CARTER: UN PRESIDENTE NORTEAMERICANO COMO NINGÚN OTRO

 31 de diciembre de 2024

James Carter será recordado por casi todo el mundo como el político que mejor dignificó un cargo después de abandonarlo.

En aquella América atormentada por las barbaridades cometidas en Vietnam y el escándalo del Watergate, la sanación se antojaba casi milagrosa. Los cuatro años -sólo un mandato- que Carter pasó en la Casa Blanca, en la segunda mitad de los setenta, fueron tormentosos: por la pavorosa crisis económica iniciada antes de su llegada al poder; por el impacto de la revolución iraní, que provocó el segundo shock petrolero en Occidente, acabó con uno de los dos gendarmes de Estados Unidos en Oriente Medio y, a la postre, arruinó su presidencia; y por la invasión soviética de Afganistán, que desencadenó la última oleada de la guerra fría.

Nunca fue un Presidente tan criticado por republicanos y demócratas, pese a que éstos últimos no tuvieron más remedio que admitir algunos de sus logros (1).

LOS CONTRASTES DE LA POLÍTICA EXTERIOR

Al Presidente Carter se le recordará ante todo como el artífice de la primera paz entre Israel y un país árabe (Egipto), tras tres guerras terribles (o una sola que nunca acabó de verdad). Carter inauguró el modelo Camp David, es decir, el encuentro personal e íntimo entre enemigos irreconciliables para conseguir lo imposible. La convivencia entre Sadat y Begin fue difícil, por momentos agría y casi siempre estuvo al borde de la ruptura. Durante semana y media, el Presidente se implicó personalmente, mediando, aconsejando y tratando de eliminar los obstáculos que dificultaban el acuerdo. 

Tras la paz de Camp David tardarían en repetirse ese logro. Otro político sureño demócrata como él (Clinton), conseguiría el acuerdo entre la OLP e Israel (1993), y un año más tarde se sumaría Jordania.  Los once restantes presidentes fracasaron estrepitosamente.

Pero el Oriente Medio que Carter pretendió pacificar se volvió contra él como una maldición. Irán surgió como una nueva potencia, no árabe, pero existencialmente enemiga de Israel y de todas aquellas naciones que osaran firmar la paz con el enemigo sionista.  La revolución chií destruyó la Presidencia de Carter, al tomar como rehenes a 52 personas en la embajada norteamericana en Teherán.

Después de unas negociaciones sin éxito, Carter autorizó en abril una operación militar de rescate que fracasó debido a un accidente mortal en las fase preliminar. Los esfuerzos por lograr la liberación siguieron, pero fueron boicoteados por los republicanos. Según publicó el año pasado el New York Times, colaboradores de Reagan prometieron a Jomeini un mejor trato cuando su candidato llegara a la Casa Blanca. Carter nunca recuperó su crédito ante la nación. En noviembre perdió estrepitosamente las elecciones y su legado presidencial quedó fatalmente deteriorado.

Con la Unión Soviética, Carter estableció una política de presiones y recompensas,  diseñada por su asesor de seguridad, Zbigniew Brzezinski, de origen polaco y ferozmente anticomunista. Aunque prosiguió en el camino de la distensión, apretó al Kremlin para que mejorara la situación de los derechos humanos, lo que permitió la liberación de disidentes soviéticos y judíos rusos que querían abandonar el país. En materia militar, comenzó la modernización de los arsenales y planteó la instalación de misiles nucleares en Europa, pero logró un acuerdo de control de armas que no boicoteó el Kremlin, sino el Senado americano (2).

La invasión soviética de Afganistán, en diciembre de 1979, cuando a Carter le restaba menos de un año de mandato, arruinó este equilibrio de la detente. El Presidente impuso un embargo de grano a la URSS, una superpotencia militar que se encontraba, sin saberlo, en la fase terminal de su historia. Afganistán fue el Vietnam soviético, pero mucho más letal: fue, si no la causa, sí el precipitante de su brusco hundimiento. Carter boicoteó las Olimpiadas de Moscú (1980) y favoreció los movimientos clandestinos de oposición en los países bajo influencia soviética en Europa  (3). Sin embargo, continuó con la política de acercamiento a China iniciada por Nixon y Kissinger, pese a situarse en las antípodas de su visión del mundo.

Su política de derechos humanos le puso en malos términos con las dictaduras latinoamericanas. La revolución sandinista triunfó durante su mandato, sin que él lo impidiera. Reagan siempre consideró esto un error y llegó a vulnerar la ley para revertirlo. Carter devolvió el control del Canal de Panamá, punto estratégico del comercio mundial, a su legítima dueña, la República panameña. Trump ya ha amenazado con emular a Reagan y rectificar aquella decisión.

UN BAPTISTA AFERRADO A SUS PRINCIPIOS

En política interior, Carter ha sido poco vindicado, pese a que sus logros no son menores. Esto es debido a la inflación galopante que se comió la prosperidad de las décadas anteriores. Pero su administración ha sido luego considera modélica en ciertos aspectos, evocados estos días por su jefe de gabinete, Stuart Einzenstat. Carter expandió los programas educativos (desde el correspondiente Departamento ministerial qué él creó); reformó el sistema de tráfico terrestre y aéreo (quizás su logro doméstico más reconocido); fortaleció la protección de los consumidores frente a las grandes corporaciones; y amplió la superficie de parques nacionales.  Pero su principal legado fue, sin duda, la política social. Carter fué un firme defensor de los derechos civiles y designó más mujeres, negros y judíos para altos puestos de la administración que sus 38 predecesores juntos (4).

