GUERRA ENTRE DOS TEOCRACIAS: UNA SISTÉMICA, OTRA INSTRUMENTAL

18 de junio de 2025

Según el libreto de dirigentes y académicos del Orden Liberal, la guerra entre Irán e Israel sería una suerte de “lucha de civilizaciones”. En otras palabras, Democracia vs. Teocracia. Pero esa afirmación no resiste un análisis libre de resortes propagandísticos.

Israel es sólo formalmente una democracia. Lo fue, más o menos, sin olvidar sus rasgos coloniales fundacionales. Incluso fue una democracia socialista, mucho más ambiciosa y desde luego menos represiva que las “democracias populares” de Europa Oriental y Asia. El nuevo Estado no fue apoyado por EEUU: también por la URSS, y con más entusiasmo, si cabe. Hasta 1967. 


LA DERIVA RELIGIOSA DE ISRAEL

Tras la “guerra de los seis días”, Israel se convirtió en una democracia que dejó de respetar las reglas internacionales y, lo que es más importante, los derechos y libertades de la población en las zonas ocupadas por su poderoso Ejército. 

Cuando esta hegemonía incompleta se confirmó en 1973, tras el cuarto intento fallido árabe de expulsar a la “potencia sionista” de la región, Israel inició un camino oscuro que primero enterraría el socialismo (años ochenta) y luego la democracia como sistema integral de derechos y libertades para todos los grupos de población.

La llegada de inmigrantes judíos de los países europeos orientales tras el derrumbe del comunismo reforzó el sentimiento anti colectivista.  La furibunda reacción contra cualquier forma de socialismo dejó el camino libre a todo tipo de doctrinas mesiánicas, que habían sido minoritarias en las primeras décadas del Estado.

La contradicción flagrante entre el judaísmo religioso y el sionismo político pervivió durante todo este periodo. Hoy sólo es un constructo teórico. Los designios de Dios y la voluntad política totalitaria de los partidos confesionales y sus aliados han convergido. Israel se ha convertido en una teocracia con instituciones formalmente liberales que sirven para asegurarse el apoyo de Occidente y, en particular, de Estados Unidos, otra potencia que se encuentra en un proceso de maridaje con visiones mesiánicas más radicales que las que inspiraron su nacimiento.

Durante las décadas de gobiernos laboristas (en solitario o en coalición, con liberales o incluso conservadores), los dirigentes de Israel aseguraron la permanencia del Estado a toda costa. La expansión de las colonias en territorio palestino se hizo en función de un proyecto de reequilibrio demográfico y del refuerzo de las fronteras de un territorio ampliado por sus conquistas militares. No se utilizaba, pensara cada cual lo que pensara al respecto, la noción de “mandato bíblico”.

Frente a este posicionamiento de la izquierda sionista, la derecha oponía un modelo de fortalecimiento y expansión del Estado no exclusivamente político. El objetivo consistía en cumplir con el designio bíblico y reagrupar todo el territorio del Israel del antiguo testamento. Cisjordania -núcleo fundamental de un hipotético Estado palestino futuro- no existía para los conservadores israelíes: era Judea y Samaria. 

Con el cambio generacional en la derecha israelí y la consolidación -no fácil ni lineal- de Netanyahu como líder casi indiscutible, todos los tabúes del expansionismo israelí han ido cayendo. Aun así, la voluntad del actual primer ministro, durante sus anteriores periodos al frente del gobierno, ha sido evitar la dependencia de los partidos religiosos, más allá de lo inevitable. Los casos de corrupción le pusieron entre la espada y la pared y el consenso en torno a su liderazgo se resquebrajó. El Likud, su partido, sufrió varias escisiones. Se crearon otras formaciones conservadoras pequeñas con las que había que negociar duramente en la Knesset. Al final, emergió un nuevo panorama político en el que los socios de gobierno de Netanyahu no eran los disidentes salidos de su filas, sino las nuevas formaciones religiosas que sintetizaron el judaísmo religioso y el sionismo político. 

