CARTER: UN PRESIDENTE NORTEAMERICANO COMO NINGÚN OTRO

 31 de diciembre de 2024

James Carter será recordado por casi todo el mundo como el político que mejor dignificó un cargo después de abandonarlo.

En aquella América atormentada por las barbaridades cometidas en Vietnam y el escándalo del Watergate, la sanación se antojaba casi milagrosa. Los cuatro años -sólo un mandato- que Carter pasó en la Casa Blanca, en la segunda mitad de los setenta, fueron tormentosos: por la pavorosa crisis económica iniciada antes de su llegada al poder; por el impacto de la revolución iraní, que provocó el segundo shock petrolero en Occidente, acabó con uno de los dos gendarmes de Estados Unidos en Oriente Medio y, a la postre, arruinó su presidencia; y por la invasión soviética de Afganistán, que desencadenó la última oleada de la guerra fría.

Nunca fue un Presidente tan criticado por republicanos y demócratas, pese a que éstos últimos no tuvieron más remedio que admitir algunos de sus logros (1).

LOS CONTRASTES DE LA POLÍTICA EXTERIOR

Al Presidente Carter se le recordará ante todo como el artífice de la primera paz entre Israel y un país árabe (Egipto), tras tres guerras terribles (o una sola que nunca acabó de verdad). Carter inauguró el modelo Camp David, es decir, el encuentro personal e íntimo entre enemigos irreconciliables para conseguir lo imposible. La convivencia entre Sadat y Begin fue difícil, por momentos agría y casi siempre estuvo al borde de la ruptura. Durante semana y media, el Presidente se implicó personalmente, mediando, aconsejando y tratando de eliminar los obstáculos que dificultaban el acuerdo. 

Tras la paz de Camp David tardarían en repetirse ese logro. Otro político sureño demócrata como él (Clinton), conseguiría el acuerdo entre la OLP e Israel (1993), y un año más tarde se sumaría Jordania.  Los once restantes presidentes fracasaron estrepitosamente.

Pero el Oriente Medio que Carter pretendió pacificar se volvió contra él como una maldición. Irán surgió como una nueva potencia, no árabe, pero existencialmente enemiga de Israel y de todas aquellas naciones que osaran firmar la paz con el enemigo sionista.  La revolución chií destruyó la Presidencia de Carter, al tomar como rehenes a 52 personas en la embajada norteamericana en Teherán.

Después de unas negociaciones sin éxito, Carter autorizó en abril una operación militar de rescate que fracasó debido a un accidente mortal en las fase preliminar. Los esfuerzos por lograr la liberación siguieron, pero fueron boicoteados por los republicanos. Según publicó el año pasado el New York Times, colaboradores de Reagan prometieron a Jomeini un mejor trato cuando su candidato llegara a la Casa Blanca. Carter nunca recuperó su crédito ante la nación. En noviembre perdió estrepitosamente las elecciones y su legado presidencial quedó fatalmente deteriorado.

Con la Unión Soviética, Carter estableció una política de presiones y recompensas,  diseñada por su asesor de seguridad, Zbigniew Brzezinski, de origen polaco y ferozmente anticomunista. Aunque prosiguió en el camino de la distensión, apretó al Kremlin para que mejorara la situación de los derechos humanos, lo que permitió la liberación de disidentes soviéticos y judíos rusos que querían abandonar el país. En materia militar, comenzó la modernización de los arsenales y planteó la instalación de misiles nucleares en Europa, pero logró un acuerdo de control de armas que no boicoteó el Kremlin, sino el Senado americano (2).

La invasión soviética de Afganistán, en diciembre de 1979, cuando a Carter le restaba menos de un año de mandato, arruinó este equilibrio de la detente. El Presidente impuso un embargo de grano a la URSS, una superpotencia militar que se encontraba, sin saberlo, en la fase terminal de su historia. Afganistán fue el Vietnam soviético, pero mucho más letal: fue, si no la causa, sí el precipitante de su brusco hundimiento. Carter boicoteó las Olimpiadas de Moscú (1980) y favoreció los movimientos clandestinos de oposición en los países bajo influencia soviética en Europa  (3). Sin embargo, continuó con la política de acercamiento a China iniciada por Nixon y Kissinger, pese a situarse en las antípodas de su visión del mundo.

Su política de derechos humanos le puso en malos términos con las dictaduras latinoamericanas. La revolución sandinista triunfó durante su mandato, sin que él lo impidiera. Reagan siempre consideró esto un error y llegó a vulnerar la ley para revertirlo. Carter devolvió el control del Canal de Panamá, punto estratégico del comercio mundial, a su legítima dueña, la República panameña. Trump ya ha amenazado con emular a Reagan y rectificar aquella decisión.

UN BAPTISTA AFERRADO A SUS PRINCIPIOS

En política interior, Carter ha sido poco vindicado, pese a que sus logros no son menores. Esto es debido a la inflación galopante que se comió la prosperidad de las décadas anteriores. Pero su administración ha sido luego considera modélica en ciertos aspectos, evocados estos días por su jefe de gabinete, Stuart Einzenstat. Carter expandió los programas educativos (desde el correspondiente Departamento ministerial qué él creó); reformó el sistema de tráfico terrestre y aéreo (quizás su logro doméstico más reconocido); fortaleció la protección de los consumidores frente a las grandes corporaciones; y amplió la superficie de parques nacionales.  Pero su principal legado fue, sin duda, la política social. Carter fué un firme defensor de los derechos civiles y designó más mujeres, negros y judíos para altos puestos de la administración que sus 38 predecesores juntos (4).

¿Por qué entonces fue tan denigrado? Sin duda por la catástrofe de Irán y los efectos devastadores de la crisis económica. Pero también por la perfidia de sus rivales republicanos y de los demócratas que nunca quisieron verle en la Casa Blanca. Desde que  lanzó su candidatura presidencial, a mediados de los setenta, se constituyó un grupo de presión denominado “Todos menos Carter”. Se le reprochaba no ser un “profesional” de la política. No lo era y hasta cierto punto, no lo quiso ser.

