TRUMP INYECTA EL CAOS EN LA DIPLOMACIA OCCIDENTAL

26 de noviembre de 2025 

A Trump le divierte sembrar el caos en las relaciones internacionales. Y en las relaciones institucionales también. Dicen quienes creen que lo conocen que se trata de una táctica para conseguir el máximo beneficio. Son estratagemas de comerciante marrullero. A juzgar por lo que vemos, los resultados reales son discutibles, pero las versiones para la propaganda tienen el efecto buscado. Los dirigentes internacionales se toman en serio al Presidente norteamericano, desde el punto y hora en que tratan de adecuarse a sus excentricidades y sobre todo de no provocar su enfado.

Esto es lo que ha pasado estos últimos días con las “negociaciones de paz” en Ucrania, oscuras y confusas hasta decir basta. Un primer plan conocido el viernes pasado a cuentagotas provocó alarma en el gobierno de Kiev y en sus protectores europeos. Los 28 puntos, tal y como se filtraron, parecían un resumen de las principales aspiraciones rusas (1). Surgieron enseguida dudas sobre la autoría del documento y algunos sostuvieron que ha  había sido escrito con la pluma de Moscú. Trump, supuestamente hastiado de la encomienda que él mismo se impuso desde antes de regresar a la Casa Blanca, querría haber infligido un nuevo escarmiento a Zelensky.

Tenía sentido la interpretación. Después del rapapolvos del despacho oval, el 28 de febrero, el presidente MAGA ha intentado contenerse, en parte por presión de sus principales colaboradores, quizás por observaciones muy respetuosas de sus aliados, y también por un cierto malestar con Putin, que no le sigue el juego tanto como él y otros muchos esperaban.

Sea como sea, Trump ha jugado al caliente y al frío con Ucrania. Ora  le ofrece armamento hasta ahora prohibido, ora le pone condiciones de uso; ora, corteja a Putin como habitualmente, ora le amenaza con sanciones que no llegan a hacer el daño que deberían si fueran realmente adoptadas en serio.

Mientras este juego del ratón y el gato se prolonga, la guerra ha continuado con resultados no concluyentes para los objetivos del Kremlin, pero muy penosos, en todo caso, para Ucrania, cuya población parece abocada al frío y la oscuridad en el invierno que asoma (2). La infraestructura energética ucraniana se encuentra al límite. Los contrataques contra objetivos similares en el interior de Rusia no parecen suficientes para disuadir a Moscú de estas operaciones de desgaste.

LA CORRUPCIÓN, COMO LUBRICANTE

Pero el asunto que podría haber precipitado este nuevo empuje de Trump en contra de los intereses ucranianos ha sido el gigantesco escándalo de corrupción que ha alcanzado a las altas esferas del gobierno de Kiev. Ministros, altos cargos y empresarios relacionados con Zelensky se han visto implicadas en un cobro de comisiones ilegales por contratos de la empresa nacional de energía atómica (3). Esto socava la credibilidad del sistema político y económico ucraniano y pone en solfa la inmensa ayuda económica recibida en los últimos 3 años y medio por Kiev.

Trump huele la sangre a distancia y todo parece indicar que ha sentido herido a Zelensky, necesitado de un apoyo para rescatarlo del agujero negro en que se encontraba metido desde hace un par de semanas. El momento parecía propicio para esta oferta con apariencia de chantaje, vestida de “realpolitik con esteroides”, como lo ha definido un destacado editorialista estadounidense en asuntos internacionales (4).

El plan no sólo legitimaba las conquistas rusas en el este y sur de Ucrania, o la anterior de Crimea (esto último ya casi ni se discute de verdad). También le concedía a Moscú el control del territorio de la región del Donbás que sus tropas aún no han ocupado. Una concesión preventiva. Además, se le reconocía a Moscú una de sus pretensiones estratégicas: que la OTAN cierre de una vez por todas la puerta a Ucrania y que la orientación prooccidental de Ucrania esté sometida a la aprobación rusa. Todo ello con un ejército reducido a la mitad, con los supuestos crímenes de guerra olvidados y con otra serie de medidas favorables para Rusia.

La reacción de Ucrania fue, inicialmente, depresiva. “O perdemos la dignidad o renunciamos a nuestro principal aliado”, manifestó Zelensky. No exageraba. Europa asumió por enésima vez la misión de rescate. Con resignada paciencia, aceptó el Plan Trump (o de quien fuera) como “base de negociación”. El presidente norteamericano se lo tomó a bien, quizás porque esperaba esa cautelosa respuesta europea, y afirmó que el documento “no era su última palabra”. Reunidos en Ginebra, diplomáticos europeos, norteamericanos y ucranianos alumbraron otra cosa.

Nadie sabe qué, sin embargo. Ucrania dice que puede aceptar el Plan reformado. Europa se da un margen de alivio, pero afirma que “queda mucho por hacer”.  De momento, más ideas y venidas: a Abu Dhabi (lejos de Europa, pero cerca de los intereses trumpianos) y a Moscú.  Ucrania dice que puede aceptar el plan retocado. ¿Por virtud o por necesidad? Pero la cita Zelensky-Trump se descarta a corto plazo.

EUROPA, EN UN DIFÍCIL EQUILIBRIO

El estilo de Trump ha terminado por contaminar los métodos de trabajo de la diplomacia europea. Primero, porque los caprichos y cambios de humor del magnate condicionan claramente sus comportamientos. Segundo, y esto ha pasado más desapercibido, porque la corrosión trumpista ha puesto en evidencia las fracturas diplomáticas europeas, como describen con agudeza dos periodistas de LE MONDE, la corresponsal en el Eliseo y el corresponsal diplomático (6).