¿Por qué entonces fue tan denigrado? Sin duda por la catástrofe de Irán y los efectos devastadores de la crisis económica. Pero también por la perfidia de sus rivales republicanos y de los demócratas que nunca quisieron verle en la Casa Blanca. Desde que  lanzó su candidatura presidencial, a mediados de los setenta, se constituyó un grupo de presión denominado “Todos menos Carter”. Se le reprochaba no ser un “profesional” de la política. No lo era y hasta cierto punto, no lo quiso ser.

Se le consideraba un político sureño sin la experiencia de Johnson, pero sobre todo sin el colmillo del establishment. En su Georgia natal, donde fue Gobernador, favoreció las políticas contra la segregación racial y la desigualdad social. Sus padres eran dueños de una plantación de cacahuetes, que él heredó y convirtió en una próspera explotación. No era, obviamente un socialista, sino un baptista que de sólidas creencias que se guiaba por sus principios cristianos de humanismo, humildad y compasión (5). En los últimos años de su vida, hasta que le quedaron fuerzas, no dejó de trabajar por la causa de la igualdad social y racial y de construir casas y servicios para los más necesitados.

EL MEJOR EXPRESIDENTE

Con todo, su figura se agigantó cuando dejó la Casa Blanca. Contrariamente a la gran mayoría de sus predecesores y sucesores, que se han dedicado a hacer dinero y fortalecer su redes de influencia para su servicio personal o de las grandes corporaciones, Carter se dedicó a trabajar por la paz, desde sus posiciones ideológicas. Consciente de que su tarea en Oriente Medio fue inconclusa, como expresidente abogó tenazmente por los derechos de los palestinos que Egipto prometió defender en Camp David. Carter se convirtió en un crítico implacable de Israel hasta considerar su tratamiento de los palestino como similar al apartheid surafricano. Por supuesto, esto le valió la etiqueta de “antisemita” por el lobby sionista norteamericano (6).

Pero Carter se atrevió con otro tabú en Estados Unidos. Durante décadas puso en evidencia las contradicciones, mentiras y falsedades del sistema político norteamericano. Creó una entidad de estudios y acción (Centro Carter) para asesorar y vigilar el funcionamiento de la democracia en todo el mundo. A lo largo de los años, ha supervisado cientos de procesos electorales. Pero en vez de dar lecciones a los demás países, Carter tuvo la honestidad de denunciar el corrupto modelo americano. “Las elecciones en nuestro país deberían ser supervisadas por observadores internacionales”, dijo en una ocasión. Con toda la razón. Ningún otro presidente se ha atrevido a tanto. En 2002 fue reconocido con el Nobel de la Paz por las iniciativas puestas en marcha por su organización (7).

Hace un año pasó uno de los tragos más amargos de su vida al presenciar la muerte de su esposa Rosalyn, con la que estuvo casado 77 años. Casi siempre vivieron en la misma casa de Plains (Georgia). Al final de su vida ella ya sufría demencia y no lo reconocía, pero no quiso separarse de ella.

Con Carter desaparece un tipo de político que no tiene equivalente en la historia reciente de Estados Unidos. Hace unos años dijo que conservaba una viñeta de prensa en la que un niño le dice a su padre: “Papi, de mayor quiero ser un expresidente de los Estados Unidos” (8).

NOTAS

(1) “Jimmy Carter, Peacemaking President Amid Crises, Is Dead at 100”. PETER BAKER  y ROY REED. THE NEW YORK TIMES, 29 de diciembre.

(2) “A Four-Decade Secret: One Man’s Story of Sabotaging Carter’s Re-election”. THE NEW YORK TIMES, 18 MARZO 2023.

 “Jimmy Carter Was the True Change Agent of the Cold War”. MICHAEL HIRSH. FOREIGN POLICY, 29 de diciembre.

(3) “What Jimmy Carter Left Behind. The Foreign Policy Legacy of an Underappreciated President”. TOM DONILON. FOREIGN AFFAIRS, 29 de diciembre.

(4) “History views Carter’s legacy — and his many accomplishments — all wrong”. STUART EIZENSTAT. THE WASHINGTON POST, 29 de diciembre; “How Jimmy Carter Changed American Foreign Policy. An Enduring—and Misunderstood—Legacy. STUART EIZENSTAT. FOREIGN AFFAIRS, 20 de mayo

(5) “Carter’s book on Israeli ‘apartheid’ was called antisemitic– but was it prescient?”. CHRIS MACGREAL. THE GUARDIAN, 30 de diciembre.

(6) “Jimmy Carter followed his principles, not popular politics”. THE WASHINGTON POST, 29 de diciembre.

(7) “America Needs More Jimmy Carters”. THE NEW YORK TIMES (editorial). 29 de diciembre.

(8) “Prophet of the post-presidency: how Jimmy Carter changed the world”. JOHN GARDNER. THE GUARDIAN, 29 de diciembre.

 

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