UN CAPITALISMO PRIMITIVO ATACA AL CAPITALISMO NORMATIVO

  9 de abril de 2025

El Presidente de los Estados Unidos se comporta como un mercantilista de los albores del capitalismo. Eso es lo que se deduce de sus actuaciones impetuosas y sus pronunciamientos confusos y contradictorios. Es el suyo un capitalismo primitivo que reduce el comercio mundial a una suma cero, en el que todo lo que uno gana es siempre a costa de otro, puesto como Colbert y sus antecesores, piensa o parece pensar que el volumen del comercio global es inalterable (1). Son ideas no sólo anticuadas, sino desmentidas por la evolución del capitalismo, que ha basado su expansión en un crecimiento constante y sin fronteras, solo interrumpido por crisis coyunturales, superables si se aplican políticas correctas y oportunas.

La agria experiencia de los años 30, cuando el proteccionismo comercial e industrial alentado por naciones-estado dominadas por ideologías de combate, terminó provocando un brutal enfrentamiento entre potencias capitalistas rivales (2). Después de la II GM el sector triunfador del capitalismo estableció una serie de normas económicas y políticas que alumbraron la era liberal contemporánea. El objetivo era claro: evitar que los conflictos internos del capitalismo degeneraran en guerras entre estados-nación del núcleo central del sistema. Un sistema monetario, un marco financiero y un conjunto de normas comerciales tendentes al libre cambio y preventivas del proteccionismo mercantilista definieron el Orden Liberal que ha durado 80 años.  Para dotar ese sustrato económico de una envoltura política con pretensiones universales, se apostó por la democracia parlamentaria o presidencial, la separación de poderes y el imperio de la Ley orientada a la preservación del sistema como normas de convivencia y control social. Y ante el nuevo desafío que suponía el comunismo triunfante en Eurasia, se estableció una estructura de alianzas militares colectivas o bilaterales, bajo la hegemonía de la potencia capitalista más poderosa, los Estados Unidos de América.

Esta arquitectura del sistema capitalista contemporáneo puede resquebrajarse, si Trump se empeña en dinamitar el sustrato económico, primero mediante el ataque a los fundamentos de librecambio comercial y, luego, para corregir los efectos negativos de esas medidas, la interferencia en la aparente independencia monetaria de las entidades reguladoras y otras actuaciones de blindaje de la economía norteamericana amenazada de recesión (3)

Lo paradójico de todo este caos actual es que el agente perturbador no ha sido un revolucionario, un antisistema, un comunista o un colectivista. Trump puede ser considerado un fanático del capitalismo sin escrúpulos, que odia cualquier elemento corrector o limitador de la propiedad privada y del instinto feroz del enriquecimiento individual.

Es un ignorante, dicen sus críticos y admiten algunos de sus antiguos colaboradores. Sólo escucha a quienes alaban sus ocurrencias. De su primer mandato, plagado de barbaridades de todo tipo, sacó la lección de no dejarse engatusar por consejeros sospechosos de trabajar para un sistema que recela de estos lobos extraviados del capitalismo. Trump, ensoberbecido por un triunfo electoral menos rotundo de lo que él falsamente proclama, se considera legitimado para hacer lo que le dicte su instinto (4). No tiene ideología alguna de referencia, ni elementos teóricos en que apoyarse. Sólo su voluntad y las cuatro cosas que ha aplicado en su experiencia empresarial, basada en el tráfico de influencias, el engaño y la extorsión. Este capitalismo primitivo y salvaje del Presidente regresado arremete contra ese capitalismo normativo, estructurado, diseñado para limitar las fallas del sistema, con mayor o menor acierto.

Las superestructuras políticas o ideológicas son, por supuesto, instrumentales, pero tienen una importancia creciente en una sociedad con acceso inmediato a medios de comunicación ágiles, que transmiten un sistema de valores aparentes, a los que resulta difícil y costoso oponerse. En el capitalismo de hoy en día, la democracia es un tótem, porque, contrariamente a lo que ocurrió en otros momentos de su desarrollo, no cuestiona sino fortalece el sistema económico y social. La democracia no sólo expresa con claridad los intereses del capitalismo actual; también asimila y procesa las protestas de sectores menos convencidos y desautoriza con eficacia cualquier esfuerzo de deslegitimación exterior.

Trump se ha empeñado también en desconocer los mecanismos democráticos, pero no es casualidad que diga actuar en nombre de la Democracia, entendida simplemente como un acto electoral único, siempre y cuando le resulte favorable. Conozca o no los casos de las dictaduras de los años 20 o 30, que se apoyaron en unas elecciones iniciales para alcanzar el poder, el caso es que aplica el libreto con bastante aproximación. De ahí que empiece a dejar flotar ahora en el ambiente la idea de optar a un tercer mandato, mediante la aplicación de mecanismos legales que no ha especificado. En la sociedad, en los medios y en ámbitos académicos ya se hacen cábalas sobre las verdaderas intenciones del Presidente (5).

