OBAMA Y HOLLANDE, ¿AÚN HAY TIEMPO?

26 de enero de 2012

Estos días hemos asistido a la presentación programática de opciones moderadamente progresistas en dos de las principales potencias democráticas: Estados Unidos y Francia. El candidato socialista francés, François Hollande, ha presentado su programa para las elecciones presidenciales de abril, en un acto que abre oficialmente su campaña. Por su parte, el Presidente Obama ha fijado, en el último discurso de la Unión de su primer mandato, la estrategia para lograr su mantenimiento en la Casa Blanca cuatro años más.
REMAKE DEL ‘YES, WE CAN’
Ya hace unas semanas comentamos que Obama se había desprendido de sus hechuras presidenciales para ataviarse con las de candidato, con las que parece sentirte más a gusto. Eso explica que algunos hayan apreciado un cierto tono populista en el discurso anual más importante de la liturgia política norteamericana. Tal vez. Pero, en todo caso, no habría que reprocharle eso, sino lo que ha tardado en recuperar un mensaje comprometido con las clases medias y populares, con los sectores más desfavorecidos por la crisis, con las auténticas victimas de políticas desvergonzadas, injustas y fracasadas. Naturalmente, el espíritu conciliador de Obama (‘ecuménico’, dice acertadamente LE MONDE) le ha dado a su discurso del martes en el Congreso un tono ausente de crispación, pero no por ello menos firme.
Los ejes de un eventual segundo mandato de Obama serían los siguientes: 1) El gobierno no es un problema, sino parte de la solución de los problemas económicos; 2) Los ricos tienen que pagar más impuestos que los ciudadanos que están por debajo en la escala social; 3) el final de las guerras en Irak y Afganistán debe traducirse en un dividendo de paz, es decir, en políticas de estímulo para fomentar la creación de empleo, público y privado; y 4) Estados Unidos no debe resignarse a la abrumadora hegemonía fabril de China y debe recuperar recuperar una dinámica productiva.
RECUPERACIÓN DEL DISCURSO SOCIALISTA EN FRANCIA
En definitiva, podemos encontrar en el discurso de Obama una sintonía con la doctrina socialdemócrata europea, aunque esta significación política se encuentra muy desvaída y desnaturalizada durante el periodo de respuestas a la crisis, si no ya desde antes. Si repasamos el programa desgranado hace unos días por el candidato socialista francés, encontramos bastantes puntos coincidentes, salvando la diferencias en la cultura política de ambos países.
François Hollande ha sonado más combativo que Obama, más posicionado claramente en un discurso de izquierdas. Las diferencias de tono no se deben sólo a las peculiaridades nacionales. Es también una cuestión de oportunidad. Después de todo, el francés es sólo candidato y el norteamericano debe actuar como tal sin abandonar su papel institucional.
Aclarados estos matices, hay resonancias coincidentes en el lenguaje empleado para criticar el comportamiento de los poderes financieros. O en la distribución más equitativa de las cargas impositivas y el ataque a los “nichos fiscales”. O en la priorización del empleo público y de las políticas de oferta, en detrimento de medidas exclusivamente de austeridad o contención presupuestaria. O, más precisamente, en la recuperación de una imagen positiva del poder político como factor favorecedor y no obstaculizador de la recuperación económica.
Hollande no sólo ha empleado una retórica más contundente que Obama. También ha optado por formular políticas clásicas de la socialdemocracia que han ido quedado arrinconadas en las últimas dos décadas de hegemonía liberal en Europa. Destacan la apuesta por una “banca pública de inversiones” para apoyar a la pymes; una política activa de reindustrialización y contra la deslocalización (como Obama, por cierto); el control de los mercados financieros mediante políticas reguladoras y fiscales; promoción de empleo y formación juveniles; y otras políticas similares resumidas en “60 compromisos para Francia”.
No obstante, el gran problema de los socialdemócratas franceses (o europeos, ahora que españoles, alemanes o británicos hacen propósito de enmienda y se empeñan en regenerar sus políticas) no es la coherencia y solvencia de los programas, sino la credibilidad de sus discursos. Los socialistas europeos giran a la izquierda pierden las elecciones, se centran cuando ganan en las urnas y se van deslizando hacia la derecha a medida que se instalan en el poder. De esta forma, se ven atrapados en un ciclo ilusión-expectativas-gestión-decepción-crisis, que lastra gravemente su proyecto.
JUEGO SUCIO, Y SUICIDA, DE LOS REPUBLICANOS
El desafío de Obama se diferencia del de los socialistas europeos por la naturaleza y significación de sus rivales políticos. Los conservadores europeos se anclan, por supuesto, en políticas de austeridad, de contención de los déficits públicos, de timidez fiscal, pero son -o suenan- menos radicales en la retórica.
Este aspecto ha quedado muy claro en las primarias republicanas. Ya dijimos que la elevación de Romney como virtual candidato GOP era prematura. Como también lo sería considerarlo definitivamente fracasado por su derrota –esperable y esperada- en Carolina del Sur o el envalentonamiento sonrojante de Gingrich, un candidato, empero, con pies de barro.
Obama, paradójicamente, se ha visto favorecido por lo mismo que lo debilitó a mitad de su primer mandato: la exacerbada combatividad republicana. En la ansiedad por destruir el moderado reformismo del Presidente, los republicanos compitieron por conquistar el alma conservadora de América, ese supuesto espíritu libertario, antigubernamental, que Reagan resucitara falsamente hace tres décadas. Para ello, no dudaron en obstruir la recuperación de la crisis, dificultar al Ejecutivo su tarea responsable de afrontar la crisis y colocarlo contra las cuerdas presupuestarias.
Como ocurrió en los noventa con Clinton –precisamente bajo la batuta radicalizada de Gingrich-, los excesos republicanos han terminado por ahuyentar a amplios sectores de la clase media. La deriva radical no ha servido para afinar el discurso derechista sino para desorientar a sus exponentes electorales. La mayoría de ellos han optado por ser muy conservadores y además parecerlo (Santorum, Gingrich; mas lo ya descartados Perry y Bachman). Frente a uno solo, Romney, que prefirió sólo parecerlo sin serlo a fondo. La sensación creciente es que los simpatizantes republicanos no saben a qué cada carta quedarse, y no sólo por los erráticos resultados hasta la fecha (son muy pocas elecciones aún, muy pocos los delegados comprometidos, muchos los ataques, acusaciones y ‘escándalos’ en las recámaras), sino por el tono que reflejan las consultas y encuestas que se van conociendo.
Esta desorientación se traduce en una hostilidad creciente, en una agresividad llevada al terreno personal. Las tácticas de desprestigio practicadas contra Obama se han empleado también, por unos y otros, en el debate electoral interno republicano. Al final, si se impone Romney será por el cansancio que puede provocar ese radicalismo hueco y pernicioso. Pero no parece que consiga ser un candidato de unidad. Si triunfara Gingrich o Santorum significaría que la derecha política y social norteamericana habría optado por una estrategia confrontacional, suicida y demagógica. De ahí, la necesidad de que los demócratas perfilen y doten de contenido real sus propuestas y se preparen para una batalla sucia y políticamente cruenta.

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