Y luego están lo que hacen su propia guerra. El papel del gobierno posfascista de Roma es incierto, pero muy activo, a pesar de que Italia no forma parte del E3, una suerte de directorio europeo (que no comunitario), compuesto por Francia, Alemania y Gran Bretaña para lidiar con Trump en la crisis ucraniana.

Fuentes diplomáticas europeas han reconocido que Trump saca de sus casillas a la diplomacia europea, porque es capaz de hurgar en sus divisiones y egoísmos nacionales. También atribuyen a Rusia esta intención, pero sin que el Kremlin pueda presentar resultados ni de lejos parecidos a los que el “el líder del mundo libre”  airea.

La diplomacia europea lleva semanas intentando aplicar la palanca que, según algunas estimaciones, podría forzar la mano del Kremlin y empujarle a una negociación más equilibrada. Se trata de la apropiación de los 300.000 millones de dólares del Banco Central ruso en territorio europeo. Pero la mayor parte se encuentra en poder de un administrador con sede en Bélgica. El gobierno belga, pese a la presión combinada de sus socios, no ha querido dar ese paso, por temor a que, un fallo jurídico internacional lo considerara ilegal y permitiera a Moscú obtener una indemnización enorme.

Una de las mayores especialistas en la gestión de las sanciones occidentales contra Moscú, Agatha Demarais, detalla cómo la Comisión Europea ha intentado resolver este dilema con una complicada vinculación entre los fondos retenidos, el eventual pago de reparaciones de guerra y un préstamo a Ucrania respaldado en los dos esquemas anteriores. Esta experta opina que el interés de Trump por el acuerdo reside en la cláusula que permite a empresas norteamericanas obtener una tercera parte de esos fondos para financiar la reconstrucción de Ucrania y al gobierno de Washington recibir el 50% de los beneficios obtenidos en la operación. La Comisión podría desbaratar estos planes -argumenta Demarais- si se incauta de los fondos, los convierte en respaldo de un préstamo a Ucrania junto con las eventuales reparaciones de guerra que se le impondrían a Moscú (7). Pero, de nuevo, los mecanismos políticos europeos son más lentos que la ambición de Trump.

Europa está exangüe por la crisis de Ucrania. Política, económica y socialmente. Los dirigentes se han metido en una espiral de gasto militar que va a tensionar aún más la cohesión social.  La retórica les obliga a no ceder, a mantenerse formalmente como principal garante de la independencia y la libertad ucranianas. Pero la fatiga es más que notable. Al no contar con el socio mayor del otro lado del Atlántico su capacidad para forzar un cambio de actitud en Moscú es prácticamente nula (8).

Como ocurre en otros conflictos, Europa paga y se mantiene “en el asiento de atrás”. Está marginada de las ecuaciones estratégicas y atrapada en las maniobras tácticas. Sólo a título de recordatorio, cuando se cumple el trigésimo aniversario de los acuerdos de Dayton sobre Bosnia, resulta útil repasar la deriva europea en una crisis mayor en el continente y cómo Estados Unidos terminó acaparando el papel decisorio.

Ucrania no es Yugoslavia, pero el libreto de la aparente resolución del conflicto se le parece mucho. A expensas de lo que la diplomacia europea haya conseguido retocar o cambiar en el mal llamado Plan Trump, lo cierto es que no es probable que se le haya dado completamente la vuelta. El caos dominará la escena, si Rusia se llama a andanas y continua apurando su superioridad militar y la división en la OTAN.


NOTAS

(1) “Ce que l’on sait des 28 mesures du plan américain”. LE MONDE, 21 de noviembre; “U.S.-Russian Peace Plan Would Force Ukraine to Cede Land and Cut Army” ANDREW KRAMER & MARIA VARENIKOVA. THE NEW YORK TIMES. 19 de noviembre; “US and Russian officials draft plan to end Ukraine war based on capitulation from Kyiv”. LUKE HARDING, ANDREW ROTH & PJOTOR SAUER. THE GUARDIAN, 19 de noviembre

(2) “Russia Aims to Freeze Ukraine Into Submission”. KEITH JONHSON. FOREIGN POLICY, 29 de octubre.

(3) “Everything you need to know about Ukraine's ongoing corruption scandal involving a nuclear power company and top officials”. OLEG SUKHOV. THE KYIV INDEPENDENT, 11 de noviembre; “Energy Sector Embezzlement Amid Blackouts: Anti-Corruption Bureau Investigation – What We Know So Far”. SERGII KOSTEZH. KYIV POST, 11de noviembre; “The Corruption Scandal Engulfing Ukraine Won’t Die Down Anytime Soon”. KONSTANTIN SKORKIN. CARNEGIE, 18 de noviembre.

(4) “Trump’s hard-sell Ukraine deal is realpolitik on steroids”. DAVID IGNATIUS. THE WAHINGTON POST, 21 de noviembre.

(5) “Ukraine survives another crisis with Donald Trump.” THE ECONOMIST, 23 de noviembre; “Le soulagement et les doutes des Européens et de Kiev après le remodelage en profondeur du plan de Trump”. CLAIRE GATINOIS Y PHILIPPE RICARD. LE MONDE, 25 de noviembre.

(6) “L’ ère Trump, un cauchemar pour la diplomatie européenne, entre flagornerie et humiliations”. CLAIRE GATINOIS Y PHILIPPE RICARD. LE MONDE, 23 de noviembre.

(7) “The U.S.-Russia Plan Gives Trump a $300 Billion Signing Bonus”. AGATHA DEMARAIS. FOREIGN POLICY, 24 de noviembre.

(8) “Disarray over leaked US-Russia peace plan is ideal scenario for Putin”. PJOTR SAUER. THE GUARDIAN, 24 de noviembre.