Se le consideraba un político sureño sin la experiencia de Johnson, pero sobre todo sin el colmillo del establishment. En su Georgia natal, donde fue Gobernador, favoreció las políticas contra la segregación racial y la desigualdad social. Sus padres eran dueños de una plantación de cacahuetes, que él heredó y convirtió en una próspera explotación. No era, obviamente un socialista, sino un baptista que de sólidas creencias que se guiaba por sus principios cristianos de humanismo, humildad y compasión (5). En los últimos años de su vida, hasta que le quedaron fuerzas, no dejó de trabajar por la causa de la igualdad social y racial y de construir casas y servicios para los más necesitados.

EL MEJOR EXPRESIDENTE

Con todo, su figura se agigantó cuando dejó la Casa Blanca. Contrariamente a la gran mayoría de sus predecesores y sucesores, que se han dedicado a hacer dinero y fortalecer su redes de influencia para su servicio personal o de las grandes corporaciones, Carter se dedicó a trabajar por la paz, desde sus posiciones ideológicas. Consciente de que su tarea en Oriente Medio fue inconclusa, como expresidente abogó tenazmente por los derechos de los palestinos que Egipto prometió defender en Camp David. Carter se convirtió en un crítico implacable de Israel hasta considerar su tratamiento de los palestino como similar al apartheid surafricano. Por supuesto, esto le valió la etiqueta de “antisemita” por el lobby sionista norteamericano (6).

Pero Carter se atrevió con otro tabú en Estados Unidos. Durante décadas puso en evidencia las contradicciones, mentiras y falsedades del sistema político norteamericano. Creó una entidad de estudios y acción (Centro Carter) para asesorar y vigilar el funcionamiento de la democracia en todo el mundo. A lo largo de los años, ha supervisado cientos de procesos electorales. Pero en vez de dar lecciones a los demás países, Carter tuvo la honestidad de denunciar el corrupto modelo americano. “Las elecciones en nuestro país deberían ser supervisadas por observadores internacionales”, dijo en una ocasión. Con toda la razón. Ningún otro presidente se ha atrevido a tanto. En 2002 fue reconocido con el Nobel de la Paz por las iniciativas puestas en marcha por su organización (7).

Hace un año pasó uno de los tragos más amargos de su vida al presenciar la muerte de su esposa Rosalyn, con la que estuvo casado 77 años. Casi siempre vivieron en la misma casa de Plains (Georgia). Al final de su vida ella ya sufría demencia y no lo reconocía, pero no quiso separarse de ella.

Con Carter desaparece un tipo de político que no tiene equivalente en la historia reciente de Estados Unidos. Hace unos años dijo que conservaba una viñeta de prensa en la que un niño le dice a su padre: “Papi, de mayor quiero ser un expresidente de los Estados Unidos” (8).

NOTAS

(1) “Jimmy Carter, Peacemaking President Amid Crises, Is Dead at 100”. PETER BAKER  y ROY REED. THE NEW YORK TIMES, 29 de diciembre.

(2) “A Four-Decade Secret: One Man’s Story of Sabotaging Carter’s Re-election”. THE NEW YORK TIMES, 18 MARZO 2023.

 “Jimmy Carter Was the True Change Agent of the Cold War”. MICHAEL HIRSH. FOREIGN POLICY, 29 de diciembre.

(3) “What Jimmy Carter Left Behind. The Foreign Policy Legacy of an Underappreciated President”. TOM DONILON. FOREIGN AFFAIRS, 29 de diciembre.

(4) “History views Carter’s legacy — and his many accomplishments — all wrong”. STUART EIZENSTAT. THE WASHINGTON POST, 29 de diciembre; “How Jimmy Carter Changed American Foreign Policy. An Enduring—and Misunderstood—Legacy. STUART EIZENSTAT. FOREIGN AFFAIRS, 20 de mayo

(5) “Carter’s book on Israeli ‘apartheid’ was called antisemitic– but was it prescient?”. CHRIS MACGREAL. THE GUARDIAN, 30 de diciembre.

(6) “Jimmy Carter followed his principles, not popular politics”. THE WASHINGTON POST, 29 de diciembre.

(7) “America Needs More Jimmy Carters”. THE NEW YORK TIMES (editorial). 29 de diciembre.

(8) “Prophet of the post-presidency: how Jimmy Carter changed the world”. JOHN GARDNER. THE GUARDIAN, 29 de diciembre.

 

EUROPA, SIN LIDERAZGO

26 de diciembre de 2024

El año termina mal para Europa y puede empezar peor. El eje franco-alemán ya no es lo que era, pero hasta hace poco conserva cierta capacidad de liderazgo en la UE. Ahora es difícil detectarlo. Los gobiernos de ambos países son quizás los más inestables de los 27. Peor, el alemán es dimisionario, en espera de las elecciones anticipadas de febrero; el francés fue anunciado en vísperas de Navidad y tendrá su primera prueba de fuego a mitad de enero en la Asamblea Nacional, sin más apoyos que los que precipitaron la caída de Barnier.

FRANCIA: MÁS DE LO MISMO

El Gobierno Bayrou ha sido una decepción, pese al voluntarioso intento del primer ministro por presentarlo como un equipo de políticos experimentados e inmunes al desfallecimiento. El dirigente centrista ha armado un collage de personalidades con pedigree para afrontar los desafíos económicos. Pero no ha ampliado su base parlamentaria. La mayoría de la treintena y media de ministros pertenecen al centro macronista y a la derecha republicana.

Bayrou pretende haber atendido a las sensibilidades de la izquierda moderada al incluir a los exsocialistas Elisabeth Borne, Manuel Valls y François Rebsamen (éste último es aún formalmente militante, pero su alejamiento del partido es notorio). El truco no ha funcionado. Las tres figuras son especialmente agrias para el PSF.

No es extraño, por tanto, que el Secretario General, Olivier Faure, calificara de “provocación” la composición del gabinete. “Bayrou no ha respetado ninguna de nuestra condiciones” para el pacto de evitación de la censura, advirtió el líder socialista. Los socialistas contaban con que el jefe del gobierno dejara al menos abierta la reconsideración de la reforma de la ley de jubilación, pero no ha sido así. “¿En que mundo viven?”, ha sido la respuesta despectiva de Bayrou.

En este clima de desencuentro, otros miembros de la dirección socialista han llegado incluso más lejos en sus manifestaciones de agravio. A día de hoy, la moción hacer correr a Bayrou la misma suerte que su predecesor se ha reabierto.

