12 de febrero de 2025
La extrema derecha europea está crecida. Por méritos que se atribuye como propios, tales como su conexión con ciertas capas desengañadas o frustradas de sus sociedades, por la recuperación de supuestos valores nacionales despreciados por el liberalismo o por la protección de las esencias propias que dicen ofrecer frente a una imparable invasión de elementos ajenos y portadores de no pocas desgracias.
Una
reciente encuesta sobre el estado de confianza en cuatro países europeos (Francia,
Alemania, Italia y los Países Bajos) dibuja un panorama propicio para las ambiciones
de esta extrema derecha en progresión constante (1).
En
esa manipulación de problemas y sentimientos, la propagación de falsedades se
ha convertido ya en una práctica frecuente y fecunda, como acredita un estudio
de una organización profesional de informadores (2).
Pero
también creen poder aprovecharse de éxitos ajenos que contemplan como un
refuerzo de sus tesis en la esfera mundial. La victoria de Trump y sus primeras
decisiones en materia de restricción de derechos y libertades les suenan
prometedoras a los patriotas europeos, como gustan de denominarse a sí
mismos (3).
Sin
embargo, es muy probable que a medio plazo, la amistad de Trump empiece a
resultar un estorbo en sus actuaciones políticas. La guerra arancelaria con que
el Presidente norteamericano amenaza a Europa (las medidas anunciadas el lunes
entrarán en vigor en abril, si antes no hay acuerdo) colocará a los partidos
ultras en una posición incómoda. ¿Es patriota aceptar una agresión
caprichosa como la planteada por Trump? No lo parece. Naturalmente, este club
de Madrid tratará por todos los medios de culpabilizar a sus gobiernos de
falta de flexibilidad, de seguidismo de la decisiones de la burocracia de
Bruselas, etc. Pero no a todos les vale ese truco (4).
El
húngaro Orban gobierna, y aunque hace de sus encontronazos con Bruselas una
artimaña propagandística, deberá pronunciarse sobre las represalias que los 27 tendrán
que plantearse muy pronto. El holandés Wilders no preside el gobierno, pero lidera
la fuerza mayoritaria de la coalición en el poder, así que tampoco tiene
escapatoria.
El
italiano Salvini es el socio menor de un gobierno que desempeña con mano de
hierro otra ultra como Meloni, alejada de estas posiciones retóricas extremas, pero
sin que eso le habilite como dirigente adscrita al consenso centrista. Además,
Giorgia (como ella quiere que la llamen) presume muy mucho de su buena
comunicación con Trump. Y lo mismo hace de su interlocución con la alemana Von
der Leyen. Este juego a dos barajas de la primera ministra italiana tiene sus
ventajas en tiempos de paz. Pero si las cosas se ponen agrías, se pueden
destapar todas las contradicciones.
Si
dejamos un lado al español Abascal, el más irrelevante de la foto de Madrid, la
digestión del monstruo Trump puede ser especialmente pesada para la
francesa Le Pen. Hasta ahora, la líder del RN se ha mantenido a una distancia
prudente del bombástico Presidente norteamericano. Los dos líderes tienen muy
poco en común, más allá de sus veleidades reaccionarias en materia de derechos
y libertades y su obsesión malsana por la migración.
Marine
Le Pen no ha perdido la esperanza de presidir la República francesa, pero sabe
que debe articular una estrategia mucho más depurada que la exhibida hasta
ahora. Sin un cambio de la normativa electoral, tiene prácticamente imposible
obtener un 50,1% de los votos en primera o segunda vuelta. Con el panorama
actual, debería producirse un hundimiento absoluto de los partidos de
centro-derecha y una disolución de las opciones de izquierda. Ninguna de estas
dos hipótesis es descartable, por supuesto. Pero tampoco están garantizadas. A Le
Pen no le resultará tan fácil como a Trump tragarse al principal partido de la
derecha en su país, los antiguos gaullistas. Por muy debilitados que estén
(nunca lo han estado tanto), aún conservan cierta capacidad para maniobrar con
los liberales. Y, aún en el caso de que se confirme el bajón conservador, a Le
Pen no le bastaría.
No
es una cuestión de cordón sanitario. En Francia, como en todas partes, ese
compromiso tiene más que ver con el instinto de supervivencia que con los
valores. Cuando el antiguo Frente Nacional tenga capacidad para aglutinar a
toda la derecha, ese cordón saltará. Aunque para ello, la extrema derecha
francesa tenga que seguir la senda de la italiana.
