicos secundarios.

Estas relaciones inquietan en Washington, debido al enfriamiento de sus vínculos con las petromonarquías (3). Los desencuentros de RIad y sus socios regionales con las administraciones demócratas no han sido resueltos, al punto de que en el Golfo se anhela el regreso de Trump.  

Aaron David Miller, un fino analista de la región y veterano en las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, recordaba hace unos días un irónico comentario que en su día hiciera el entonces jefe de la diplomacia saudí sobre la naturaleza de las relaciones bilaterales. Saud Al Faisal venía a decir que Washington pretendía mantener un matrimonio católico con Arabia Saudí, mientras que ellos preferían las uniones polígamas, conforme a la tradición musulmana. Varias esposas, valga decir varios aliados, cada cual con su papel asignado y su función definida. Ya sea China (para la expansión económica), Rusia (para asegurar la estabilidad de la OPEP+), Europa (socio múltiple), incluso Israel (una relación en ciernes, secreta, casi impía, pero prometedora). Y, por supuesto, Estados Unidos, garante imprescindible de la seguridad del reino, frente a las “amenazas iraníes”. Sin que eso implique exclusividad (4).

LA DIPLOMACIA MULTIFACÉTICA DE TURQUÍA

Algo similar, aunque con características diversas, ha ocurrido con la visita del líder turco al reino saudí. Erdogan no olvida que el ejército turco es el segundo de la OTAN y no reniega del Tratado atlántico, pero su mirada es periférica. Juega sus bazas en las zonas más turbulentas del mundo árabe (Siria, Libia) en posiciones distintas a las que sostienen los países occidentales. Para ello pacta con el Kremlin sin que defender opciones rivales en esos conflictos suponga un inconveniente mayor. Prueba de ello es que negocia contratos de armamento en Moscú, aunque ello le prive de los más sofisticados aviones norteamericanos del futuro/presente.

Y, por si no fuera poco, Erdogan se permite bravuconear ahora con una acción militar contra Grecia, un aliado en la OTAN, con quien mantiene una relación de vecindad siempre espinosa, a cuenta de las islas del Mar Egeo (asunto complicado recientemente por el control de los yacimientos de gas en el Mediterráneo oriental).

En esta diplomacia multifacética, hace ahora el camino de la Meca, después de años de incómoda convivencia, para conseguir dinero, inversiones, negocios con que combatir la pavorosa crisis que atenaza a la economía turca, con una inflación cercana al 85% y una divisa depreciada. Es una operación de supervivencia: Erdogan afrontará por primera vez desde su ascenso al poder la perspectiva razonable de una derrota electoral (5).

 

 

LA LUCHA POR ÁFRICA

Mientras toda esta actividad periférica seguía su curso, la diplomacia americana, en alianza con el nutrido tejido empresarial, reunía en Washington a los gobiernos africanos para corregir una deficiencia histórica (el desinterés selectivo en la región) y sanar las promesas incumplidas, hechas por Obama en 2014, despreciadas por Trump y ahora recuperadas por Biden (6).

África puede ser terreno menor en el pulso mundial, si atendemos a sus poblaciones (17% de los habitantes planetarios) o a su desarrollo económico, social y humano, pero muy lucrativo en materia primas de indiscutible valor estratégico (7). China le ha ganado la partida a Estados Unidos en África (el valor del comercio chino en la región cuadriplica al americano). Incluso Rusia ha establecido cabezas de puente en materia de seguridad y control. La posición de dominio occidental en el continente, asegurada desde el final de la guerra fría ha perdido empuje y vigencia. Se impone una reconsideración de las alianzas, pero el esfuerzo es ahora un camino cuesta arriba.

 

NOTAS

(1) “Xi Jinping en Arabie Saoudite, une visite à multiples enjeux  géopolitiques and économiques”. COURRIER INTERNACIONAL, 7 de diciembre;

(2) “The Gulf looks to China”. THE ECONOMIST 7 de diciembre;

(3) “What Saudi Arabia wants from President Xi’s visit”. SIMON HENDERSON y CAROL SILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 6 de diciembre.

(4) “Xi’s Saudi visit shows Rydadh’s monogamous marriage to Washington is over”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN POLICY, 7 de diciembre.

(5) “Les pétrodollars du Golfe á la rescousse de la Turquie et d’Erdogan”. PAULINE VACHER. L’ORIENT LE JOUR, 8 de diciembre.

(6) “The United States is back in Africa”. NOSMOT GBADAMOSI. FOREIGN POLICY, 14 diciembre.

(7) “Africa past is not its future”. MO IBRAHIM. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.

UCRANIA: INVIERNO, GUERRA Y CASTIGO

 7 de diciembre de 2022

El invierno llama a la puerta en Europa. En Ucrania se ha instalado ya en ciudades y campos, encalleciendo aún más la vida de sus habitantes, que sobreviven a duras penas. La guerra ha entrado en una fase de castigo directo a la población civil o a los que no combaten en los frentes. Rusia lleva semanas atacando las infraestructuras y servicios básicos de Ucrania, mientras sus fuerzas militares retroceden o se repliegan en el sur y se estancan en el este. Las interrupciones frecuentes de la luz y el agua potable auguran un invierno penoso y sombrío.

No se saben muy bien los propósitos de Moscú, aunque todo indica que pretende minar la moral de la población ucraniana y quebrantar el espíritu de resistencia. La frustración por el innegable fracaso de la denominada “operación militar especial” se traduce en una respuesta de venganza contra la población de localidades como Kiev y otras ciudades donde siempre ha sido más palpable la hostilidad hacia Rusia.

Hay, sin embargo, otra explicación, más allá de la frustración rusa o del castigo como factor de represalia. La creación de condiciones de vida insoportables o penosas podría generar un caldo de cultivo favorable a la exploración de vías alternativas a la confrontación militar, mediante la consideración de una tregua, para dar una oportunidad a la negociación.

De momento, la respuesta del gobierno ucraniano no ha ido en esa dirección, sino todo lo contrario. Los ataques contra bases aéreas rusas alejadas notablemente de la frontera (casi 300 kilómetros) indicarían que no hay vacilación. Más bien se pretende demostrar que Kiev puede hacer daño en territorio ruso y prevenir o al menos dificultar la campaña de castigo a las poblaciones civiles emprendida por Moscú.

