LA RESPUESTA A TRUMP DEBERÍA SER GLOBAL, PERO NO LO SERÁ

28 de enero de 2025

El comportamiento de Trump en sus primeros días como Presidente responde a lo temido por los más pesimistas. Al menos en lo que se refiere al fuego de artificio: las amenazas, rociadas de bravatas del sheriff que se arroga competencias más allá de lo que le corresponde.

Trump no es un fenómeno completamente nuevo. Hemos visto a otros presidentes norteamericanos haciendo exhibiciones unilaterales de fuerza en las últimas décadas. Pero lo distintivo en su caso es que no discrimina entre aliados y adversarios. O si se quiere, de momento, la ha emprendido sobre todo con quienes supuestamente tienen acuerdos de cooperación política, económica o militar.

En este comportamiento opuesto a los parámetros conocidos se basan los analistas para proponer dos líneas de actuación: no dar por garantizada la “protección” de las últimas siete décadas e incrementar las inversiones en aquella parte de la división del trabajo que parecía corresponder al socio norteamericano: la defensa.

Lo primero, ya fue apuntado por Merkel durante el primer mandato de Trump y luego reafirmado por Macron en su muy particular estilo provocador. Nada se ha avanzado en los sustancial. No es una cuestión de ideología o de fractura derecha/izquierda, con las correcciones que el centrismo pueda incorporar. Es una cuestión de intereses (1).

Ciertamente, estos días se observa y se siente un regocijo expreso de las fuerzas de ultraderecha ante el impetuoso comienzo del inquilino de la Casa Blanca. Meloni es la única jefa de gobierno europeo occidental que asistió a la bizarra toma de posesión de Trump. Nada más regresar a Roma dio orden de poner de nuevo en marcha su bochornoso proyecto de expulsión de emigrantes irregulares hacia la cooperativa Albania, desdeñando/desafiando las decisiones judiciales. O sea, una réplica de la conducta de Trump. Y algo más: dejó escapar a un antiguo jefe de la policía judicial libia acusado por el Tribunal Penal Internacional de haber torturado a los emigrantes.  Un premio a las complicidades con el gobierno de Roma (2).

En parecidos términos se ha manifestado el húngaro Orban, que ha insinuado su disposición a bloquear nuevos paquetes de ayuda a Ucrania. De esta forma, se convierte en espejo del nuevo Secretario de Estado, Marco Rubio, que ha dado una orden a sus diplomáticos y técnicos en ese mismo sentido. Se supone que con esta medida se marca una pausa para favorecer la apertura de negociaciones, por primera vez en tres años. Pero no se moverá nada hasta que Trump y Putin escenifican la reunión más esperada de los últimos mil días: una cumbre que evocaría Múnich u otras citas de la ignominia en el imaginario liberal occidental.

Hasta aquí, lo esperado. ¿Pero qué pasa con el silencio de los aliados tras las bravatas sobre Groenlandia o la exhibición de palo ante Colombia? La línea oficial consiste en no entrar en provocaciones, mientras se pueda. Pero la primera ministra danesa y el presidente colombiano no han tenido más remedio que responder. La primera, poniéndose digna, lo que le ha valido la mofa del hombretón de Washington (3). El segundo, tirando de orgullo antiimperialista, para luego dar marcha atrás y plegarse ante las amenazas, al percibir su soledad (4).

No entrar a los agarrones está bien, pero cuando uno siente las barbas pelar, no parece aconsejable sólo mirar para otro lado. En América Latina, México dejó oír su protesta por el cambio de nombre de México, pero ha preferido no ir más allá hasta comprobar si realmente del otro lado de Río Grande soplan vientos ácidos.

En Europa, se trata de hacer un vacío de silencio, sin tomar decisiones políticas preventivas como sería, por ejemplo, una Cumbre extraordinaria de la UE. Algunos verían en esta iniciativa justo lo que se quiere evitar, es decir, caer en la trampa de la provocación. Se prefiere que los discretos cauces diplomáticos sirvan para atemperar el ambiente. Quizás. Pero un pronunciamiento solemne de Europa podría valer también para enviar un claro mensaje al otro lado del Atlántico del tipo de “esas no son maneras”. No ocurrirá. Entre otras cosas, porque es muy improbable que se consiga un acuerdo sólido. Por citar el caso más importante. ¿Alguien espera que Alemania se pronuncia a tres semanas de las elecciones? El muy prudente Scholz huye de un desaire como el encajado por su correligionaria Frederiksen. Y el democristiano Merz no se quiere arriesgar su ventaja en los sondeos a que Trump diga lo bien que trabajaría con los ultras de AfD.