 

CHILE: UN ADMIRADOR DE PINOCHET ACARICIA LA MONEDA

19 de noviembre de 2025

El viento ultra cruza los Andes y proyecta su sombra sobre Chile. Si no median sorpresas, la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, a mediados de diciembre, significarán una vuelta al pasado. Sin uniformes, sin campos de concentración, sin matanzas oscuras. Pero con el mismo propósito: arrebatar a las clases populares lo poco que recuperaron en tres décadas largas de democracia liberal.

La comunista Jeanette Jara consiguió un triunfo insuficiente en la primera vuelta, un 26,8% de los votos, frente al candidato más votado de una derecha que se fragmenta para luego unirse cuando de verdad importa. José Antonio Kast obtuvo el 23,9%, pero, en realidad, sabe que puede contar con el 14% de los otros ultras que juegan a ser más ultra, del 12,5% de la derecha conservadora (Vamos por Chile) que dice no ser ultra, pero que lo es en las cosas de comer, y quizás hasta el 20% de un denominado centro (Partido de la Gente), que se escora a la derecha cuando la izquierda actúa como tal.

Así las cosas, la Unión por Chile -que ha quitado el término “Popular”, definitorio del proyecto liderado por Allende en los 70- sólo contará con los votos de esa amplia coalición de centro izquierda y los residuos ínfimos a sus lados del espectro político. Insuficiente para mantenerse en el poder institucional.

Chile importa por su peso económico, social y cultural, pero también por las lecciones que nos ha dejado su historia. Como tantas veces se ha dicho, atesora el único experimento de un socialismo latinoamericano que no renunció a las libertades del sistema liberal (eso que se suelen llamarse libertades formales). Para la reacción salvaje de los 70, esa moderación no sirvió de salvaguarda. El gorilismo alentado, entrenado, financiado y armado por Washington decidió acabar con un ejemplo tan pernicioso para sus intereses.

LA PESADA HERENCIA DE LA CONCERTACIÓN

Cuando Chile recuperó la democracia en los años noventa, aquel experimento había pasado definitivamente a la historia. Los herederos de Allende (muchos, demasiados) consideraron que había que aliarse con antiguos adversarios que se hastiaron de la crueldad pinochetista, particularmente la Democracia Cristian (partido que representaba a distintos sectores de la burguesía), para superar los coletazos de la Dictadura. Surgió entonces eso que dió en llamarse la Concertación, una gran alianza de centro-izquierda, variable en su composición, pero casi siempre estable en su núcleo fundamental (socialistas, radicales, demócratas progresistas y democristianos). Por la izquierda, algunas veces se sumaban los comunistas; por la derecha, los liberales y otros grupos menores. Era la versión chilena del “compromiso histórico” de Enrico Berlinguer. El dirigente comunista italiano nunca fue profeta en su tierra, pero estudió a fondo el caso chileno y llegó a la conclusión de que el imperialismo capitalista nunca aceptaría el socialismo aunque este respetara las reglas del juego liberal.

Durante tres décadas, la Concertación dominó el juego político chileno y logró eso que tanto se aprecia en las democracias occidentales: la estabilidad. Democristianos  y socialistas y democristianos se alternaron al frente de la coalición, en elecciones internas que aseguraban la lealtad del pacto.

La derecha sin complejos, sin arrepentimientos por las barbaridades de una dictadura, a la que siempre apoyó, no dejó de conspirar para romper ese compromiso histórico a la chilena. Pero ya no estaban los tiempos para golpes y pinochetadas. El esfuerzo de la derecha se centró en no permitir cambios sociales profundos, alteraciones en los desequilibrios de clase. No le costó mucho.

Aunque la Concertación cosechara éxitos económicos notables, bendecidos y elogiados por los templos de la ortodoxia liberal occidental, resultó mucho menos brillante en la reducción de las diferencias sociales. El 1% más rico aún posee el 40% de la riqueza nacional. La deuda social de esta fórmula estable de Gobierno terminó por agrietar la base electoral de esa izquierda del centro.

Cuando concluía la primera década de este siglo, la derecha conservadora se encontraba en condiciones de romper la hegemonía de la Concertación. Y lo hizo, aunque tuviera que recurrir a un populista magnate de la comunicación  Aun así, la era de Sebastián Piñera fue accidentada e interrumpida por otro mandato de la Concertación, con el regreso de Michelle Bachelet, para terminar barrido por lo más parecido a una revolución chilena desde el golpe militar de 1973.

EL “ESTALLIDO”, UNA REVUELTA ABORTADA

En 2019 se produjo el “estallido”, una revuelta social preludiada por anteriores movimientos estudiantiles, obreros e indígenas. En términos políticos, se produjo la ruptura que no había ocurrido con la vuelta de los militares a los cuarteles. Una nueva forma de organización y de proyectos políticos desde la izquierda barrió las fórmulas envejecidas de la Concertación y prometió un nuevo tiempo para el país. Uno los líderes de esa “nueva política”, Gabriel Boric, ganó las elecciones presidenciales de 2021 con un programa que prometía la conquista de derechos sociales y una Constitución nueva que encuadrara jurídica y políticamente la ruptura con el pasado. A esta operación se sumó el Partido Comunista,  más allendista que los socialistas en su día, alternativamente socio y adversario de la Concertación, y ahora convertido al nuevo ensayo de revolución social sin violencia.

Resulta más fácil recordar lo que ha sido de esta nueva experiencia autóctona chilena. La pandemia frenó las movilizaciones de las que se nutría este estilo de política. Los siempre activos condicionamientos económicos, las divisiones típicas de la izquierda y otros factores de bisoñez terminaron por hacer fracasar el proyecto. Lo más palpable, el rechazo de la nueva Constitución en referéndum. Lo más doloroso, la incapacidad de la izquierda transformadora para satisfacer las necesidades populares (2).