Esta extensión de la guerra a territorio ruso, de momento limitada y con daños casi solamente materiales, ha reactivado las alarmas en Occidente, que teme tanto a la victoria como a la derrota de Rusia en esta guerra. A la victoria, porque, pese a su enorme coste, reforzaría la capacidad de intimidación de Moscú; a la derrota, o a la inminencia de la derrota, porque podría desencadenar respuestas desesperadas de último recurso, véase el uso del arsenal atómico (1).

Esta delgada línea entre victoria y derrota, este difícil e incierto equilibrio entre lo deseable y lo conveniente consume el esfuerzo de los estrategas occidentales. Públicamente, se saludan los avances ucranianos e incluso sus audaces golpes de efecto (en el sur, en las cercanías de Crimea, en tornos a los núcleos estratégicos del este o ahora en las réplicas contra bases rusas). Pero estas expresiones de solidaridad y apoyo se combinan con discretas llamadas a la contención, a la consideración de salidas negociadas. Desde los estamentos militares se ha sido más explícito. El jefe del Estado Mayor norteamericano, general Milley, ha dicho sin ambages que la posibilidad de que Ucrania consiga echar a las tropas rusas de ese 20% de su territorio ocupado no es, de momento, muy elevada. Por tanto, parece sensato negociar.

ESPECULACIONES SOBRE LA NEGOCIACIÓN

Pero esta opción es más fácil evocarla que plantearla en términos realistas y concretos. La conocida fórmula de “paz por territorios” es sinónimo de fracaso en otros conflictos de larga duración. Después de casi 300 días de guerra y de una destrucción pavorosa, no parece muy probable que el actual gobierno ucraniano se avenga a reconocer la pérdida territorial actual o similar. Mientras tenga capacidad de combatir, Kiev intentará mejorar sus posiciones, o bien para acercarse a lo más parecido a una victoria o para fortalecer sus opciones negociadoras (2).

Tampoco en Moscú se deja ver un apetito urgente de negociación. Primero es preferente superar el ambiente de debilidad y fracaso que empieza a filtrarse en las instancias de poder y en las élites que respaldan el régimen de Putin. Las críticas superan desde hace tiempo el estrecho y desorganizado ámbito de la oposición y se dejan escuchar entre los partidarios del sistema de poder. Y eso incluye a círculos militares oficiosos y a núcleos que apoyaron de manera ferviente la “operación especial”. Hay reproches por exceso pero también, y mucho más sonoros, por defecto, por no haber hecho lo suficiente o por haberlo hecho de forma tan incompetente, como documenta Andrei Soldatov, uno de los principales conocedores del estamento militar y de seguridad e inteligencia rusos. En todo caso, Putin parece haber controlado estas brechas (3).

Otro enfoque de la negociación sería no tanto el sacrificio de territorios por parte de Ucrania, sino la concesión en materia de definiciones política y estratégicas. Dicho más claramente, la renuncia de Ucrania a sus pretensiones de ingreso en la OTAN, a cambio de un estatus de neutralidad reforzada con garantías de no agresión por parte de Rusia y de defensa occidental en caso de vulneración de este compromiso. Esto se complementaría con la incorporación a la Unión Europea, en el plazo más corto posible.

Moscú ya dijo en su momento que la inclusión de Ucrania en la UE no sería un gran problema, pero, naturalmente, en las circunstancias actuales, es evidente que el Kremlin querría vincular ese eventual pacto a un levantamiento completo de las sanciones y la recuperación de las relaciones económicas y comerciales con Europa; y quizás a ciertas ventajas adicionales.

Con respecto al dominio militar y estratégico, la negociación sería más compleja e incierta, en particular en el asunto de las garantías de la neutralidad ucraniana. Paradójicamente, sin embargo, las reservas rusas podrían reforzarse con las reticencias occidentales a implicarse en un conflicto militar con Rusia de forma mecánica o legalmente obligatoria.

Finalmente, el estatus de los territorios en disputa tampoco se prevé de fácil resolución, si tenemos en cuenta la escasa o nula aplicación del doble acuerdo de Minsk, tras la anexión de Ucrania y la ocupación de facto de parte de las oblats (provincias) de Donetsk y Luhansk.

Todos estos cálculos y especulaciones, apenas esbozados aquí, se complican con otras pretensiones de reparación y compensaciones por destrucción y daños y determinación de responsabilidades por crímenes de guerra, que no dejan de ser evocadas por las autoridades ucranianas, con eco en los dirigentes occidentales, pero más en tribunas que en despachos.

LA ESCISIÓN OCCIDENTAL

Más allá del contenido concreto de una tentativa agenda de negociaciones aparece como amenaza definitiva de bloqueo y fracaso la presión de los principios, como señala Christopher Blattman, un politólogo de la Universidad de Columbia especializado en guerras de larga duración. Su análisis comparativo del conflicto ucraniano en relación con otros anteriores le lleva a una conclusión pesimista sobre la posibilidad de un pronto final de la guerra (4).

Lo que subyace en este debate es una aparente irracionalidad de posiciones, según el profesor de relaciones internacionales de Harvard Stephen Walt. La escisión entre partidarios incondicionales de Ucrania y promotores de una salida negociada es cada vez más amplia y espinosa. Su análisis se centra en Estados Unidos, pero es extensible a Europa. Lo chocante es la heterogénea composición de estos dos bandos. Entre los partidarios más fieles de Ucrania se cuentan los liberales intervencionistas, los neoconservadores nostálgicos de las guerras preventivas o de reacción y algunos progresistas defensores de la actuación ética en las relaciones internacionales. En el lado contrario, se alinean actores con visiones casi nunca coincidentes, como los realistas, para quienes  el mundo se rige por intereses más que por valores; los liberales prudentes, que defienden principios pero sin forzar conflictos peligrosos; y los progresistas críticos, que suelen denunciar la duplicidad de las intervenciones occidentales como puras maniobras interesadas, encubiertas por discursos engañosamente nobles (5). Un cuarto grupo, más cínico, estaría integrado por los republicanos trumpistas, entregados a una propaganda grosera y sin escrúpulos, anclada en oscuras vinculaciones con el Kremlin (6).

Las escisiones doctrinales se reflejan en el sentimiento de la opinión pública. Sondeos recientes reflejan un debilitamiento del apoyo a Ucrania, en Estados Unidos. La Cámara baja, ahora en poder de los republicanos, podría bloquear o condicionar adicionales paquetes de ayuda (7).