Otra elemento disuasivo es la posición de Londres. Por mucho que a los laboristas les repugne el nuevo estilo en Washington, es seguro que el muy convencional primer ministro Starmer no pondrá en peligro la “relación especial” por un entendimiento de escaso rédito con Europa. En premio, Trump ya le ha regalado algunos de sus elogios envenenados. Después de todo, tras medio año en el gobierno, el laborismo no tiene aún una política europea (5).

En la zona más hirviente el planeta, Oriente Medio, también Trump ha echado leña al fuego. Su posición extremista a favor de Israel no puede sorprender a nadie, pero sus aireadas amistades con las repúblicas dictatoriales y las monarquías feudales árabes hicieron concebir a algunos incautos que se esforzaría en ser más prudente. Para acabar con esta ilusión, se le ha ocurrido impulsar nada menos que una “limpieza étnica” en Gaza; es decir, expulsar a los dos millones y pico de palestinos e instar a egipcios y jordanos buscarles acomodo. La cosa suena a esperpento, aunque realidad no es más que una cruel simpleza más. Grupo de derechos humanos y activistas palestinos han respondido con críticas acervas, calificando la propuesta de “impracticable, ilegal y peligrosa”.  Desde El Cairo y Ammán se ha rechazado la ocurrencia, pero sin alharacas, para no irritar al gran amigo (6).

Así las cosas, ya se puede dibujar un patrón de conducta aliado. Silencio hasta que el pisotón duela, y cuando eso ocurra ya se verá: o marcha atrás, o paños calientes, o, si no hay más remedio, lo que de momento se evita: cierta clase de respuesta unitaria. El problema es que Trump puede sacar partido de lo que él mismo llamó “estrategia del hombre loco”, dispuesto a hacer lo que fuera, cuando se refirió a sus argucias negociadoras con el norcoreano Kim, en 2018. Una profesora de la Universidad de Pensilvania ha dibujado los riesgos de ese juego (7). Sin duda que los hay: para Trump, pero también para el resto de dirigentes.


NOTAS

(1) “Défense: les raisons du grand blocage de l’Europe”. PHILIPPE RICARD y PHILIPPE JACQUÉ. LE MONDE, 25 de enero.

(2) “En Italie, le gouvernement de Giorgia Meloni libère un officiel libyen accusé de tortures sur des migrants par la Cour pénale internationale”. LE MONDE, 23 de enero.

(3) “Donald Trump says residents of Greenland want to be part of US”. JENNIFER RANKIN. THE GUARDIAN, 26 de enero.+

(4) “Colombia Agrees to Accept Deportation Flights After Trump Threatens Tariffs”. THE NEW YORK TIMES, 26 de enero.

(5) “Britain’s government lacks a clear Europe policy”. THE ECONOMIST, 23 de enero.

(6) “Trump’s Gaza proposal rejected by allies and condemned as ethnic cleansing plan”. EMMA GRAHAM-HARRISON. THE GUARDIAN, 26 de enero.

(7) “The Limits of Madman Theory. How Trump’s Unpredictability Could Hurt His Foreign Policy”. ROSEANNE MCMANUS. FOREIGN AFFAIRS, 24 de enero.

 

 

 

TRUMP O LA PRESIDENCIA MESIÁNICA

 22 de enero de 2025

Trump nunca decepciona. Y más ahora, que “Dios le ha salvado de la muerte” para sacar a América de su actual “estado de declive” y conducirla hacia una nueva “edad dorada”. Este “mandato” viene sazonado con una retórica imperialista rancia, agresiva y falaz. En su discurso inaugural, Trump declaró el “estado de emergencia” en la frontera sur, pese a que el flujo migratorio está en su nivel más bajo desde 2020. Además, ordenó reanudar la construcción del muro y la inscripción de los cárteles del narcotráfico en el registro de organizaciones terroristas. Para dar más carnaza a sus seguidores, rebautizó el Golfo de México como Golfo de América y reiteró que “recuperará el canal de Panamá del control que ahora ejercen allí los chinos”.

Esta mezcla atrabiliaria de mentiras, efectismos y amenazas no sorprende a nadie, pero tampoco debería mover a la hilaridad. Trump saca músculo con los débiles. Entre sus primeras órdenes ejecutivas firmadas en un estadio deportivo (luego vinieron otras en el Despacho Oval), destacan la anulación de la aplicación informática mediante la cual se podía solicitar el permiso de residencia sin agolparse en la frontera y la supresión del derecho de nacionalidad a los hijos de extranjeros sin papeles (medida que va a ser recurrida ante la Justicia en 21 estados). Todo esto es antesala de la deportación masiva de inmigrantes en situación irregular. El Wall Street Journal desveló hace unos días que se preparaba una operación masiva en Chicago (1). El pretor elegido por Trump para ejecutarla, Tom Homan, advirtió al alcalde de la ciudad que “no se pusiera en su camino”.  Al hacerse públicos los planes, se arruinó el “efecto sorpresa” y parece que la ejecución se va a demorar.

