LA BOLSA O LA VIDA: PRINCIPIOS Y PRIORIDADES

22 de Agosto de 2014
                
La decapitación televisada de un periodista norteamericano por un combatiente del sedicente 'Califato' sirio-iraquí  ha reavivado una polémica sorda sobre los secuestros de grupos terroristas y la conveniencia de pagar o no rescate para salvar a los rehenes.
                
James Foley era un periodista 'freelance' perteneciente a esa familia de profesionales peligrosamente atraídos por los conflictos bélicos, hasta el punto de sólo sentirse a gusto con su trabajo en condiciones extremadamente hostiles. Ejerció su trabajo en Libia y luego en Siria, estuvo a punto de resultar gravemente herido en este último país, a donde, sin embargo, regresó, en esta ocasión para ser secuestrado (hace 21 meses) por el ISIS (ahora EI) y finalmente ser asesinado de manera ignominiosa.
                
Las razones por la que el EI ha asesinado a Foley están sometidas a debate. Sus propios verdugos aseguran que se trata de la respuesta a los recientes bombardeos norteamericanos en Irak, que han invertido la tendencia bélica, desde hace meses favorable a los 'yihadistas'. Sin embargo, es obvio que hay motivaciones económicas. Los jefes del Califato habían pedido, al parecer, 100 millones de dólares (una cantidad exorbitante) por la entrega de Foley, además de la liberación de combatientes suyos prisioneros. Al no recibir una respuesta satisfactoria, habrían cumplido su terrible amenaza.
                
¿PAGAR ES AYUDAR AL TERRORISMO?
                
¿Era una exigencia realista por parte del EI? ¿O puro ardid propagandístico? Es públicamente conocida la política norteamericana de no pagar rescate por los rehenes. Sólo Gran Bretaña secunda a los norteamericanos en esta posición de aparente firmeza frente al terrorismo. Hace unas semanas, un trabajo de investigación en el NEW YORK TIMES (1) reveló con datos sustanciosos lo que más o menos se sabía: que los gobiernos europeos preferían pagar discretamente los rescates, antes de recuperar a sus conciudadanos en bolsas funerarias. Se estima que los grupos yihadistas habrían percibido entre 125 y 165 millones de dólares por este concepto en los últimos cinco años. Los rescates empezaron a valorarse en cientos de miles de dólares, pero ya se satisfacen en millones (2).
                
La discrepancia no obedece a distintas consideraciones morales ni a estrategias diferenciadas en la lucha contra el denominado 'terrorismo islámico', sino a presiones de la opinión pública y a los efectos internos que las decisiones concretas puedan comportar.
                
Algunos especialistas (3) sugieren que, en realidad, Washington y Londres son más coherente que sus aliados europeos, ya que se han aprobado normativas jurídicas que criminalizan la entrega de dinero a terroristas, bajo cualquier forma, y declaraciones conjuntas en las que se rechaza explícitamente el pago de rescates.
                
Así, por ejemplo, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 2133, por la cual se insta a los estados miembros a impedir que los terroristas puedan beneficiarse del cobro de rescates. Y el G-8, el selecto club de las principales potencias económicas mundiales, en su última reunión, advirtió que el pago de rescates favorece el "reclutamiento de terroristas", alimenta la inestabilidad, incentiva la realización de más secuestros y aumenta la vulnerabilidad de los potenciales objetivos.
                
No obstante, estos solemnes posicionamientos, hay pruebas suficientes de que los gobiernos de París, Berlín, Madrid y Roma, aunque lo nieguen, habrían vulnerado sus propios compromisos. Los defensores del rechazo a pagar argumentan que al hacerlo, los gobiernos 'débiles' no sólo incrementan los recursos de los secuestradores; también elevan el riesgo de los ciudadanos de países 'firmes', porque obligan a los terroristas a demostrar su credibilidad.
                
En realidad, este debate ya se suscitaba en los tiempos de 'terrorismo interno o local'. Los gobiernos solían asegurar que no pagaban rescates, pero se mostraban tolerantes o hacían  la vista gorda cuando los particulares pagaban para recuperar a sus seres queridos.
                
CUESTIÓN DE PRIORIDADES
                
En realidad, la cuestión es mucho más compleja. Estados Unidos, con independencia de las consideración políticas legítimas que pueda hacer sobre la respuesta más adecuada al chantaje de un secuestro, adoptó en 2001, después de los atentados de Al Qaeda, una legislación antiterrorista muy estricta, que incluía medidas enormemente agresivas sobre la el sustento de las organizaciones 'yihadistas' y sus fuentes de financiación. Washington promovió la creación de un organismo denominado Financial Action Task Force, con el propósito de rastrear el mínimo movimiento de dinero que pudiera servir para financiar la actividad terrorista en cualquiera de sus niveles e imponer duras sanciones a quienes directa o indirectamente las favorecieran o toleraran.
                
La normativa generada por este grupo sabueso ha sido empleada por Washington para perseguir a países como Irán, Corea del Norte o Rusia, pero naturalmente se ha abstenido de hacer lo propio con Francia, Alemania o España, por ejemplo, por razones obvias. Otra cosa es que las autoridades norteamericanas no pierdan la ocasión de recordar a sus aliados europeos que deben cumplir estas normas y no dejan intimidarse por el chantaje terrorista.
                
En el caso de Foley, el presidente Obama no se ha limitado a responder con firmeza e ignorar el órdago del 'Califato'. Se ha sabido, con gran disgusto de los responsables de seguridad, que la Casa Blanca autorizó una operación encubierta de unidades militares de élite para intentar rescatar a Foley y otros rehenes en Siria, con resultado fallido. La legalidad de estas actuaciones militares en territorio extranjero es también dudosa, pero las razones de orden político han ahogado las renuencias de los juristas o de organizaciones socio-políticas más escrupulosas.  Por no hablar de la propia operación militar norteamericana, que por muchos apoyos políticos que concite, carece de un respaldo jurídico expreso. Y es que no son consideraciones jurídicas o morales las que presiden las actuaciones de los máximos responsables políticos en estos casos, sino la fortaleza de las oportunidades políticas, la sensibilidad de las opiniones públicas y el balance, en cada caso, de las habituales tensiones entre libertad y seguridad.
                
Para Obama podría resultan tan devastador que se supiera -algo al cabo inevitable- que se hubiera pagado el rescate de Foley y de otros rehenes ya amenazados directamente por los verdugos del EI, como para Hollande, Merkel o Rajoy realizar una exhibición de firmeza y arriesgarse a que las sucursales de Al Qaeda en el Sahel decapitara a ciudadanos franceses, alemanes o españoles. Cameron no lo hizo y tuvo que recibir el cuerpo sin vida de un conciudadano asesinado en Mali.
                 
(1) RUKMINI CALLIMACHI. "Paying ransoms, Europe bankrolls Qaeda terror". NEW YORK TIMES, 29 de Julio de 2014.
 (2) La cifra más baja la proporciona el propio Callimachi, mientras que el Departamento del Tesoro de Estados Unidos cree que es demasiado conservadora y asegura que la cantidad es mayor.
(3) TOM KEATINGE. "The price of freedom. Why the Governments pay ramsons". FOREIGN AFFAIRS, 13 de Agosto de 2014.




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