Esta niebla ideológica y política es la última reverberación externa de las brumas invernales que se abaten sobre Ucrania. Meses de frío, insalubridad, hambre y miedo para la mayoría de una población, cuyos sentimientos nacionales pueden verse sometidos a la insoportable prueba de la supervivencia. En el otro lado de la catástrofe, los rusos que no participan de las ventajas del poder y sus aledaños sufrirán un invierno quizás menos cruel pero también doloroso y desesperanzado.

 

NOTAS

(1) “Three scenarios for how war in Ukraine could play out”. THE ECONOMIST, 14 de noviembre.

(2) “Guerre en Ukraine: l’impossible négociation”. ALAIN FRACHON. LE MONDE, 1 de diciembre.

(3) “Putin’s Warriors. How Putin has co-opted its critics and militarized the home front”. ANDREI SOLDATOV E IRINA BOROGAN. FOREIGN AFFAIRS, 6 de diciembre.

(4) “The hard truth about long wars. Why the conflict in Ukraine won’t end anytime soon”. CHRISTOPHER BLATTMAN. FOREIGN AFFAIRS, 29 de noviembre.

(5) “The perpetually irrational Ukraine debate”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 29 de noviembre.

(6) “Top U.S. conservatives pushing Russia’s spin on Ukranian war, expert say. PETER STONE. THE GUARDIAN, 6 de diciembre.

(7) “Support slipping for indefinite U.S. aid to Ukraine, poll finds”. THE WASHINGTON POST, 6 de diciembre.

 

EL SOBRESALTO CHINO

30 de noviembre de 2022

China vive momentos de agitación social debido al impacto de las medidas oficiales de control del COVID. Hace meses ya que la severidad de los confinamientos había provocado malestar social y un perjuicio económico palpable. El rigor se había convertido en rigidez, según la estimación de los segmentos sociales más afectados o más sensibles a la privación del libre albedrio. Las protestas públicas y callejeras del último fin de semana constituyen la cresta de una insatisfacción que de momento parece contenida y limitada pero que puede derivar en una crisis mayor si la respuesta oficial es demasiado brutal.

Contrariamente a lo que se piensa, en China las protestas no son tan escasas. Pero suelen estar canalizadas o restringidas a ámbitos locales o sectoriales. El poder incluso las ha alentado para justificar correcciones internas, legitimar ajustes de cuentas o encubrir luchas de poder. Esto no es nuevo; por el contrario, la “presión de las masas” es un clásico en el manual político chino. En esta ocasión, sin embargo, parece que el sobresalto es espontáneo y no obedece al interés de un grupo o facción concreta (1).

El detonante, como se sabe, fue la muerte de al menos una decena de personas (muchas más, según fuentes no oficiales) en Urumqi, como consecuencia de un incendio. Al parecer, las víctimas no pudieron salir del edificio donde se encontraban debido a las restricciones de movilidad decretadas por las autoridades. Las versiones sobre lo ocurrido difieren. En todo caso, el lugar de los hechos es significativo: la ciudad es la capital de la región de Xinjiang, donde habita una mayoría de uigures, la etnia de confesión musulmana que es objeto de acoso por parte de las autoridades, en forma de internamientos en campos de reeducación y otras formas de represión, generalmente bajo la acusación de terrorismo en diferentes grados.

La protesta local que siguió a la tragedia se extendió muy pronto a los principales núcleos de población (no menos de 30 o 40 ciudades) hasta convertirse en el movimiento social más destacado desde la emblemática contestación de Tiananmen, en 1989. Lo relevante es que los participantes en las manifestaciones no se limitaron a protestar por la rigidez de las medidas de confinamiento, sino que vocalizaron su rechazo al Partido Comunista y, en algunos casos, exigieron la dimisión de su máximo dirigente, Xi Jinping, recientemente confirmado en el poder,  más allá de los tradicionales dos mandatos y entronizado como líder a la altura de Mao y Deng. En el pináculo de su autoridad política, Xi ha sido desafiado desde la base social (2).

No obstante, conviene no exagerar la dimensión y el alcance de las protestas. La mayoría de los participantes son estudiantes o población joven, más reacia a aceptar las instrucciones oficiales y, por lo general, más celosas de adoptar decisiones sobre su vida privada. Por lo general, están más influenciados por las pautas occidentales sobre la libertad individual. Ciertamente, en otras protestas menos ideologizadas de los últimos meses también se han dejado escuchar segmentos sociales más afectados por la consecuencias económicas de la suspensión de actividades económicas, pero sin derivar en reclamaciones de orden político.

El mandato oficial de “cero COVID” ha sido un empeño personal de Xi Jinping, y eso es lo que confiere a este estallido contestario una significación de especial importancia. El liderazgo chino consideró en su momento que los confinamientos estrictos eran el mejor método para contener cuanto antes la pandemia y facilitar el regreso a la normalidad económica y social. Además, se pretendía ofrecer al mundo un ejemplo de disciplina y eficacia. Al principio, el método pareció funcionar. Pero a medida que se desplegaron las mutaciones del virus y se manifestaron los fallos del sistema sanitario, se perdió el control. ¿Qué es lo que ha ocurrido? La respuesta es compleja, debido a la inmensidad del país y a las escasa transparencia oficial.

Antes de las protestas, el experto chino en políticas sanitarias Yanzhong Huang analizaba la respuesta china al COVID y señalaba cinco razones para explicar la obstinación oficial en los confinamientos:

1) Al existir un alto porcentaje de población no expuesta al virus, la relajación de las medidas de control social podría provocar una infección masiva y desencadenar una crisis sanitaria. Pese a la propaganda, la vacunación había resultado poco eficaz, debido a los defectos de los antivirales nacionales, que no son del tipo mrn-mensajero. La fragilidad del sistema sanitario en las áreas rurales ha hecho que menos de siete de cada diez personas de la tercera edad hayan recibido la tercera dosis, lo que les hace vulnerables a las variantes del virus.

2) Las autoridades no han percibido resistencia social al confinamiento en las poblaciones más tradicionales y aisladas del interior y creían poder controlar la inquietud creciente en las regiones costeras más dinámicas.

3) La presión de las compañías que han florecido en la gestión del COVID (productoras de mascarillas, tests, etc.), hasta lograr unos beneficios superiores a los 2 mil millones de euros.

4) El calendario político, con la cercanía del XX Congreso del Partido Comunista, desaconsejaba adoptar medidas de flexibilidad que podrían haber generado riesgos de masivos contagios (3).