Otras de las órdenes ejecutivas más llamativas, que no sorpresiva, ha sido el perdón de los asaltantes del Congreso en 2021. Aquel espectáculo bochornoso fue instigado por un presidente que nunca ha admitido su derrota en las urnas. La mayoría ultraconservadora que domina el Tribunal Supremo lo ha blindado de ese delito como de otros muchos al convertir en impune a un presidente en ejercicio en impune. Una barbaridad jurídica que refleja la deriva constitucional. En un país en el que sus máximos dirigentes  se permiten un día sí y otro también dar lecciones al mundo sobre el estado de derecho, se hace escarnio del principio básico de la igualdad ante la ley y de la discrecionalidad del poder ejecutivo la administración práctica de la justicia. Al cabo, no sólo Trump ha perdonado a unos delincuentes. También su sucesor/antecesor ha utilizado este polémico privilegio presidencial para exonerar a su hijo y a otras personas próximas con la dudosa excusa de protegerlo de su vengativo rival.

Pese a este exhibicionismo de poder con aires absolutistas, hay motivos para dudar si el león será tan fiero como pretende presentarse. No está claro si la retórica del 45º/47º Presidente es simplemente una manifestación más de su compulsivo comportamiento narcisista o si existe un sólido propósito de alterar los fundamentos del orden internacional. Las clases dirigentes de los países aliados, y de los adversarios también, no consideran resuelto el dilema. Entre las bravuconerías y los actos reales hay de momento un espacio de incertidumbre. La retirada del acuerdo de París sobre el cambio climático se daba por descontada. Pero su agenda de aranceles y tarifas aduaneras está sólo apuntada y falta por definir. Sobre Ucrania no dijo una palabra en el discurso inaugural y más tarde lanzó mensajes confusos y contradictorios.

Maggie Haberman es una de las periodistas que llevan más tiempo siguiendo a Trump: desde el inicio de su aventura presidencial hace ahora una década. El fin de semana firmaba en el New York Times un largo análisis en el que, según el testimonio coincidente de más de una docena de personas que han estado en contacto con Trump en las últimas semanas, el retornado Presidente cree tener ahora un “mandato” para hacer lo que no supo, no pudo o no le dejaron hacer en su primer periodo en la Casa Blanca (2). Trump, con su pulsión manipulativa habitual, exagera el apoyo electoral recibido. Si bien es cierto que ganó el voto popular, no como en 2016, casi la mitad de los votantes le volvieron la espalda. Obtuvo algo más de 77 millones de sufragios frente a los casi 75 millones de su rival demócrata: la diferencia fue de unos 2,3 millones de votos, apenas un punto y medio porcentual de los votantes. Por tanto, solo la alterada presentación de los datos que suele hacer Trump puede inducir a hablar de “mandato”.

Otro interesante rasgo de este Trump 2.0 es su convicción de haber vencido muchas de las resistencias del establishment a su programa radical de hace ocho años. Ahora piensa que “todo el mundo quiere ser mi amigo”. Pero su percepción de los centros de poder parece perturbada por su ilimitada vanidad. Su retórica rompedora crea la impresión de estar desafiando el sistema. Nada más lejos de la realidad.

En efecto, como aquí hemos señalado reiteradamente, Trump es más bien un producto defectuoso del sistema. En la historia universal, no ha habido un solo Imperio o potencia dominante que no haya soportado líderes aparentemente fuera de norma, outsiders, iluminados, dictadores o directamente perturbados. La confusión o desconcierto de los contemporáneos suele explicarse por la violencia de sus actuaciones más que por su motivación profunda de socavar los cimientos del equilibrio de poder. El Imperio Romano tuvo su momento Calígula y sus émulos restauradores del Sacro Imperio Romano-Germánico arrastraron varias generaciones de monarcas incapaces, caprichosos y autoconvencidos de que sus decisiones estaban ungidas por inspiración divina. El propio Hitler se apoyó en la élite industrial-militar para convertir casi en eterno (el Reich de los mil años) un designio de supremacía nacional y racial frente a la amenaza judeo-bolchevique. Stalin corrompió las bases de la revolución soviética llevando al paroxismo el autoritarismo leninista, no para propiciar la revolución proletaria internacional sino para restaurar el nacionalismo decadente de los zares con otra retórica. Algo que algunos han querido ver ahora, con retorcida intención, en las políticas de Putin.