Esa
es la clave ahora del futuro de los ultras. No el discurso rancio que Abascal
reproduce con entusiasmo. Es la habilidad para adaptarse y para corroer el
consenso centrista, algo en lo que ha avanzado mucho, pero no lo suficiente.
Giorgia
Meloni lo comprendió muy bien, sencillamente, porque le interesa más el poder que
esos valores tramposos que proclaman sus secuaces. Hay un neofascismo blando en
Italia que sirve para los trabajos menores. En los grandes desafíos, Meloni se
acomoda bien con la derecha liberal-conservadora que expresa el Partido Popular
Europeo (5). De ahí que no haya querido, en ningún momento, reforzar el flanco
ultra de Estrasburgo, uniéndose a los Patriotas.
El
otro agente clave son los alemanes. Salvo sorpresa de última hora, las
inminentes elecciones consagrarán a la AfD como segunda fuerza política (6).
Pero, como a los franceses, no les vale con eso para amenazar el sistema de
equilibrios de las últimas siete décadas. Además, hay un peso de la historia
que hace resistible la ascensión del nacionalismo xenófobo alemán. La sombra
del nazismo todavía es una losa, mucho más que la del fascismo italiano o la
del colaboracionismo francés (7). Eso explica que Marine Le Pen cortara de raíz
las conversaciones de convergencia con la AfD, cuando uno de sus dirigentes hiciera
aquellas declaraciones “comprensivas” hacia las SS.
Lo
más probable es que el democristiano muy conservador Merz intente pactar con el
SPD, en otra edición de la gross koalition, tan venerada por los
analistas liberales. El tiempo enseña que esa fórmula resulta letal a medio plazo
para la socialdemocracia, pero no hay voluntad de apartarse de ella, y ahora ni
siquiera hay opción. La oposición le produce vértigo al SPD: hay muchos cargos
en juego.
La
guerra de Ucrania y el papel de la Rusia nacionalista ha complicado las cosas a
la extrema derecha. Meloni nunca tuvo esas veleidades con el Kremlin y es algo
que ha utilizado con profusión en los salones liberal-conservadores. Le Pen,
Salvini y Wilders también ha comprendido que el Kremlin no es una compañía
rentable. NI siquiera ahora, con la vuelta de Trump.
Orban
y algunos centroeuropeos, como el eslovaco Fico, lo tienen más difícil, por la
dependencia energética de Moscú. El austríaco Kickel (FPÖ) se encuentra a las
puertas de la cancillería, lo que reforzará el peso central en el magma ultra
europeo (7).
La
guerra de Ucrania, que ya está en su fase final, ofrecerá a los ultras la
posibilidad de liberarse de un factor de presión que nos les convenía para
nada. Rusia seguirá en la ecuación de la seguridad europea y liberales,
conservadores presionarán para incrementar los gastos militares. Tendrán
entonces los ultras que posicionarse en un debate en el que la socialdemocracia,
dividida en este como en otros temas, también se verá sometida a enormes
contradicciones.
Alegrías
irreflexivas al margen, el acercamiento de la extrema derecha al poder no producirá
muchos motivos para las celebraciones.
NOTAS
(1) “La dissolution de l’Assemblée
nationale a accéléré le malaise politique des Français et leur décrochage
démocratique avec leurs voisins européens” LE MONDE, 11 de febrero.
(2) https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/19401612241311886#supplementary-materials
(3) A Madrid, l’extrême droite
européenne s’inscrit dans les pas de Donald Trump, SANDRINE MOREL. LE MONDE,
9 de febrero
(4) “Europe races to confront America’s trade war. THE ECONOMIST, 3 de febrero.
(5) “Giorgia
Meloni conforte sa popularité en troublant la démocratie italienne”.
ALLAN KAVAL. LE MONDE, 11 de febrero.
(6) “Who is ahead
in the race for Germany’s next parliament?”. THE ECONOMIST, 11 de febrero;
Allemagne: «remigration», sortie de l’euro… L’AfD assume son programme
d’extrême droite. ELSA CONESA, LE MONDE, 13 de enero.
(7) “Austria is set for a far-right chancellor. For
the EU it’s the ‘new normal’”. JOHN HENLEY. THE GUARDIAN, 17 de enero.
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