UNA NORMALIZACIÓN FRENADA

Tras la confirmación ceremonial del poder supremo de Xi Jinping, se esperaba una relajación gradual de los confinamientos. Pero las cifras de infección de las últimas semanas activaron de nuevo las alarmas. Con 40.000 casos nuevos al día, la pandemia volvió a situarse en su pico de mayor impacto. La vuelta a la normalidad se hizo esperar, y luego ocurrió la tragedia ya citada.

En un trabajo sobre la metodología del embridaje social durante la gestión de la pandemia, la politóloga china Lynette H. Ong, profesora de Ciencia Política en la Universidad de Toronto, ha detallado los mecanismos de control político y los motivos de su fracaso. El sistema, conocido como weiwen tizhi, se basó inicialmente en la utilización masiva de voluntarios civiles en las tareas de toma de temperatura, rastreo de movimientos, suministro de mascarillas y reparto de productos básicos a domicilio. No se trató de una novedad. Mao ya ensayó mecanismos similares de movilización social durante sus campañas del Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Pero, a medida que se prolongaban las restricciones y se endurecían las condiciones de resistencia, el abordaje civil de la pandemia se reforzó con la contratación temporal de agentes y guardias de seguridad, cada vez más impopulares. Hasta que el entramado inicial de consentimiento se convirtió en malestar y precipitó el rechazo en algunos núcleos sociales (4).

¿Y AHORA QUÉ?

Tanto o más que la dimensión política de la protesta, al liderazgo chino le preocupan las consecuencias económicas. Las cifras son elocuentes (5). Los confinamientos han impactado de lleno en regiones que generan la cuarta parte del producto nacional bruto. Las previsiones de crecimiento de este año apenas superan el 3%, dos puntos menos del objetivo oficial inicial. Los mercados bursátiles han caído a niveles no conocidos en los últimos tres lustros. El paro aumenta y afecta ya a casi el 20% de la población joven. Por tanto, se impone una rectificación.

Las autoridades chinas confían en que se agote el ciclo contestatario por una combinación de presión policial y de aislamiento de los sectores más activos de la protesta. A las detenciones y sanciones de los primeros días se sumarán las que se deriven de las inspección de teléfonos móviles y otras diligencias de la investigación. En el mandato de Xi Jinping se ha incrementado la inversión en dispositivos de vigilancia y control policial, hasta superar incluso el presupuesto de las Fuerzas Armadas. Mientras se desarrolla esta fase represiva, las autoridades esperan que se contenga el actual brote de infección y se pueda recuperar el calendario de desescalada de las restricciones (6). De otra forma, el poder se internaría en un territorio desconocido que podría extender el malestar social y, muy probablemente, obligar a endurecer la represión. Las corrientes internas de oposición al régimen, ahora sofocadas bajo el dominio incontestable del líder supremo, encontrarían nuevos espacios para prosperar.

Desde Occidente se contempla el escenario con enorme cautela. Por mucha simpatía que haya ante las protestas, el silencio oficial es muy elocuente. Washington ha intentado por enésima vez un acercamiento interesado a Pekín, escenificado en la reciente cumbre Biden-Xi, ante las urgencias de la guerra en Ucrania y la necesidad de solapar las dos confrontaciones con Rusia y China (7). Occidente sigue confiando en erosionar la aparente alianza entre Pekín y Moscú para fragilizar el régimen de Putin y encuadrar la rivalidad con China en escenarios previsibles.

 

NOTAS

(1) “What you need to know about China Covid protests” CHRISTIAN SHEPHERD.

(2) “En China, le pouvoir absolu de Xi Jinping défié”. FRÉDÉRIC LEMAÎTRE. LE MONDE, 29 de noviembre.

(3) “Can Xi Jinping reopen China? YANZHONG HUANG. FOREIGN AFFAIRS, 7 de octubre.

(4) “China’s massive protests are the end of a once-trusted governance model”. LYNETTE H. ONG. FOREIGN POLICY, 28 de noviembre.

(5) “Ending China’s Cero Covid policy coul unleash chaos. But keeping it ensures a grim economic outlook for 2023”. THE ECONOMIST, 28 de noviembre.

(6) “Will China’s protests survive”. JAMES PALMER (Editor de China Brief). FOREIGN POLICY, 28 de noviembre.

(7) “White House weights how forcefully to support protesters in China”. NEW YORK TIMES, 28 de noviembre.

CAUSAS, GESTOS Y POSTUREOS INTERNACIONALES

 23 de noviembre de 2022

Dos grandes acontecimientos internacionales coincidentes estos últimos días (la última cumbre climática y el Mundial de Fútbol) han generado un amplio despliegue de discursos supuestamente morales (o moralistas) que se confunden con las causas a las que dicen servir. La ecología y el deporte son empeños universales a los que se atribuye unos valores por encima de rivalidades políticas. Es una pretensión como mínimo ingenua, cuando no más bien tramposa.

EL COMPROMISO INSUFICIENTE DE LA COP-27

La COP-27, o vigésimo séptima edición de la Cumbre de la ONU para coordinar políticas de protección de la naturaleza ha concluido con un resultado desigual de última hora. El acuerdo sobre el apoyo financiero a los “países más vulnerables” para compensar pérdidas y daños provocados por catástrofes naturales derivadas del cambio climático evitó un fracaso completo. No se pudo, en cambio, alcanzar compromisos sobre el abandono gradual de los combustibles fósiles, al estilo del logrado en la edición del año pasado en Glasgow con el carbón (1).

En realidad, el análisis minucioso del acuerdo COP-27 arroja más sombras que luces. Incluso ese fondo para los pobres no deja de ser un desiderátum. Falta ahora arbitrar medidas y condiciones, o sea la letra pequeña, esos detalles en que se suelen endemoniar estos acuerdos internacionales forzados por la presión social, mediática y diplomática. Es habitual que, en casos como éste, la causa se confunda con el gesto y éste se ponga al servicio del postureo.

Los objetivos internacionales sobre el cambio climático nunca han sido objeto de consenso universal. Bien al contrario, constituyen un terreno de confrontación que refleja los intereses opuestos en liza, como ocurre con otros grandes asuntos económicos y sociales (el desarrollo, la superación de la pobreza, el hambre o el afrontamiento de las enfermedades).

En esta COP-27 asistimos a un polémico cruce de acusaciones. El gobierno norteamericano hace de China el villano principal, por ser el causante principal de las emisiones de gases en las tiempos actuales: el triple que EEUU. Pero Pekín replica que la catástrofe climática es el resultado de decenas y decenas de años en los que EEUU ha liderado la liberación de las partículas nocivas en la atmósfera. Los ecologistas coinciden con esta última apreciación, pero destacan también la escasa voluntad china por afrontar el problema.