Trump retoma el viejo discurso del “destino manifiesto” que los grandes industriales de finales del siglo XIX invocaron para consagrar a Estados Unidos como el imperio emergente  y triunfante frente a la decadencia europea. Quiere volver a él. No por casualidad utiliza el mismo concepto de “edad dorada” (Gilden Age) como divisa de su segunda etapa presidencial. Pero hay más.

La creciente invocación a  Dios (“a nuestra religión”, dijo el lunes) conecta con la inspiración teocrática implícita en el sistema norteamericano de gobierno y legitimación de las dominaciones internas y externas. Que un pagano como Trump exhiba este momento San Pablo refleja la verdadera naturaleza de sus intenciones. La confirmación de la división clásica de géneros y la revocación de los derechos trans va en este sentido de moralina impostada. Al señalar este 20 de enero como el “día de la Liberación” anticipa un discurso redentor de los abusos cometidos por las “élites burocráticas” que han “extraído” el alma del país a sus legítimos dueños, esos ciudadanos que viven con el empeño de mejorar su vida, o de enriquecerse, por qué no, apelando a la ética de los evangelistas y otras ramas del protestantismo triunfante. 

Lo paradójico del trumpismo, construido a golpe de improvisación y adaptación permanente, es que ha edificado su auge electoral y social apelando a los derechos de las mayorías frente a unas minorías rapaces. Trump no tiene un programa (y mucho menos una trayectoria) obrerista. Se aprovecha de la frustración de las masas obreras y rurales. Que un empresario enriquecido por prácticas acreditadamente fraudulentas haya sido capaz de convertirse en intérprete del malestar de las capas menesterosas es algo que se viene estudiando desde hace años. Hitler manipuló a millones de obreros y empleados alemanes, pero su extracción social era pequeño-burguesa: plebeya, a los ojos de los grandes industriales, banqueros y residuos de la casta nobiliaria. 

Para reconstruirse y recuperar el poder ejecutivo, Trump se sirve de las élites a las que dice denostar, sean judiciales, económicas o políticas. Ha usado los recursos del sistema constitucional para componer un Tribunal Supremo y una red de juzgados afines con la mecánica de la designación a dedo. Ha seducido a los multimillonarios de la nueva economía o sector tecnológico para consagrar sus privilegios monopolistas a cambio de engrasar su costosa campaña sin fin. Ha renunciado a crear un nuevo partido que ordene ese tiempo dorado que anuncia, para apropiarse del más antiguo, tradicional y convencional del país.

Así las cosas, para los que no somos estadounidenses, cabe preguntarse cómo nos podemos defender de un falso profeta más (valga el pleonasmo). Y, sobre todo, hasta dónde llegará este presidente mesiánico. Como dice la muy veterana periodista Karen Tumulty, hay que estar “atentos a lo que hace, no nos distraigamos con lo que dice” (3). La clave estará de nuevo en los límites que le pondrá el poder real, sin rostro, sin brillo, sin focos, pero con plena conciencia de sus intereses.

 

NOTAS

(1) “Trump to Begin Large-Scale Deportations Tuesday”. THE WALL STREET JOURNAL, 17 de enero.

(2) “Trump Aims for Show of Strength as He Returns to Power”. JONATHAN SWAN & MAGGIE HABERMAN. THE NEW YORK TIMES, 20 de enero.

(3) “Watch what Trump does. Don’t get distracted by what he says”. KAREN TUMULTY. THE WASHINGTON POST, 21 de enero.

LA GUERRA DE LOS HIELOS

 15 de enero de 2025

Donald Trump, a quien se espera con una mezcla de aprensión y curiosidad, pasa por ser un heterodoxo en relaciones internacionales. No se le puede adscribir a corriente o doctrina alguna que no sea la de sus peregrinas ideas y recurrentes caprichos, para desesperación de quienes, desde posiciones encajables en el  establishment creyeron, en su primer mandato, poder atemperarlo, modelarlo y orientarlo por el buen camino

Ante su segunda etapa en el gobierno, resulta imposible saber si habrá sacado alguna conclusión práctica de sus erráticos impulsos anteriores o, al contrario, irrumpirá en la Casa Blanca con bríos renovados. De momento, los indicios indican esto último. Sus declaraciones y proclamas han sonado intemperantes, irrespetuosas con los vecinos y despectivas hacia los aliados. Rebautizar el Golfo de México como “Golfo de América, “invitar” a Canadá, no en términos cordiales precisamente, a convertirse en el estado número 51 de la Unión, o hacerse con Groenlandia por las malas o por las peores no auguran un segundo mandato razonable. De sus alardes sobre la guerra de Ucrania o de las amenazas de aranceles para intimidar a amigos y adversarios, para qué hablar. 