Para más escarnio, el centrista mantiene al derechista Bruno Retailleau en Interior y recupera a su predecesor, Gérald Darmanin (en su día un fiel de Sarkozy y luego convertido al macronismo), para la cartera de Justicia. Este ministro protagonizó una fuerte polémica al ponerse del lado de la policía y en contra la judicatura en una sonora confrontación institucional.

La carta de la experiencia tampoco ha conmovido a nadie. Por primera vez desde el gobierno de Maurice Couve de Murville en 1968 (el último de De Gaulle), hay cuatro exprimeros ministros en un Gobierno. Esta argucia de Bayrou ha facilitado el comentario sarcástico del  Resamblement National: “el regreso de las momias”, han dicho en el partido de Marine Le Pen. Y por si esto no fuera suficiente, se ha dejado saber que el partido de Marine Le Pen vetó la elección de Xavier Bertrand como titular de justicia. El presidente del departamento de Hautes-de-France es el más centrista de los dirigentes de Derecha Republicana (herederos del gaullismo), pero sobre todo es la bestia negra de los lepenistas, como dice la prensa liberal. Bayrou ha negado las presiones, pero el propio Bertrand rechazó el ofrecimiento de otra cartera de menor peso que le ofreció el primer ministro. El descosido es general.

NI que decir tiene que desde la izquierda radical el regocijo es grande. La franja insumisa no le concedió ni el beneficio de la duda a Bayrou desde el principio. Ahora proclama su acertada visión e insiste en que el político centrista es un peón más que Macron lanza a los leones para aplazar su inevitable dimisión.

El primer ministro juega con la baza de la emergencia económica. Es la misma que intentó Barnier, sin éxito, pero con cada crisis se agrava la percepción de catástrofe. Francia está bajo la lupa de las agencias de calificación crediticia, ha dicho estos días Bayrou para meter presión a los socialistas y conseguir que no se recomponga el bloque de la izquierda.

En otra maniobra de trompe d’oeil (truco o engaño), Bayrou ha escogido a un banquero de perfume social-liberal para dirigir Economía. Eric Lombart es un banquero de orígenes familiares adinerados pero de una sensibilidad social, que promueve un “capitalismo más responsable” o “más regulado”. Es otro próximo a Macron para cumplir con una tarea que él mismo ha denominado “difícil”, evitando términos más contundentes que perjudicarían la confianza.

Con estos mimbres empezará Francia el año: deficitaria y endeudada la nación por encima de todos los niveles aceptables en Bruselas y desprovisto de legitimidad política desde verano, cuando Macron fue victima de su propia ambición.

El Presidente está en sus horas más bajas de aceptación. Muy pocos le apoyan ya, incluido entre sus filas, donde se piensa más en clave 2027 que en salir del atasco actual. No es raro que un diario de centro como LE MONDE haya publicado una serie de cuatro largos artículos que deconstruyen virtualmente al presidente. La sensación con la que se queda el lector es que el joven reformista que pretendía cambiar Francia de arriba abajo hace siete años se ha revelado como un diletante narcisista, poco apegado a la verdad, aislado y cada vez más paranoico (1).

ALEMANIA: UN GIRO DERECHISTA

En Alemania, lo que se espera es un giro derechista sin precedentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Friedrich Merz, el dirigente que ganó el liderazgo de la CDU tras la retirada de Angela Merkel, aparece como el político situado más a la derecha en la historia de la República Federal, más incluso que Adenauer.

Merz fue desatendido por la excanciller por sus políticas conservadoras extremas en todas las materias sociales sensibles, desde los derechos laborales a la inmigración. No se ha privado de hacer comentarios xenófobos o sarcásticos sobre los refugiados. Su cometido al frente del Comité de vigilancia de un fondo de inversión norteamericano dejó bien a las claras qué tipo de política pretende imponer en Berlín. Se acabó el consenso centrista en la política alemana, tras varias décadas de forzado maridaje. Alemania camina hacia un liberalismo salvaje sin las correcciones sociales que la socialdemocracia fue edificando y la CDU respetando parcialmente, sobre todo en la era de Merkel. 

El nuevo Canciller parece que lo tendrá fácil para imprimir este giro. Las encuestas le dan mayoría absoluta. Ni siquiera necesitaría la habitual muletilla de los liberales, que pueden quedarse fuera del Bundestag, tras una colaboración a contracorriente con socialdemócratas y verdes en la actual coalición de gobierno.

El principal partido de la oposición será la ultra Alternativa por Alemania, que después de sus éxitos del pasado otoño en los länder del Este se prepara para lo que su denominación pretende: ser una verdadera alternativa de poder. De momento, ese objetivo parece lejano.  La candidatura de Merz puede perjudicarle, porque mucho votante ultraconservador podría decidir que es más seguro otorgarle a una CDU escorada a la derecha la responsabilidad de conducir el país.

La deriva alemana tiene cierta  similitud con la francesa. Una ultraderecha atrapada en el cordón sanitario se va haciendo cada vez más fuerte y va ganando batallas sin necesidad de ocupar el centro del poner, imponiendo la naturaleza de sus políticas. AfD puede esperar a que el desgaste inevitable del gobierno y una previsible recuperación de socialdemócratas y verdes obligue a la CDU a algún tipo de acuerdo si quiere mantenerse a medio plazo en el poder.

El futuro gobierno ultraconservador tiene que resolver el enorme nudo en que encuentra atrapada Alemania desde la guerra de Ucrania. Merz es mucho más virulento contra Putin, pero el estrangulamiento energético del país y el daño que una mayor confrontación comercial con China, impulsada por Trump, ocasionaría a la industria exportadora alemana puede obligarlo a ser más pragmático.

Tampoco se visualiza cómo pueden llegar a entenderse mejor Berlín y París en las circunstancias actuales. La derecha centrista alemana suele mezclar mejor con el centro-izquierda francés. Las dos derechas combinan mal, irónicamente, y más si una se asienta de nuevo en el ultraliberalismo que Merz representa y la otra se mueve en la indefinición para evitar una mayor fractura social. Hace 50 años, el liberal Giscard y el socialdemócrata Schmidt creyeron ilusamente pactar una salida a la crisis del shock petrolero. Hoy en día, todo se antoja aún  más oscuro.