La aceptación del fondo para paliar daños y pérdidas se ha visto como una concesión de Estados Unidos -y en cierto modo de la UE-, tras muchos años de oposición y resistencia. Pero este gesto no ha conciliado un ambiente general de crítica a Washington. En la delegación oficial norteamericana no se ocultaba la irritación por el ritual de reproches que, cumbre tras cumbre, les arroja los países emergentes y/o en desarrollo y las organizaciones ecologistas, mientras otras potencias contaminadoras consiguen pasar desapercibidas o menos expuestas.

El debate está plagado de trampas. La deuda climática es algo indiscutible, que destacados activistas y científicos sociales vienen denunciando desde hace mucho tiempo. Incluso algunos destacados políticos norteamericanos en ejercicio demuestran una loable honestidad al admitir la responsabilidad de su país. El senador demócrata Ed Markey, asistente a la COP-27, manifestó: “Una cuarta parte del CO2 en la atmósfera es rojo, azul y blanco [colores de la bandera norteamericana]... EEUU tiene la responsabilidad moral y planetaria de promover y no prohibir una financiación climática equitativa. No podemos permitir que los países menos responsables de la crisis climática se conviertan en zonas de sacrificio y que además soporten en solitario esa horrible carga” (2).

Esta opinión, lamentablemente, no es compartida en el Capitolio, ni por los republicanos, ni por muchos demócratas. Es probable que los fondos que el presidente Biden ha prometido para la lucha contra el cambio climático naufraguen en la Cámara de Representantes salida de las recientes elecciones, ahora bajo control republicano. Sólo si el Presidente declara la emergencia climática podría actuar  mediante orden ejecutiva. Pero es dudoso que queme esas balas en una causa que se presta más a la retórica de los gestos que a las urgencias y componendas políticas.

Mientras se libran estas batallas propagandísticas, la deriva climática sigue causando estragos. El fondo compensatorio, si se concreta, llegará tarde para millones de personas amenazadas por la desertización, la sequía o las inundaciones violentas. Somalia es un caso patético de esta urgencia. Ocho millones de personas se encuentran en estado de desnutrición. Medio millón de niños podrían morir en los próximos meses si no llega ayuda alimentaria de inmediato. La región de Baidoa es el epicentro de esta catástrofe anunciada y repetida: hace treinta años sufrió una plaga idéntica y nada ha mejorado desde entonces (3).

ALIANZAS BAJO PRESIÓN

Las hipocresías climáticas tienen otros actores. No son secundarios los productores de fósiles, muy activos en las maniobras obstruccionistas para evitar compromisos siquiera teóricos de reducción. Arabia Saudí, entre otras potencias, lleva años ejerciendo una activa resistencia contra las iniciativas de protección climática que atentan contra sus intereses económicos. El plan 2030 del Príncipe Mohamed Bin Salman prevé una transición ecológica ambiciosa para su país con proyectos ambiciosos de inversión en energías renovables. Pero para ello necesita que el mundo siga dependiendo del petróleo que el Reino exporta (4). De ahí que haya sido uno de los países que más empeño ha puesto en la COP27 para impedir el compromiso contra los combustibles fósiles. Los gestos quedan ahogados en petróleo.

Estados Unidos contempla con dúplice aprensión las maniobras de sus aliados saudíes (y del resto de las petromonarquías del Golfo). No en vano, es también una potencia extractiva y las tensiones entre el compromiso ecológico y el interés económico es constante e irresoluble. Hace tiempo que Washington y Riad han desacompasado sus políticas. La reciente cumbre de la OPEP decidió rebajar la producción para mantener al alza los precios del crudo, lo que provocó un enorme malestar en la Casa Blanca.

Meses antes, Biden había regresado de su gira por Oriente Medio con el convencimiento de que los saudíes colaborarían en el control de precios, para compensar las tensiones energéticas generadas por la guerra de Ucrania. Para favorecer ese gesto, tuvo que tragarse el sapo del caso Khashoggi, el periodista opositor asesinado por agentes saudíes en Estambul. Según la inteligencia norteamericana, las órdenes del crimen señalaban al Príncipe heredero. La contención de Biden no ha sido tan apreciada por el Palacio Real, que, al final, se ha decantado por aprovechar las ventajas de una sintonía oportuna con Rusia, desairando de nuevo al gran amigo americano. Para cerrar el círculo de la impostura, el departamento de Justicia ha concluido esta semana que Mohammed Bin Salman está protegido por la inmunidad (5). ¿No se habían percatado hasta ahora? Los gestos de condena se disuelven de nuevo en un postureo que ridiculiza  las supremas causas, en esta ocasión la de los derechos humanos y la defensa contra las tiranías y los crímenes de Estado.

PROTESTAS SELECTIVAS EN EL MUNDIAL

En esta ensalada de gestos y postureos, el Mundial de Fútbol está ofreciendo ejemplos muy sustanciosos. En su primer partido del campeonato, los jugadores de Irán se abstuvieron de cantar el himno antes del partido como gesto de protesta por la represión de  las últimas semanas en su país. Un gesto que ha irritado a los más duros del régimen, al punto de reclamar castigos ejemplares para los díscolos deportistas, la mayoría de ellos residentes en el extranjero hace tiempo. Los medios internacionales jalearon a los futbolistas iraníes casi como héroes, mientras sacudían de lo lindo a los dirigentes de la FIFA. Gianni Infantino, el presidente del máximo organismo futbolístico, quiso atemperar las críticas por su pasteleo con la Casa Real qatarí con una declaración retórica de solidaridad con las personas LGTBI, perseguidas en Qatar. Pero cuando los capitanes de algunos equipos plantearon un gesto de apoyo al colectivo -salir al campo con brazalete de color arco iris- fueron advertidos de recibir tarjetas amarillas si lo llevaban a cabo. Los futbolistas se echaron atrás. El gesto quedó en nada (6).

Ha habido otros ejemplos de inconsecuencia mediática. En contraste con los casos antes señalados de Irán y Qatar, hemos asistido a un mutis absoluto sobre la conculcación de derechos en Arabia Saudí. Sólo a modo de ejemplo, se han registrado 120 ejecuciones en los últimos seis meses (12 en los días previos al comienzo del Mundial), lo que anuncia un nuevo récord anual. La sorpresiva victoria del modesto equipo saudí sobre Argentina de Messi, una de las favoritas para ganar el Torneo, neutralizó cualquier posible referencia crítica. La hazaña deportiva es un alimento más rentable que la siempre escurridiza incursión en las trastiendas políticas.