Algunos comentaristas ya han calificado estas señales del presidente electo como propias de un neoimperialismo  y no del aislacionismo que caracterizó la política exterior de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo pasado, hasta que las guerras mundiales obligaron a cambiar el rumbo. Pero este neoimperialismo de Trump tiene poco de rompedor o novedoso. Se trata en realidad de un mercantilismo rancio propio de las primera globalización mundial marcada por el triunfo del capitalismo sobre el feudalismo.

Es bajo este prisma que debe entenderse sus ambiciones sobre Groenlandia, para malestar de los daneses, soberanos del territorio, e inquietud de los habitantes del lugar, que llevan años aspirando a una autonomía mucho más amplia de la que tienen, sin excluir la independencia,

Estos días se ha tratado de explicar el interés que puede tener esta inmensa plataforma parcialmente helada en la entrada del Ártico para un personaje como Trump. Pese a su ignorancia demostrada en cuestiones geoestratégicas, al futuro presidente no se le escapan las riquezas submarinas naturales del lugar (gas, petróleo, etc) y la abundancia de las denominadas materias raras que resultan esenciales para el desarrollo de la nueva economía sostenible (1). Ese sería el primero y más evidente factor de codicia.

El segundo, no tan inmediato, pero cada vez más cercano, es la importancia de Groenlandia como punto estratégico del control de nuevas rutas mercantiles marítimas a medidas que el cambio climático vaya provocando el deshielo de vastas zonas marítimas en el Océano Ártico. A día de hoy, ya se están ensayando esas rutas, con limitaciones derivadas de la falta de medios para hacer viable la navegación en condiciones seguras.

Para hacer transitable la ruta ártica es preciso, de momento, una flota de barcos rompehielos, que sólo posee Rusia (principal potencia en la zona) en cantidades relevante: unos 40 navíos (entre públicos y privados). Estados Unidos, que aspira a tener un papel decisorio en la región desde su plataforma de Alaska, sólo tiene dos y están completamente obsoletos. Dos aliados occidentales en la región superan en potencial a Washington: Finlandia, que dispone de 12, y Canadá que disfruta de 9.

Finlandia está siendo cortejado abiertamente por el complejo industrial-militar norteamericano para que aporte su know-how en la edificación de una flota que permite hacer más navegables esas aguas heladas.  El país nórdico europeo ha sido neutral hasta hace poco más de un año, y siempre muy atento a las intereses de seguridad de Rusia. Pero es sabido que la guerra de Ucrania trastocó un orden vigente desde la Segunda Guerra mundial. 

En 2024, Estados Unidos, Canadá y Finlandia suscribieron un pacto conocido como Esfuerzo de Cooperación Antihielos por el cual los tres estados se comprometen a fomentar la construcción de una flota de rompehielos para todos sus aliados y socios. Se estima que, en los próximos diez años, estos clientes de los países promotores demandaran un centenar de este tipo de embarcaciones (2).

LA OBSESIÓN POR CHINA

A los estrategas occidentales no les preocupa sólo la hegemonía de Rusia en la zona, sino la pujanza de China, que ve el Ártico como una potencial nueva ruta para su expansionismo comercial. La flota de rompehielos china es también canija (sólo tiene cuatro barcos de este tipo), pero existe el convencimiento de que en el marco de su actual “amistad sin límites” con Moscú es previsible que Pekín pueda utilizar la flota rusa o impulsar la suya propia. Se cree incluso que el interés chino no es solo comercial, sino también militar, según documentos oficiales conocidos en Occidente.

Esta preocupación por los efectos del nuevo eje Moscú-Pekín en la zona es tan creciente que el año pasado el Departamento de Defensa de Estados Unidos modificó su Estrategia del Ártico. A partir de ahora, se considera a China como el principal desafío de seguridad para Estados Unidos en esa parte del planeta. No es que Rusia haya dejado de preocupar. Al contrario: Rusia es contemplado como un actor imprescindible en el desarrollo del potencial chino.

