5 de noviembre de 2025
En
los últimos días dos acontecimientos de la actualidad africana han saltado al
primer plano de la atención mediática internacional: la última matanza en la
guerra interna (no civil como se dice inapropiadamente) en Sudán y la nueva
posición en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre el antiguo Sahara español.
Se trata de dos asuntos de alcance diferente y de impacto emocional desigual,
pero detrás de cada uno de ellos hay un horror evidente (en el caso de Sudán) o
mucho más oculto (en el Sahara); en ambos, se manifiesta la indignidad de las
grandes potencias por acción u omisión.
SUDÁN:
LA MAYOR CATÁSTROFE HUMANITARIA
La
reciente matanza en Sudán se han producido en El Fasher, la capital de Darfur, una
provincia suroccidental del país. El conflicto actual enfrenta al Presidente
del país y jefe del ejército regular, General Abdelfatah al Burhan, contra el
también jefe militar Hemedti (sinónimo por el que es conocido, aunque su
nombre sea Mohamed Hamdan Dagalo), cabecilla de unidades especiales, las
Fuerzas de apoyo rápido. Los crímenes cometidos por estos paramilitares, tras
un atroz asedio, han sido espeluznantes: millar y medio de civiles muertos, la
tercera parte en un hospital (1). Imposible no recordar a los antecesores de
estos criminales, las siniestras Janjaweed
En
2003, esas milicias irregulares de etnia árabe masacraron pueblos enteros de
religión animista cristiana o de otras creencias (2). El asunto adquirió tal
dimensión que en Estados Unidos se movilizaron personalidades del mundo de la
cultura y el espectáculo, encabezados por George Clooney. Tanto empeño puso el
actor, conocido por su defensa de otras causas ignoradas entonces por la
administración Bush hijo, que desde entonces, en Estados Unidos, el martirio de
Darfur ha estado ligado a su figura.
Ese
Sudán era políticamente algo distinto al actual. Entonces, dominaba un régimen
al que Occidente vinculó con Al Qaeda, porque Bin Laden residió allí a finales
de los noventa, cuando aún no se había convertido en el enemigo público número
uno de los norteamericanos. Aquel gobierno, presidido por Omar el Bashir, cayó
por un golpe de estado. Los ulteriores dirigentes del país han sido militares.
Sólo
hubo un simulacro de régimen de transición a la democracia, que nunca cuajó. Poco
importan ahora los detalles. El caso es que las élites militares siguieron
gobernando un país muy extenso (el tercero más grande de África), pobre (o
mejor, empobrecido, como tantos otros) y corroído por violencias étnicas y
religiosas convenientemente atizadas. Esa élite militar, como en otros tiempos,
se dividió por el reparto del botín, es decir, por el control de sus riquezas
minerales. Cada cual recibió los apoyos precisos de potencias exteriores, que
pretendían convertir a los dirigentes locales en agentes de sus intereses. El
resultado: el “conflicto más nihilista sobre la tierra” como lo ha definido la
historiadora Anne Applebaum (3).
La
geopolítica del conflicto es enrevesada. A Burhan, Presidente formal del país
le apoyan repúblicas autoritarias como Egipto, Turquía o Rusia; el disidente Hemedti
cuenta con respaldo económico y militar acreditado de los Emiratos Árabes
Unidos. Pero se cree que Rusia también le presta ayuda bajo cuerda, por aquello
de no poner todos los huevos en el mismo cesto. Salvando la distancia y el
alineamiento de las potencias, lo que pasa en Sudán ya lo vimos en la Libia
post-Gaddaffi: un caos absoluto en el que los líderes locales se pelean a
muerte por el control de las riquezas (ya sea petróleo, en Libia; oro, en
Sudán), sin asomo de legitimidad alguna.
