EL MALESTAR DE LAS REVOLUCIONES ÁRABES

14 de abril de 2011

Un creciente malestar se apodera de los líderes políticos, de la opinión pública y del sector más activo y preocupado de la ciudadanía occidental, a medida que el proceso de cambios en el mundo árabe se complica y enturbia.
LIBIA. La intervención militar se prolonga, debido a una combinación de factores que no presentan una clara y fácil solución a corto plazo, a saber:
- la oposición al régimen de Gadafi no parece capaz de articular un proyecto confiable a corto plazo, por mucho que recibe avales y gestos precipitados de legitimidad por parte de sus protectores occidentales
- la solución militar se antoja dudosa, por la incompetencia, falta de preparación, confusión e inadecuación de apoyo sobre el terreno; es cierto que la situación puede cambiar de forma rápida, pero no termina de vislumbrarse cómo y mediante qué palanca.
- las discrepancias en la Alianza Atlántica pueden resultar lógicas y hasta razonables, incluso positivas, porque reflejaría la pluralidad de puntos de vista y la relativa autonomía de juicio de sus integrantes; pero deja una impresión incómoda que esas diferencias respondan en muchas ocasiones no ya a intereses nacionales, como se ha dicho tantas veces, sino a las urgencias políticas de los dirigentes de cada aliado.
- el habitual cansancio de los medios de comunicación y de la opinión pública, que esperaba una campaña más contundente y que, si bien la resistencia de Gadafi podría prolongarse durante unas semanas, no parecía contemplado de antemano que el máximo dirigente libio estuviera en condiciones de revertir la situación y encontrarse en condiciones de negociar con cierto margen su apartamiento pactado del poder.
Mientras se gestiona lo mejor que se puede el estancamiento en Libia, se contempla con preocupación los procesos de cambio en otros países ya sacudidos por la revolución o en expectativa o riesgo –según el enfoque ideológico en cada caso- de verse arrastrados por ella. Repasamos los principales escenarios.
-SIRIA. Se acabó el mito de la estabilidad, como elemento sustentador de la situación excepcional del régimen de Damasco. Las protestas sociales y políticas en Siria han superado la etapa inicial de demandas de reformas para entrar, de forma inequívoca en la exigencia de un cambio de régimen. Todas las esperanzas de reformismo prudente que despertó Bachir al Assad se esfumaron hace tiempo. Su decepcionante discurso en el Parlamento, en el que la calle esperaba una cosa y el amedrentado Presidente ofreció otra muy distinta parece haber marcado el punto de inflexión. El diario francés LE MONDE aseguraba recientemente en un editorial consagrado a este asunto que “los días del Estado baasista heredados de Hafez El Assad (…) estaban contados”. En parecidos términos se expresan representantes de las organizaciones de derechos humanos que se han atrevido a aparecer con sus opiniones en los medios occidentales. Bajo el seudónimo colectivo de Mustafá Nour, un número indeterminado de activistas publicó hace unos días un artículo de considerable extensión al respecto, en el que parecían dispuestos a perder pública y demostrablemente el miedo.
Este grupo de opositores relacionado con las protestas de ong’s de antigua y nueva cuña se preocupa de denunciar la supuesta seguridad de Siria, con denuncias que parecen justificadas y ajustadas. Para un país que vive desde 1963, casi cincuenta años, en estado de emergencia, las promesas de reformas y cambios del desacreditado Bashir El Ássad suenan ya a música celestial. Assad no cede, pero lo hará tarde o temprano, pronostican observadores y contestatarios dentro y fuera del país. El régimen ha dado algunas muestras si no de debilidad, sí al menos de preocupación, como por ejemplo las concesiones a kurdos (promesa de concesión de ciudadanía, reconocimiento del nuevo año como fiesta en todo el Estado) e islamistas moderados (cierre de un casino, rehabilitación de profesoras suspendidas por llevar el niqab, autorización para un canal de televisión por satélite, etc.). Se trata, por supuesto, de pequeños gestos, pero indicarían la voluntad del régimen de neutralizar la extensión de las protestas en sectores propicios al descontento, según THE NEW YORK TIMES. El incremento de la represión, la elevación de la cifra de muertos como consecuencia de las intervenciones policiales cada vez más duras y sangrientas reflejarían el temor de las autoridades a la pérdida del control. Algunos analistas consideran que en el interior del régimen se está produciendo un sordo debate sobre la mejor estrategia a seguir. Pero la decepcionante intervención de Assad ante el Parlamento terminó de desanimar a quienes todavía creían en una rectificación del supuesto ‘presidente reformista’.
EGIPTO. Vuelven las manifestaciones y protestas, como síntoma de una insatisfacción que no debería sorprender. A pesar de que se han ido tomando medidas que permitirían confiar en la institucionalización de un nuevo sistema político más abierto, los sectores sociales más dinámicos, más impacientes o más lúcidos que propulsaron la revolución han dejado ver claramente su desconfianza. Estos últimos días hemos podido leer en la prensa occidental algunos relatos sobre ‘microrevoluciones’ en pequeños ámbitos sociales, donde el ‘viejo régimen’ parece intacto. El Ejército, al que se respetó de forma inteligente para evitar un baño de sangre y favorecer el triunfo de la revolución, muestra resistencias esperables a un cambio demasiado profundo de las estructuras. Como dice en el NEW YORK TIMES Nabil Fuad, un general retirado y ahora profesor de asuntos estratégicos, los militares egipcios “no están preparados para la tarea que están acometiendo”. Dicho de otra forma, no se puede esperar que se comporten como demócratas de la noche a la mañana. Que Mubarak y sus hijos hayan sido puestos en una especie de arresto domiciliario y que se les vaya a investigar por supuesta corrupción parece una respuesta táctica a este rebrote de protestas en la calle. Habrá que esperar para ver si existe una voluntad real de seguir purgando los focos dictatoriales.
BAHREIN. Después de una pequeña pausa, las protestas se reanudaron desde primeros de este mes. La respuesta del gobierno ha sido fundamentalmente represiva. Portavoces de la oposición y medios independientes locales han denunciado la generalización de los malos tratos y las torturas en cárceles y centros de detención y la generalización de persecuciones y despidos laborales. La presencia palpable de fuerzas de seguridad saudí ha creado fuerte incomodidad en Washington. Pero no hay señales de que esto vaya a traducirse en una suerte de reprimenda. La reciente visita del Secretario de Defensa Gates a Arabia ha estado envuelta de una notable discreción. Se ignora si la administración de Obama ha obtenido un compromiso de contención por parte del rey Abdullah, al que se le considera muy molesto por lo que considera un abandono norteamericano de sus leales aliados en la zona.
YEMEN. Crece la sensación de que el Presidente Saleh parece decidido a defender su suerte y resistir hasta el final, si no obtiene compromisos satisfactorios acerca de la preservación de los intereses de sus allegados. La preocupación norteamericana se centra exclusivamente en salvar lo salvable del dispositivo anti-Al Qaeda en el país y puede apostarse a que apoya cualquier opción que se lo garantice mínimamente.
En definitiva, lo que hace un par de meses se contemplaba como un proceso imparable e irreversible a favor de la libertad y la democratización, se percibe ahora como un escenario cargado de dudas y temores. La respuestas represivas e incluso involucionistas cobran fuerza, ante una cierta complacencia occidental.