ÁFRICA Y LAS GUERRAS PERPETUAS

 5 de Febrero de 2025

Los conflictos bélicos de Ucrania y Oriente Medio han dejado marginadas a las guerras perpetuas africanas en el espacio mediático occidental. Resulta difícil atraer la atención sobre contiendas de enorme crueldad y de una enrevesada complejidad, muy lejos de los parámetros de comprensión habituales.

La guerra en la República Democrática del Congo (RDC) ha saltado al primer plano hace unos días, tras la conquista de la ciudad de Goma por los rebeldes del M-23, apoyados decisivamente por la vecina Ruanda (1).

En Sudán, la terrible disputa militar entre el Ejército regular y la rebelde Fuerza de Intervención Rápida dura ya casi dos años y no se vislumbra una solución.

CONGO: LOS FANTASMAS RENTABLES DEL GENOCIDIO

No se dispone de espacio aquí para clarificar las claves de la guerra congoleña. Pero, a riesgo de simplificar, puede decirse que básicamente el conflicto es una superposición de intereses locales, regionales y globales, como casi todos los que permanecen activos o latentes en África.

Ruanda y Congo no han sido siempre rivales, pero tampoco países vecinos bien avenidos, desde el espantoso genocidio de 1994, cuando unos 800.000 ruandeses de la etnia tutsi fueron masacrados por el gobierno de entonces en Kigali, controlado por extremistas de la etnia hutu, protegido por París y Bruselas.

Aquella matanza generó un movimiento de represalias por parte de una guerrilla tutsi apoyada por potencias anglosajonas que derrotó al gobierno genocida y provocó un éxodo masivo de la población hutu hacia la región congoleña fronteriza de Kivu, cuya capital septentrional es precisamente Goma. Entre los huidos, se escondieron centenares de asesinos, que, con el tiempo, establecieron una milicia hutu en esa región congoleña, con la avenencia variable de las autoridades de Kinshasa.

En estos treinta años han pasado muchas cosas, ha cambiado el Gobierno de la RDC y se han sucedido iniciativas diplomáticas para calmar la tensión fronteriza, sin éxito duradero. Los tutsis vencedores de aquella guerra terrible nunca han olvidado el genocidio y están decididos a impedir que pueda repetirse. Pero también han utilizado esa monstruosa amenaza para consolidarse como poder regional y aprovecharse de la inestabilidad crónica de su vecino, cuyo tamaño lejos de ser un activo resulta un factor estructural de debilidad.  

La actual República Democrática del Congo no ha resuelto los problemas básicos heredados de la etapa colonial (el Congo belga), profundizados durante el periodo de dictadura sangrienta de Mobutu (Zaïre) y prolongados en el mandado del clan de los Kabila (ya RDC). Tshisekedi, el actual presidente, es una figura débil, que teme ser derrocado en cualquier momento.

La riqueza del enorme país ubicado en el corazón del continente negro ha sido, como en otros muchos casos de África, un factor de desestabilización y no de desarrollo, al incentivar la codicia de élites locales y sus organizaciones armadas de carácter mafioso, manipuladas o instrumentalizadas por Europa, China, Rusia y Estados Unidos (2).

Ruanda es un país pequeño, pero está dirigido por una élite político-militar muy disciplinada, organizada con criterios de eficacia poco común entre las élites africanas y respaldada por Washington y Londres, fundamentalmente. Un tercio del presupuesto ruandés está financiado con ayudas y préstamos occidentales. Como señalaba hace unos meses un especialista en el Congo de la Universidad de Nueva York, bastaría con que Estados Unidos y Europa presionaran al gobierno de Kigali con retirarle esos fondos, para que cesara el apoyo ruandés a la guerrilla del M-23. Pero esa presión no ha sido consistente, porque el líder ruandés, Paul Kagame, juega un papel de socio geopolítico en la región, frente a la influencia de Rusia y su red de mercenarios (3).

La visión del vecino Congo como santuario de genocidas le ha permitido a Ruanda legitimar sus ambiciones de dominar la región fronteriza de Kivu, rica en minerales como el coltán o el oro, perseguidos por las grandes potencias neocoloniales, mediante negociaciones con intermediarios y buscavidas de probada deshonestidad (4).

La guerra se complica con la intervención fallida de otras potencias africanas y el fracaso sempiterno de la ONU. La misión de Naciones Unidas (MONUSCO) se ha mostrado permanentemente incapaz de frenar las derivas bélicas y últimamente también de organizar una mínima red de protección humanitaria, ante el brutal empuje de las dinámicas bélicas.

En cuanto a los estados africanos implicados en la supuesta pacificación de la región, lo cierto es que tampoco han conseguido mejores resultados. Las sucesivas fuerzas de interposición han sido sistemáticamente superadas por los acontecimientos. Potencias continentales como Kenia o Suráfrica se han visto desbordadas y su prestigio internacional ha quedado severamente dañado. Tampoco las grandes potencias globales han sabido o podido frenar el curso de los acontecimiento, aunque es lícito pensar que quizás no han demostrado un gran interés en conseguirlo, esperando sacar rédito de una inestabilidad crónica (5).

SUDAN, FUERA DE CONTROL

La guerra de Sudán es aún más viciosa e impredecible. Se contabilizan unos 25.000 muertos y el desplazamiento de sus hogares de 14 millones de personas, un 30% de la población total del país. Una quinta parte de esos desplazados ya se han ido del país. Se trata de la crisis humanitaria más grave del momento, según la ONU (6). Aunque la facción oficial parezca haber consolidado cierta ventaja, los rebeldes gozan de posiciones muy sólidas, sobre todo en la región occidental de Darfur (7).

Pese a los apoyos internacionales de que ambas partes han gozado en estos casi dos años de combates, existe la impresión de que la capacidad de influencia de las potencias externas es limitada. Arabia Saudí, Qatar y Egipto han venido respaldando, en distinto grado y con motivaciones diferentes, al Ejército regular. Los Emiratos Árabes Unidos han apoyado a la Fuerza de Despliegue Rápida, debido a sus servicios en Libia, en apoyo del General Haftar, y en Yemen, contra los huthíes.

Pero los dos bandos en disputa han ido adquiriendo una creciente autonomía. Pero tanto el Ejército regular como los paramilitares dispone de recursos extraídos de sus zonas conquistadas (oro, los rebeldes; petróleo y otros minerales, los militares oficialistas), que les ha permitido prolongar la guerra hasta el punto de impedir una solución definitiva. Una nueva partición del país no está excluida, aunque sea provisional.

 

NOTAS

(1) “Rwanda-backed rebels capture Goma in DRC”. NOSMOT GABDFAMOSI. FOREIGN POLICY, 29 de enero.

(2) “Un torbellino de conflictos sin fin”. ERIC KENNES y NINA WILEN. LE MONDE DIPLOMATIQUE, mayo de 2024.

(3) “The forgotten war in Congo”. JASON K. STEARNS. FOREIGN AFFAIRS, 26 junio 2024.

(4) “En RDC, pour revenir dans la course aux minerais stratégiques, les Etats-Unis négocient avec Dan Gertler”. SONIA ROLLIN. LE MONDE, 17 de octubre de 2024.

(5) “Entre le Rwanda et la République démocratique du Congo, trois ans d’échecs diplomatiques”. CHRISTOPHE CHÂTELOT. LE MONDE, 28 de enero.

(6) “The war in Sudan, in maps and charts”. THE ECONOMIST, 16 de octubre de 2024.

(7) “As Sudan’s RSF surrounds Darfur’s el-Fasher, ethnic killings feared”. MAT NASHED. AL JAZEERA, 3 de febrero.

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