La derecha conservadora se echó a un lado al ver irrumpir con fuerza a la derecha más extrema, alentada por Trump y sus émulos regionales. José Antonio Kast logró diez puntos menos que Boric en 2021, pero afianzó su posición de hegemonía entre las fuerzas antipopulares. Crecido por su auge espectacular, promovió una Constitución reaccionaria. Calculó mal sus fuerzas y no consiguió su propósito. El regreso de Trump a la Casa Blanca y el éxito de Milei al otro lado de los Andes le ha devuelto un impulso que ahora parece irrefrenable. Aunque haya tenido que soportar una escisión aún más ultra en el figura de Johannes Kaiser (siempre la sombra filo nazi en la política de Chile) y la resistencia de la derecha conservadora a desparecer, Kast no tendrá problemas en obtener el apoyo de ambas en diciembre para conquistar la Moneda sin cañonazos.

La candidata de esa convergencia entre la nueva política y los vestigios de la Concertación es sólida. La comunista Jeannette Jara ha sido ministra de Trabajo y asuntos sociales con Boric y fué subsecretaria con competencias en esas mismas materias en el segundo mandato de Bachelet. Jara representa lo más exitoso del gobierno saliente: la reducción de la jornada laboral de 44 a 40 horas, el incremento del salario mínimo, leyes laborales progresistas y sobre todo una reforma del sistema pinochetista de las pensiones que ha puesto fin al modelo de capitalización individual.  Para ser originaria de una barriada popular del extrarradio de Santiago, Jara se ha manejado muy bien con la clase empresarial y financiera, que no le ha regateado el reconocimiento de su seriedad y competencia. De ahí que su  triunfo en las internas del centro-izquierda no pudieran ser estrictamente una sorpresa. La alternancia democristiana-socialista hacía tiempo que emitía claras señales de agotamiento.

TRES FACTORES DE DESGASTE DE LA IZQUIERDA

Pero a Jara les esperaban desafíos muy potentes, que no parece en condiciones de remontar. El incremento de la inmigración y de la delincuencia han compuesto un binomio en el que se alimentan, crían y crecen las fórmulas de la extrema derecha. A pesar de que los índices de criminalidad en Chile son inferiores a los de otros países de la región, el aumento brusco y la aparición de delitos hasta ahora casi desconocidos como los asesinatos por encargo y los secuestros han resultado devastadores para el actual gobierno y un lastre para Jara. En 2024 se contabilizaron más de ochocientos, un incremento del 74% desde 2021. Los homicidios han pasado de 2,5 a 6 por 100.000 habitantes en este último decenio (3).

A pesar de la falacia de la conexión, a la derecha le ha resultado fácil vincular estas cifras con el aumento muy acusado de la inmigración, en gran parte debido a las consecuencias de las crisis venezolana y boliviana. El número de extranjeros en Chile se ha duplicado durante los años del gobierno Boric, hasta alcanzar la cifra de casi el 9% de la población total del país. La frontera norte del país es un hervidero de tensiones migratorias y de conflictos policiales.

El tercer elemento que ha complicado la continuidad del proyecto progresista ha sido el empeoramiento del clima económico, en particular la inflación, que ha alcanzado cotas no sufridas desde los años inaugurales de la Concertación, en los primeros años noventa. Hay un desánimo en las clases populares, a pesar de las mejoras señaladas. Un quinto de la población dice querer emigrar, según algunas encuestas (3). Todo ello explica que Boric se despida de La Moneda con menos de un 30% de apoyo popular, lejos del 58% de votos que obtuvo en las elecciones de 2019 (4).

EL UNIVERSO DEL PINOCHETISMO SOCIOLÓGICO

Kast, al frente de una coalición nuclear entre su partido, el Republicano, y el catolicismo más integrista (Partido Social-cristiano), concentra el sector más activo del pinochetismo sociológico. A su derecha, como fuerza de carga, se encuentra el Partido Nacional Libertario, los ultras con motosierra, escindidos en su día del Partido Republicano. Y en su costado “moderado”, deseando colaborar, cuenta con la “derecha nacional”, alianza de grupos como Renovación Nacional (creación de Sergio Jarpa para darle un barniz institucional a la dictadura militar, en los ochenta), de la UDI (Unión de Demócratas Independientes (funcionarios y beneficiarios del pinochetismo) y otros grupúsculos más recientes, todos ellos bajo el actual liderazgo de Evelyn Matthei. Esta veterana dirigente derechista, pinochetista de pro, hija del Jefe de la Fuerza Aérea en la segunda Junta Militar (1978-1980), tiene un largo curriculum de blanqueamiento de la Dictadura. Luego se recicló con Piñera, no sin puñaladas de por medio, y fue su Ministra de Trabajo. Desde entonces ha sido una presidenciable permanente y adepta del neoliberalismo radical. Pero el impulso de Trump y Milei le ha relegado a un papel secundario en su otoño político.

Kast será, si nada lo remedia, el próximo Presidente de Chile. En eso han desembocado las dos experiencias de la izquierda, la Concertación (mucho más larga y fecunda en el tiempo, pero también más decepcionante) y la nueva política (muy fugaz, más atrevida, pero igualmente frustrante). Pinochet se regocijaría en su tumba.


NOTAS

(1) El sociólogo Alexis Cortés ha hecho un interesante análisis de este periodo y sus antecedentes, en JACOBIN (versión en castellano para Latinoamérica), 12 de noviembre.

(2) “La communiste Jeannette Jara et l’ultraconservateur José Antonio Kast s’affronteront au second tour”. LE MONDE, 17 de noviembre.

(3) “Chile Is Making an Unprecedented Right Turn”. MICHAEL ALBERTUS (Profesor de la Universidad de Chicago). FOREIGN POLICY, 12 de noviembre.