Otros analistas cuestionan este enfoque de prioridades. Un cualificado experto en China, el investigador noruego Jo Inge Bekkevold, considera que el Pentágono ha sobreestimado el desafío chino en su Estrategia del Ártico (3). En su opinión, Pekín presenta muchas vulnerabilidades para ejercer a corto o medio plazo una posición de dominio en la zona. No forma parte de la Convención de la ONU sobre Derecho del Mar, que establece el marco jurídico de las reclamaciones de soberanía sobre yacimientos de recursos naturales cualesquiera. Dicho de otra manera, China está muy lejos del Ártico. Su puerto más septentrional está en la misma latitud que Venecia. Y en lo que respecta a su despliegue militar, la Armada china no presenta demasiadas inquietudes en la zona y depende notablemente de su cooperación con Rusia. El verano pasado, ambos países desarrollaron unos ejercicios militares en el Pacífico, traspasaron el estrecho de Bering y se acercaron a la costa de Alaska.

RUSIA, LA GRAN POTENCIA REGIONAL

El investigador noruego estima que Rusia sigue siendo el agente primordial en la zona. No en vano concentra la mitad de los espacios de soberanía en el Ártico. Pero, además, hay otros factores que abundan es esta perspectiva. En la península de Kola se encuentra la base naval de la Flota Norte de Rusia, donde reposan dos de cada tres submarinos de propulsión nuclear, la principal baza militar rusa en caso de una confrontación con Estados Unidos, debido a los misiles que transportan. El documento estratégico del Pentágono admite que, en caso de una conflagración entre las dos potencias, el Ártico sería muy probablemente el principal escenario de combate. En este sentido, se ha vuelto a activar la 11ª División aerotransportada en Alaska.

Otra investigadora noruega, Liselotte Odgaard (Instituto Hudson), recuerda que los submarinos rusas tienen capacidad para viajar desde el mar de Barents, atravesar la Bear Gap, entre la península escandinava y las islas Svalbard, y surcar las aguas heladas junto a la costa este de Groenlandia sin ser detectados. En los cinco años posteriores a la toma de Crimea, Rusia construyó casi 500 instalaciones militares en el Ártico (4).

A esto hay que añadir la dimensión logística. El llamado corredor GIUK, entre Groenlandia, Islandia y el Reino Unido, constituye una ruta vital por la cual EE.UU y Canadá encaminarían sus suministros al Norte de Europa en caso de conflicto con Rusia. Moscú podría fácilmente perturbar esta ruta, porque los estados nórdicos europeos no disponen de capacidad militar para detectar a las fuerzas rusas que operan en los mencionados enclaves. No en vano, el anterior secretario general de la OTAN, noruego para más señas, advertía que la OTAN necesitaba con urgencia una estrategia viable en el Ártico.

Este esbozo siquiera sumario de las opciones estratégicas en el Ártico pueden ayudar a entender el interés de Trump por Groenlandia, o porque él mismo lo tenga en mente, o porque sus asesores políticos y militares se hayan encargado de recordárselo. Sin menospreciar en modo alguno las motivaciones comerciales o industriales, parece evidente que la necesidad de asegurar el triunfo en una hipotética “guerra de los hielos” convierte al territorio bajo soberanía danesa en objeto de deseo del Presidente norteamericano y sus inspiradores.

 

 NOTAS

(1) “Why is Donald Trump talking about annexing Greenland?”. THE ECONOMIST, 8 de enero.

(2) “Can NATO Ice Out China and Russia in the Arctic”. MATTHEW FUNAIOLE y ALDAN POWERS-RIGGS. FOREIGN POLICY, 28 agosto 2024.

(3) “The New U.S. Arctic Strategy Is Wrong to Focus on China”. JO INGE BEKKEVOLD. FOREIGN POLICY, 11 noviembre 2024

(4) ”NATO Is Unprepared for Russia’s Arctic Threats”. LISELOTTE ODGAARD. FOREIGN POLICY, 1 de abril de 2024.

 

LOS PÁJAROS OSCUROS QUE SOBREVUELAN EUROPA

 8 de enero de 2025

La agitación de los fantasmas extremistas domina el discurso europeo en este inicio de un año augurado como problemático (por los templados) o como catastrófico (por los pesimistas). El peligro más cotizado estos días es el de Trump, acompañado de su adlátere, el personaje internacional del momento, Elon Musk, animador de una extrema derecha crecida por doquier.

Tiene pinta de que las andanadas verbales del magnate de las redes sociales, los coches eléctricos y las aventuras espaciales van a copar titulares en las próximas semanas o meses. Es probable que Trump, pese a su infatigable ánimo de generar titulares de impacto (ahí están sus insinuaciones sobre la toma de Groenlandia o del Canal de Panamá), conceda a su generoso donante de campaña buena parte del foco principal en esta continua gresca mediática.