Netanyahu ha hecho virtud de la necesidad. Se ha “convertido” a esa “teocracia” liberal (si se permite el oxímoron) con tal de cohesionar la coalición de gobierno, mantenerse en el poder y conservar la capacidad de retorcer las normas del Estado de Derecho para evitar su procesamiento y, al cabo, su inhabilitación; es decir, el final de su tormentosa carrera política.


LA OPORTUNIDAD BUSCADA

Los acontecimientos de 7 de octubre de 2023 le pusieron en bandeja una oportunidad que un halcón político como Netanyahu no podía dejar escapar. El trauma nacional ocasionado por el ataque de Hamas (comparado por muchos con el de 1973) le sirvió de excusa/motivo para lanzar una operación militar de una brutalidad sin precedentes, incluso para los estándares israelíes. Con el propósito declarado de acabar con Hamas, dueño y señor de Gaza, Israel ha perpetrado la matanza más execrable de los últimos tiempos. Incluso los países occidentales que han venido defendiendo la ficción del Israel liberal y democrático se han visto obligados a protestar (la mayoría con la boca pequeña y medio cerrada). 

La operación militar terminó convirtiéndose en un fracaso estratégico. Israel ha matado a los principales líderes de Hamas, ha desmantelado parte de su estructura militar y política en Gaza, ha asesinado a más de 50.000 civiles y ha infligido un sufrimiento inhumano a los dos millones de habitantes de la franja. Pero no ha “terminado el trabajo”, como gustan de decir los entusiastas del genocidio.

Ya no quedaban muchas opciones, salvo la más arriesgada y difícil de todas: atacar al padrino de todas las organizaciones que han venido obstaculizando la hegemonía militar de Israel en las últimas cuatro décadas y media. 


IRÁN ASUME LA RESISTENCIA ISLÁMICA

La teocracia iraní se convirtió en el gran enemigo de Israel, una vez que los Estados árabes se convencieron de que nunca podía ganarle una guerra, ni siquiera minimizar su proyecto político. La “resistencia frente al sionismo” se quedó en lo que fue siempre en realidad: un “gancho” propagandístico para ocultar o desviar la atención del fracaso de regímenes autocráticos y de sistemas sociales fallidos y perversos. 

La caída de la monarquía milenaria persa en 1979 privó a Estados Unidos de su gendarme más preciado entre el Ganges y el Mediterráneo. Pero el fin de la dinastía de los Pahlevi fue una pesadilla para Israel. Desde el principio, los ayatollahs declararon a Israel una potencia maligna por su ocupación de Jerusalén, tercera ciudad santa de los musulmanes. La política exterior iraní ha girado en torno a la “destrucción de Israel”, incluso después de que sus vecinos árabes (algunos amigables, otros adversarios, según la confesión musulmana dominante) se hubieran resignado a su existencia.

Irán construyó una red de Estados aliados (Siria y más tarde el Irak post-Sadam), partidos-milicia (el Hezbollah libanés, los hutíes yemeníes) y sectores disidentes de las franquicias terroristas sunníes (como Al Qaeda y Daesh), con la única intención de acosar a Israel, de obstaculizar su designio hegemónico. Nada decisivo, por supuesto, pero suficiente para obligar al enemigo a mantener un notable esfuerzo de defensa, a pesar de la paz fría entablada con los vecinos árabes.

Consciente de que esa hostilidad era poco más que una molestia táctica, Irán se embarcó en un programa civil y militar de largo alcance estratégico. Desarrolló sistemas de misiles capaces de golpear en el corazón de Israel y según sostiene Occidente, poner en marcha un programa nuclear militar oculto bajo la apariencia de necesidad energética civil. Para uno de los principales productores mundiales de crudo, esta iniciativa resultaba incomprensible.