 

NOTAS

(1) “What are the key outcomes of COP27 Climate Summit”. FIONNA HARVEY. THE GUARDIAN, 20 de noviembre; “Climate talks fall short on the most crucial test”. FINANCIAL TIMES (Editorial), 20 de noviembre; “The 1,5C climate goal died at COP27-but hope must not”. DAMIAN CARRINGTON. THE OBSERVER, 20 de noviembre.

(2) “US receives stinging criticism at COP27 despite China’s growing emissions. OLIVER MILMAN. THE GUARDIAN, 22 de noviembre.

(3) “Trapped between extremists and extreme weather, somalies brace for famine”. DECLAN WALSH. THE NEW YORK TIMES, 21 de noviembre.

(4) “Inside the Saudi strategy to keep the world hooked on Oil”. HIROKO TABUCHI. THE NEW YORK TIMES, 21 de noviembre.

(5) “US declares Saudi crown prince immune form Khashoggi killing lawsuit”. THE WASHINGTON POST, 18 de noviembre.

(6) “Au Qatar, la FIFA remporte la guerre du brassard LGBT”. COURRIER INTERNATIONAL, 21 de noviembre.

EL MUNDIAL Y LA HIPOCRESÍA MÚLTIPLE

16 de noviembre de 2022 

Empieza este fin de semana el mayor espectáculo deportivo del mundo, sólo comparable a los Juegos Olímpicos. El planeta se viste de fútbol de norte a sur y de Este a Oeste. Por su alcance social y económico, el Mundial trasciende lo deportivo. En realidad, el fútbol hace tiempo que ha dejado de ser sólo un deporte o, si se quiere, no es fundamentalmente un deporte: es un enorme negocio y, por lo mismo, una fuente de poder y un terreno de conflicto.

El Mundial es el escaparate de ese entramado de intereses, en los que el juego es sólo una adormecedera que cautiva a miles de millones de personas. La pasión arrastra a las masas, secuestra a los medios y atrae a los políticos, empresarios y banqueros con una fuerza sin par. Ante tal energía, no comparable con cualquier otro fenómeno de masas, el mecanismo fieramente humano de la corrupción se activa de manera incontrolable.

Este año el Mundial es distinto. Porque se juega en otoño y porque se desplaza a una zona inédita y periférica, lejos de las frecuencias de hegemonía futbolera: Oriente Medio. Pero como el fútbol es poder y es dinero y es tráfico de influencias y corrupción, el lugar escogido es emblemático de todo eso: el Golfo de los petrodólares, de las monarquías absolutas, de la exhibición obscena de la riqueza y el despilfarro. En la última deriva del planeta fútbol en su búsqueda de mercados, el giro final ha llevado a Qatar, un minúsculo país de apenas dos millones de habitantes, cuyos naturales duermen cada noche sobre la tercera reserva mundial de gas natural. Un lujo sin disputa.

Este es un emirato con ínfulas, que se ha atrevido a cuestionar el dominio regional de Arabia Saudí y de ensayar iniciativas diplomáticas propias, lo que ha generado tensiones regionales. La dinastía Al Thani se ha sentido lo suficientemente fuerte como para flirtear con Irán o molestar de cuando en cuando a los regímenes más conservadores, para hacerse notar. Qatar ha jugado a ser el joven terrible de Jequelandia. Lo hizo en los noventa con la creación de Al Jazira, que sacudió la molicie informativa de Oriente Medio con una independencia desusada en la zona y llegó a poner en evidencia los sesgos y falacias mediáticas occidentales.

Al despuntar la segunda década de este siglo, encontró un nuevo desafío que acometer: posicionarse con fuera descarada y provocadora en el planeta fútbol. Desde la nada se lanzó a la conquista de las fortalezas balompédicas mundiales, con arrogancia y sin complejos, con la firme voluntad de triunfar y la munición suficiente para conseguirlo. El emirato movilizó todas sus capacidades financieras y, por ende, políticas. Y el ojo del huracán fue París, uno de los templos del Dios fútbol. Desde esa plaza creyó poder conseguir la certificación de su poderío, que pasaba por obtener la concesión del Mundial de 2022. No se buscó apoyos menores para el empeño. Picó en lo más alto: el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy.

La consecución del Mundial, complicada con la venta del PSG a los jeques qataríes,  es uno de los asuntos irresueltos de la última década: en calles, despachos y tribunales. Las causas por supuestos delitos de corrupción, tráfico de influencias y blanqueo de dinero siguen abiertas y salpican a lo más alto (el Eliseo de aquella época), al poder intermedio de los negocios (grupo Lagardère, Cadena hotelera ACCOR, etc) y a caballeros de la Mesa redonda deportiva, (oscuros ejecutivos como Blatter o brillantes viejas glorias como Platini). La historia de la concesión del Mundial es un culebrón gigantesco, a la medida de ambiciones y desvergüenzas de sus protagonistas acreditados y/o presentidos. Un reflejo de la deriva del fútbol como fenómeno global en las últimas tres o cuatro décadas, pináculo de la especulación capitalista y de la extensión del poder por todas las terminaciones nerviosas de la actividad humana. Para los interesados en los detalles, léase el documentado y metódico informe de LE MONDE (1).

Este Mundial estaba condenado a ser “carne de escándalo”. Algunas críticas pretenden ser éticas, debido a la evidente falta de respeto del país (como todos los de la zona) por los derechos humanos básicos y la especial saña con la que se trata a las minorías por esos pagos. O a las mayorías, véase mujeres, al menos la mitad de la población. Otros reproches están orientados por lo social: la construcción de estadios e infraestructuras ha puesto en evidencia la sobreexplotación de las masas inmigrantes, que son las que desempeñan las tareas más penosas en el emirato. Algunas organizaciones ofrecen cifras pavorosas de siniestralidad laboral. Se habla de 5.000 muertos en accidentes ocurridos durante las obras. Si tenemos en cuenta que habrá como mínimo 5.670 minutos de juego (sin contar las más que previsibles prórrogas o el tiempo de los posibles penalties), se puede decir que cada minuto de fútbol habrá costado una vida humana. Los qataríes refutan esas cifras y admiten sólo 34 muertes! Hay una investigación en marcha cuyo recorrido y alcance son dudosos (2).