Los rifirrafes verbales de Musk con el premier Starmer o con el Presidente Macron son sólo el principio (1). La anunciada entrevista con Alice Weidel, la dirigente de los ultras alemanes, a sólo un mes de las elecciones anticipadas en la República Federal, añadirá más tensión. Pero cabe preguntarse si llegará la sangre al río. Los vigilantes del orden occidental, en ambos lados del Atlántico, tratarán de evitar que se incendien los cimientos de la Alianza. Pero algunos ya se están preguntando qué será Musk en la Corte de Trump: ¿bufón o valido? Otros, como el semanario THE ECONOMIST se preocupan por su influencia en la política económica. ¿Tendrá un poder real desde su pilotaje de la “eficacia administrativa”? (2).

LA ULTRADERECHA SIGUE AVANZANDO

La ultraderecha europea se felicita del viraje en Washington y los avances electorales recientes (Italia, Países Bajos, Austria, Eslovaquia, Rumania) envían un mensaje de sintonía a la dupla Trump-Musk. La pieza mayor de esta “Europa central putinista” (THE ECONOMIST) sería Alemania. Que gane en febrero la Unión Cristiano-demócrata no rebajará la dimensión del problema. El futuro canciller, Friedrich Merz, será el más derechista desde el nacimiento de la RFA. Ese ha sido el éxito principal de los amigos de Musk, la Alternativa por Alemania (AfD), tanto o más que sus éxitos en los länders orientales. La derecha liberal-conservadora está adoptando el discurso y las políticas de la extrema derecha, y no sólo por motivos  tácticos (frenar su ascenso). También por convicción: cree llegado el momento de aparcar sus decoros centristas y apuntarse a la reacción.

La primera consecuencia de este cambio de paradigma estratégico sería el abandono de la ficción del cordón sanitario, es decir de aislamiento político de la extrema derecha. Se está viendo estos días en Austria, donde el dirigente del Partido Popular (ÖVP), Karl Neuhammer, ha tenido que declinar el encargo de formar gobierno y dimitir como líder de su partido, al no encontrar una fórmula de gobierno que excluyera a los ultras del Partido de la Libertad (FPÖ), el más votado en las elecciones de septiembre (29%). Las puertas de la cancillería se abren para Herbert Kickel, una figura oscura que se ha apuntado a las proclamas reaccionarias más extremas. El ÖVP se deja abiertamente querer y la socialdemocracia se lame las heridas (3).

Hace unas semanas, Stephen Walt, heterodoxo profesor de relaciones internacionales en  Harvard, presentaba a Austria como el “modelo europeo para América”, por sus notables  logros sociales, políticos y económicos. Una estancia de meses en el país le había seducido, aunque no hasta el punto de cegarle ante su rostro más despreciable (4).

El caso austríaco es todo menos pionero. La actual Presidenta de la Comisión Europea y el jefe del Grupo Popular en la Eurocámara hace tiempo que vienen practicando la misma política, por caminos y con estímulos distintos. Más que la preservación de los valores, el motor en  Europa es la conservación del poder, a toda costa. El cordón sanitario se ha convertido en un estorbo. Bien lo saben los franceses, que han visto como el partido de Marine Le Pen, aún en el limbo de las pretensiones de poder, ha sido capaz de derribar el simulacro de gobierno Barnier.

A este panorama de peligros, amenazas y debilidades políticas se suma la perspectiva sombría sobre la evolución de la guerra en Ucrania. El avance lento pero seguro del ejército ruso en el Donbass y el temor a que la administración Trump cumpla su ambigua promesa de favorecer un final de conflicto favorable a los intereses del Kremlin tiene muy agitado al establishment europeo y a sus gabinetes de pensamiento.

En un artículo para el Consejo de Relaciones exteriores de Washington, uno de los principales think-tanks occidentales, un grupo de académicos, ex altos cargos y estrategas de cinco grandes países europeos (entre ellos, la exministra española de asunto exteriores, Arancha González Laya) recomienda un “rearme” de Europa a todos los niveles (económico, comercial y militar) frente a la doble amenaza del “asedio” ruso y del “abandono” norteamericano del vínculo transatlántico. Poco importa que en ocho años Europa haya duplicado sus gastos militares, en términos relativos (en relación al PIB), o que su ayuda militar, financiera y humanitaria a Ucrania ya haya superado a la de EE.UU (109 mil millones frente a 90 mil millones de $). Se pide más, se recomienda más, se advierte que, sin más, Europa puede condenarse (5). Lo que los autores no explican es cómo esta Rusia que no ha sido capaz de doblegar en tres años a Ucrania, podría atreverse a atacar a un país europeo de la OTAN. Es el viejo discurso de la guerra fría que resulta rentable para cierto sector de la industria y sus tentáculos políticos, militares y académicos.

