29 de Mayo de 2014
La
proyección pública del análisis que el Consejo Europeo ha hecho de los
resultados de las recientes elecciones resulta decepcionante. Más allá de
tibias autocríticas o de protestas más o menos apasionadas por el ascenso del
voto populista, euroescéptico, xenófobo, extremista o anti-sistema, lo cierto
es que ni en lo más inmediato se ha dibujado una respuesta clara, comprometida
y contundente.
EL
CONSEJO SE ATRINCHERA
Lo
más inmediato es la designación, cuanto antes, de la nueva cabeza del ejecutivo
comunitario (la Comisión). Como ya se había anunciado, a falta de un resultado
contundente que dibujara un candidato incontestable (nunca se pensó que lo
hubiera), el Consejo ha hecho lo que se temía: agitar el Tratado de Lisboa para
reclamar el derecho a intervenir con prelación en la designación del Presidente
de la Comisión. Merkel (¿podía ser otro?) dejó claro que el Parlamento no puede
arrogarse en exclusiva tal prerrogativa y defendió al desvaído Van Rompuy
(presidente formal del Consejo, pero más bien un Secretario del organismo)
"para que inicie las consultas".
En
la Eurocámara, el envite de Merkel, aceptado por sus colegas con más o menos
disgusto o entusiasmo, ha provocado una respuesta inmediata: se ha invitado a
Jean-Claude Juncker, el candidato más votado, a que inicie las negociaciones
para formar una mayoría parlamentaria, como rezan los principios políticos
básicos de las democracias liberales, los mismos que se exige a los países que
quieren incorporarse al club. Cameron, escoltado por el húngaro Orban (por
cierto, del PPE, pese a sus actuaciiones dudosamente democráticas recientemente
desgranadas aquí), segó las opciones de Junker, conservador como él, pero poco
estimado por sus planteamientos "federalistas" en la construcción de
Europa. La división en el espectro no progresista de la Eurocámara no es óbice
para que todas las familias del centro y la derecha disfruten de la hegemonía
política en 'los 28'.
AUTOCRÍTICA...
'MA NON TROPPO'
En
cuanto al análisis de los resultados, se aprecia una preocupación indisimulada,
pero también un esfuerzo por convencer a esa mayoría electoral templada (más de
la mitad, aún) de que no hay motivos, aún, para la alarma.
Nuestro
presidente del gobierno, que tiene una tendencia contumaz a proclamar que el
vaso sigue medio lleno, aunque se haya vaciado de forma considerable, encabeza
el exiguo grupo de los menos asustados. Con especial énfasis minimizó Rajoy el
impacto del resultado al resaltar que desde el centro (derecha o izquierda) se
vive mejor y hay más prosperidad.
En
realidad, el rasgado de vestiduras ha sido proporcional al daño recibido. El
socialista Hollande desgranó el discurso más encendido, agitando el fantasma de
un Frente Nacional crecido y amenazante. Lógico. Si en algún país han sido
significativas las elecciones, ése ha sido Francia. El derrumbe de los partidos
tradicionales de gobierno (PSF y UMP) ha sido aún mayor que en España, con el agravante
de que la fuerza adquirida por los 'críticos' allí es mucho mayor: el
Frente Nacional, con un 25%, resultó ser el partido más votado. El voto anti-sistema
francés, por concentrado y por decantado (responde a un proceso largo y no a un
brote ocasional) es mucho más amenazante que en cualquier otro país europeo.
Le
sigue en dimensión Gran Bretaña. La situación creada allí por las elecciones
adquiere tintes paradójicos. Si Merkel frunce el ceño, Rajoy encoge los hombros
y Hollande hace sonar la alarma, Cameron se apunta al aspaviento y apenas
refrena el impulso de pasarse, ya sin ambages, al discurso euroescéptico para
salvar su carrera y la su partido. Fieles a la costumbre 'tory', el
primer ministro británico ni siquiera acepta el consenso con sus
correligionarios. La decisión de apartarse del Grupo Popular europeo en 2009
constituyó un mensaje de disgusto por la excesiva intromisión de unas
instituciones comunitarias dominadas por ese centro-derecha 'federalista'. Con
un lenguaje corporal inequívoco, el 'blando' Cameron acusó este lunes a Europa
de pretender ser "demasiado grande, demasiado autoritaria y demasiado
entrometida". Los tories siempre
han amenazado con abandonar Europa, incluso cuando no existiera un partido que
defendiera sin complejos tal opción. Ahora que ya es una realidad atronadora,
el riesgo es más tentador que nunca. El líder de la UKIP, Nigel Farage, no
acepta estas lágrimas de cocodrilo de los conservadores, a quienes ven como oportunistas
que pretenderían apuntarse ahora a caballo ganador.
UNA
'VICTORIA' SIN RECORRIDO INMEDIATO
Pero
si difícil va a resultar la gestión de este 'tirón de orejas' electoral, no menos complicada se antoja la digestión de
la 'victoria' (avance) de los minoritarios. Desde los márgenes más derechistas,
la euforia con que éstos han vivido sus alentadores resultados no será
suficiente para construir un frente contra el 'establishment' centrista.
Frente Nacional, UKIP, Partido del Pueblo (danés), Liga Norte, FÖP austríaco, los
finlandeses antiinmigración, los neonazis alemán y griego... y el resto de esa
miríada que contempla Europa con mirada más hostil que crítica es improbable
que puedan reunirse en un grupo parlamentaria homogéneo. Las lindezas que se
dedicaron Le Pen y Farage en campaña o el fracaso previo de una candidatura
común ya anuncia que, como corresponde por otra parte a su naturaleza, cada
cual se encerrará previsiblemente en sus estrechas visiones nacionales y
excluyentes.
Desde
la izquierda, la incorporación de SYRIZA y de PODEMOS refuerza al grupo
parlamentario que reprocha a los socialdemócratas su tibieza y entreguismo a
las exigencias de la austeridad, la insensibilidad frente a los auténticos
perdedores de la crisis y la parálisis ante la respuesta básicamente
tecno-burocrática de la UE. Pero, como suele ocurrir, su voz, por oportuna y
refrescante que sea, a corto plazo reforzará más a la derecha antes que
estimular o espolear a los socialistas.
Como
resumen de esta primera reacción de los líderes, volvamos a Hollande. El
presidente francés rozó el patetismo cuando dijo en esta "cumbre de la
autoflagelación" que "Europa no podía seguir así", por "incomprensible",
por "lejana", etc. Pocos días antes, le había encargado formar
gobierno en Francia y encabezar un programa de gestión a Manuel Valls, a quien
sus propios compañeros perciben como el más cercano de todos ellos a las
soluciones neoliberales. El escogido por Hollande para "rectificar" ha
intentado convencer a las huestes socialistas de que no es lo mismo austeridad
que rigor. Ya se ha visto el resultado. Por si alguien piensa en un cambio de
rumbo en París, Valls dijo la misma noche del desastre que una de las
respuestas obligadas al "seísmo" sería una nueva bajada de impuestos.
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