 

NOTAS

(1) «Le président et son double»

 

FRANCIA NO ES NÔTRE-DAME

18 de diciembre de 2024

Las volutas de la crisis política francesa han terminado por erosionar a su principal instigador, el Presidente de la República. Se presentó como bombero ante el anunciado  incendio “de los dos extremismos” (de derecha y de izquierda), que podría reducir Francia a cenizas. Pero, en realidad, al disolver la Asamblea Nacional en junio, en puertas de los Juegos Olímpicos, ofició de pirómano y echó leña a un fuego que lleva tiempo asediando el edificio de la V República.

En su discutible manejo de la crisis, Macron ha ido quemando primeros ministros y arruinando, dificultando o emborronando carreras políticas. A la exsocialista Elisabeth Borne le agotó la paciencia, su virtud tecnocrática más destacada. A su ahijado político Gabriel Attal lo arrojó al pie de los caballos, cuando éste creía sostenerlos por las bridas en galope hacia el Eliseo 2027. Rescató al antiguo gaullista Barnier, un eurócrata ennoblecido con el acuerdo sobre el tramo final del Brexit, pero el resultado ha sido un final sin gloria: su gobierno, el más corto del actual sistema político.

El círculo de fuego se cerraba sobre el Eliseo, aunque la alarma se extendió a todos los partidos del consenso centrista. Las maniobras presidenciales salpicaban chispas sobre la túnica del émulo de Nerón, pero amenazaban con devastar a toda la clase política. Los excluidos de cualquier solución -el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y los insumisos de Jean-Luc Mélenchon- insistían en que el siguiente en ir a la pira funeraria debía ser el propio Macron. La dimisión del Presidente se ha convertido para ellos en un mantra inalterable.

Esta apuesta ha sido el talón de Aquiles de la trabajosa unión de la izquierda. El esfuerzo que hizo posible el relativamente exitoso Nuevo Frente Popular daba muestras de agotamiento, una vez fracasada la apuesta de la joven tecnócrata Lucie Castets como jefa de gobierno.

Instalado en su despacho de la rue de Varenne, Barnier quiso convertir el lema “nada con Le Pen” en un más pragmático “sin algo con Le Pen, nada es posible”. Concesiones supuestamente menores se convirtieron en un arma arrojadiza para la oposición de izquierda. El cordón sanitario había saltado en pedazos, al obtener la ultraderecha la preciada palanca de hacer caer al gobierno Barnier en cuanto quisieran. Y así lo hicieron. Bastó con que apoyaran una moción de censura planteada por el Nuevo Frente Popular, en protesta por un proyecto de presupuestos impuesto por decreto. Como dijo el Coordinador general de los insumisos, Manuel Bompard, Barnier quiso elegir entre el deshonor y la censura y, al final, ha tenido el deshonor y la censura.

Tras la caída del político saboyano, arreciaron las presiones para forzar la dimisión de Macron. Pero se trataba de fuego artificial. Las llamas no crepitaban en el Eliseo, sino en Matignon, sede del Primer Ministro, convertido ya en lugar indeseable.

EL MAL PASO DE MACRON

Macron se arropó en los fastos de la recuperación de Nôtre Dame para ilustrar ante la nación cómo recuperarse del fuego devastador. Mientras sus rivales le urgían a ofrecer una solución, el Presidente se complacía en admirar las naves restauradas de la Catedral de París. Para cualquier político francés hubiera sido muy difícil resistirse a la analogía del esplendor triunfante sobre la destrucción. Pero para Macron simplemente resultaba imposible.

El Presidente alargó el suspense cumpliendo con un viaje previsto a Oriente Medio y alentó las discrepancias entre sus rivales. Finalmente, parecía decidido a tirar de otro de sus cachorros, el ministro dimisionario de Defensa Sebastián Lecornu, un político de nueva hora, muy cercano a la primera dama, Brigitte Macron, a pesar de que muchas voces en su propio partido le recomendaban la solución más tranquilizadora de François Bayrou.

Macron desoyó estos consejos, fiel a su deriva ultrapresidencialista. En su papel de Júpiter, citó a Bayrou en el Eliseo, pero no para ofrecerle el cargo, sino para informarle que no era el elegido. Lejos de agachar la cabeza, este veterano político centrista, forjado en la larga estela desventurada del giscardismo, decidió contragolpear. Retó al Presidente a nombrarlo primer ministro, si no quería verse privado del apoyo de la cincuentena de diputados de su formación, el MoDem (Mouvement Démocrat), uno de los miembros de la coalición presidencial. “O me nombras o retiro mis canicas”, le espetó. Y Macron, al presentir que esta vez el Eliseo podría estallar en llamas, reculó. Lo paradójico es que el nuevo primer ministro lidera una formación que apenas tiene cuatro diputados más que la familia política de Barnier. El déficit democrático del nuevo primer ministro es el mismo. Lo que cambia es su posición de pivote en la política francesa.

EL ETERNO CANDIDATO

Bayrou es el eterno candidato. Nunca ha aspirado a presidir Francia, pero siempre ha creído que podría influir en su destino desde el sillón de Matignon. A sus 73 años, este político acostumbrado al pacto y la componenda cree estar en mejores condiciones que sus antecesores para componer una mayoría sin combustiones espontáneas, sin sentirse preso de nadie. Ni siquiera del Presidente, al que ya ha torcido el brazo una vez, aprovechando su extrema debilidad. Sus amigos lo consideran dúctil, pero de férreas convicciones. Democristiano de inspiración, liberal sin excesos en lo económico y muy abierto en sus amistades políticas. Tiene buena entrada en el socialismo y ha evitado hacer escarnio de las filas lepenistas. Tiene en común con ellas haber sido acusado de utilizar el sueldo ficticio de los asesores de los parlamentarios europeos como tapadera de la financiación ilegal de sus respectivos partidos. Ese puente podría serle de utilidad.

Está por ver si Bayrou podrá forjar un gobierno, según él mismo ha dicho, reserré (compacto) y compuesto de personalidades, es decir, de figuras de prestigio. Los socialistas ya están enviando señales inequívocas de colaboración, pero no incondicional, basado en la intuición de que no es posible la moción de censura interminable. Comunistas y ecologistas, con menos bazas, caminan por una senda similar. Los insumisos ya denuncian el entreguismo, paso previo a gritar “traición”. En la práctica, el Nuevo Frente Popular ha sido puesto de momento entre paréntesis.

La derecha republicana no está contenta. Con Barnier, uno de los suyos, no tenía garantizada una preminencia que no había ganado en las urnas, pero sí al menos una influencia superior a su fuerza política parlamentaria. Con Bayrou es probable que vuelva a su estado marginal.