Durante más de veinte años, Israel y Estados Unidos, compenetrados del todo o parcialmente, han denunciado, obstaculizado, sancionado, atacado, boicoteado, y retrasado este esfuerzo estratégico iraní. Atentados, sabotajes, asesinatos e infiltraciones a todos los niveles del Estado han sido permanentes. Pero Obama rompió con esa lógica, no por candidez, sino por pragmatismo. Intentó el engagement: la negociación. Si no se podía evitar la nuclearización de Irán, se debía intentar limitar su alcance, sus riesgos, su conversión en un recurso de guerra.

En 2015 se firmó por fin el JCPOA (Plan de Acción Integral Conjunto), para disgusto sin cuento de Israel, temor de la monarquías árabes rivales de la potencia chií y malestar de los republicanos de Estados Unidos. Trump se salió del pacto y aplicó la política de “máxima presión” contra Irán, pero los clérigos iraníes no se rindieron y aprovecharon el viraje de Washington para avanzar a toda velocidad con el programa nuclear.

Después del 7 de octubre, casi nadie en el régimen de Teherán pensaba que era posible una negociación. Los ayatollahs creyeron que su continuidad en el poder dependía de la intimidación nuclear, en un contexto de profunda crisis económica y social.


¿HASTA DÓNDE LLEGARÁN NETAYAHU Y TRUMP?

El masivo ataque Israel se esperaba desde hace dos décadas. Estados Unidos ha venido frenándolo, con el argumento de la inestabilidad que una escalada bélica podría provocar en la zona más volátil del mundo por su importancia energética.

Estos días se hacen todo tipo de conjeturas sobre el verdadero alcance de los daños infligidos a las instalaciones iraníes. La central de centrifugadores de Natanz ha sido seriamente afectada, pero la planta subterránea de Fordow al parecer sigue activa. Los expertos de la Agenci Internacional de la Energía que monitoriza el programa iraní creen que el régimen de Teherán dispone de suficiente uranio enriquecido para faricar ya 10 bombas atómicas. En tres días podría llegar al 90% para culminar el proceso. Pero hay otras tareas antes de disponer eficazmente del arma. ¿Pueden haber trasladado e uranio a otro lugar? ¿Hay instalaciones no conocidas? ¿Conoce Israel estas otras bases alternativas? Las especulaciones se mezclan con la información. (1).


A estas alturas del conflicto, parece claro que la superioridad tecnología israelí y el apoyo logístico -quizás algo más- de Estados Unidos determinan una derrota de Irán (2). Pero ¿hasta qué punto? Netanyahu ya reconoce abiertamente que su objetivo no es sólo la destrucción del programa nuclear iraní, sino el cambio de régimen. Los estrategas israelíes más radicales están persuadidos que éste es el momento propicio. Sin aliados regionales capaces de incomodar a Israel y con una Casa Blanca permisiva cuando no cómplice de las soluciones más extremistas, la suerte de Irán parece sellada.


Analistas nada sospechosos de ser antiisraelíes cuestionan la estrategia de Netanyahu. Sostiene Steven Cook, experto en la zona, que “el ataque israelí va más allá del programa nuclear” (3). Ned Price, miembro de la administración Biden, opina que “Israel debería haber dejado a la diplomacia seguir su curso” (4). El experto nuclear Eric Brewer vaticina que, si Israel no aniquila por completo el programa, “la bomba nuclear iraní es ahora más probable” (5). El analista tecnológico israelí David Rosenberg se pregunta si Netanyahu tiene una estrategia de salida (6). El experto en Irán del International Crisis Group aboga por “no abandonar la diplomacia” (7).

