12 de Junio de 2014
Brasil
comienza 'su' mundial perdiendo, sin ni siquiera haber pisado el césped, con un
gol en propia meta 'marcado' por las protestas de una buena parte de la
población, incluidos muchos aficionados al fútbol. Las últimas encuestas
fiables indican que sólo uno de cada tres brasileños consultados estima que el
Mundial de Fútbol tendrá consecuencias positivas para el país, mientras el
resto teme lo contrario (1).
FUTBOL,
NEGOCIOS Y POLÍTICA
Había
antecedentes, claro está, de cómo un acontecimiento deportivo que levanta
grandes expectativas de beneficios económicos y sociales termina convirtiéndose
en una losa o una pesadilla. El ejemplo de los Juegos Olímpicos de Grecia
quizás sea el más reciente. Deporte,
negocios y política -contrariamente a lo que muchos ingenuos o descuidados
comentaristas deportivos sostienen- suelen ser inseparables. El fútbol es la 'única
superpotencia' en el mundo del deporte. Sólo los Juegos Olímpicos rivalizan
en interés.
El
Mundial de Brasil ha costado ocho mil millones de euros. No todo es gasto, como
se ha recordado innecesariamente. El país organizador de un evento así
desencadena un proceso de inversiones de gran calado y alcance cuyos beneficios
se contabilizan, en su mayor parte, más allá del acontecimiento o de las
propias infraestructuras deportivas. Ese es precisamente el tipo de cálculo (o de
ensoñación) de quienes tanto entusiasmo pusieron, por ejemplo, en la
candidatura olímpica de Madrid en dos fallidos intentos consecutivos.
Las
Olimpiadas o los Mundiales de fútbol representan una oportunidad política para
dirigentes y/o regímenes en apuros. La proyección pública es relativamente
fácil de traducir en propaganda. Desde los Juegos de Berlín, en la Alemania nazi,
pasando por el Mundial futbolístico de la Argentina de los generales golpistas,
a la muy reciente cita invernal de Sochi, en Rusia, abundan los ejemplos. En
otras ocasiones, esas magnas convocatorias deportivas sirven para promocionar
un país, o simplemente para perfilarlo con más nitidez en el mapa, en un
momento de especial interés (caso de Barcelona, en el emblemático año 92).
CAMBIO
DE FORTUNA
En
Brasil' 2014 se reunían, a priori, algunos de estos supuestos. En el momento de
confirmarse la organización del campeonato, 2007, el país se encontraba en el
cénit de su condición de país emergente, combinación exitosa de crecimiento
económico y avance social, bajo el gobierno de Lula Da Silva, el carismático
dirigente sindical que, con tesón y pragmatismo, había conseguido alcanzar la
presidencia de la República cinco años antes.
La
coyuntura internacional y los aciertos del gobierno hicieron posible el periodo
más exitoso en la historia reciente de Brasil. No se pensó, o no se quiso
pensar, que esa prosperidad, la disponibilidad de fondos públicos, el ánimo
inversor y el optimismo social iban a agotarse o debilitarse tan pronto.
La
aceleración del desarrollo tampoco significa, históricamente, la mejora de las
condiciones de gestión, transparencia y distribución de la riqueza. La corrupción,
muy extendida y profunda en numerosas zonas del planeta, adquiere dimensiones
escandalosas en Brasil, forma parte de su cultura política y de su tejido
social. El crecimiento económico no debilita este cáncer, sino que lo estimula,
protege y expande.
En
el ensayo general del Mundial que representó el año pasado la Copa
Confederaciones, se dispararon las alarmas. La Presidenta Rousseff se vio
castigada por las movilizaciones sociales más amplias y combativas desde la
llegada de la izquierda al poder, hace más de una década. Poco importó que en
una década la pobreza se hubiera reducido más que nunca antes en el país (20
millones de brasileños han dejado de ser técnicamente 'pobres'), que los
programas sociales de Lula/Rousseff y el aumento continuo del salario mínimo
hayan mitigado lo que el programa reformista no es capaz de solventar, o que
las clases medias disfruten de servicios antes vedados. La población
descontenta empezó a pedir transportes modernos, más y mejores hospitales, una
educación más amplia e inclusiva.