EL RECURSO ISLAMISTA

Si no fuera suficiente con la ultraderecha crecida y un temido entendimiento de conveniencia entre Rusia y Estados Unidos, el temor a un retorno del islamismo extremista favorece los enfoques alarmistas. Hay cuatro factores coadyuvantes, de distinto nivel e intensidad.

a) El acto terrorista de Magdeburgo, aunque fuera cometido por un musulmán anti islamista y simpatizante de la AfD, abona el miedo. El efecto se multiplicó con el atentado de año nuevo en Nueva Orleans. Se percibe un nuevo impulso del enfoque policial.

b) La muerte, esta misma semana, del fundador del Frente Nacional de Francia y los homenajes de sus huestes mantendrán a la ultraderecha en el centro del escenario durante algunos días. Otro acontecimiento ha ayudado al expandir el mensaje xenófobo de los lepenistas: la conmemoración del décimo aniversario de la matanza de Charlie-Hebdo y de los otros atentados islamistas de enero de 2015 en París. La ultraderecha no dejará que la amenaza islamista se desvincule de la inmigración. Y la derecha liberal, tampoco.

c) La barbaridad de Gaza hace temer una respuesta de los radicales islamistas por la pasividad con la que muchos estados europeos han reaccionado ante la matanza israelí. Tarde o temprano, se sospecha, alguien pagará por ello. Este y el siguiente son los factores consecuenciales más determinantes.

d) La incertidumbre ante la evolución la evolución de la crisis en Siria. Hay que recordar que el aplastamiento de la rebelión siria fue la causa de la mayor parte de la crisis migratoria en Europa en 2015. Ahora, el triunfo de una organización franquicia de Al Qaeda, aunque luego desvinculada de ella sin abjurar de su ideario islamista, ha generado un debate sobre cómo relacionarse con el nuevo poder en Damasco. De momento, domina la vía pragmática, es decir, utilitarista, resumida en una fórmula tan sencilla como antigua: si los nuevos dirigentes colaboran con Occidente, se olvidarán viejos pecadillos; pero si se muestran demasiado acomodaticios con los enemigos de esta época (léase Irán, Rusia, China o Afganistán) solo pueden esperar un trato no muy diferente del infligido al régimen derrocado (6)

Es muy improbable que Al-Shara y su milicia islamista enfaden a Occidente, cuando necesitan miles de millones de dólares para reconstruir el país. Los países del Golfo, con sus disputas y sus habituales juegos de tronos, no dudarán en acudir al rescate de un país que hasta hace un mes parecía fuera de de su área de influencia (7).

Otra cosa son los efectos colaterales que el realineamiento de Siria puede provocar en la región. La gran incógnita es cómo conciliar los intereses occidentales con los designios de Turquía. Como ya ocurriera durante la campaña contra el Daesh, el régimen turco no está dispuesto a tolerar que se consolide un semi-estado autónomo kurdo al otro lado de su frontera suroriental. Trump tuvo la tentación temporal de entregar a los valiosos aliados kurdos a los caprichos de Erdogan, pero lo impidieron tanto el Pentágono como del Departamento de Estado, que lo obligaron a rectificar. Como en tantas otras cosas, se ignora lo que hará ahora.

 

NOTAS

(1) ”L’année Trump s’ouvre sur une offensive antidémocratique et anti-européenne menée par Elon Musk”. SYLVIE KAUFFMANN (Editorialista). LE MONDE, 3 de enero.

(2) Will Elon Musk dominate President Trump’s economic policy? THE ECONOMIST, 2 de enero.

(3) “¿El canciller Kickl o nuevas elecciones? Cómo podría continuar la política austriaca ahora”. DER STANDARD, 5 de enero.

 (4) “Austria Should Be America’s European Model”. STEPHEN M. WALT. FOREIGN POLICY, 11 de diciembre.

(5) “Can American Abandonment Help Europe? The Continent Has a Chance to Address Its Own Weaknesses”. ARANCHA GONZÁLES LAYA, CAMILLE GRAND, KATARZYNA PISARSKA, NATHALIE TOCCI Y GUNTRAM WOLFF. FOREIGN AFFAIRS, 6 de enero.

 (6) “The Best Way for America to Help the New Syria” STEVEN SIMON & JOSHUA LANDIS. FOREIGN AFFAIRS, 3 de enero.

(7) “Saudi Arabia and U.A.E. Tread Cautiously With Syria’s New Leaders”. ISMAEL NAAR. THE NEW YORK TIMES, 4 de enero.