Sobre la posición norteamericana, David Sanger, el editor de asuntos de seguridad del NEW YORK TIMES, asegura que Israel ha puesto a Trump en la disyuntiva de una mediación in extremis o suministrar a su aliado las bombas de gran potencia que necesita para destruir las instalaciones subterráneas iraníes (8). En el mismo diario, el gurú judío para asuntos de Oriente Medio, Thomas Friedman sugiere a Trump lo que debe hacer “para acabar esta guerra”: entregar a Israel las bombas antibunkeres y reconocer al Estado palestino (9). Pero el WASHINGTON POST le reclama que piense bien lo que puede venir después (10). Después del último desaire a sus aliados en el G7, el extravagante Presidente parece excitado por los acontecimientos, presume de saber dónde está el Guía Jamenei, pone a los 40.000 soldados norteamericanos en la zona en estado de alerta, exige a Irán “rendición incondicional” y ha reposicionado la maquinaria de guerra  (11). ¿Está faroleando o ya ha decidido embarcar a su país en otra de esas guerras en la región de las que prometió alejarse? 

Los clérigos iraníes son tenaces, pero nunca han tenido un tête-a-tête tan brutal con su enemigo existencial. La facilidad con la que Israel ha descabezado a su cúpula militar debe haber provocado pánico en las alturas. Las amenazas a las bases norteamericanas no pasan de ser una retórica obligada. El ayatollah, anciano y muy enfermo, no espera más que el final. De su vida, sin duda. Pero ¿está preparado para convertirse en el sepulturero del régimen? 


Las dos teocracias no son simétricas. La iraní es tradicional, convencional y estructural. La religión permea todo el sistema político; aún más: lo condiciona, lo modela, lo determina. La israelí no es una teocracia doctrinal, sino una democracia cada vez más iliberal, una autocracia en ciernes, amparada por una retórica mesiánica. En Irán, la teocracia es sistémica; en Israel, instrumental.

Pero, a pesar de estas diferencias, hay un punto de coincidencia: la imposibilidad de la renuncia a los designios divinos. Los dirigentes iraníes no conciben una capitulación, porque sería contravenir el mandato de Alá. El actual gobierno de ultraderecha israelí no puede dejar escapar vivo al “odioso” régimen de Teherán, porque se siente obligado a defender el destino de un pueblo elegido.

Esta guerra se parece poco o nada a las guerras de religión europeas de la Edad Moderna. Entonces, protestantes y católicos compartían una fé, escindida pero perteneciente a un tronco común. Aquí se enfrentan dos concepciones radicalmente opuestas de la cosmogonía.  Las teocracias no firman la paz: se glorifican en la victoria o se inmolan en la derrota.




NOTAS


(1)Will Iran dash for nukes? SHASHANSK JOSHI. THE ECONOMIST, 16 de junio.

(2)“Israel's smaller, sophisticated military opposes larger Iran”. JONATHAN BEALE. BBC, 16 de junio. 

(3)“Israel is going for the death blow on Iran”. STEVEN COOK, FOREIGN POLICY, 16 de junio.

(4)”Israel should have let Diplomacy run its course”. NED PRICE. FOREIGN POLICY, 16 de junio.

(5)“Israel’s Attacks Make an Iranian Bomb More Likely”. ERIC BREWER. FOREIGN POLICY,16 de junio.

(6)“Does Israel Have an Exit Strategy?” DAVID ROSENBERG. FOREIGN POLICY, 17 de junio. 

(7)”Don’t give up on Diplomacy with Iran”. ALI VAEZ. FOREIGN AFFAIRS, 16 de junio.

(8)“Trump’s Iran Choice: Last-Chance Diplomacy or a Bunker-Busting Bomb”. DAVID SANGER & JONATHAN SWAN. THE NEW YORK TIMES, 16 de junio

(9)“The Smart Way for Trump to End the Israel-Iran War”. THOMAS FRIEDMAN. THE NEW YORK TIMES, 16 de junio.

(10)“Bomb Iran? Trump needs to think about what happens next” THE WASHINGTON POST (Editorial), 16 de junio.

(11) “Could US attack Iran’s Fordow nuclear site? Military movements offer a clue”. DAN SABBAGH. THE GUARDIAN, 17 de junio.







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