En
sólo tres semanas, la popularidad de Dilma Rousseff se redujo casi treinta
puntos (del 57 al 30 por ciento). Coincidieron tres elementos negativos: la
desaceleración económica (el crecimiento pasó del 7,5% en 2010 al 1% en
2012), debido a la contracción del
comercio mundial; el aumento de los
precios; y las informaciones cada día
más precisas y detalladas sobre lo que iba a costar el Mundial.
Este
último factor decisivo ha sido decisivo. La demora en la ejecución de las obras
es un recurso habitual de los promotores de este tipo de construcciones para
inducir ansiedad en los responsables y obtener de ellos el pago indiscutido de
cantidades adicionales, siquiera exorbitantes, para cumplir con unos plazos
inamovibles. En Brasil, el sobrecoste ha alcanzado el 300%, sólo en la
construcción de los estadios: pura delincuencia organizada. El 'evento
deportivo del siglo' dejó de percibirse como un estímulo. Empezaron a
perfilarse las críticas al exceso, el despilfarro, la desmesura, la desorganización,
la mala planificación y la deshonestidad.
Este
malestar coincidió con la eclosión de las nuevas formas sociales de protestas,
menos controladas o dirigidas, más espontáneas, en términos generales, y por
tanto más difícil de canalizar. Ahora se pide más porque se percibe que puede
obtenerse más. El beneficio no ha sido sólo material. La izquierda ha promovido
una actitud social más exigente. Por eso, tampoco es sorprendente el efecto
boomerang que representa favorecer la crítica y recibirla.
TIEMPO
PARA REMONTAR
Así
las cosas, Dilma Rousseff trata de hacer virtud de la necesidad. En una
entrevista reciente admitía los fundamentos de la protesta: "Los servicios
crecieron menos que la renta (...) las clases medias tienen más deseos, más
demandas". Pero, a pesar de la frustración social, la Presidenta considera
que el Mundial "ofrece la oportunidad de fortalecer la posición de Brasil
en la escena mundial" (2).
Por sus orígenes, su trayectoria y su
condición de mujer, no es una entusiasta del fútbol. Pero tiene la suficiente
intuición como para presumir que en Brasil no hubiera sido prudente renunciar a
un Mundial, que ha sido conquistado cinco veces, siempre lejos del suelo patrio.
Este año apunta a ser la gran oportunidad de enterrar la gran decepción
histórica de 1950, cuando se perdió la final contra Uruguay en Maracaná.
A
ello hay que sumar la "conspiración del calendario". En octubre se celebran elecciones presidenciales
y legislativas. La candidata del PT sigue siendo la favorita, en gran medida
porque los candidatos alternativos (en el centro y la derecha) no terminan de
resultar convincentes (3). El resultado del Mundial no será un factor
despreciable en el veredicto electoral.
Si Brasil gana (no vale cualquier otro resultado), el clima de malestar se
diluirá en gran parte. A los futbolistas (un grupo de desclasados, de una
extracción social de miseria y una realidad actual de privilegio), les
otorgarán el rango de héroes nacionales. Aunque hayan empezado el partido con
un gol simbólico en contra, habrán remontado y hecho de nuevo 'realidad'
ese futbolero dicho de que 'Dios es brasileiro'.
(1) "Brazilian Discontent Ahead of World Cup". PEW RESEARCH CENTER, 3
junio 2014.
(2)
"Brazilian President rejects criticism over World Cup". NEW YORK
TIMES, 3 junio 2014.
(3) Un buen análisis de las opciones electorales en
"Brazil Ebbing Tide". MATTHEW TAYLOR. CURRENT HISTORY, Febrero 2014