3 de septiembre de 2025
La
cumbre de países euroasiáticos de esta semana en Tianjin y Pekín ofrece
interpretaciones para todos los gustos. Para los participantes, expresión de un
orden mundial alternativo multilateral; para los occidentales, una convergencia
forzada contra el orden liberal internacional. Estas visiones, interesadas, son
lo de menos. En los tiempos que corren,
las alianzas se han vuelto circunstanciales.
China
ha sido la anfitriona de un encuentro de una veintena de países, con mucha pompa, ceremonial, relaciones
públicas, y exhibición de músculo militar, claro. Le encaja ese papel, como
segunda superpotencia del planeta y aspirante a ser la primera en el aspecto
económico. Pero se cuida mucho de hacer alardes de su poder ante sus
socios/amigos/cooperadores. El orden que defiende China -aceptado por sus
socios con aparente complacencia- elude las nociones de liderazgo y sumisión. Y,
lo que resulta clave, evita cualquier sermoneo ideológico o político: cada cual
que gestione las cosas en casa con el relato que guste o que mejor le convenga.
El único valor que se proclama es el de la soberanía nacional y la
inviolabilidad de los asuntos internos. Con este libreto todo el mundo se
siente a gusto. Las relaciones internacionales están basadas en la gestión
compartida, hasta donde es posible, de los intereses particulares.
Esta
retórica tiene sus trampas, como la tiene la occidental y su discurso de los
valores de libertad, derechos humanos, imperio de la ley, etc. Si en Occidente
inquieta esta convergencia euroasiática no es por el autoritarismo innegable de
los regímenes alineados, sino por la potencia que pueden amasar en momentos
dados de crisis internacional. No en vano reúne a casi la mitad de la población
mundial y produce una cuarta parte de la riqueza global.
Occidente,
y esa es la novedad en décadas, presenta una solidaridad cuarteada, con la principal
anomalía instalada en la cúspide. El fenómeno Trump obliga a improvisar más que
a inventar, como se dice en las cancillerías para hacer virtud de la necesidad.
Desde Europa se toma el relevo del discurso liberal, con titubeos, con la
conciencia de no poder ir demasiado lejos en la afirmación de la supremacía
occidental, si el Gran Patrón no rectifica el rumbo.
En
este alineamiento euroasiático, comandado por China, con Rusia e India, en
segunda línea de relevancia, se vienen dibujando cuatro tendencias:
El
primero, la consolidación de un eje básico Pekín-Moscú, pese a las reservas que
este arrastra. Pasan los años, la “amistad sin límites” se consolida. Xi y
Putin acumulan 45 encuentros desde que comparten poder en sus respectivos
países y su relación personal es cada vez más calurosa. Cierto que se trata de
una alianza asimétrica, que China es abrumadoramente más fuerte, que la
dependencia rusa es aplastante, pero poco importa. Putin tiene de Xi lo que
quiere: un cliente al que vender el petróleo y el gas que Europa ha dejado de
comprarle y alimentos que la población china necesita. Con el dinero que Rusia
recibe de este comercio, se compensa el daño ocasionado por las sanciones
occidentales. Pero, además, China proporciona a Rusia componentes tecnológicos
con los que sostener e incluso mejorar su arsenal armamentístico para golpear a
Ucrania. La ecuación es desigual, desde luego: China suma el 26% del comercio
exterior ruso, mientras Rusia sólo compra el 3% de lo que Pekín vende fuera.
Pero
este desequilibrio económico bilateral se solventa con la convergencia
estratégica: juntos, cada cual está
mejor protegida frente a lo que ellos perciben como hostilidad occidental, o
bien para evitar el imparable ascenso (en el caso de China) o prevenir la
revisión del resultado de la guerra fría (supuesto designio de esta Rusia).
La
alianza chino-rusa puede arrastrar muchas contradicciones y cuentas pendientes
que no terminan de resolver décadas de desconfianza, como acreditarían ciertos
informes reservados rusos (1). Pero, con todo, parece fuera de alcance a día de
hoy la ecuación Kissinger al revés; es decir, que Estados Unidos utilice a
Rusia para debilitar a China a cambio de ciertas compensaciones (2). La dupla
chino-rusa disfruta del momento, pero sin un entusiasmo que podría ser
perjudicial. El lema de este conglomerado euroasiático es muy significativo:
“no siempre juntos, pero nunca enfrentados” (3).
Por
si no fuera poco, nada es perfecto en el otro lado. ¿Acaso no hay tensiones en
el campo occidental? No puede compararse, dicen los exégetas liberales: la
crisis occidental actual es sobre todo circunstancial y durará el tiempo que
Trump ocupe la Casa Blanca. No tan fácil, replican otros: los diferendos son
anteriores a él y seguirán existiendo cuando él desaparezca de la escena.