Pastorear el rebaño político no es el mayor desafío del este político del Béarn, que quiere conservar su puesto como alcalde de la pirenaica ciudad de Pau. Ya ha dicho que la incompatibilidad de cargos fue un error y que un ministro o un diputado cumple mejor su papel si no se le priva del arraigo en la política local. Una guerra secundaria más que unir a la demanda de una mayor dosis de proporcionalidad electoral.

Pero el verdadero reto es afrontar la crisis económica y fiscal del país, con un déficit del 6% del PIB, una deuda galopante y una degradación de la solvencia crediticia del país. La lupa de Bruselas está puesta sobre las finanzas de Francia. El margen de actuación se estrecha. Las medidas serán dolorosas, por mucho consenso que Bayrou sea capaz de articular.

Macron espera a conocer el gobierno que le presenta su elegido a la fuerza. Por lo pronto, se ha ido a Mayotte, para consolar a los habitantes del enclave francés en el Índico arrasado por el ciclón Chido. Con cierto desdén, desde la administración presidencial han recordado a Bayrou que debe esperar.

Las relaciones entre el Eliseo y Matignon puede volverse tan agrias como suele ocurrir cuando el buen clima entre supuestos aliados se deteriora. En esos casos, hasta la cohabitación entre líderes de distinto signo político puede resultar más candorosa.

A Macron no le ha funcionado el efecto Nôtre-Dame. En Francia es cada vez más intenso el olor a chamusquina.

SIRIA: ¿UNA ALEGRÍA EFÍMERA?

11 de diciembre de 2024

La caída del régimen y la huida de Assad han desencadenado un ambiente de júbilo en Siria. Las imágenes son intercambiables por las de otros sucesos semejantes. Disparos al aire de las milicias triunfadoras, despliegue de banderas, celebraciones interminables, apertura de las cárceles, regreso de algunos exiliados... Lo vimos en Irak, tras la caída de Saddam Hussein, y en Libia, después del hundimiento del sistema político de Gadafi.  O en Yemen, tras la caída de Saleh. Ya sabemos en que quedaron aquellas alegrías. ¿Pasará lo mismo en Siria?

Si por una vez los errores ajenos sirven de algo, podría pensarse que los nuevos dirigentes están avisados y estarían en mejores condiciones de prevenirlos. Pero es sabido que sólo se aprende en carne propia, y no siempre. En Irak, dos décadas después, no se ha salido del marasmo; en Libia, la situación es igual o peor.  Yemen no solo ha dejado de existir como Estado unitario: ni siquiera hay un Estado funcional. Tampoco pueden presumir de libertades y prosperidad otros países de la zona que derrocaron a tiranos, como Egipto o Túnez: los actuales dirigentes se parecen mucho a los anteriores.

Siria tiene muchas papeletas para repetir la senda catastrófica: historial de odios étnicos (azuzados), tradición represiva, debilidad de las instituciones estatales constructivas y relativa escasez de recursos materiales, por enunciar sólo los problemas mayores. Pero el peor peligro es la ambición de las potencias regionales e internacionales, que no renunciarán a poner sus zarpas sobre el país y sus martirizada población. La amalgama de fuerzas rebeldes refleja esa pugna por el control del futuro sirio.

VECINOS INCÓMODOS

Turquía aspira a ejercer una tutela, no sólo para evitar la consolidación de un entidad kurda próxima a su frontera meridional, sino para disponer de una palanca que fortalezca sus aspiraciones de gran potencia regional.

Irán parece resignado a perder gran parte de su influencia en Siria, pero tratará por todos los medios de impedir que se convierta en un país hostil. Aún conserva ciertos elementos de presión entre las fuerzas de inteligencia y seguridad. Por esa razón, es clave saber si los nuevos dirigentes procederán a una depuración de los órganos de control y represión y si tienen capacidad para hacerlo sin precipitar una respuesta contraria. Una cosa es que los resortes del régimen se hayan rendido con facilidad y otra que estén dispuestos a ser sacrificados. Tienen armas, información y apoyo externo para hacer la vida imposible a quienes pretendan purgarlos. El régimen de los ayatollahs, en el estado actual de precariedad interna y de debilitamiento de sus aliados regionales (Hamas, Hezbollah) podría aceptar tener una voz en la definición y orientaciones estratégicas del nuevo Estado y que se le permitiera libertad de tránsito hacia el Líbano.

Irak querría que la influencia de los alauíes (rama local del chiismo), desmedida con respecto a su porcentaje de población, no fuera eliminada del todo. Hasta la caída de Saddam Hussein, Bagdad y Damasco rivalizaban por el control del relato político y cultural del movimiento nacionalista panarabista Baas. Ahora son otros tiempos. Es de esperar que en Bagdad se siga la senda de su protector persa, aunque los chiíes locales todavía cuentan con la figura del Gran Ayatollah Sistani, que no acepta de buen grado la tutela de sus homólogos iraníes. La palanca que Washington aún conserva en Irak puede ser de gran valor.

Jordania desea evitar que se instale un régimen islamista, aunque sea más suave que el fallido Daesh. Pero tanto o más teme un nuevo Líbano como el de los 70, en el que las facciones palestinas se reorganicen y amenacen la muy precaria estabilidad de la monarquía, en un país con mayoría de población palestina.

Israel no renunciará a sacar partido de la situación. Ya lo está haciendo. Por lo pronto ha destruido parte de la fuerza naval siria: otro de sus ataques preventivos. Previamente, en nombre de su sacrosanta seguridad (que implica la inseguridad de los demás), se apresuró a ocupar la zona desmilitarizada en los Altos del Golán, un territorio fantasma en el que todavía son visibles los efectos de la guerra de 1973. Después de todo, el apellido de guerra del cabecilla principal, Al Jolani, es tributario de ese territorio (Jolani o Golani: el del Golán). Si el nuevo régimen no le ofrece garantía de seguridad, y seguro que todas le parecerán pocas al extremista gobierno actual, es muy probable que esa ocupación de la zona desmilitarizada se convierta en definitiva, como los territorios conquistados en 1967. Según algunas noticias de última hora, el ejército israelí ha ido más allá de la zona desmilitarizada. Es una señal.

