28 de enero de 2025
El comportamiento de Trump en sus primeros días como Presidente responde a lo temido por los más pesimistas. Al menos en lo que se refiere al fuego de artificio: las amenazas, rociadas de bravatas del sheriff que se arroga competencias más allá de lo que le corresponde.
Trump
no es un fenómeno completamente nuevo. Hemos visto a otros presidentes norteamericanos
haciendo exhibiciones unilaterales de fuerza en las últimas décadas. Pero lo
distintivo en su caso es que no discrimina entre aliados y adversarios. O si se
quiere, de momento, la ha emprendido sobre todo con quienes supuestamente tienen
acuerdos de cooperación política, económica o militar.
En
este comportamiento opuesto a los parámetros conocidos se basan los analistas
para proponer dos líneas de actuación: no dar por garantizada la “protección”
de las últimas siete décadas e incrementar las inversiones en aquella parte de
la división del trabajo que parecía corresponder al socio norteamericano: la
defensa.
Lo
primero, ya fue apuntado por Merkel durante el primer mandato de Trump y luego
reafirmado por Macron en su muy particular estilo provocador. Nada se ha
avanzado en los sustancial. No es una cuestión de ideología o de fractura
derecha/izquierda, con las correcciones que el centrismo pueda incorporar. Es
una cuestión de intereses (1).
Ciertamente,
estos días se observa y se siente un regocijo expreso de las fuerzas de
ultraderecha ante el impetuoso comienzo del inquilino de la Casa Blanca. Meloni
es la única jefa de gobierno europeo occidental que asistió a la bizarra toma
de posesión de Trump. Nada más regresar a Roma dio orden de poner de nuevo en
marcha su bochornoso proyecto de expulsión de emigrantes irregulares hacia la
cooperativa Albania, desdeñando/desafiando las decisiones judiciales. O sea,
una réplica de la conducta de Trump. Y algo más: dejó escapar a un antiguo jefe
de la policía judicial libia acusado por el Tribunal Penal Internacional de haber
torturado a los emigrantes. Un premio a las
complicidades con el gobierno de Roma (2).
En
parecidos términos se ha manifestado el húngaro Orban, que ha insinuado su
disposición a bloquear nuevos paquetes de ayuda a Ucrania. De esta forma, se
convierte en espejo del nuevo Secretario de Estado, Marco Rubio, que ha dado
una orden a sus diplomáticos y técnicos en ese mismo sentido. Se supone que con
esta medida se marca una pausa para favorecer la apertura de negociaciones, por
primera vez en tres años. Pero no se moverá nada hasta que Trump y Putin
escenifican la reunión más esperada de los últimos mil días: una cumbre que evocaría
Múnich u otras citas de la ignominia en el imaginario liberal occidental.
Hasta
aquí, lo esperado. ¿Pero qué pasa con el silencio de los aliados tras las
bravatas sobre Groenlandia o la exhibición de palo ante Colombia? La línea
oficial consiste en no entrar en provocaciones, mientras se pueda. Pero la primera
ministra danesa y el presidente colombiano no han tenido más remedio que
responder. La primera, poniéndose digna, lo que le ha valido la mofa del
hombretón de Washington (3). El segundo, tirando de orgullo antiimperialista, para
luego dar marcha atrás y plegarse ante las amenazas, al percibir su soledad
(4).
No
entrar a los agarrones está bien, pero cuando uno siente las barbas pelar, no parece
aconsejable sólo mirar para otro lado. En América Latina, México dejó oír su
protesta por el cambio de nombre de México, pero ha preferido no ir más allá
hasta comprobar si realmente del otro lado de Río Grande soplan vientos ácidos.
En
Europa, se trata de hacer un vacío de silencio, sin tomar decisiones políticas
preventivas como sería, por ejemplo, una Cumbre extraordinaria de la UE.