La
segunda tendencia de Tianjin ha sido la escenificación de la reconciliación
entre China y la India. Quizás sea demasiado arriesgado formularlo de esta
forma. Para ser más rigurosos, la presencia del primer ministro indio, Narendra
Modi, en China parece responder más al impulso del berrinche con Estados Unidos
que a la convicción profunda de que India debe mirar al Este y dejar a
Occidente en segundo plano.
India
es un país orgulloso que no olvida su victoria contra el principal Imperio
colonial de los últimos siglos anteriores. Desde la independencia, el país ha
cambiado mucho, ha crecido, pero también se ha dividido y dejado al descubierto
sus precarias costuras. El nacionalismo progresista del Partido del Congreso de
los visionarios Gandhi y Nehru ha cedido ante el empuje del nacionalismo ultra
conservador, religioso y xenófobo de la Unión India (Bharatiya Janata). Modi ha
ganado tres elecciones consecutivas y, aunque su impulso se debilita, mantiene
un control firme y cada vez más autoritario.
El
enfado de Modi con Estados Unidos responde a ese reflejo de orgullo
nacionalista. Trump, en su ansiedad por hacerse acreedor al título de
pacificador internacional se atribuyó el acuerdo de alto el fuego que puso fin
a la guerra limitada entre India y Pakistán de la pasada primavera en
Cachemira. La iniciativa, además de ser falsa y oportunista, resultó una
afrenta para el gobierno indio, que proclama reiteradamente su intolerancia
ante cualquier injerencia en sus asuntos de Estado, y Cachemira es pináculo de
esta doctrina. Para echar sal en la herida, el estamento militar de Pakistán
elogió a Trump en reiteradas ocasiones y le rindió la pleitesía que a él le
encanta: el Jefe del Ejército pakistaní ha visitado dos veces Washington en los
últimos meses y ha expresado su intención de apoyar la candidatura del
presidente norteamericano al Nobel de la Paz, una de sus abiertas aspiraciones.
La
afrenta adquirió proporciones sísmicas en el establishment indio (4),
que lleva décadas apostando por un acuerdo con Occidente que permita al país
proseguir con su política de desarrollo económico sin preocuparse por el
desafío que supone la rivalidad histórica con China, cuya palanca de presión es
el abierto apoyo militar, diplomático y económico de Pekín al régimen de
Pakistán, un estado militarizado en el que el gobierno civil es una pura
comparsa.
Pero
esta fractura ya de por si grave se convirtió en catastrófica al decidir Trump
que los desaires indios por no aceptar su papel mediador en Cachemira debían
tener un castigo. Y el presidente utilizó su arma preferida: la represalia
comercial. Con la excusa del incremento de las compras indias de petróleo ruso,
Trump impulso un arancel del 50% a los productos de exportación indios a
Estados Unidos. La injuria se añadió al insulto. A un gobierno nacionalista
como el de Modi no podía servirle una protesta y mucho menos una negociación
vergozante como la que han emprendido otros aliados de Washington. Hacía falta
una respuesta a la altura de su orgullo de cultura milenaria y de su condición
de nación más poblada del planeta.
La
respuesta se veía venir. Modi decidió activa la palanca subsidiaria de la
política exterior india desde Nehru. Cincuenta años después de Bandung, la
Conferencia afroasiática que marcó el despertar del Tercer Mundo como agente mundial
de cambio, el nacionalismo indio cruzó el Rubicón de los recelos hacia el otro
lado del Himalaya y se plantó en la cumbre de Tianjin para escenificar una
dudosa ceremonia de reconciliación, cooperación y amistad recobrada con China (5).
Si
con la convergencia ruso-china hay dudas razonables, ¿qué decir de este hasta
cierto punto sorprendente y desde luego repentino acercamiento indio-chino? Por
un lado, tampoco se trata de un paso en el vacío: India y China son socios en
el movimiento de los BRICS y en este foro de la Organización de Cooperación de
Shanghai, (OCS) en el que se inscribe esta cumbre de Tianjin. Pero la supuesta
afinidad entre Modi y Trump y, antes de eso, la autonomía estratégica india
había empujado a Nueva Delhi a participar de iniciativas multilaterales
impulsada por Washington en la región de Asia Pacífico, como el Quad, donde
comparte estrategias con Estados Unidos, Japón y Australia.