ACECHO DE LAS POTENCIAS GLOBALES

Pero además de los países vecinos, hay que contar con las potencias globales, que han invertido no pocas energías e intereses en esta Siria destruida de arriba abajo, pero con un valor estratégico nada desdeñable.

Rusia no tendrá ya un aliado tan fiable y sumiso, pase lo que pase a corto plazo. Los alauíes se han apoyado en la protección soviética, primero, y rusa, más tarde, para asegurar su control sobre el país. Mientras Egipto, Irak, Argelia o Yemen fueron alejándose de Moscú, en etapas y grados diferentes, Siria se mantuvo como el peón inalterable. Prueba de ello son las dos bases que el Kremlin mantiene en el país: la naval de Tartús, que le asegura el acceso al Mediterráneo, y la aérea de Jmeimim, a muy poca distancia de la anterior. Ambas se encuentran en la región occidental de Latakia, que no por casualidad es el feudo de los alauíes sirios. Esa población estará ahora a la defensiva, hasta conocer la intenciones de los nuevos dueños.

Putin quizás habría podido evitar el hundimiento de Assad si se hubiera atenido al guion de 2015, cuando hizo valer el poder de su aviación para aplastar el levantamiento rebelde y sostener a la insurgencia kurda en el norte para que contuviera a los amenazantes turcos en vez de presionar sobre Damasco. Pero ahora la guerra de Ucrania ha debilitado sus bazas y ha tenido que elegir lo menos malo. Al dar acogida en Moscú a Assad y a su familia (se ignora a cuantos de sus miembros), premia los servicios prestados durante más de medio siglo.

La influencia que Rusia puede seguir teniendo en Siria es una incógnita, con el futuro de las bases en primer término. El acceso al Mediterráneo es una baza estratégica de primer orden. La penetración rusa en África, que ha experimentado un gran impulso en los últimos años, necesita de esas plataformas militares. El Kremlin puede luchar para conservarlas, poniéndose a disposición del nuevo régimen. Por supuesto, es muy dudoso que el garante de Assad pueda ser aceptado ahora el protector de sus enemigos. Además, para eso tendría que rehacer su pacto con Turquía, que, a buen seguro, tendrá una influencia notable en el nuevo régimen. Pero cosas más raras y paradójicas se han visto en Oriente Medio.

 

Estados Unidos contempla lo ocurrido con una mezcla de inquietud y satisfacción. Digan lo que digan sus portavoces oficiales, el statu quo que ahora ha saltado por los aires no le venía mal a Washington ni a su protegido israelí. Al cabo, el régimen de Assad era un enfermo terminal que se limitaba a sobrevivir, sin ser un riesgo para sus vecinos. El ángulo más positivo está claro: en un año, el llamado “eje de la resistencia”, construido pacientemente por Irán, ha quedado reducido a la mínima expresión. Y la influencia rusa en la región está ahora en el limbo.

Por el lado opuesto, preocupa en Washington que Turquía haya dejado de ser una garantía de solidaridad occidental en Siria, donde ha practicado una política completamente ajena a los intereses norteamericanos. De hecho, allí donde se fraguaron principalmente las tensiones turco-norteamericanas, en la década anterior. 

A Estados Unidos no le gustaría que se instalara en Damasco un régimen islamista siquiera moderado como el que pretende proyectar el cabecilla de la principal facción de la revuelta. Ahmed Al Shar, nombre real de Al-Jolani, fue antes líder de Al-Nusra, franquicia de Al Qaeda en Siria, y sólo rompió con ella cuando no quiso acomodarse a un pacto con el Daesh, como se explicaba en el comentario de la semana pasada.

Pero, si estos islamistas blandos terminaran imponiendo su predominio en el nuevo gobierno,  tampoco sería de extrañar que Washington se acomodara, siempre y cuando obtuviera garantías imprescindibles. A saber: que evitara aplicar criterios de gobernanza basados en la interpretación más radical de la sharia; que se limitara al mínimo (si no fuera posible eliminarlas) las concesiones a Moscú; que se abstuviera de presionar a Israel; que dejara de condicionar la política libanesa; y que se abstuviera de dar cobijo a grupos radicales palestinos.

Luego vendría otra lista retórica sobre respeto de derechos y libertades de las minorías, la democracia y los valores universales,  pero sólo de cara a la galería. Al cabo, Estados Unidos mantiene alianzas de primer orden con monarquías absolutistas y republicas autoritarias (dictaduras sin cuento todas),  sin el menor problema de conciencia. Siria no tiene por qué ser una excepción.

Europa no está en primera línea. ¿Se la espera? De momento, los primeros movimientos han consistido en animar a los inmigrantes sirios para que regresen a sus hogares (en muchos casos, destruidos). Y, por supuesto, anunciar que ya no se aceptará la entrada de más sirios. Por tanto, Europa suelta lastre y, quizás, aunque no está el horno para bollos, tire de cheques, como suele hacer en la región, para contribuir a la reconstrucción material.

En ese papel de pagador, pero con retorno de influencia política más directa, son más seguras las monarquías del Golfo, que se han deshecho de un incómodo actor al que, no obstante, hace poco habían vuelto a aceptar en la mesa común árabe. ¿Cinismo o real politik? ¿Diplomacia o duplicidad? Un poco de todo.

En este cóctel de intereses externos cruzados, de debilidad del tejido social y étnico y de una inevitable sed de venganza, la experiencia nos dice que haríamos bien en no ser demasiado optimistas sobre el futuro de Siria. En Oriente Medio, las alegrías suelen devenir en tragedias.

EL ARCO DE LAS CRISIS: SIRIA, GEORGIA Y COREA DEL SUR

 4 de diciembre de 2024 

Tres crisis han alcanzado niveles de alarma en los últimos días: Siria, Georgia y Corea del Sur. En todos estos casos, se trata de procesos que se venían gestando desde hace tiempo, de forma más o menos larvada. Los focos parecen distantes (Oriente Medio, el Cáucaso y Extremo Oriente). Y, sin embargo, parece detectarse una notable conexión entre ellos, debido a la participación, en distinto grado, de las principales potencias en la escena mundial.

LA MADEJA SIRIA

Siria es quizás el caso más claro de conflicto internacionalizado. Aunque los actores locales juegan un papel importante, sus actuaciones y el rumbo de los acontecimientos no podrían explicarse sin la decisiva influencia de poderes externos.

