LA ANUNCIADA AUTODERROTA DEMÓCRATA

29 DE OCTUBRE DE 2010

Sondeos, pronósticos y pálpitos predicen una derrota de los demócratas en las elecciones legislativas del martes en Estados Unidos; y, en consecuencia, una alteración en el equilibrio de poder. Nótese el significado del augurio: derrota de los demócratas, no triunfo de los republicanos.
No es una cuestión semántica ni baladí. El cambio de mayoría, más probable en la Cámara de Representantes que en el Senado, obedecería, según casi todos los análisis y desde casi todas las sensibilidades políticas, fundamentalmente a los errores o cortedades del partido que ha dominado estos dos años la Casa Blanca y el Congreso, y no tanto al entusiasmo o las ilusiones que despertarían las propuestas de sus oponentes republicanos.
Pero este análisis es demasiado incompleto, porque resulta de capital importancia para entender el sentido de estas elecciones identificar quienes son los demócratas y que han hecho para llegar a esta situación, teniendo en cuenta que hace apenas dos años parecían investidos de un vigoroso caudal de confianza ciudadana.
PÉRDIDA DE IDENTIDAD
La primera consideración es que el Partido Demócrata no ha sabido presentar y defender una estrategia integral y no ha tenido el coraje de apostar decididamente por el cambio que se prometía desde la Casa Blanca, bajo el liderazgo inicialmente poderoso del Presidente Obama.
Esas vacilaciones existían ya antes del triunfo en 2008. A duras penas, importantes grupos y dirigentes del partido se sintieron participes de un rumbo político del que desconfiaban profundamente. Unos, porque no compartían el potencial de cambio que impulsaban ciertos sectores más progresistas que el propio candidato presidencial; otros, porque nunca creyeron en la determinación del exitoso líder, más allá de slogans eficaces e ilusiones con fecha de caducidad demasiado cercana; y no pocos, porque anticipaban que las consecuencias de algunos políticas reformistas presentarían dificultades y contradicciones insalvables a corto plazo en sus ámbitos territoriales de poder, estados o distritos.
El caso de la vacilante reforma sanitaria representa el caso más claro. Pero no menos importante han sido el débil blindaje ante un nuevo ciclo de finanzas especulativas, las insuficientes medidas de estimulo económico y los desmayados esfuerzos por recuperar el empleo. En ninguno de estos grandes ejes de la gestión presidencial, los demócratas han sabido presentar un frente común y un esfuerzo decidido, mientras sus adversarios se empleaban a fondo en la descalificación, la manipulación, la confusión y la demagogia, como ha vuelto a señalar Paul Krugman en su último comentario para THE NEW YORK TIMES.
La inmensa falacia de que Obama representaba la vuelta del Big Government, de la intervención estatal masiva, ha terminado prendiendo en una clase media obsesivamente conservadora por instinto y por (mala) educación. De ahí a presentar una révalida demócratas en las dos Cámaras como preludio de una presión fiscal creciente, un gasto público desmandado e inevitable tensiones deficitarias en las cuentas estatales sólo iba un paso.
No obstante, insistimos en que no debe verse en la movilización antigubernamental, de distinta procedencia y alcance, la clave de la crisis demócrata y su probable derrota electoral. El foco habría que ponerlo en la debilidad de la estrategia gobernante a ambos lados de la Avenida de Pensylvania.
Las vacilaciones de Obama en todas las políticas señaladas provocó la indecisión de sus correligionarios en distritos tensionados por la combatividad conservadora, ya fuera de los republicanos, ya de los pseudo-ácratas derechistas del Tea Party. A su vez, la inhibición, cuando no la hostilidad, de importantes núcleos demócratas incrementó las dudas de la Casa Blanca y agudizó la tendencia de Obama a contentar a todo el mundo, pensando que de esa forma apaciguaría a la oposición, ganaría tiempo y el alivio de la incipiente recuperación alumbraría un escenario político más propicio para recuperar la dinámica reformista.
Como quiera que la recuperación económica se ha hecho esperar más de lo previsto, poniendo en evidencia la debilidad del estimulo público, y las divisiones entre los demócratas más intensas de lo habitual en la ya de por si escasamente solidaria dinámica política estadounidense, la estrategia electoral de los demócratas se ha quedado sin tiempo y sin discurso ganador. Ni siquiera reconocible.
Lo paradójico del asunto es que aquellos demócratas que, por convicción o por oportunismo, marcaron sus distancias con respecto a la Casa Blanca y se posicionaron más rotundamente contra el impulso reformista, son los que ven más comprometida su posición electoral. Una evaluación del WALL STREET JOURNAL , esta misma semana, señalaba que la mitad de los llamados Blue Dogs (Perros azules), los demócratas situados más a la derecha del partido, corren peligro de perder su puesto en la Cámara Baja. Algunos incluso se han retirado ante y la mayoría pasarán una noche de infarto. Ni siquiera sus líderes tiene asegurada la reelección, sino todo lo contrario. El diario estima que los “perros azules” pueden verse recortados a la mitad en la nueva Cámara. En cambio, algunos de los representantes con opinión más progresistas (es un decir: liberales, en la jerga política estadounidense), afrontan un panorama más prometedor. Lo cual significará que, si se confirman los augurios, los demócratas volverán a ser minoría parlamentaria, pero el peso de la izquierda, o más precisamente del centro izquierda, será mucho mayor que ahora.
TRES ESCENARIOS Y MEDIO.
Esta ironía electoral se contempla con distinto humor por analistas neutrales -ni claramente partidarios ni declaradamente hostiles- al proyecto político de Obama. Es evidente que reforzará la polarización política en Washington, lo que no debe ser del agrado del presidente, porque le obligará a dedicar más tiempo a extender puentes ya acreditadamente zozobrantes. Pero, por el contrario, le exigirá menos energía para asegurar la coherencia en el respaldo de los suyos. A partir de esta situación, se abren tres escenarios y medio.
-Que los resultados superen a los pronósticos más catastróficos de derrumbamiento demócrata, con superioridad clara de los republicanos en la Cámara y suficiente en el Senado: de poco le valdría entonces a Obama un caucus demócrata más progresista.
-Que la nueva mayoría republica se instaure en las dos Cámaras, pero con números muy justos que le otorguen a la Casa Blanca capacidad de maniobra para acuerdos bipartidarios: la cohesión del discurso progresista no está garantizada, por mucho que se hubiera debilitado la corriente derechista, porque aflorarán nuevos oportunismos.
-Que los republicanos obtengan la mayoría en la Cámara de Representantes pero los demócratas conserven un margen suficiente de ventaja en el Senado: el Presidente podría apoyarse en esta división del legislativo para reforzar el liderazgo de la Casa Blanca y apelar al patriotismo en favor de sus políticas, en todo caso forzosamente retocadas y desnaturalizadas.
Y hay un medio escenario añadido. Si los candidatos republicanos más moderados salen debilitados en favor de quienes han flirteado con los ultraconservadores de los teaparty, podría producirse otra paradoja interesante. La estrategia a largo plazo del partido republicano se convertiría en rehén de propuestas más radicales que podrían alentar la movilización en 2012 no sólo de la base social claramente progresista, sino incluso de los sectores centroizquierdistas más moderados.