Desde el mundo del fútbol, se han escuchado ronroneos de reproche de figuras ya retiradas o despliegue de pancartas en algún estadio. El malestar detectable no es ético, sino funcional (3). En Europa, núcleo hegemónico del Planeta Fútbol, no gusta que el Mundial se juega a mitad de temporada, convirtiendo las competiciones nacionales y la adorada Champions League continental en una suerte de coitus interruptus. Los jugadores, piezas financieras tanto o más que deportivas, se ven sometidas a un riesgo de lesión, de fractura; es decir, pueden devenir inversiones ruinosas. Cuando algún gobierno como el alemán se ha sumado a la crítica, ha encontrado respuesta. El jefe de la diplomacia qatarí replicó que el gobierno germano no ha tenido empacho en solicitar cooperación energética al emirato.

Para muchos hinchas, el Mundial, centro de peregrinación cuatrienal futbolística, requiere un templo reconocible, y Qatar no es ni puede serlo. Peor aún: es casi un lugar herético, una encarnación diabólica de los poderes malignos que se han hecho con el control de la maquinaria futbolística europea. Los jeques son amos y señores de viejos clubes de toda la vida. Han comprado las marcas, han puesto nombres a sus estadios, han hecho de los equipos el objeto de capricho de nuevos ricos, ajenos y extraños. Han generado los clubes-estado: el París St. Germain, el Manchester City, el Nottingham Forest, etc...

Pero la xenofobia o el racismo subyacente, que opera de lo lindo en esta corriente de malestar difuso y contradictorio, no empece para que los petrodólares sean muy bien venidos cuando se trata de consolidar, mejorar y ennoblecer las plantillas de jugadores. La locura de los fichajes es una enfermedad senil del fútbol que mina los fundamentos sociales de este deporte, quizás el más popular de todos, el más auténticamente conectado con las raíces más modestas de las sociedades europeas. El deporte de las clases trabajadoras en sus orígenes es hoy un monstruo del desclasamiento deportivo. El llamado fútbol base languidece en las profundidades de zonas vaciadas o en la sordidez de la marginación social, económica y deportiva. Las luces de los estadios futuristas donde, cuando no se juega al balón, se acuerdan tratos millonarios y se ejercen influencias políticas sin cuento, contrastan con la oscuridad de un vivero del que sólo sobreviven los llamados a ser estrellas, dígase activos financieros.

Se ha recordado estos días, con visible oportunismo, que el Mundial anterior se celebró en Rusia, cuatro años después de la ocupación de Crimea, cuando todavía Putin era un socio útil, con el que se podía y quería negociar, pese a su controvertido papel en la guerra de Siria. Algún ruido hubo, pero algún que otro oligarca ruso era el dueño del histórico Chelsea en Londongrado. Por las tribunas de los estadios de Moscú y San Petersburgo pasaron los dirigentes europeos sin demostrar demasiado incomodo. Como habían hecho años antes por el Pekín de las galas olímpicas, antes de que el discurso oficial hiciera de China el rival sistémico y de Rusia el enemigo prioritario. Las condenas internacionales en los tráfagos deportivos son enormes operaciones de propaganda temporal, que el vértigo de las competiciones reduce a basura y olvido.

En esta hojarasca de críticas, algunas bienintencionadas, otras simplemente hipócritas y la mayoría mal informadas, parecen quedar fuera de focos otros actores emergentes en el Planeta Fútbol con ambiciones similares sino mayores. EEUU se quiere sumar al negocio, tras unos inicios vacilantes y dificultosos, en los que las inercias deportivas y empresariales poco ayudaron.

La concesión del Mundial a Qatar en 2010 provocó una enorme irritación entre quienes habían apostado fuerte para llevarse la competición al otro lado del Atlántico, con Bill Clinton como agente visible de la operación de relaciones públicas. Se dice que desde Washington se han movido no pocas palancas para perseguir hasta el final a los protagonistas de la trama que otorgó al emirato el premio gordo. A la espera de las resoluciones judiciales en marcha, el país más poderoso del mundo ya obtuvo su compensación: Estados Unidos organizará el Mundial siguiente (2026), junto con Canadá y México, en una especie de joint-venture, que engrasará esa enorme zona de libre cambio diseñada en el NAFTA (Tratado de Libre Cambio en el Norte de América), precisamente cuando Clinton moraba en la Casa Blanca.

De Qatar a Estados Unidos-Canadá-México (éste último país como legitimador de la esencia futbolera frente a la condición de los otros dos socios neófitos del triunvirato), el Planeta Fútbol gravitará en una órbita inacostumbrada en casi una década. Pero sólo para las masas fieles y descuidadas de este deporte, no para su verdadero motor actual, el que condiciona su realidad cotidiana y secuestra su futuro: el dinero y el poder.

 

NOTAS

(1) “Attribution du Mondial au Qatar: Nicolas Sarkozy, Michel Platini et le rachat del PSG au coeur de l’enquête de la justice française”. RÉMI DUPRÉ y SAMUEL LAURENT. LE MONDE, 14 de noviembre.

(2) “The political debate swirling around the World Cup in Qatar”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 14 de noviembre”

(3) “The World Cup is tarnished. Should fans enjoy it anyway? THE ECONOMIST, 12 de noviembre.

ESTADOS UNIDOS: LA INANIDAD ELECTORAL

11 de noviembre de 2022

Las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos han dejado un sabor de desgracia evitada o de alivio inesperado. La llamada “ola roja” (color del Partido Republicano) o el impulso decisivo para el regreso de Trump a la Casa Blanca no se han confirmado.