Los islamistas de Hayat-Tahrir-Al Sham (traducible por Organización para la Liberación del Levante) han tomado el control de Aleppo, segunda ciudad del país, y avanzan hacia el sur, a través de la provincia de Hama. En Aleppo, los islamistas han contado, según fuentes turcas, con el apoyo del Ejército Nacional sirio (ENS), una organización militar amparada, armada y financiada por Turquía. ( ).

Hayat-Tahrir-Al Sham (HTS) fue la única milicia islamista que ha resistido en Siria. Se hizo fuerte en la región de Idlib, en el noroeste del país. Este grupo es el sucesor del Frente Al-Nusra, franquicia en su día de Al Qaeda en Siria. Cuando la red de Bin Laden compitió violentamente con el Daesh por la hegemonía islamista, en Siria hubo un intento fallido de conciliación. De Al-Nusra nació la HTS, bajo el liderazgo de Abu Mohamed Al-Golani. Aleppo estuvo en manos de Al-Nusra hasta 2016, cuando la acción combinada del  ejército regular sirio Assad, milicianos de Hezbollah, consejeros militares iraníes y la aviación rusa permitieron al régimen sirio recuperar el control. Poco después, Assad declaró la guerra ganada a “los enemigos”, pero un 30% del territorio nacional quedó fuera del control de las fuerzas gubernamentales y aliadas. Ese escaso tercio rebelde se concentraba en el norte. En el noroeste, el HTS controlaba la provincia de Idlib. Y en la franja septentrional fronteriza con Turquía se crearon entidades autónomas, unas bajo control de las milicias kurdas del YDF, enemigas tanto del régimen sirio como de los islamistas, y otras en poder de los protegidos de Turquía, y hostiles por tanto a los kurdos (2).

Pero la actuación muy intensa y activa de Turquía en la crisis complicó las cosas. Los turcos no podían aceptar la consolidación de un mini-estado kurdo en esa zona fronteriza, sabiendo que los kurdos sirios están siendo apoyados por las organización kurda turca del PKK, que Ankara considera como terrorista. El presidente Erdogan ordenó que fuerzas militares turcas combatieran esas milicias kurdas, para disgusto de Estados Unidos, que apreciaba mucho su capacidad militar en la lucha contra el Daesh.

Trump intervino en la disputa como elefante en una cacharrería. Guiado por su instinto de preferencia por los “hombres fuertes” se puso del lado de Erdogan y ordenó que las fuerzas norteamericanas dejaran de apoyar a las milicias kurdas. La reacción en el Pentágono y entre los diplomáticos y agencias de apoyo fue de estupor, por considerar que la decisión de Trump equivalía a traicionar a sus preciados aliados. Al cabo, las instrucciones del mercurial presidente, como en tantas otras cosas, no se materializaron. Pero los kurdos sirios se dieron cuenta que debían asegurar una alternativa más segura que la protección americana y negociaron un acuerdo con Assad, que permitiera estabilizar sus posiciones en el norte frente a las acometidas turcas, sin amenazar la estabilidad del régimen sirio. Moscú, tradicional aliado de los kurdos desde la época soviética, apoyo este pacto.

La madeja siria es un reflejo de los frágiles equilibrios de poder. La lucha de todos contra todos sacude las alianzas tradicionales y las condiciona a contradictorios intereses tácticos (3).

Turquía es enemiga de Siria debido a la adscripciones de cada uno de esos Estados a los dos troncos rivales del Islam, sunní y chií (o, en el caso siro, alauí, rama local de la anterior). Pero, a la vez, Turquía es un aliado de la OTAN, pero se opone radicalmente a la colaboración de Estados Unidos con los kurdos sirios, por la vinculación con sus hermanos turcos. Rusia es la aliada tradicional de Siria desde al menos la guerra de 1967 contra Israel y mantiene dos importantes bases, una naval, en Tartús, y otra aérea, en Jmeimim (ambas en la provincia de Lakatía), que le permiten un acceso seguro y estable al Mediterráneo. Rusia y Turquía son enemigos históricos, no sólo tras el orden internacional establecido después de la II Guerra Mundial, sino mucho antes, con intereses enfrentados en el Cáucaso y en el Mar Negro. Pero la evolución de Turquía desde el acceso de Erdogan, un islamista “moderado”, al poder en 2003 (primero como jefe de Gobierno y, desde 2014, como Presidente de la República) ha generado tensiones continua con Occidente. Como palanca de protección, Erdogan ha alcanzado pactos de convivencia con Putin, pese a las diferencias históricas y recientes entre ambos estados.

Hasta donde pueden llegar ahora los islamistas en este nuevo desafío contra el régimen de Damasco es algo difícil de predecir. Pero no debe escaparse el momento en que esto se produce. Hezbollah ha sido diezmado en su arsenal, cadena de mando, liderazgo y efectivos por los intensos bombardeos israelíes del último año contra sus bases, cuarteles, depósitos de armas y viviendas en Beirut y en el sur del Líbano. No parece que la milicia libanesa chií puede ser ahora de mucha utilidad para Assad. Irán se encuentra muy ocupada en restañar el daño que Israel ha infligido a su aliado libanés y, por supuesto, a Hamas, en Gaza. Aunque Teherán tiene como prioritaria la estabilidad del régimen alauí sirio, y así lo ha reiterado estos días, tampoco se encuentra en un momento óptimo para afrontar otra crisis regional.

Los apuros de los aliados regionales de Siria obliga a Moscú a un esfuerzo adicional para impedir un nuevo hundimiento de Assad. La aviación rusa, en combinación con la siria, están intentando frenar el avance de HTS hacia el sur, pero la desorganización y debilidad del ejército sirio hace muy difícil articular una barrera de protección en tierra.

Por otro lado, Rusia no se encuentra tampoco en las mismas condiciones que hace una década. La guerra en Ucrania le exige la plena utilización de sus recursos militares y una prolongación de sus compromisos en Siria podría resultar inoportuno (4). De ahí que en Moscú se intente activar algún tipo de pacto de ocasión con Ankara para estabilizar la situación.

El líder turco no parece controlar a los islamistas de HTS, pero sus protegidos del ENS podrían no colaborar más con ellos o dificultar su avance. En el pasado, estas diferencias ya impidieron formar un frente unido de las fuerzas antigubernamentales sirias. Erdogan podría pedir contrapartidas, pero Assad no dispone de mucho margen, si quiere salvar el régimen y su propia vida y la de su familia.