Algunos verían en esta iniciativa justo lo que se quiere evitar, es decir, caer
en la trampa de la provocación. Se prefiere que los discretos cauces diplomáticos
sirvan para atemperar el ambiente. Quizás. Pero un pronunciamiento solemne de
Europa podría valer también para enviar un claro mensaje al otro lado del
Atlántico del tipo de “esas no son maneras”. No ocurrirá. Entre otras cosas,
porque es muy improbable que se consiga un acuerdo sólido. Por citar el caso
más importante. ¿Alguien espera que Alemania se pronuncia a tres semanas de las
elecciones? El muy prudente Scholz huye de un desaire como el encajado por su correligionaria
Frederiksen. Y el democristiano Merz no se quiere arriesgar su ventaja en los
sondeos a que Trump diga lo bien que trabajaría con los ultras de AfD.
Otra
elemento disuasivo es la posición de Londres. Por mucho que a los laboristas
les repugne el nuevo estilo en Washington, es seguro que el muy convencional
primer ministro Starmer no pondrá en peligro la “relación especial” por un
entendimiento de escaso rédito con Europa. En premio, Trump ya le ha regalado
algunos de sus elogios envenenados. Después de todo, tras medio año en el
gobierno, el laborismo no tiene aún una política europea (5).
En
la zona más hirviente el planeta, Oriente Medio, también Trump ha echado leña
al fuego. Su posición extremista a favor de Israel no puede sorprender a nadie,
pero sus aireadas amistades con las repúblicas dictatoriales y las monarquías
feudales árabes hicieron concebir a algunos incautos que se esforzaría en ser
más prudente. Para acabar con esta ilusión, se le ha ocurrido impulsar nada
menos que una “limpieza étnica” en Gaza; es decir, expulsar a los dos millones
y pico de palestinos e instar a egipcios y jordanos buscarles acomodo. La cosa
suena a esperpento, aunque realidad no es más que una cruel simpleza más. Grupo
de derechos humanos y activistas palestinos han respondido con críticas acervas,
calificando la propuesta de “impracticable, ilegal y peligrosa”. Desde El Cairo y Ammán se ha rechazado la
ocurrencia, pero sin alharacas, para no irritar al gran amigo (6).
Así
las cosas, ya se puede dibujar un patrón de conducta aliado. Silencio hasta que
el pisotón duela, y cuando eso ocurra ya se verá: o marcha atrás, o paños
calientes, o, si no hay más remedio, lo que de momento se evita: cierta clase
de respuesta unitaria. El problema es que Trump puede sacar partido de lo que él
mismo llamó “estrategia del hombre loco”, dispuesto a hacer lo que fuera, cuando
se refirió a sus argucias negociadoras con el norcoreano Kim, en 2018. Una
profesora de la Universidad de Pensilvania ha dibujado los riesgos de ese juego
(7). Sin duda que los hay: para Trump, pero también para el resto de
dirigentes.
(1) “Défense:
les raisons du grand blocage de l’Europe”. PHILIPPE RICARD y PHILIPPE JACQUÉ. LE
MONDE, 25 de enero.
(2) “En
Italie, le gouvernement de Giorgia Meloni libère un officiel libyen accusé de
tortures sur des migrants par la Cour pénale internationale”. LE MONDE, 23
de enero.
(3) “Donald
Trump says residents of Greenland want to be part of US”. JENNIFER RANKIN. THE
GUARDIAN, 26 de enero.+
(4) “Colombia
Agrees to Accept Deportation Flights After Trump Threatens Tariffs”. THE NEW
YORK TIMES, 26 de enero.
(5) “Britain’s
government lacks a clear Europe policy”. THE ECONOMIST, 23 de enero.
(6) “Trump’s
Gaza proposal rejected by allies and condemned as ethnic cleansing plan”. EMMA
GRAHAM-HARRISON. THE GUARDIAN, 26 de enero.
(7) “The
Limits of Madman Theory. How Trump’s Unpredictability Could Hurt His Foreign
Policy”. ROSEANNE MCMANUS. FOREIGN AFFAIRS, 24 de enero.
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