Según los resultados aún provisionales, el Partido Demócrata tiene serias posibilidades de mantener el control del Senado. Tardará en saberse. El escrutinio es muy apretado en Arizona y Nevada, donde se cuenta y verifica ahora el voto anticipado. Uno de los escaños de Georgia tendrá que dirimirse de nuevo (como hace dos años), al no conseguir ninguno de los contendientes el 50% de los votos. En la Cámara de Representantes, los reds  avanzan, pero menos de lo esperado. La mayoría de los candidatos que han hecho carrera al rebufo del anterior presidente hotelero han sido derrotados, en algunas ocasiones por otros concurrentes más tradicionales de Partido Republicano. Y no menos importante, la movilización demócrata ha permitido que en algunos estados (California, Michigan, Kentucky y Vermont) se hayan aprobado medidas para garantizar el derecho al aborto (1)

EL FRENAZO DE TRUMP

Los liberales o los conservadores tradicionales pueden sentirse moderadamente contentos, pero conviene señalar que el trumpìsmo no ha sufrido un daño irreparable. Por lo siguiente:

a) Trump es él y sólo él. Su popularidad es personal, no ideológica o política. Los proyectos de ultraderecha que respalda (como el racismo o el supremacismo blanco, la xenofobia, el odio racial, la persecución u hostigamiento de las minorías, el ataque a los avances y conquistas socio-culturales, etc.) son puramente instrumentales. Le sirvieron para dinamizar a una masa social descontenta con los cambios culturales impulsados por los sectores más activos de la democracia norteamericana.

b) Los que se han aprovechado del tirón de Trump en los últimos seis años pueden deshacerse con relativa facilidad de su legado y reivindicar nuevos enfoques ultraconservadores más presentables, pero no menos dañinos. Uno de los vencedores en estas elecciones, el candidato al Senado por Ohio, J. D. Vance, no mencionaron ni siquiera de pasada al expresidente en sus primeras palabras tras resultar electo. Otros incluso ya dejaron traslucir cierto alejamiento de su aparente “inspirador” político.

c) Los republicanos utilizaron a Trump en 2016 para canalizar el rechazo a Obama y la repulsa contra Hillary. Luego, el asunto se les fue de las manos. Después del 6 de enero (asalto al Congreso), el partido ha adoptado una posición ambivalente. Sin adoptar por completo el discurso incendiario del derrotado, han dejado que flotaran las dudas sobre la legitimidad de las elecciones de 2020. Perciben la debilidad de la administración Biden y harán lo que haga falta para que eso tenga consecuencias políticas concluyentes en 2024. Por ahora, nada está decidido. El establishment republicano puede lidiar con la disminución del impulso de Trump o volver a subirse a su carro si ocurre lo contrario (2).

d) Se ignora sobre qué bases va a construir Trump su plataforma política de regreso, aparte de la patraña del fraude electoral. La inflación ha sido el factor más rentable ahora y, de no aclararse el panorama internacional, puede serlo también en 2024, si continua la guerra. Algunos reps ya plantean limitar o condicionar el apoyo a Ucrania (nada de cheques en blanco, dicen). Asesores de política exterior debaten si el Partido debe volver al internacionalismo activista de Reagan o atrincherarse en un aislacionismo de miras más estrechas (3).

EL DILEMA DEMÓCRATA

En el campo demócrata, más allá de haber parado el impacto de una derrota sin paliativos que hubiera condenado irremisiblemente a la actual administración, las incógnitas de la segunda parte del mandato de Biden siguen abiertas.

La primera (no necesariamente la más importante, pero sí la que genera más atención mediática y politiquera) es si el actual Presidente aspirará a la reelección, debido a su edad y al alcance limitado de sus ambiciones reformistas. En realidad, hay un falso enfoque en la significación de estos años en la Casa Blanca. Biden quiso aprovechar el desafío del cambio climático y de la creciente hegemonía china para lanzar un ambicioso programa de inversiones públicas. Pero el obstruccionismo de algunos senadores de su propio partido y una estrategia un tanto confusa, así como su escaso vigor personal y político, echaron su empeño por tierra. Al menos parcialmente. A base de presiones y pasteleos, el programa se diluyó y minoró y, aunque aún se trata de un esfuerzo importante, la sociedad no lo percibe. Y lo que es más importante, tampoco las propias bases del partido demócrata.

En la plutocracia norteamericana se tiende a confundir los intereses de las élites políticas, económicas, mediáticas y sus correas de transmisión sociales (como sindicatos, grupos religiosos o asociativos) con las necesidades de la mayoría. Lo cierto es que más de la mitad del electorado potencial no tiene el mínimo interés de participar, y resulta insensible a las contiendas políticas, incluso cuando vienen adobadas del picante trumpiano o de episodios dramáticos como el del 6 de enero. Para una sociedad que asiste con escepticismo a la conculcación del derecho básico a la salud, la violencia policial, las matanzas en escuelas y lugares públicos por el uso y abuso de armas privadas, la degradación imparable de las condiciones de vida en las inner cities (medios urbanos degradados), o al perverso sistema de designación de los jueces del Supremo, el tibio discurso demócrata no tiene la fuerza motivadora suficiente para generar una nueva dinámica política.

LA DEBILIDAD DE FONDO

Estos días asistimos a los análisis casi unánimes de la prensa liberal sobre la salvación de la democracia, sólo porque los “candidatos de Trump” han sufrido, por lo general, un severo correctivo. Y se tiende a exagerar el éxito del esfuerzo de Biden por defender el sistema democrático, la credibilidad de las elecciones y la fortaleza de las instituciones. El formalismo del Presidente sólo llega a quienes no se sienten marginados o castigados por el sistema.

Lo cierto es que todo ello es cuestionable. Las elecciones en Estados Unidos no serían homologables en Europa. Pero no por las razones arteras que despliegan Trump y sus acólitos interesados, sino por todo lo contrario. No es el fraude el problema, sino las limitaciones al ejercicio del derecho de voto, la mil y una trapacerías que privan a los ciudadanos de emitir su sufragio (disenfranchisement). Por no hablar de una estructura socio-política que desincentiva la participación y genera un rechazo pasivo pero sostenido del sistema.

De todo ello se habla poco o nada en los grandes medios, liberales o conservadores, y ese relato dominante es el que se filtra a Europa y el que se asume con naturalidad y sin apenas espíritu crítico. Las elecciones de mitad de mandato, como cualquier otra, solo producen La promoción de carreras en curso (como la del presidenciable Ron de Santis, en Florida) y ajustes entre familias políticas más afines de lo que admiten unos y otros. El frenazo a Trump contenta a los sectores liberales y pone en guardia a los conservadores. Con eso basta para construir los discursos políticos en este tiempo. El resto permanece en la oscuridad de análisis y debates.


NOTAS

(1) “These are Tuesday’s  most important midterm election results. THE WASHINGTON POST (Editorial), 10 de noviembre; “6 takeaways from the 2022 elections”. AARON BLAKE. THE WASHINGTON POST, 9 de noviembre.

(2) “Election denial didn’t play as well as Republicans hope”. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(3) “The fight for the future of Republican foreign policy”. WILLIAM INBODEN. FOREIGN AFFAIRS, 9 de noviembre; “The ‘Florida man’ shaping U.S. foreign policy”. AMELIA CHEATHAM. FOREING POLICY, 26 de octubre.