(4) Entrevista con Patricio Nava, politólogo de la Universidad Diego Portales. AMERICAN QUARTERLY, 13 de noviembre.

EE. UU.: ¿BROTES VERDES DEMÓCRATAS?

12 noviembre de 2025

Los resultados de la semana pasada en las elecciones parciales y locales en los Estados Unidos arrojaron un buen resultado para el Partido Demócrata. O eso es lo que señalaron algunos medios liberales. Otros, no tanto. Un análisis detallado indica que los supuestos “brotes verdes” ante las elecciones de medio mandato del año que viene podrían agostarse antes de tiempo.

¿OTOÑO DE TRUMP?

La presente estación augura el otoño político del segundo mandato de Trump, para los más optimistas. Éstos se apoyan en unas encuestas inequívocamente desfavorables para el MegaPresidente. Según el compendio de referencia, publicado a diario por Clear Politics, el índice de aceptación a 11 de noviembre era del 42,8% y el de desaprobación del 54,1%, más de once puntos negativo (1). Otros sondeos más severos indican un rechazo superior al 60%, similar al que tenía cuando dejó la Casa Blanca, a comienzos de 2021. Son datos muy poco halagüeños.

Trump resulta muy impopular en su manejo de las instituciones, lo cual era de prever, teniendo en cuenta sus tropelías de todo tipo (autoritarismo desembozado y en auge, interferencia en las competencias judiciales, actitud vengativa contra sus rivales políticos, confusión entre intereses públicos y privados y un largo y pesado etcétera). Son pocos aun los que, como el Juez federal Wolf, se ha atrevido a decir, aun a costa de dejar su cargo, que Trump es un peligro para la democracia (2). Otros añaden que está poniendo en riesgo el sistema de alianzas construido durante las últimas décadas por Estados Unidos. A pesar de su autobombo, los castigos comerciales de Trump a países socios que no pasan por el aro de sus caprichos son rechazados por una mayoría.

Tampoco se admiten ya con tanta facilidad los autoelogios y la manera en que presenta como éxito acuerdos discutibles a corto y perjudiciales a largo plazo, como el alcanzado apresuradamente con China. Muchos expertos consideran que el caos, la confusión y el engaño no pueden esconder una nefasta estrategia (3). Incluso algunos republicanos con cierta independencia se han desmarcado del Presidente.

Se aprecian también grietas en el muro MAGA. La más señalada ha sido protagonizada por la política republicana de Georgia Marjorie Taylor Green. Otros ultras intuyen que Trump se está equivocando, que piensa más en su interés exclusivamente personal que en la estrategia del movimiento conservador. Era de esperar. Con el Tea Party ya pasó algo parecido; bien en verdad que entonces estaba en la Casa Blanca un demócrata ( y no cualquiera: el todavía muy popular Obama) y desde la oposición siempre crujen más las costuras. Ahora resulta más difícil desafiar el Presidente, que es republicano, aunque sea lo que allí se denomina un RINO (republican in name only: republicano solo nominalmente). En efecto, Trump es un líder que no acepta reserva alguna en el reconocimiento del liderazgo o en la rendición de pleitesía.

UNOS ÉXITOS MUY LIMITADOS

Los demócratas airean los éxitos de sus candidatos a la Gobernación de New Jersey y Virginia, que ya tenían en su poder,  y al inútil apoyo de Trump a los aspirantes republicanos. Los medios liberales habla de “ola azul” (4). Pero es poca cosa.

En cuanto al triunfo en la Alcaldía de Nueva York, lo cierto es que el establishment del partido no lo percibe como un triunfo propio, sino como un anticipado dolor de cabeza. La victoria de Zohran Mamdani puede haber irritado mucho al Presidente, que tiró de todo su arsenal de amenazas y puso todas sus fichas a favor del renegado demócrata Andrew Cuomo, para cerrarle el paso. Pero el disgusto de los anquilosados dirigentes del partido del burrito no es mucho menor.

El programa de gobierno de Mamdani para la Gran Manzana es presentado como comunista, lo cual es falso y hasta ridículo: en Europa sería asimilable a cualquier agenda socialdemócrata, incluso en estos descafeinados tiempos (5). Después de todo los conservadores también decían que Obama era “comunista” o como mínimo “socialista”. Contrariamente al expresidente, Mamdani se encuentra a gusto con esta etiqueta. Pertenece a la corriente de los demócratas socialistas, que es muy minoritaria en el Partido. Si ellos siguen en su disciplina es por pragmatismo, por supervivencia. La rigidez del sistema político norteamericano, impuesto por el imperio del dinero, no acepta más partidos, no tolera disidencias más allá del debate ideológico, y arrasa contra todos los que, a derecha o a izquierda, cuestionan el bipartidismo. Estados Unidos nunca ha sido un sociedad binaria, pero ahora menos que nunca.

Los demócratas centristas y hasta incluso los llamados “liberales” (más a la izquierda, ma non troppo) temen que cunda el ejemplo de Mamdani en otros lugares del país, aunque no tengan posibilidad de meter a muchos de los suyos en el Capitolio.

Obama, que sería uno de esos “liberales” con freno de mano, se desmarcó de otros dirigentes demócratas y llamó a Mamdani para ofrecerle su apoyo en la construcción de una agenda progresista. Es habitual en el expresidente afro-americano estos alardes de independencia: tardó mucho en respaldar a Kamala Harris, cuando Biden se resignó a ceder a las presiones de sus colegas de partido y renunció a optar por la reelección.