Es
pronto para saber si detrás de este giro indio hay un motor más permanente que
el berrinche y la decepción con la Casa Blanca. China no parece dispuesta a
sacrificar su alianza estratégica con Pakistán (también presente en Tanjin), ni
a realizar concesiones territoriales a India en el Himalaya, sobre todo cuando
lleva la iniciativa militar (6). Pero a Xi le interesa antes que nada fragmente
el dispositivo occidental/norteamericano en Asia y ocasiones como ésta no se
presentan a menudo.
La
tercera tendencia en esta cumbre de la OCS ha sido el nuevo encaje de países
enemigos de Occidente pero no necesariamente aliados incondicionales de China.
Es el caso Corea del Norte. Aunque Pekín ha sido históricamente el valedor del
aislado régimen de Pyongyang, las derivas aventureras del proyecto nuclear hace
tiempo que suscitaron recelos en las élites chinas (7). Rusia, necesitada de
cualquier apoyo, suscribió un acuerdo de cooperación militar con Corea del
Norte, que le ha permitido recibir municiones y soldados del país asiático para
reforzar posiciones en Sumi, la región rusa invadida por Ucrania el verano del
año pasado, ante la eventualidad de un intercambio territorial en unas
eventuales negociaciones de paz (8). El caso norcoreano es paradigma de esta
geometría variable de esta dimensión euroasiática del Sur Global: no hay que
estar de acuerdo, salvo en rechazar presiones superiores.
China
no se ha mostrado especialmente entusiasta de esta cooperación ruso-norcoreana
en un ámbito tan sensible como el militar. Pero, como con otros asuntos del
Kremlin, Xi ha sido muy discreto. Que Kim Jong-Un haya sido invitado a esta
cumbre indica la importancia que China le brinda a la estrategia general y la
subordinación a está de las incomodidades o discrepancias secundarias. Por otro
lado, el momento, como el caso de India, era propicio: en las últimas semanas
se venía especulando con una nueva reunión entre Trump y Kim, tras el fiasco de
las celebradas durante el primer mandato del presidente norteamericano. Xi
pincha también ese globo o al menos reduce la altura de su vuelo.
Irán
se ha unido, como es natural, a esta alianza flexible. Importa poco que Rusia y
China se inhibieran durante los recientes bombardeos americanos e israelíes que
destruyeron no se sabe aún hasta qué punto el programa nuclear iraní (9). El
régimen de los ayatollahs está moral y espiritualmente a años luz del ateísmo
chino y del nuevo nacionalismo de raíz cristiana-ortodoxa que se ha adoptado en
Moscú. Pero comparte con estas potencias la hostilidad occidental, la necesidad
de encontrar canales de cooperación que impidan su aislamiento y le garantices
mercados para aliviar sus tensiones económicas
Se
podría señalar una cuarta tendencia: la impugnación del mito que sitúa a Trump
como líder de una especie de nueva Internacional autoritaria. En Tianjin han
estado presentes un dirigente europeo de la OTAN, el eslovaco Fico, o el turco
Erdogan, en buenos términos con el presidente norteamericano y cooperador de la
restrictiva política migratoria de la UE. Esta supuesta cumbre antioccidental
resulta atractiva para miembros de la principal alianza político-militar del
orbe liberal. Otra contradicción. En realidad, la confrontación sistémica actual
tiene muy poco que ver con la dinámica bipolar de la guerra fría.
NOTAS
(1) “Secret Russian Intelligence Document Shows Deep
Suspicion of China”. THE NEW YORK TIMES, 7 de junio.
(2) “China and Russia
Will Not Be Split. The “Reverse Kissinger” Delusion!. MICHEL MC FAUL Y EVAN
MEDEIROS. FOREIGN AFFAIRS, 4 de abril.
(3) “Entre Xi Jinping et Vladimir Poutine, les
ressorts d’une amitié stratégique”. BENJAMIN QUERELLE Y HAROLD THIBAULT. LE
MONDE, 2 de septiembre.
(4) “The Shocking Rift Between India and the United
States”. HAPPYMON JACOB. FOREIGN AFFAIRS, 14 de agosto.
(5) “China and India May Be Moving Toward a More
Coordinated Foreign Policy”. CHIETIGJ BAJPAEE. FOREIGN POLICY, 27 de agosto.
(6) “This Isn’t India-China Rapprochement. New Delhi
is making a bad bet on Beijing as its relationship with Washington sour”. SUMIT GANGULY. FOREIGN POLICY, 22 de agosto.
(7) “China’s North Korea Problem”. SHUXIAN LUO. FOREIGN AFFAIRS, 21 de agosto.
(8) “Vladimir Poutine et Kim Jong-un s’engagent à ‘renforcer’
leur cooperation”. LE MONDE, 13 de agosto.
(9) “China and Russia Keep Their Distance From Iran
During Crisis”. EDWARD WONG. THE NEW YORK TIMES, 6 de julio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario