GEORGIA: DOBLE RASERO EN LAS GUERRAS NACIONALISTAS

5 de septiembre de 2008
Dirigentes, analistas y medios occidentales han responsabilizado principalmente a Rusia de la guerra de este verano en el Cáucaso. Los excesos y maneras de los nuevos patronos del Kremlin ciertamente han contribuido a ello.

La administración Bush, muy desacreditada en política exterior, fue también duramente criticada al principio por su tibieza gestión y manejo de la crisis, incluso por medios próximos, que llegaron a exigir medidas propias de la superada guerra fría.

La posición europea ha sido más cautelosa y, desde luego, menos combativa con Moscú. Bajo el liderazgo de Francia, que ejercía la presidencia de turno de la Unión, la UE ha evitado cortar todos los puentes con el Kremlin, a sabiendas de que ese camino radical no llevaría a ninguna parte.

Las crónicas de enviados especiales y la mayoría de comentarios editoriales han cargado las tintas en la desproporción de la actuación militar rusa. Pero, aunque con menos frecuencia e intensidad, tampoco han faltado referencias críticas a los antecedentes que explican en parte los móviles del Kremlin.

Me gustaría destacar, por su originalidad y espíritu crítico, dos interesantes artículos publicados en agosto por el semanario británico THE NEW STATESMAN. En ellos, se ponía en evidencia la política occidental ante los conflictos nacionalistas y fronterizos en los últimos quince años.

El caso más llamativo es Kosovo. El columnista JOHN PILGER nos recordaba cómo la actuación diplomática y una información poco cuidadosa –cuando no claramente sesgada- sirvieron para legitimar una política occidental peligrosa e injusta.

El gobierno norteamericano sostuvo que los serbios habían liquidado a más de 200.000 albaneses en Kosovo, para justificar el bombardeo masivo de la OTAN, que provocó numerosas victimas civiles. La fiscal del TIP para la antigua Yugoslavia, Carla del Ponte, quiso, pero no le dejaron, incluir a los milicianos independentistas kosovares en la lista de criminales de guerra, al tiempo que rebajaba a poco más de dos mil las victimas albanesas de la represión serbia. Pero lo peor ocurrió después: cuando la OTAN provocó el desastre serbio y las bandas de supuestos liberadores se hizo con el control de Kosovo: doscientas mil personas fueron eliminadas. Eran serbias, no albanesas, y alguno de los verdugos, o de sus responsables, están o estuvieron en el gobierno de Prístina.

El segundo artículo de THE NEW STATESMAN tiene que ver con el marco teórico y diplomático con el que se ha tratado de gestionar la inestabilidad nacional y fronteriza desde el final de la guerra fría. La investigadora española Elena Jurado, responsable del think tank POLICY NETWORK, recuerda que la cumbre mundial de 2005, amparada por la ONU, estableció la doctrina de la “responsabilidad de proteger”, consistente en reconocer a los estados soberanos la capacidad y legitimidad de defender a sus ciudadanos. Y, en el caso de que no pudieran hacerlo, se admitía que se encargara de garantizarlo la comunidad internacional.

Esta doctrina, invocada por Estados Unidos y algunos países europeos en Kosovo para amparar la declaración de independencia de la provincia serbia, ha sido empleada ahora por Rusia para intervenir a favor de las poblaciones osetia y abjasia en Georgia.

“La política exterior rusa no amenaza con sabotear el sistema internacional”, sostiene la investigadora jefa de POLICY NETWORK. Simplemente –añade- Rusia está reclamando que se tenga más en cuenta sus intereses. No es ocioso recordar que, después de fracasar en el intento de detener la independencia unilateral de Kosovo, Moscú advirtió que no habría motivo para denegar el mismo derecho a Osetia y Abjazia.

La crisis, por tanto, no ha sido una sorpresa. Es probable que el Kremlin provocara al mercurial presidente georgiano para que actuara con la imprudencia que le caracteriza y justificar así una intervención militar suficiente decisiva. Después de su obsequioso seguidismo en Irak, con una aportación desproporcionada de tropas, Shakasvili contaba, tal vez, con una ayuda más comprometida de Washington. Sobre todo después de que se le prometiera un apoyo decisivo para su efectivo ingreso en la OTAN, a finales de este mismo año.

Los vientos de autoritarismo ruso pueden ser preocupantes y conviene permanecer alerta. Pero es preciso reconocer que no era realista esperar que, después de quince años perdiendo terreno, los rusos siguieran aceptando su debilidad internacional, ahora que están recuperando importantes bazas para afirmar una política más asertiva.

El Cáucaso puede ser una zona muy importante para el futuro aprovisionamiento energético de Occidente. Lo que explica que se valore la fidelidad de un país como Georgia, de relevancia estratégica muy superior a su tamaño y potencial económico o militar. Pero también hay que ser exigente con el respeto a las normas democráticas. Lo que no siempre ha acreditado el gobierno georgiano.

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