INFORME MUELLER: EL HUMO Y EL FUEGO

27 de marzo de 2019

                
Por fin hay informe Mueller, pero el informe Mueller no es fin del Rusiagate. El fiscal especial que ha investigado durante casi dos años las controvertidas relaciones del equipo de campaña de Trump con el Kremlin ha rendido cuentas al Fiscal General, William Barr, quien ha remitido un extracto del informe, no el texto completo, a los líderes del Congreso, junto a su particular interpretación, más favorable a Trump de lo que el propio informe sugiere.
                
UN FINAL ABIERTO
                
El informe Mueller resulta intrigante por lo que dice y por lo que no dice. O por lo que se sabe que dice y no dice. Tan significativas son sus afirmaciones como sus inhibiciones.
                
1) No se ha podido probar que existiera colusión entre Trump o miembros de su equipo de campaña y agentes rusos para influir en las elecciones presidenciales de 2016.
                
2) No se pronuncia sobre un posible delito de obstrucción a la justicia por parte de Trump y asociados. Para ser claros: el investigador se abstiene de exonerar al presidente. En  cambios, el fiscal general sí lo hace, quizás apresuradamente, al señalar que si no hay delito no puede haber obstrucción, lo cual es discutible.  Barr da un paso más al argumentar que no se han podido establecer una “intención corrupta” en el comportamiento del entorno de Trump. Al fin y al cabo, como dice el NEW YORK TIMES, Barr ha hecho lo que Trump esperaba que hiciera cuando lo nombró, para reemplazar al ultraconservador pero díscolo Sessions (1).
                
Una frase del editorial del WASHINGTON POST sobre la investigación de las relaciones de Trump con Rusia durante el periodo electoral capta con brillantes el momento político norteamericano: “Where there is smoke, there is not always fire”: Que haya humo no siempre quiere decir que haya fuego (2).
                
Las incógnitas persisten y seguirán abiertas, incluso después de que se conozca todo el contenido de la investigación. A juzgar por las conclusiones que el fiscal general ha entregado al Congreso, Mueller se abstiene de calificar jurídicamente comportamientos a falta de pruebas concluyentes: sólo los describe o los señala. Por tanto, la serie continuará. Hay humo, no se ha declarado un incendio general, pero quien sabe si hay fuego no localizado aún.
                
Hay que recordar también que las controvertidas relaciones de Trump con la Rusia de Putin no es el único asunto que proyecta negros nubarrones sobre su figura pública y privada. Hay varias causas pendientes en el estado de Nueva York relacionadas con sus negocios, sus prácticas fiscales, sus estrategias crediticias, sus presuntos encubrimientos de sobornos a testigos de conductas sexuales lesivas o incómodas para sus propósitos electorales, etc. En total 199 cargos criminales, 37 acusaciones o declaraciones de culpabilidad y cinco sentencias de prisión ya firmes para antiguos operativos y colaboradores. En definitiva, Trump sigue estando bajo sospecha. Por Rusia y por Trumplandia (3).
                
LA DIVISIÓN POLÍTICA GARANTIZA LA PROLONGACIÓN DE LA POLÉMICA
                
Los republicanos respiran aliviados, porque no se ven en la obligación de defender contra corriente a su teórico líder político. Lo han hecho de mala gana durante dos años, excepto algunos pocos convencidos, más por el cálculo político de no incomodar a la base social trumpiana que por convicción sincera. Pero también están los alienados con el Presidente, algunos con la furia de los conversos como el senador Graham, que ya ha amenazado con investigar al FBI y, en particular, a su exjefe Comey.
                
Trump ha cantado victoria. Ha hecho una interpretación sesgada del resultado, desde luego. Aunque inicialmente pareció que iba a mostrarse más contenido de lo habitual, la prudencia le duró horas. Ya está de nuevo entregado a insultos y descalificaciones (“son unos traicioneros”, ha dicho de quienes respaldaban una investigación exhaustiva). Comentaristas no necesariamente afines intuyen que sus opciones de reelección son más sólidas ahora que hace dos meses, tras el desgaste del cierre del gobierno o la polémica por el muro fronterizo. Se esperan con impaciencia las encuestas para comprobar si hay indulto social.
                
En los demócratas afloran distintas sensibilidades pero todos coinciden en una cosa: Barr tiene que hacer público todo el informe Mueller, para superar esta fiebre especulativa sobre lo que investigador dice o no dice, insinúa o no insinúa, sugiere o no sugiere, recomienda o se inhibe. Esa es una batalla unificadora en el partido y en esa se concentran ahora todas las tendencias, sabedoras de que más tarde volverán a surgir las desavenencias de familia.
                
EL ALCANCE DE LA DIVISIÓN DEMÓCRATA.
                
La división demócrata sobre la estrategia a seguir con el caso Trump no será fácil de resolver. Los más moderados tienen aversión a un conflicto demasiado agudo. Les repulsa Trump, pero aspiran a recuperar ese electorado tradicional que gravita entre los dos grandes partidos, en los estados oscilantes de los grandes lagos y el sureste. Demasiada hostilidad hacia Trump les aleja del objetivo electoral.
                
El sector centrista no pretende dejar de presionar al presidente hotelero, pero cree que se le debe derrotar en las urnas y no empeñarse en un casi imposible proceso de destitución en el Congreso. Para esta corriente, la batalla no es ya la eliminación política prematura de Trump, sino las respuestas a los problemas que más preocupa al electorado: inmigración, sistema sanitario, política fiscal, etc,
                
El ala izquierda, en claro auge tras los resultados legislativos de noviembre, presiona para que se supere la pesadilla del trumpismo y se persiga con todos los medios legítimos disponibles las irregularidades innumerables del empresario-candidato-presidente. Esta corriente no establece una distinción entre establecer la responsabilidad de la actual Casa Blanca y la lucha por una sociedad más justa. Son las dos caras de la misma moneda.
                
En los dos próximos años asistiremos a dos batallas en Washington: la tradicional, que entablaran demócratas y republicanos por la Casa Blanca; y la que el partido del Barrito librará en su propio seno por definir su estrategia. Pragmatismo versus principios. Eficacia frente a autenticidad. Reforma continuista frente a cambio sustancial.
                
Nunca antes el debate interno demócrata se ha planteado en términos tan nítidos. Nunca ha tenido el ala izquierda tanta pujanza, tantos líderes como ahora. Bien es verdad que no todo el ala progresista actúa al unísono. Hay muchas voces y un riesgo más que alto de cacofonía, de confusión. Estas discrepancias no se corresponden solamente con el campo de actuación: candidatos y congresistas. En cada uno de ellos se perciben diferencias de sustancia. No es lo mismo el socialismo democrático de Sanders que el progresismo fiscal rectificador de Warren. No es lo mismo el pragmatismo indefinido de Kamala Harris, que la ambigüedad amable de O’Rourke o la ambición por la reconquista del centro de Klobuchar, Gillibrand o Booker. Y queda pendiente lo que decida Biden, cuyo perfil tradicional provoca recelo entre los progresistas y lesiona las opciones de los moderados.

¿HABRÁ REPLIEGUE DE LOS MEDIOS?
                
Se abre otra línea de debate: el papel de los medios de comunicación. Los sectores ya han empezado a lanzar nuevas salvas contra la credibilidad de los medios más críticos con el presidente.
                
El mantra de las fake news amenaza con arreciar y convertirse en doctrina presidencial. De hecho se percibe ya cierto tono de contención en los medios mayoritarios que han mantenido una línea de oposición al presidente hotelero, aunque no puede hablarse todavía de autocrítica. En los medios más progresistas, se acusa la falta de definición del Informe Mueller, pero tampoco se tenían en esas latitudes demasiadas expectativas. Al fin y al cabo, el fiscal especial es un producto genuino del sistema.  

NOTAS

(1) “No collusion, no ‘exoneration’” (Editorial). THE NEW YORK TIMES, 24 de marzo.

(2) “Trump did not collude. But it’s wrong to say Mueller exonerated him” (Editorial). THE WASHNGTON POST, 24 de marzo.

(3) “The President has not be exonerated”. JOHN NICHOLS. THE NATION, 25 de marzo.