Turquía e Irán también se han acercado en los últimos años, pese a las enormes diferencias que mantienen, tanto ideológicas como de influencia exterior en zonas vecinas. En tanto potencias regionales les conviene que los conflictos locales no se degraden, pero los turcos intentarán aprovechar las ventajas coyunturales y los iraníes mitigar las debilidades.

Y finalmente está el papel de Estados Unidos, que mantiene a casi un millar de soldados en Siria, para asesorar y apoyar a sus fuerzas locales afines en Siria, agrupadas en el Ejército Libre de Siria (ELS), dominado por los kurdos, pero con la participación de milicias sunníes prooccidentales. Fuentes de la administración Biden han admitido que, pese a la adscripción islamista de HTS, no ven con malos ojos que el régimen sirio pueda verse en apuros. Pero lo que más satisface a Washington es que Moscú tenga que distraer fuerzas y energía para acudir en socorro de Assad.

Ni que decir tiene que a Israel también le conviene esta súbita reactivación del conflicto inacabado en Siria, porque le abre otro frente a Irán y podría obligar a Hezbollah, en caso de que su aliado sirio realmente lo necesitase, a ayudarle en lo que pudiera.

GEORGIA: LA SOMBRA DE MAIDAN

Hasta aquí la madeja siria. Pero las conexiones de las crisis del momento no se paran ahí. En Georgia, la decisión del partido gobernante de suspender las negociaciones de adhesión a la Unión Europea han provocado una crisis social y política de consideración (5). El partido ‘Sueño Georgiano’ se ha venido alineando con el Kremlin desde su aparición en la escena política, impulsado por un oligarca afín a Moscú. Hace unos meses ganó las elecciones parlamentarias por un margen abrumador, pero la oposición denunció fraude masivo, igual que la Jefa de Estado, que estuvo originariamente cercana a Rusia pero terminó pasándose al campo proeuropeo (6).

La suspensión de las negociaciones con Bruselas han provocado una reacción frontal de las fuerzas europeístas. Desde hace una semana, miles de personas se manifiestan de forma permanente ante el edificio de la Asamblea Nacional, en lo que se ha considerado en medios occidentales o georgianos prooccidentales como “momento Maidan”, en recuerdo del movimiento ucraniano que inició la ruptura con Rusia hace una década (7).

Una rebelión en Georgia complicaría seriamente las cosas para el Kremlin, que cuenta con este aliado para mantener una cierta estabilidad en el Cáucaso. Con Siria en llamas de nuevo y la ofensiva en varios frente en Ucrania y en el sur de propio territorio (región de Kursk), lo que menos necesita Putin es otro foco de revuelta ciudadana en Georgia (8).

COREA: PASO EN FALSO

El sobresalto coreano parece desconectado de este arco de la crisis. Pero no del todo. El intento del Presidente ultraconservador, Yoon Suk Yeol, de imponer la ley marcial en el país, invocando indefinidas amenazas contra la seguridad del país parece haberse vuelto contra él. Un Parlamento con una mayoría hostil  al Presidente difícilmente hubieran aceptado una medida tan desproporcionada. Incluso los diputados de su propio partido le volvieron la espalda y votaron la noche pasada contra la decisión de su líder, propiciando un resultado de 192 a 0, a favor de la derogación de la orden presidencial y de la destitución del Presidente. Yoon no tuvo otra opción que volverse atrás.

Cabe preguntarse qué ha podido motivar un movimiento políticamente suicida como éste. La tensión política en Corea del Sur era máxima desde que se supo que miles de tropas norcoreanas han sido enviadas a Ucrania y Rusia para apoyar las operaciones militares rusas. Paralelamente, el régimen norcoreano había recrudecido sus habituales amenazas contra su vecino del sur. Pero inquieta más en Seúl el reforzamiento de los acuerdos de cooperación militar entre Moscú y Pyongyang.

¿Pretendía el Presidente Yoon anticiparse a una crisis temida y asegurarse un poder casi absoluto para desactivar la contestación pacifista en su país? ¿Contaba con que el inminente relevo en la Casa Blanca podría ayudarle a consolidar su posición autoritaria, teniendo en cuenta el fracaso del acercamiento Trump con el líder norcoreano Kim Jong-un? Es difícil de decir. Pero este paso de Yoon ha sido calamitoso. Sus horas como Presidente parecen contadas. Corea del Sur, el mejor aliado de Washington en Asia, junto con Japón, entra en una fase de incertidumbre.

Una reflexión final: todo esto ocurre en plena transición en Washington hacia no se sabe bien dónde. Y, mientras, en Europa, hay un gobierno en funciones en Alemania, otro a punto de caer en Francia, si se confirma la moción de censura anunciada para la tarde del miércoles en París, y un ejecutivo comunitario recién estrenado en Bruselas.


NOTAS

(1) “Syrie: la grande ville d’Alep échappe au contrôle du régime de Bachar Al-Assad après l’offensive de groupes islamistes radicaux. LE MONDE, 1 de diciembre.

(2) “Hayat Tahrir al-Sham y la insurgencia gobernante”. LUIS MONTERO MOLINA. ATALAYAR, agosto de 2023

(3) “Mapping who controls what in Syria”. AL JAZEERA, 1 de diciembre; “In Syria, a sudden reminder of a war that never ended”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 1 de diciembre.

(4) “What the Fall of Aleppo Means for Russia”. HAMIDREZA AZIZI y NICOLE GRAJEWSKI. FOREIGN POLICY, 2 de diciembre; “Rebels behind Aleppo’s surprise fall took advantage of Russian and Iranian distraction”. DAN SABBAGH. THE GUARDIAN, 1 de diciembre.

(5) “La Géorgie reporte sa demande d’adhésion à l’Union européenne, la population dénonce une trahison”. LE MONDE, 28 de noviembre

(6) “Georgia’s Dangerous Moment Is a Challenge for the EU”. THOMAS DE WAAL. CARNEGIE FOUNDATION, 31 de octubre.

(7) “Georgia’s Maidan Moment”. IA MEURMISHVILI. FOREIGN POLICY, 2 de diciembre.

(8) “What’s Behind the Protests in the Country of Georgia? THE NEW YORK TIMES, 2 de diciembre