LA ESCISIÓN FUNCIONAL

Si todo lo anterior no fuera suficiente para poner en duda la emergencia de esos “brotes verdes”, el acuerdo para acabar con el shutdown o “cierre” del Gobierno federal (en realidad, una congelación de fondos que bloquea el funcionamiento efectivo de la administración) ha terminado por poner en evidencia las incoherencias, divisiones y fragilidades del partido de la oposición. El daño a la economía no ha sido menor, pero más severo ha sido el perjuicio social, con cientos de miles de empleos suspendidos y una angustia social creciente. Por no hablar de la suspensión de los bonos de comida, que hundía en la desesperación a millones de ciudadanos pobres.

Había presión para acabar con todo eso. De ahí que ocho  senadores demócratas pactaran con los republicanos un acuerdo para sumar los 60 votos que las reglas del filibusterismo parlamentario exigen si se quiere adoptar un acuerdo en el Senado. Estas rupturas de la disciplina partidista son habituales en Estados Unidos; de modo que no hay que dramatizar. Habitualmente, los desmarques de este tipo se deben a razones locales (favorecer a grupos de presión económica o a intereses concretos del Estado al que representan los políticos).

Pero no parecía el momento, ni se ha explicado fácilmente la fractura. El liderazgo demócrata había dejado claro que el bloqueo continuaría mientras los republicanos se mantuvieran en sus trece de no renovar los subsidios de la reforma sanitaria de Obama. El veto conservador supondría un incremento de los precios de los seguros médicos. El asunto era una línea roja, que estos ocho han traspasado (6).

Lo más interesante es que esta escisión funcional no ha respondido a una fractura ideológica; es decir, no han sido necesariamente los senadores más escorados a la derecha lo que se han unido a los republicanos; algunos, sí, pero otros, como el senador por Illinois, pertenecen al caucus liberal del Partido.

Hay otro motivo, como señala uno de los analistas de THE ATLANTIC (publicación de prestigio intelectual cercana a los demócratas). Ninguno de los disidentes someterá su continuidad al veredicto de las urnas en las elecciones de medio mandato del año que viene; por tanto, no temen un castigo inminente (7). Al cabo, si la operación sale bien y el país se siente aliviado después de mes y medio de bloqueo, podrán capitalizarlo políticamente más adelante.

El pactismo suele ser premiado por el electorado activo en Estados Unidos; es decir por esa mitad o algo más de  ciudadanos que votan, para quienes los acuerdos entre los dos partidos son siempre preferibles a una confrontación partidista permanente. Es la versión norteamericana del consenso. Un mito más del sistema político, puesto que es mucho más frecuente que los demócratas se muevan hacia la derecha que los republicanos se desplacen a su izquierda. Como ocurre también en Europa.

En todo caso, el acuerdo en el Senado tiene que ser aprobado todavía por la Cámara de Representantes, donde el número de demócratas pactistas no parece asegurado.

Por tanto, todavía resulta prematuro anticipar el inicio de la recuperación de los demócratas. El Partido persiste en su parálisis funcional y en su sequía de ideas. El éxito de Mamdani y la escisión puntual han puesto en evidencia a Charles Schumer, el jefe de la bancada en el Senado, que no quiso apoyar al candidato victorioso en Nueva York ni supo contener la rebelión de sus colegas. Si a eso añadimos el vacío de liderazgo de cara a las siguientes contiendas, el panorama está muy lejos de resultar halagüeño. No son pocos los analistas y estrategas que dan consejos (8), pero no se ve claro el rumbo.

 

SIN LÍDER EN EL HORIZONTE

Algunos quieren creer que el Gobernador de California, Gavin Newsom, podría ser un potencial candidato para jubilar a Trump en 2028. Pero es demasiado pronto y hay algunas dudas sobre sus verdaderas posiciones políticas.

En la reciente cita electoral, Newsom sacó adelante una nueva composición de los distritos electorales en California, para hacer posible el refuerzo de la mayoría demócrata del Estado y colocar más congresistas en el Capitolio. La iniciativa de Newsom era una réplica a lo que habían hecho los republicanos en Texas y en otros once estados Estas manipulaciones (gerrymandering) son frecuentes en EEUU: un síntoma de su viciada democracia (9).

Si el Partido Demócrata busca otro Obama (progresista sin excesos, audaz sin dejar de ser calculador, carismático a la vez que prudente), da la impresión de que aún tendrá que esperar para encontrarlo. O para fabricarlo.

Mientras, la izquierda calibra su fuerza real. Si Mamdani se queda sin apoyos en el Partido y se ve solo ante la más que esperada ofensiva de Washington, su gestión en Nueva York puede ser un camino de minas. Cualquier tropiezo del nuevo alcalde se presentara como un fracaso y una demostración de que el país no quiere experimentos socializantes. O sea, la profecía autocumplida.


NOTAS

(1) https://www.realclearpolling.com/polls/approval/donald-trump/approval-rating

(2) “Federal Judge, Warning of ‘Existential Threat’ to Democracy, Resigns”. THE NEW YORK TIMES, 9 de noviembre.

(3) “America’s Self-Defeating China Strategy. LAEL BRAINARD (Profesora en Georgetown y en Harvard). FOREIGN AFFAIRS, 10 de noviembre.

(4) “Anatomy of a blue wave. Four charts explain why Donald Trump is in trouble”. THE ECONOMIST, 9 de noviembre.

(5) “Europeans recognize Zohran Mamdani’s supposedly radical policies as ‘normal’”, ASHIFA KHASAM. THE GUARDIAN, 6 de noviembre.

(6) “ Senate Passes Bill to Reopen Government Amid Democratic Rift”. THE NEW YORK TIMES, 10 DE NOVIEMBRE.

(7) “The shutdown vote was the real test for Democrats”. DAVID A GRAHAM. THE ATLANTIC, 10 de noviembre.

(8) “The lessons Democrats need to learn to win again”. FRED ZAKHARIA. THE WASHINGTON POST, 8 de noviembre.

(9) “En Californie, Gavin Newsom remporte son pari et obtient des électeurs un redécoupage électoral favorable aux démocrates”. ARNAUD LEPARMENTIER. LE MONDE, 5 de noviembre.

ÁFRICA: HORROR E INDIGNIDAD

  5 de noviembre de 2025

En los últimos días dos acontecimientos de la actualidad africana han saltado al primer plano de la atención mediática internacional: la última matanza en la guerra interna (no civil como se dice inapropiadamente) en Sudán y la nueva posición en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el antiguo Sahara español. Se trata de dos asuntos de alcance diferente y de impacto emocional desigual, pero detrás de cada uno de ellos hay un horror evidente (en el caso de Sudán) o mucho más oculto (en el Sahara); en ambos, se manifiesta la indignidad de las grandes potencias por acción u omisión.

SUDÁN: LA MAYOR CATÁSTROFE HUMANITARIA 

La reciente matanza en Sudán se han producido en El Fasher, la capital de Darfur, una provincia suroccidental del país. El conflicto actual enfrenta al Presidente del país y jefe del ejército regular, General Abdelfatah al Burhan, contra el también jefe militar Hemedti (sinónimo por el que es conocido, aunque su nombre sea Mohamed Hamdan Dagalo), cabecilla de unidades especiales, las Fuerzas de apoyo rápido. Los crímenes cometidos por estos paramilitares, tras un atroz asedio, han sido espeluznantes: millar y medio de civiles muertos, la tercera parte en un hospital (1). Imposible no recordar a los antecesores de estos criminales, las siniestras Janjaweed

En 2003, esas milicias irregulares de etnia árabe masacraron pueblos enteros de religión animista cristiana o de otras creencias (2). El asunto adquirió tal dimensión que en Estados Unidos se movilizaron personalidades del mundo de la cultura y el espectáculo, encabezados por George Clooney. Tanto empeño puso el actor, conocido por su defensa de otras causas ignoradas entonces por la administración Bush hijo, que desde entonces, en Estados Unidos, el martirio de Darfur ha estado ligado a su figura.

Ese Sudán era políticamente algo distinto al actual. Entonces, dominaba un régimen al que Occidente vinculó con Al Qaeda, porque Bin Laden residió allí a finales de los noventa, cuando aún no se había convertido en el enemigo público número uno de los norteamericanos. Aquel gobierno, presidido por Omar el Bashir, cayó por un golpe de estado. Los ulteriores dirigentes del país han sido militares.

Sólo hubo un simulacro de régimen de transición a la democracia, que nunca cuajó. Poco importan ahora los detalles. El caso es que las élites militares siguieron gobernando un país muy extenso (el tercero más grande de África), pobre (o mejor, empobrecido, como tantos otros) y corroído por violencias étnicas y religiosas convenientemente atizadas. Esa élite militar, como en otros tiempos, se dividió por el reparto del botín, es decir, por el control de sus riquezas minerales. Cada cual recibió los apoyos precisos de potencias exteriores, que pretendían convertir a los dirigentes locales en agentes de sus intereses. El resultado: el “conflicto más nihilista sobre la tierra” como lo ha definido la historiadora Anne Applebaum (3).

 

La geopolítica del conflicto es enrevesada. A Burhan, Presidente formal del país le apoyan repúblicas autoritarias como Egipto, Turquía o Rusia; el disidente Hemedti cuenta con respaldo económico y militar acreditado de los Emiratos Árabes Unidos. Pero se cree que Rusia también le presta ayuda bajo cuerda, por aquello de no poner todos los huevos en el mismo cesto. Salvando la distancia y el alineamiento de las potencias, lo que pasa en Sudán ya lo vimos en la Libia post-Gaddaffi: un caos absoluto en el que los líderes locales se pelean a muerte por el control de las riquezas (ya sea petróleo, en Libia; oro, en Sudán), sin asomo de legitimidad alguna.

Las matanzas de octubre, perpetradas por las milicias no han sido las únicas en esta guerra. Los dos bandos han masacrado sin cuento. La violencia es una consecuencia de una manera de entender la lucha por el poder, en la que el derrotado no puede esperar otra cosa que la aniquilación y la muerte. Desde fuera, nadie parece interesado en promover en un mínima estabilidad, porque la fragilidad de un país en guerra permanente es la mejor garantía de la rapiña y el aprovechamiento de los recursos.

Los medios occidentales se han ocupado muy tangencialmente de un conflicto que, en su fase actual, dura ya dos años y medio, sin perspectiva alguna de resolución. Con la habitual letanía de las narraciones del horror, de los crímenes a sangre fría de hombres, mujeres, niños y ancianos, de violaciones y todo tipo de agresiones sexuales, los medios, en el mejor caso, tratan de sensibilizar a unos dirigentes mundiales que durante mucho tiempo han demostrado sobradamente su indiferencia, pese a que, según la ONU, en Sudán tiene lugar hoy la mayor crisis humanitaria del planeta.

Ahora hay voces que piden sanciones o algún tipo de actuaciones punitivas a los Emiratos Árabes Unidos (EAU), pero esta es una de las monarquías privilegiadas por Donald Trump para sus falsos planes de pax americana en la región, como pantalla de sus negocios personales y familiares (4).

Firmes aliados de Occidente, los EAU han intervenido a su antojo en un imaginario arco de crisis, desde el corazón de África hasta el Golfo Pérsico. Su papel en la guerra infernal del Yemen está acreditado y admitido por las autoridades reales, en abierta dispuesta con su vecino mayor, Arabia Saudí, que apoyaba a otras facciones en el país, a partir de estrategias regionales no coincidentes.

SAHARA: GANA MARRUECOS

En el Sahara Occidental, todo resulta más familiar, en particular para la opinión pública española, aunque la suerte de la población saharaui ha quedado casi completamente olvidada, salvo para minorías activistas. A veces considerados como los palestinos del norte de África, los militantes de la independencia en la antigua colonia española han sido sistemáticamente traicionados por las potencias occidentales. La última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU confirma esa trayectoria.

Marruecos ha conseguido un triunfo diplomático al reconocer sus aliados europeos y norteamericano que su Plan de Autonomía sea considerado como la “referencia principal para la búsqueda de una solución al conflicto”. El actual gobierno español asumió hace tiempo esta fórmula diplomática, después de que previamente lo hicieran Francia y Alemania, a su vez influidos por los Acuerdos Abraham de 2020, mediante los cuales Marruecos se unía al grupo de países árabes que aceptaban plenas relaciones con Israel, a cambio de que la primera administración Trump reconociera la “marroquinidad” del Sahara.

Durante años, Estados Unidos mantuvo un compromiso con el referéndum de autodeterminación establecido en su día por la ONU, para cerrar la descolonización. A este fin se puso en pie una misión de apoyo a la vigilancia de un parcial e incompleto alto el fuego (MINURSO).  Marruecos ha estado obstaculizando tanto el proceso político como la tarea de los cascos azules y no ha permitido nunca que se regularizara un censo para la celebración de la consulta. Con excusas y exigencias injustificadas de todo tipo, el proceso de paz hace tiempo que dejó de ser tal para convertirse en una deriva hacia la anexión. La ONU se ha tragado sus planes y resoluciones hasta vaciar de sentido una misión de paz que sólo ha servido, objetivamente, para perder el tiempo y consagrar el statu quo perseguido por Rabat.

Ahora que se cumple el 50º aniversario de la Marcha Verde, astuta iniciativa del entonces rey Hassan II para forzar la débil voluntad del moribundo dictador Franco y su régimen político, el conflicto del Sahara debería ocupar algo más de espacio y tiempo en los medios españoles. El 14 de este mes se cumplirá medio siglo de la vergonzosa rendición de España al proyecto expansionista de Marruecos en el Sahara, para humillación de un dictador y su aparato político militar cuya retórica hueca proclamaba el apoyo de la autodeterminación saharaui, mientras, en secreto, acordaba con los marroquíes las bases de la vergonzosa entrega del territorio.

La democracia no lo ha hecho mucho mejor. Las simpatías iniciales de las fuerzas democráticas con la causa saharaui se han ido extinguiendo, por pragmatismo o por debilidad, a veces incomprensible, ante las políticas intimidatorias de Marruecos, ya fueran el fantasma de la reivindicación se la soberanía sobre las plazas de Ceuta y Melilla, ya la utilización del arma migratoria (alentando a la población pobre del Reino a cruzar el estrecho de forma masiva y descontrolada o a hacer la vista gorda ante la travesía de masas subsaharianas desesperadas).

El actual gobierno español participado en esta estrategia de alineamiento con los intereses de Marruecos, en sintonía con París y Berlín. Estas potencias occidentales han llegado incluso a poner a disposición del reino alauí sus respectivas experiencias federales, autonómicas y descentralizadoras, como referencia. Lo paradójico del caso es que las autoridades de Rabat ni siquiera han sido obligadas a explicar (y mucho menos a detallar) en qué consiste su denominado Plan de Autonomía, como señalaban estos días fuentes diplomáticas en Naciones Unidas.

Con el apoyo activo de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña (miembros permanentes del Consejo de Seguridad), Marruecos se ha dedicado simplemente a “cortejar” a los países rotatorios hasta conseguir los votos suficientes, once, a favor de sus posiciones. Los saharauis sólo han conseguido  que Argelia, su único valedor principal a día de hoy, declinara participar en la votación. China y Rusia se abstuvieron, en un gesto de cierto desinterés. La real politik, como suele ocurrir, se ha impuesto de nuevo. Lo único que los independentistas saharauis han conseguido es prolongar un año más el mandato de la MINURSO. Marruecos renunció a un plazo más recortado: su única concesión.

Los dirigentes del Frente Polisario han advertido que sólo aceptarán la autonomía si es validada en referéndum, pero se trata de una oposición retórica, ya que es precisamente esa herramienta de la consulta lo que Rabat ha conseguido eliminar del debate internacional. A los independentistas les queda solo luchar por conseguir ciertas garantías en el nuevo proceso político que se perfila y por combatir “cualquier intento de legitimar la ocupación militar ilegal del Sahara Occidental” (5).

Pero es muy posible que se vean derrotados por el último y más decisivo abandono, el de Argelia, si la administración Trump se empeña en forzar una engañosa reconciliación de este país con Marruecos, a cambio de dinero y favores diplomáticos, con el único propósito de reforzar la falsa imagen de pacificador internacional del Presidente.

También en el Sahara ha habido horrores, represión, tortura, conculcación de los más elementales derechos humanos, todos estos años. Sigue habiéndolos. No habrían sido posible si las potencias occidentales no se hubieran entregado a una indignidad vergonzosa.

 

NOTAS

(1) “À El-Fasher, des atrocités terriblement previsibles”. THE NEW HUMANITARIAN, 4 de noviembre; “'We saw people murdered in front of us' - Sudan siege survivors speak to the BBC”. BARBARA PLATT. BBC, 31 de octubre,

(2) “Twenty Years On, Darfur Tips Into Chaos Again”. DECLAN WALSH. THE NEW YORK TIMES, 31 de octubre.

(3) “The Most Nihilistic Conflict on Earth”. THE ATLANTIC, Septiembre 2025

(4) “Sudan’s war takes horrific turn, as Trump looks away”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 31 de octubre.

(5) “Sahara occidental: le Maroc obtient une victoire diplomatique à l’ONU”. FRÉDÈRIC BOBIN & ALEXANDRE AUBLANC. LE MONDE, 31 de octubre.