El otro pilar del Orden Liberal que se tambalea es la estructura de Seguridad. No es el pacifismo o cualquiera otra manifestación de rechazo del militarismo lo que inspira las maniobras trumpianas. Al revés, al Presidente le encanta juguetear con los avanzados cachivaches bélicos de que goza el Estado que dirige y representa. Simplemente, quiere desprenderse de las normas de funcionamiento y, sobre todo, del sistema de alianzas que ha convertido a Estados Unidos en la potencia indispensable del Orden Mundial. Para Trump, las únicas reglas válidas son las suyas o las que él considere útiles a sus propósitos. El Secretario de Estado, un hispano de origen cubano y anticastrista hasta la médula, ha reaccionado con intemperancia cuando se le ha reprochado a la actual administración su falta de compromiso con sus aliados en Europa. Marco Rubio repitió a sus pares del Consejo Atlántico la cantinela de siempre: que el Presidente sigue confiando en la OTAN, pero los aliados deben pagar por su defensa. Emerge de nuevo el aspecto militarista del mercantilismo. Cada cual debe procurarse su seguridad, o buena parte de ella, si quieren que Estados Unidos aporte el plus decisivo para hacer valer la disuasión final.

LA RESPUESTA DEL CAPITALISMO NORMATIVO

La reacción del capitalismo normativo en cada uno de estos ámbitos está siendo muy cautelosa, defensiva y evitadora de  una profundización del conflicto. Se percibe ciertos guiños de ‘sálvese quien pueda’, de acomodos particulares, de exploraciones de soluciones bilaterales. La Unión Europea, bloque mercantil normativo donde los haya, eleva el tono pero desliza propuestas debajo de los altavoces públicos. El instinto del capitalismo tiende a la prudencia, a soluciones carentes de dramatismo, no como el capitalismo primitivo, salvaje o desmandado de los años 30 al que Trump emula cada vez más.  Cuando ese capitalismo normativo ha tenido que emplear medios de fuerza lo ha hecho en la periferia del sistema, frente a desafíos de sectores sociales revoltosos dotados de proyectos políticos autónomos, débiles, pero aguerridos. En el núcleo del sistema los resortes socio-económicos han solido funcionar, no sin sobresaltos. El desgaste lo han pagado las envolturas políticas y sus extensiones mediáticas y culturales.

Las crisis políticas reflejan ese envejecimiento del capitalismo normativo. Trump es un síntoma descontrolado de un capitalismo que se ve amenazado no por el comunismo, sino por el capitalismo de Estado que se ha impuesto en naciones-estado dominadas durante el último siglo por sistemas comunistas. Rusia y China abandonaron su designio anticapitalista, para posicionarse de la manera más ventajosa posible en la concurrencia global, cada cual con sus recursos, su retórica y sus herramientas de control político, diplomático y militar.

EL NACIONALISMO COMO RECUBRIMIENTO

El nacionalismo combativo es el recubrimiento ideológico de quienes no se encuentran a gusto con el sustrato económico o con las envolturas ideológicas y políticas del capitalismo normativo. En el seno mismo del núcleo central de ese capitalismo hegemónico surgen manifestaciones de descontento. Trump ha supuesto un impulso enorme de la ultraderecha, pero no es su causa, ni mucho menos. La reciente polémica por la inhabilitación de Marine Le Pen es una manifestación más de esas contradicciones internas.

Las razones legales que han llevado a los jueces a dictar una sentencia que deja a la dirigente nacionalista francesa fuera de juego pueden ser sólidas y fundamentadas en derecho, pero es imposible eludir su dimensión política. Los casos particulares de corrupción se convierten en armas arrojadizas en las democracias actuales, para extender velos de sospecha, deslegitimar o arruinar carreras políticas. Es por eso que los lepenistas pueden acudir al victimismo frente a un Estado al que presentan como un conjunto de instrumentos del capitalismo normativo liberal frente a otro capitalismo nacional, primitivo y mercantilista que ellos defienden, aunque hasta ahora no hayan coinciddido con Trump, ni en los objetivos ni en las formas.

Muy raramente se aborda, en cambio, la corrupción sistémica, la que está imbricada y blanqueada en las normas legales, presentadas como criterios de actuación aceptados y reconocidos. Las tendencias monopolistas o de concentración creciente del capital en sectores estratégicos, las reglas que favorecen a los más fuertes en el diseño de los acuerdos de libre cambio comercial, la financiación opaca de los partidos políticos, la engañosa neutralidad de las instituciones, el pensamiento único derivado de la estructura mediática son factores decisivos en la hegemonía del capitalismo normativo. Cada uno tiene sus mecanismos de autonomía y desarrollo. Trump se ha atrevido con casi todos, aunque carezca de proyecto.

Para algunos economistas y pensadores políticos, Trump es síntoma y anticipo de un nuevo orden mundial post-norteamericano (6). En la Historia hay fases de demolición y de creación. Parece que estamos en una de las primeras.  

 

NOTAS

(1) “El mercantilismo: política económica y Estado nacional”. LUIS PERDICES DE BLAS & JOHN REEDER. EDITORIAL SÍNTESIS. Madrid, 1978.

(2) “Cómo la ley que EE.UU. aprobó para subir aranceles en 1930 terminó por devastar su economía y agravar la Gran Depresión”. BBC NEWS, 9 de marzo.

(3) “The Age of Tariffs. Trump is launching a turbulent new era for the Global Economy”. ESWARD PRASAD (Brookings institution y Cornell University). FOREIGN AFFAIRS, 3 de abril.

(4) “Les liens économiques entre l’Amérique et le reste du monde vont au-delà des biens, et cette myopie rend les Etats-Unis vulnerables”. Entrevista con el economista venezolano RICARDO HAUSMANN, profesor en Harvard. LE MONDE, 6 de abril.

(5) “President’s Third Term Talk Defies Constitution and Tests Democracy”. PETER BAKER (Corresponsal Jefe en la Casa Blanca). THE NEW YORK TIMES, 6 abril.

(6) “Trump’s tariffs make the ‘post-American world’ a reality”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 9 de abril.

 

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