Las
matanzas de octubre, perpetradas por las milicias no han sido las únicas en
esta guerra. Los dos bandos han masacrado sin cuento. La violencia es una
consecuencia de una manera de entender la lucha por el poder, en la que el
derrotado no puede esperar otra cosa que la aniquilación y la muerte. Desde
fuera, nadie parece interesado en promover en un mínima estabilidad, porque la
fragilidad de un país en guerra permanente es la mejor garantía de la rapiña y
el aprovechamiento de los recursos.
Los
medios occidentales se han ocupado muy tangencialmente de un conflicto que, en
su fase actual, dura ya dos años y medio, sin perspectiva alguna de resolución.
Con la habitual letanía de las narraciones del horror, de los crímenes a sangre
fría de hombres, mujeres, niños y ancianos, de violaciones y todo tipo de
agresiones sexuales, los medios, en el mejor caso, tratan de sensibilizar a
unos dirigentes mundiales que durante mucho tiempo han demostrado sobradamente
su indiferencia, pese a que, según la ONU, en Sudán tiene lugar hoy la mayor
crisis humanitaria del planeta.
Ahora
hay voces que piden sanciones o algún tipo de actuaciones punitivas a los
Emiratos Árabes Unidos (EAU), pero esta es una de las monarquías privilegiadas
por Donald Trump para sus falsos planes de pax americana en la región,
como pantalla de sus negocios personales y familiares (4).
Firmes
aliados de Occidente, los EAU han intervenido a su antojo en un imaginario arco
de crisis, desde el corazón de África hasta el Golfo Pérsico. Su papel en la
guerra infernal del Yemen está acreditado y admitido por las autoridades
reales, en abierta dispuesta con su vecino mayor, Arabia Saudí, que apoyaba a
otras facciones en el país, a partir de estrategias regionales no coincidentes.
SAHARA: GANA MARRUECOS
En el Sahara Occidental, todo resulta más familiar, en particular para la opinión pública española, aunque la suerte de la población saharaui ha quedado casi completamente olvidada, salvo para minorías activistas. A veces considerados como los palestinos del norte de África, los militantes de la independencia en la antigua colonia española han sido sistemáticamente traicionados por las potencias occidentales. La última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU confirma esa trayectoria.
Marruecos
ha conseguido un triunfo diplomático al reconocer sus aliados europeos y
norteamericano que su Plan de Autonomía sea considerado como la “referencia
principal para la búsqueda de una solución al conflicto”. El actual gobierno
español asumió hace tiempo esta fórmula diplomática, después de que previamente
lo hicieran Francia y Alemania, a su vez influidos por los Acuerdos Abraham de
2020, mediante los cuales Marruecos se unía al grupo de países árabes que
aceptaban plenas relaciones con Israel, a cambio de que la primera administración
Trump reconociera la “marroquinidad” del Sahara.
Durante
años, Estados Unidos mantuvo un compromiso con el referéndum de
autodeterminación establecido en su día por la ONU, para cerrar la
descolonización. A este fin se puso en pie una misión de apoyo a la vigilancia
de un parcial e incompleto alto el fuego (MINURSO). Marruecos ha estado obstaculizando tanto el
proceso político como la tarea de los cascos azules y no ha permitido nunca que
se regularizara un censo para la celebración de la consulta. Con excusas y
exigencias injustificadas de todo tipo, el proceso de paz hace tiempo que dejó
de ser tal para convertirse en una deriva hacia la anexión. La ONU se ha
tragado sus planes y resoluciones hasta vaciar de sentido una misión de paz que
sólo ha servido, objetivamente, para perder el tiempo y consagrar el statu quo
perseguido por Rabat.
Ahora
que se cumple el 50º aniversario de la Marcha Verde, astuta iniciativa del
entonces rey Hassan II para forzar la débil voluntad del moribundo dictador
Franco y su régimen político, el conflicto del Sahara debería ocupar algo más
de espacio y tiempo en los medios españoles. El 14 de este mes se cumplirá
medio siglo de la vergonzosa rendición de España al proyecto expansionista de
Marruecos en el Sahara, para humillación de un dictador y su aparato político
militar cuya retórica hueca proclamaba el apoyo de la autodeterminación
saharaui, mientras, en secreto, acordaba con los marroquíes las bases de la vergonzosa
entrega del territorio.
La
democracia no lo ha hecho mucho mejor. Las simpatías iniciales de las fuerzas
democráticas con la causa saharaui se han ido extinguiendo, por pragmatismo o
por debilidad, a veces incomprensible, ante las políticas intimidatorias de
Marruecos, ya fueran el fantasma de la reivindicación se la soberanía sobre las
plazas de Ceuta y Melilla, ya la utilización del arma migratoria (alentando a
la población pobre del Reino a cruzar el estrecho de forma masiva y
descontrolada o a hacer la vista gorda ante la travesía de masas subsaharianas
desesperadas).
El
actual gobierno español participado en esta estrategia de alineamiento con los
intereses de Marruecos, en sintonía con París y Berlín. Estas potencias
occidentales han llegado incluso a poner a disposición del reino alauí sus
respectivas experiencias federales, autonómicas y descentralizadoras, como
referencia. Lo paradójico del caso es que las autoridades de Rabat ni siquiera
han sido obligadas a explicar (y mucho menos a detallar) en qué consiste su
denominado Plan de Autonomía, como señalaban estos días fuentes diplomáticas en
Naciones Unidas.
Con
el apoyo activo de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña (miembros permanentes
del Consejo de Seguridad), Marruecos se ha dedicado simplemente a “cortejar” a
los países rotatorios hasta conseguir los votos suficientes, once, a favor de
sus posiciones. Los saharauis sólo han conseguido que Argelia, su único valedor principal a día
de hoy, declinara participar en la votación. China y Rusia se abstuvieron, en
un gesto de cierto desinterés. La real politik, como suele ocurrir, se
ha impuesto de nuevo. Lo único que los independentistas saharauis han
conseguido es prolongar un año más el mandato de la MINURSO. Marruecos renunció
a un plazo más recortado: su única concesión.
Los
dirigentes del Frente Polisario han advertido que sólo aceptarán la autonomía
si es validada en referéndum, pero se trata de una oposición retórica, ya que
es precisamente esa herramienta de la consulta lo que Rabat ha conseguido
eliminar del debate internacional. A los independentistas les queda solo luchar
por conseguir ciertas garantías en el nuevo proceso político que se perfila y
por combatir “cualquier intento de legitimar la ocupación militar ilegal del
Sahara Occidental” (5).
Pero
es muy posible que se vean derrotados por el último y más decisivo abandono, el
de Argelia, si la administración Trump se empeña en forzar una engañosa
reconciliación de este país con Marruecos, a cambio de dinero y favores
diplomáticos, con el único propósito de reforzar la falsa imagen de pacificador
internacional del Presidente.
También
en el Sahara ha habido horrores, represión, tortura, conculcación de los más
elementales derechos humanos, todos estos años. Sigue habiéndolos. No habrían
sido posible si las potencias occidentales no se hubieran entregado a una
indignidad vergonzosa.
NOTAS
(1) “À El-Fasher, des
atrocités terriblement previsibles”. THE NEW HUMANITARIAN, 4 de noviembre; “'We saw people murdered in front of us' - Sudan
siege survivors speak to the BBC”. BARBARA PLATT. BBC, 31 de octubre,
(2) “Twenty Years On, Darfur Tips Into Chaos Again”.
DECLAN WALSH. THE NEW YORK TIMES, 31 de octubre.
(3) “The Most Nihilistic Conflict on Earth”. THE
ATLANTIC, Septiembre 2025
(4) “Sudan’s war takes horrific turn, as Trump looks
away”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 31 de octubre.
(5) “Sahara occidental: le
Maroc obtient une victoire diplomatique à l’ONU”. FRÉDÈRIC BOBIN &
ALEXANDRE AUBLANC. LE MONDE, 31 de octubre.
