VUELO DE MARIPOSA, PICADURA DE AVISPA

12 de septiembre de 2008

Sarah Palin es la nueva sensación de la campaña electoral norteamericana. En parte, el fenómeno responde al deseo obsesivo de novedades excitantes. Pero no hay duda de que su figura ha tenido un efecto que ha sorprendido a sus rivales, pero también a sus propios correligionarios.

Uno de los principales estrategas del Viejo Gran Partido, citado por un columnista del NYT, ha admitido que consideró la de Palin como la peor selección de candidato a vicepresidente desde 1972, cuando el demócrata McGovern escogió a Eagleton. Incluso llegó a pronosticar que McCain terminaría retirándola.

En su blog, el ex-alcalde de San Francisco, Willie Brown, ha asumido el papel de decir lo que otros callan, aunque lo piensen, en su partido. “Ella ha cambiado completamente la dinámica de esta campaña. Punto”, escribió hace unos días.

Palin ha despertado al electorado ultra de la América profunda, apegado a unos valores férreamente conservadores. Su presencia en primer línea intenta satisfacer los instintos de esa mayoría de cristiano-militantes, alérgica a los impuestos, enemiga visceral de los servicios públicos y “amante de las armas”. McCain, con su decisión, ha querido reconciliarse con ese electorado, que parecía haberle dado la espalda, por sus críticas a la administración Bush y su exhibicionismo de republicano independiente y moderado.

En cierta forma, Palin es un remake de Reagan, porque no exhibe las arrogantes maneras neocon. Todo lo contrario, su autopresentación en la Convención como “hockey mom” pretende fijar su imagen de mujer corriente procedente de una clase media sin otras pretensiones que llevar la decente vida americana que sus pares esperan de ella. “McCain ya tiene su Obama”, decía NEW YORK MAGAZINE, para codificar el acierto de la operación renovación/tradición.

La pregunta es cuánto durara el encanto de Palin. La pretendida naturalidad de sus actuaciones es poco consistente con algunas experiencias de su corta pero significativa trayectoria política. De momento, la prensa que ha resistido el deslumbramiento ha comenzado a revelar ciertas decisiones políticas suyas que apuntan usos y mañas poco renovadores. Es difícil valorar cuanto hay de cierto y cuanto de exagerado, o de torcido, en los artículos de urgencia publicados esta semana. Pero ciertos datos reflejan una personalidad ambiciosa que adopta no el mensaje inspirado por los principios, sino por la rentabilidad política y electoral.

El NYT le reclama una rueda de prensa abierta para testar su capacidad de ofrecer explicaciones convincentes, y le reprocha a su jefe político que trate de envolverla en estrategias mediáticas blindadas.

Otras anécdotas más personales y familiares –como el supuesto impulso de venganza contra su ex-cuñado- cuestionaría su ingenuidad y acreditaría, por el contrario, esas imputaciones de personalidad dura e impenitente. “Vuelo de serpiente y picadura de avispa”, escribía un comentarista esta semana.

Todas estas consideraciones pueden aminorar el efecto Palin. Pero como advertía el citado ex-alcalde de San Francisco en su blog, el efecto Palin solo tiene que durar dos meses –hasta las elecciones- para resultar devastador.

Obama -y también Biden- ya han arremetido contra el efecto Palin de forma directa, aunque elegante, como corresponde a su retórica, baja en calorías. También ha echado una mano Hillary Clinton. Como mujer, su primera andanada contra Palin resultó de utilidad a Obama, porque los responsables de campaña de McCain ya han empezado a acusarlo de “sexista”. La senadora, siempre tan calculadora, evitó mencionar a Palin por su nombre, pero minusvaloró la apuesta republicana. En un acto celebrado en Florida, construyó una ingeniosa metáfora de hielos y naufragios que encaja con la procedencia alaskiana de la Pallín y el rumbo extraviado de los republicanos: “ahora vienen a decirnos que un iceberg podría haber salvado el Titanic”.

La dificultad de la respuesta demócrata no debe residir en el discurso. Puede estar en la chequera. Para diluir el empuje republicano necesitarán invertir más dinero de lo previsto. Y en esta materia -otro viraje inesperado de la campaña- parece que los demócratas tienen ahora más apuros que los republicanos. A los conservadores les ha llovido dólares en agosto. La buena noticia para Obama es que en las 24 horas siguientes al discurso de la Palin en la Convención de Minnessota, su campaña consiguió recaudar 100 millones de dólares. Tal fue el susto que produjo en los liberales la enérgica puesta en escena de la “pitbull con labios pintados”.

Dólares, si, pero sobre todo lo que Obama necesita, al cabo, son votos. Estos días, hablando con líderes comunitarios de Chicago, donde Obama inició su carrera política, saqué la conclusión de que el senador por Illinois necesita convertir en hechos tanta promesa evocada por su mensaje de cambio. En los barrios del South Side se anhela con ansiedad el triunfo de un chico que todavía es percibido como “alguien distinto”, como “uno de los suyos”.

Esa identificación a flor de piel choca con las imputaciones de “elitista” que se escucha en las filas republicanas y que con tanto apasionamiento recreó Sarah Palin en su discurso de aceptación en Minessotta. Lo que preocupa a los activistas demócratas –incluso a los independientes que quieren un cambio en Washington- es que esos seguidores se queden en su casa el 4 de noviembre.

Algo parecido ocurre con los latinos. Uno de los líderes de la comunidad latina, Juan Andrade, me hacía esta semana los números que los demócratas necesitan para regresar al 1600 de la Avenida Pennsylvania. Si la participación de los latinos supera ligeramente la registrada hace cuatro años, Obama ocupará el despacho oval en enero.

Los problemas con la participación no estriban simplemente en la conciencia de los electores, sino en procedimientos, mecanismos y prácticas diseñados para que vote cuanto menos gente mejor, con el objetivo de asegurar el mantenimiento del sistema. Aunque la presión de organizaciones cívicas y de los medios más responsables ha logrado que se hayan adoptado medidas preventivas en los estados que resultan decisivos para el resultado final, no está descartada la repetición de irregularidades y actuaciones fraudulentas, como en 2000 y 2004. Después de todo, la democracia americana, más allá de los mitos y las fanfarrias, es mucho más defectuosa que la que tenemos en Europa.

No hay comentarios: